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Reencuentros
Dos años después…
Era una cálida mañana de finales de agosto, y la mayoría de la gente de los apartamentos se había marchado ya a la playa. En la pista de tenis que había junto al bar, un joven de veintipocos años acababa de derrotar a su hermano mayor.
—Bah, me rindo —dijo este—. Hace demasiado calor para jugar. Me voy a la piscina.
—Venga, un poco más —protestó el ganador—. Todavía tenemos tiempo antes de que empiece a calentar de verdad.
—Ni hablar, que yo ya estoy mayor para estas cosas.
El más joven suspiró y se dispuso a abandonar la cancha tras su hermano.
—Yo puedo jugar un rato contigo, si quieres —dijo una voz junto a él, en un italiano vacilante y de acento extraño.
El muchacho se volvió, y vio tras él al chico del bar. Lo conocía solo de vista, porque no hablaba mucho, pero estaba claro que era extranjero, nórdico tal vez, y que trabajaba como camarero en el bar para poder costearse las vacaciones en Italia. Tendría unos dieciséis años, pero su mirada era demasiado seria para un chico de su edad.
—¿No tienes que trabajar en el bar?
—Ahora no. Hoy tengo la mañana libre.
—¿Sabes jugar al tenis? —le preguntó.
—Hace mucho que no juego —repuso el camarero—, pero puedo intentarlo —hizo una pausa antes de añadir—: Lo hecho de menos.
El joven le dirigió una mirada evaluadora. Después, sonrió.
—Hecho —dijo—. ¿Cómo te llamas?
El chico sonrió a su vez. Sus ojos verdes se iluminaron con un destello cálido.
—Jack —dijo—. Me llamo Jack.
La partida fue breve, pero intensa. El joven italiano estaba mejor entrenado y tenía más estilo, pero los golpes de Jack eran imparables. Costaba entender cómo un muchacho de su edad podía tener tanta fuerza.
Costaba entenderlo, a no ser que se supiera que aquel chico rubio llevaba dos años practicando esgrima todos los días con una espada legendaria.
Finalmente, el italiano se dejó caer sobre la cancha, riendo y sudando a mares.
—¡Vale, vale, de acuerdo! Tú ganas. Nunca he visto al nadie coger la raqueta como tú ni darle a la pelota con tanta rabia, Jack, pero no cabe duda de que es efectivo.
Pero Jack no lo estaba escuchando. Se había quedado mirando a alguien que lo observaba desde el camino, más allá de la verja de la cancha. A pesar de que estaba demasiado lejos para ver sus rasgos, a pesar de que no era exactamente como lo recordaba, su figura era inconfundible.
Al muchacho le dio un vuelco el corazón. Soltó la raqueta y echó a correr fuera de la cancha, sin mirar atrás.
—Hasta luego —dijo el italiano, perplejo.
Jack trepó por el talud de hierba hasta llegar al camino. Cuando lo alcanzó, se quedó allí, parado, a unos pocos metros de la persona que lo había estado observando, pero sin atreverse a acercarse más.
Los dos se miraron en silencio.
Finalmente, Jack habló.
—Alsan —dijo.
Él sonrió de manera siniestra.
—¿De verdad crees que soy Alsan?
Jack titubeó, No lo había visto desde que él había huido de Limbhad transformado en un ser semibestial, pero recordaba muy bien al orgulloso y valiente príncipe de Vanissar. Y aquel joven que tenía ante sí era él, pero no era él.
Vestía ropas terráqueas, y, por primera vez desde que lo conocía, parecía cómodo con ellas. Llevaba vaqueros y, a pesar del calor, una camiseta de color negro. El Alsan que él recordaba nunca llevaba ropa de color negro. Y Jack, desde que había conocido a Kirtash, tampoco.
Su porte seguía siendo sereno y altivo, pero ahora había algo preocupante en él, una tensión contenida que Alsan, siempre tan seguro de sí mismo, jamás había mostrado.
Y su rostro…
Su rostro seguía siendo de piedra, pero las penalidades habían cincelado su huella en él, y las marcas de expresión de sus facciones eran mucho más profundas. Su gesto era sombrío, y en sus ojos había un cierto brillo amenazador que no inspiraba confianza.
Con todo, lo que más llamó la atención de Jack fue su pelo.
El cabello castaño de Alsan se había vuelto completamente gris, gris como la piedra, o como la ceniza, o como las nubes que anuncian lluvia. Y aquello contrastaba vivamente con su rostro juvenil; quizá era ese contraste lo que de daba un aspecto tan inquietante.
Jack respiró hondo. Multitud de emociones contradictorias se agolpaban en su interior; había pasado dos años buscando a Alsan y, ahora que ya había perdido toda esperanza de encontrarlo, de repente él se presentaba allí, en aquella pequeña localidad italiana, como surgido de la nada. No estaba seguro de cómo reaccionar y, por otro lado, tenía un molesto nudo en la garganta que amenazaba con impedirle hablar. Y tenía mucho que decir, muchas preguntas que hacer, mucho que contar. Tragó saliva y consiguió responder, aunque le temblaba un poco la voz:
—Has cambiado, pero te pareces más al Alsan que conozco que la criatura a la que rescaté en Alemania.
—Me alegro de que veas las cosas por el lado bueno.
El nudo seguía ahí, y Jack tuvo que tragar saliva otra vez.
—Te he buscado por media Europa —le reprochó—. ¿Dónde has estado todo este tiempo?
—Es una larga historia. Si quieres…
—¿Por qué te marchaste? —cortó Jack.
De repente, el nudo de su garganta se deshizo y, por alguna razón, se transformó en lágrimas que acudieron a sus ojos. Jack parpadeó para retenerlas, pero no pudo callar por más tiempo las amargas palabras que brotaban de su corazón:
—Te he buscado por todas partes durante dos años… ¡dos años! ¿Por qué no has dado señales de vida hasta ahora? ¿Por qué te fuiste? Nos dejaste solos a Victoria y a mí… abandonaste a la Resistencia, después de todo lo que me enseñaste… ¿por qué no confiaste en nosotros? Eras… ¡maldita sea, eras todo lo que me quedaba! —se le quebró la voz, y parpadeó para contener las lágrimas. No llegó a llorar, pero bajó la cabeza para que Alsan no viera sus ojos húmedos. Sintió que su amigo se acercaba, y una parte de sí mismo le gritó que debía correr, que no debía acercarse a él, que no era el mismo Alsan de siempre… Pero Jack apretó los puños y se quedó donde estaba. Aunque su instinto le decía que la bestia aún latía en el interior de su amigo, el muchacho llevaba demasiado tiempo solo.
Alsan colocó una mano sobre el hombro de Jack.
—Jack, lo siento —dijo—. No quería poneros en peligro. Estaba… fuera de control, y…
Se interrumpió, porque Jack, de pronto, se abrazó a él con fuerza, aún temblando, como si temiera que volviera a marcharse en cualquier momento. Alsan parpadeó, perplejo, pero entonces intuyó, de alguna manera, lo duros que habían sido para Jack aquellos dos años. Casi pudo sentir su soledad, su desesperación, su miedo. Y también él se preguntó dónde había estado Jack durante todo aquel tiempo, qué había hecho… y por qué no estaba en Limbhad, con Victoria.
—Ya pasó, chico —murmuró, dándole unas palmaditas en la espalda, tratando de calmarlo—. Ya estoy aquí, ¿de acuerdo? No voy a marcharme otra vez. Ya no estás solo. No volverás a estarlo nunca más. Te lo prometo.
Jack pareció recobrar la compostura. Se separó de él, desvió la mirada y dijo, intentando justificarse:
—Sí, bueno… es que me han pasado muchas cosas desde que te fuiste. Además, ha sido… demasiado tiempo sin saber nada de nadie.
El joven lo miró y esbozó una sonrisa que recordó a las del Alsan de antes.
—Estás sudando y asfixiado de calor, chico —dijo—. Mejor vámonos a la sombra, te invito a una coca-cola y hablamos con calma, ¿hace?
Jack aceptó, agradecido. Nunca había soportado el calor. En verano necesitaba ducharse todas las noches con agua fría antes de acostarse para poder dormir. Todavía se preguntaba cómo había permitido que la estación estival lo sorprendiera en Italia, en lugar de haberse marchado a algún país del norte al final de la primavera.
Se dirigieron a la cafetería más cercana. Había un perro tumbado frente a la puerta, un pastor alemán, que alzó la cabeza y gruñó a Alsan, con cara de pocos amigos. El joven se limitó a dirigirle una breve mirada, y el perro agachó las orejas, se levantó y fue a esconderse bajo una mesa, gimiendo de miedo, con el rabo entre las piernas. Jack tragó saliva, incómodo.
Entraron en el local; al pasar junto a una de las mesas, sus ocupantes miraron a Alsan con cierta desconfianza, y los más cercanos a él apartaron sus sillas. Pero él esbozó una sonrisa siniestra, y todos miraron hacia otra parte.
—¿Por qué han hecho eso? —preguntó Jack, cuando ambos se sentaron en una mesa junto a la ventana—. No te conocen de nada.
—Instinto —respondió Alsan, sonriendo de nuevo de aquella manera tan inquietante—. Inconscientemente, la gente reconoce a un depredador cuando lo tiene cerca.
Jack se estremeció. Quiso preguntar algo, pero entonces llego el camarero. Jack pidió un refresco de limón, con mucho hielo. Alsan no pidió nada.
—Al principio vagué de aquí para allá —empezó a contar el joven—, y debo confesar que causé muchos destrozos. De lo cual no me siento orgulloso.
—Lo sé —dijo Jack en voz baja—. Como el Alma no nos daba ninguna pista acerca de ti, decidí buscarte por mi cuenta. Investigué en los periódicos y en internet… buscando artículos que hablasen de algún tipo de bes…, mons… —se interrumpió, azorado.
—Bestia o monstruo —lo ayudó Alsan—. Puedes decirlo tranquilamente. Es lo que era, y lo que todavía soy, de vez en cuando.
—Bueno, yo fui primero a Londres —dijo Jack—, tengo conocidos allí, unos amigos de mis padres. Como hace mucho tiempo que perdimos el contacto con ellos, supuse que no sabrían nada de lo que les pasó, y tenía razón. Pero solo me quedé con ellos unos días, lo justo para saber dónde empezar a buscarte. Vi en internet noticias sobre algunas personas que decían haber visto en el bosque una extraña bestia, un loup-garou —lo miró fijamente—. ¿Por qué Francia?
—No lo sé, no fue premeditado. Cuando el Alma me preguntó adonde quería ir, no pude pensar en nada más que en irme lo más lejos posible de la civilización, y del lugar donde vivía Victoria. Pero en el fondo no quería alejarme mucho ni perderos de vista. Supongo que por eso no llegué muy lejos.
»Avancé hacía el este, hacia los Alpes, llegué hasta Suiza, luego el norte de Italia, Austria… siempre por zonas boscosas o montañosas, evitando el contacto con los humanos. Pero era inevitable que de vez en cuando me viera alguien, que trataran de darme caza, de matarme o capturarme… con consecuencias fatales para ellos, en la mayoría de los casos.
—Yo te seguí la pista por media Europa —musitó Jack—, haciendo autostop o cogiendo algún tren o algún autobús, cuando podía. Lo cierto es que no tenía mucho dinero —confesó—, y he vivido casi como un vagabundo todo este tiempo. A veces he conseguido sacarme algunos euros haciendo recados y chapucillas, pero no mucho, la verdad, solo lo bastante para comer, continuar mi viaje y, de vez en cuando, poder dormir en algún albergue en lugar de tener que hacerlo al raso. A mí también han intentado cogerme muchas veces para meterme en algún orfanato, o reformatorio, pero no les he dejado.
Le temblaba la voz otra vez. Alsan se imaginó a Jack solo, recorriendo Europa a pie, sin dinero, sin ningún lugar a donde ir, pasando frío en las noches de invierno, y empezó a comprender lo dura que había sido la búsqueda del muchacho. Jack captó su mirada y añadió, tratando de restarle importancia:
—En el fondo, ha sido divertido. Iba a donde quería, sin ataduras, sin límites. Nunca me había sentido tan libre.
Sonrió, y Alsan sonrió también.
—Deberías haberte quedado en Limbhad —le dijo, sin embargo—. Si Kirtash hubiera llegado a encontrarte…
—No lo ha hecho. Y, aunque así hubiera sido, estoy preparado —vaciló antes de confesar—: Me llevé conmigo la espada, Domivat, cuando abandoné Limbhad. Así he podido entrenar todos los días, repitiendo los movimientos una y otra vez, Alsan, para no olvidar nada de lo que tú me enseñaste.
Alsan lo miró, emocionado, pero no dijo nada. Jack siguió hablando.
—Pero te perdí la pista —dijo—. En el sur de Austria. Dejé de encontrar noticias acerca de la bestia semi-humana, y ya no supe qué pensar. No me quedó más remedio que establecerme allí, buscar un trabajillo… Pero no pude quedarme mucho tiempo, así que seguí dando tumbos de un lado para otro, hasta que llegué aquí, a Chiavari. No me preguntes cómo ni por qué estoy aquí, porque, la verdad, llevo mucho tiempo perdido. Hace un año que no sé nada de ti, y no podía volver a contactar con Victoria. Sabes que yo solo no puedo volver a Limbhad, y tampoco sé dónde vive ella exactamente, ni su teléfono, ni nada. Me marché de allí con tanta precipitación que no se me ocurrió pedírselo.
Titubeó un momento; estuvo a punto de hablarle de su discusión, del daño que le habían hecho las palabras de Victoria («No te necesito… Márchate y no vuelvas por aquí»), pero el tiempo había curado las heridas, y en aquellos momentos se sentía muy estúpido por haberse dejado arrastrar por una rabieta que ahora le parecía infantil y absurda. Ahora veía las cosas de otra manera; tal vez, si no se hubiera precipitado tanto a la hora de marcharse habría podido organizar mejor la búsqueda de Alsan, y no habría tenido tantos problemas. Pero se había ido sin tener ningún modo de contactar con Victoria; y, cuando en las frías noches de invierno había tenido que dormir al raso, había echado de menos la cálida casa de Limbhad, y había maldecido mil veces su poca cabeza.
—Llegué a pensar que nunca más volvería a saber de vosotros —concluyó en voz baja.
Calló y desvió la mirada, oprimiendo con fuerza la cadena con el amuleto del hexágono que Victoria le había dado tiempo atrás, el día de su llegada a Limbhad, y que todavía conservaba.
La había echado de menos muy a menudo. Muchísimo. Su suave sonrisa, la luz de sus ojos, todos los momentos que habían pasado juntos… todo aquello había acudido a su memoria, una y otra vez. Y muchas veces, su mente volvía atrás en el tiempo, hasta aquel instante en el que había pensado que no debía marcharse. Se imaginaba a sí mismo diciendo en voz alta las palabras que no había llegado a pronunciar. Interiormente, le había pedido perdón de mil formas distintas. Se había visto abrazándola y prometiéndole que seguirían juntos… pasara lo que pasase.
Pero eso no había ocurrido. Y ya no había vuelta atrás. Nada iba a devolverle los dos años que había pasado lejos de su mejor amiga. Incluso había llegado a pensar que ya nunca tendría ocasión de decirle en persona todo lo que sentía.
Alsan lo observó durante unos breves instantes.
—¿Cuántos años tienes, Jack? —le preguntó.
—Quince —respondió el chico, un poco sorprendido por la pregunta—. Cumpliré dieciséis en abril. Pero parezco mayor, y con dieciséis ya se puede trabajar, así que últimamente estoy encontrando las cosas un poco más fáciles.
—Quince —repitió Alsan—. Y parece que fue ayer cuando te salvé de Kirtash y te llevé a Limbhad. Entonces eras solo un chiquillo asustado. Ahora eres todo un hombre.
Jack sonrió, incómodo.
—No soy un hombre aún. Tal vez en tu mundo los chicos de quince años sean hombres, pero aquí seguimos siendo chavales.
—Tú, no. Mírate, Jack. Has crecido, y no me refiero a altura. Eres mucho más maduro, y no me cabe duda de que sabrías arreglártelas en casi cualquier situación. Estoy orgulloso de ti.
Jack desvió la mirada.
—Todavía no me has dicho por qué te fuiste —dijo en voz baja.
—Porque la mía era una lucha que debía librar yo solo —Alsan clavó en él la mirada de sus inquietantes ojos—. Pero desde el principio supe que había muchas posibilidades de que no saliera vencedor, y por eso debía alejarme de vosotros cuanto antes.
»Y tenía razón. El espíritu de la bestia era mucho más fuerte, mucho más salvaje que mi alma humana. En uno de mis escasos momentos de lucidez, decidí quitarme la vida.
»Un hombre me salvó. No recuerdo su nombre ni su rostro, pero estuvo hablándome durante mucho rato, mientras yo me recuperaba de mis heridas en un pueblo del que ni siquiera recuerdo el nombre.
»Es extraño, porque, a pesar de no conocer su idioma, lo comprendí a la perfección. Y cuando aquel hombre desapareció de mi vida y volví a quedarme solo, supe con exactitud qué era lo que debía hacer, y adonde debía dirigirme.
Miró a Jack, sonriendo.
—He pasado estos últimos meses en el Tíbet, en un monasterio budista.
—¡Venga ya! —soltó Jack, riendo—. ¿Te rapaste el pelo?
—No voy a contestar a eso —rió Alsan; se puso repentinamente serio—. He aprendido muchas cosas en todo este tiempo. Disciplina, autocontrol… pero, sobre todo, he encontrado la paz que necesitaba para mantener a raya a la bestia.
—Entonces, lo has conseguido…
—No del todo. No soy el mismo de antes, y ya nunca lo seré. Todavía me transformo a veces, cuando una fuerza superior a la mía controla mis instintos de lobo. Pero, al menos… puedo volver a ser un hombre la mayor parte del tiempo.
Jack comprendió. Abrió la boca para preguntar algo, pero no se atrevió.
—En cualquier caso —prosiguió su amigo—, he dejado de ser Alsan, príncipe de Vanissar. Eso se acabó para mí. Y, como mi nueva condición ya no me hace digno de seguir ostentando ese nombre y esa estirpe, he tenido que buscarme un nombre nuevo, un nombre de aquí, de la Tierra. Ahora… ahora me llamo Alexander.
—Alexander —repitió Jack—. No suena mal, y, además, no sé por qué, te sienta bien. Te llamaré así, si lo prefieres, aunque no entiendo muy bien por qué crees que no eres digno de ser lo que eres.
Alexander esbozó una sonrisa.
—Porque ya no soy lo que era, Jack.
Había amargura en sus palabras, y el muchacho decidió cambiar de tema.
—Y… ¿cómo has conseguido encontrarme? —quiso saber.
—Tuve un sueño… soñé contigo, soñé que estabas aquí, en Italia. Me di cuenta de que debía de ser una señal que me indicaba que ya estaba preparado para reencontrarme con vosotros otra vez. Así que vine a buscarte… y, una vez aquí, seguí mi instinto.
—Ojalá me hubiera pasado a mí algo así mientras te buscaba —gruñó Jack, impresionado a su pesar—. Y… ¿qué piensas hacer ahora que me has encontrado?
—Por lo pronto, reunir de nuevo a la Resistencia en Limbhad.
—¿Para seguir buscando al dragón y al unicornio? ¿Cómo sabes que no es demasiado tarde?
—Porque Kirtash sigue aquí, en la Tierra, y eso quiere decir que no los ha encontrado todavía.
Los puños de Jack se crisparon ante la mención de su enemigo.
—¿Cómo sabes eso?
—Lo sé. Yo estoy preparado para volver a la acción, Jack. ¿Lo estás tú?
Jack vaciló.
—Eso pensaba, pero ahora ya no estoy tan seguro. Quiero decir… que antes teníamos más medios, estaba Shail, y mira cómo acabamos. ¿Qué crees que vamos a conseguir ahora? ¿Por qué piensas que será diferente?
—Por muchos motivos. Primero, porque vamos a cambiar de estrategia. Segundo, porque, aunque hemos perdido a Shail, te hemos ganado a ti —lo miró con fijeza—, un nuevo guerrero para la causa, un guerrero que es capaz de empuñar una espada legendaria, que puede blandir a Domivat sin abrasarse en llamas, que ha triunfado donde cayeron otros más fuertes, más viejos y más hábiles.
Jack enrojeció. No había tenido ocasión de hablar con su amigo sobre ello, pero era cierto: Domivat, la espada forjada con fuego de dragón que nadie había logrado empuñar hasta entonces, estaba ahora a su servicio, y, pensándolo bien, no entendía cómo ni por qué.
—Y hay otra razón, Jack —prosiguió Alexander—. Sí, hemos perdido a Shail. Tú me contaste cómo sucedió mientras estaba encerrado en Limbhad. Y ahora te pregunto: ¿crees que debemos dejar las cosas así? Shail murió por rescatarme a mí y por salvar la vida de Victoria. Sería un insulto a su memoria que abandonáramos ahora.
Multitud de imágenes cruzaron por la mente de Jack; imágenes de Shail, el joven mago de la Resistencia, siempre agradable y jovial, siempre dispuesto a aprender cosas nuevas y a echar una mano donde hiciera falta. Shail, que había liderado el rescate de Alsan en Alemania y que había muerto protegiendo a Victoria en aquella desastrosa expedición. Y el fuego de la venganza, que se había debilitado en aquellos meses, ardió de nuevo con fuerza en su corazón.
—Sí —dijo en voz baja—. Sería un insulto a su memoria.
Alexander asintió.
—Entonces, recoge tus cosas. Saldremos para Madrid en cuanto estés listo.
El corazón de Jack se aceleró.
—¿Vamos a ir a ver a Victoria?
—Por supuesto.
—Pero yo no sé dónde vive —objetó el chico—, ni cómo contactar con ella.
Alexander le dirigió una breve mirada.
—Me he dado cuenta —dijo—. Espero por tu bien que la encontremos sana y salva, porque te recuerdo que Kirtash tenía una ligera idea de dónde vivía, su casa no era del todo segura y a ti no se te ocurrió otra cosa que dejarla sola para venir a buscarme.
El sentimiento de culpa se hizo aún más intenso. Por un momento, Jack imaginó a Kirtash encontrando a Victoria, Kirtash secuestrando a Victoria, Kirtash… haciéndole daño a Victoria. El chico sintió que le hervía la sangre en las venas.
Alexander malinterpretó su gesto sombrío.
—En fin, hablaremos de ello en otro momento. Por suerte para ti, yo sí sé dónde vive Victoria. Hasta ahora yo no he estado en condiciones de ir a buscarla pero, ahora que vuelvo a ser humano la mayor parte del tiempo, no voy a perder un minuto más. Y te arrastraré de la oreja si es necesario para que vayas a disculparte.
—No hará falta ser tan agresivo, tranquilo —replicó Jack, molesto—. Sabré disculparme yo solo.
En el fondo, llevaba mucho tiempo deseando hacerlo.
El timbre sonó, como todas las tardes, indicando el final de las clases. Hubo revuelo en las aulas, mientras las alumnas recogían sus cosas y salían de las clases con las mochilas al hombro.
Victoria salió sola, como de costumbre. Cuando franqueó la puerta del edificio y cruzó el patio hacia la salida, se detuvo un momento y dejó que el sol acariciara su rostro. Era un sol suave, de mediados de septiembre, y su moribunda calidez era muy agradable. Pero a Victoria no le gustaba ver cómo, un año más, acababa el verano y llegaba el otoño… y, con él, el aniversario de la muerte de Shail.
Sacudió la cabeza para apartar de ella aquellos pensamientos, y se agachó cerca de la salida para atarse el cordón del zapato. Próximas a ella, un grupo de chicas de su clase hablaban en susurros y soltaban risitas mal disimuladas.
—¿Lo has visto?
—Sí, tía, tienes razón, ¡está como un queso!
—¿A quién esperará?
—No lo sé, pero, desde luego, esa tiene una suerte Victoria no les prestó atención. Los chicos no eran algo que le quitara el sueño. Tenía cosas más importantes en qué pensar, mucho trabajo por hacer y, ante todo, una misión que cumplir.
Por eso, cuando se incorporó y cruzó el portón del colegio, estuvo a punto de pasar de largo ante el muchacho que la esperaba, un chico rubio que vestía vaqueros y una camisa a cuadros, por fuera de los pantalones, y que aguardaba en actitud despreocupada, con las manos en los bolsillos y la espalda apoyada en un árbol, sin ser consciente de los cuchicheos, las miradas mal disimuladas y las risitas que provocaba su presencia allí.
Victoria habría pasado de largo, de no ser porque, alguna razón, el corazón le dio un vuelco, y no pudo evitar volverse para mirarlo. El muchacho se enderezó y la miró también. El corazón de Victoria se olvidó de latir por un breve instante. Sus labios formaron el nombre de él, pero no llegó a pronunciarlo. El chico sonrió, algo incómodo.
—Hola, Victoria —dijo.
Ella casi no lo oyó. De pronto, su corazón volvía a latir, y lo hacía con demasiada fuerza. Tragó saliva. Había soñado tantas veces con aquel momento que tenía la sensación de que aquello no era real, que en cualquier momento despertaría… y que allí, frente a ella, no habría nadie.
Pero el muchacho seguía allí, mirándola. No se había desvanecido en el aire, como una ilusión, como un espejismo, como un hermoso sueño. Era de verdad.
—Jack —pudo decir ella.
Jack ladeó la cabeza y desvió la mirada, sin saber qué decir. Tampoco Victoria se sentía especialmente lúcida. Ambos habían ensayado miles de veces las palabras que dirían si aquel encuentro llegaba a producirse, pero había llegado el momento y los dos se habían quedado completamente en blanco.
Jack sabía desde hacía semanas que iban a volver a encontrarse, y había tenido más tiempo para hacerse a la idea, de modo que tenía ventaja. Alzó la cabeza, resuelto, y la miró a los ojos.
—Me alegro de volver a verte.
—Yo también… me alegro de verte a ti —dijo ella, y se dio cuenta de que era verdad.
—Has cambiado —dijo Jack.
No le pareció algo muy ocurrente, pero era lo que estaba pensando. Victoria tenía ya catorce años, casi quince, y no era la niña que había conocido. Había crecido… en todos los sentidos. Pero, obviamente, no pensaba decírselo, así que solo comentó:
—Ya no llevas el pelo tan largo.
Victoria jugueteó con uno de sus mechones de pelo castaño oscuro, azorada.
—Me lo corté hace unos meses, pero ya me ha crecido un poco. Y mira, me ha quedado así, como con bucles. Ya no lo tengo tan liso.
—Te queda bien —dijo él, y se sintió estúpido; después de tanto tiempo sin verse, solo se le ocurría hablar del pelo de Victoria.
Y el caso era que tenía muchísimas cosas que decirle. Podría contarle cómo había hablado con ella en sus noches a solas, podría decirle que su bloc de dibujo estaba lleno de bocetos de ella, de su rostro, de sus grandes ojos castaños, que lo habían contemplado tantas noches desde las estrellas; podría confesarle que había escuchado su voz en el viento cientos de veces, que la había recordado en todos y cada uno de los lugares más hermosos que había visitado… que la había echado de menos, intensa, dolorosa y desesperadamente.
Pero la chica que estaba ante él no era la niña que él recordaba, aunque tuviera sus mismos ojos, que todavía irradiaban aquella luz que a Jack le parecía tan especial. El tiempo parecía haber creado una distancia insalvable entre los dos. El chico comprendió que la memoria que tenía de ella tal vez ya no se correspondiera a lo que Victoria era ahora; y también supo que aquellos dos años podían haber enfriado los sentimientos de su amiga. Tal vez ella no lo había perdonado, tal vez lo había olvidado. Quizá incluso tuviera ya novio. ¿Por qué no?
—Tú también has cambiado —dijo entonces Victoria, enrojeciendo un poco.
—¿Sí? —Jack sonrió; tal vez su comentario no había sido tan estúpido, al fin y al cabo—. ¿En qué sentido?
—Bueno, has crecido, y estás más moreno… y… y…
«… y más guapo», pensó, pero no lo dijo.
Reprimió un suspiro. Tiempo atrás había estado enamorada de aquel chico, pero pronto había comprendido que, obviamente, él no la correspondía; de lo contrario, no se habría marchado con tantas prisas. Apenas había empezado a descubrir aquel sentimiento cuando Jack había abandonado Limbhad para ir a buscar a Alsan. Había sido doloroso entender lo que sentía por él justo cuando Jack ya no estaba, y durante mucho tiempo su corazón había latido con fuerza cada vez que veía una cabeza rubia entre la multitud. Pero nunca se trataba de él. Y ahora, cuando ya creía que lo había superado, Jack entraba de nuevo en su vida…
Pero no en sus sentimientos, se prometió Victoria. No, no estaba dispuesta a sufrir otra vez. En aquel tiempo había protegido su corazón tras una alta muralla, para que nadie volviera a entrar en él, para que no le hicieran daño otra vez. No había vuelto a enamorarse. Dolía demasiado.
Se preguntó, sin embargo, si aquella muralla estaba hecha a prueba de Jack. Procuró no pensar en ello. Había pasado demasiado tiempo; si él había sentido algo por ella, seguramente ya lo habría olvidado. Y Victoria no pensaba tropezar dos veces con la misma piedra.
Percibió que, algo más lejos, algunas chicas los espiaban con mal disimulada envidia, y sonrió para sus adentros. Miró a Jack y se dio cuenta de que él no se había percatado del revuelo que había ocasionado entre sus compañeras. Bueno, si él no era consciente de que era guapo, ella, desde luego, no se lo iba a decir.
—… y te has dejado el pelo un poco más largo —concluyó casi riéndose.
Alzó la mano para apartarle un mechón rubio de la frente. Sabía que sus compañeras se morían de envidia, y disfrutó del momento con un siniestro placer.
—¿Lo ves? Necesitas un buen corte de pelo.
—Tu pelo es más corto, y mi pelo es más largo. Brillante conclusión.
Los dos se echaron a reír. Por un momento, la distancia que los separaba ya no pareció tan grande.
—Bueno —dijo él, poniéndose serio—. Sé que soy un estúpido y que no merezco que me escuches después de lo que pasó, pero… en fin, he venido a pedirte… por decirlo de alguna manera… que me des «asilo político».
Victoria descubrió entonces la bolsa de viaje que descansaba en el suelo, a sus pies.
—¿No tienes adonde ir?
Jack desvió la mirada.
—Nunca he tenido adonde ir, en realidad. No he vuelto a Dinamarca, aunque me queda familia allí. Pero Kirtash… él debe de ser ya consciente de eso. Así que decidí no volver a Silkeborg, para no ponerlos en peligro.
A Victoria se le hacía raro volver a hablar de Kirtash, volver a hablar con Jack, después de todo aquel tiempo.
—¿Dónde has estado hasta ahora, entonces? ¿Encontraste a Alsan?
—En realidad, fue él quien me encontró a mí. Es una larga historia.
—¿Ha venido contigo?
—Sí, pero se ha quedado en la ciudad porque tenía que hacer un par de cosas. Dijo que te llamaría esta tarde por teléfono para quedar contigo y que lo llevaras a Limbhad. Pero me ha enviado a mí por delante.
No le contó que él mismo le había pedido a Alexander que le permitiera encontrarse a solas con Victoria, antes de que se reunieran los tres. Tenía muchas cosas que hablar con ella.
—¿Quieres… volver a Limbhad? —preguntó la chica.
—Por favor —dijo Jack, y Victoria lo miró a los ojos, y vio que había sufrido, y que también había madurado. Estuvo tentada de recordarle «Te lo dije», pero ni siquiera ella era tan cruel—. Si me llevases… te lo agradecería mucho.
Los dos se quedaron callados un momento. Fue una mirada intensa, en la que se dijeron mucho de lo que no se atrevían a decir de palabra. Fue un instante mágico, que ninguno de los dos se habría atrevido a romper, por nada del mundo.
Pero ninguno de los dos se arriesgó tampoco a dar el primer paso, a hablar, a abrazarse con fuerza, pese a que lo estaban deseando con tanta intensidad que les dolía el corazón solo de pensarlo.
Había pasado demasiado tiempo. Y ellos ya no eran unos niños. Las cosas ya no eran tan sencillas.
—¿Te parece que nos vayamos ya? —propuso ella entonces.
El rostro de su amigo se iluminó con una amplia sonrisa.
—Tengo ganas de volver a ver la Casa en la Frontera —confesó con sencillez.
Victoria sonrió también.
—Entonces, ¿por qué esperar?
Se alejaron de la entrada del colegio, y del autobús escolar, y doblaron la esquina para quedar fuera del campo de visión de las otras chicas. Una vez a solas, se cogieron de las manos. Al menos, ahora tenían una excusa para hacerlo. Jack quiso estrechar con fuerza las manos de Victoria, pero no se atrevió. Y la muchacha, por su parte, descubrió, con pánico, una grieta en su muralla que, por lo visto, no estaba hecha a prueba de Jack. De manera que se apresuró a cerrar los ojos un momento y a llamar al Alma; y la conciencia de Limbhad acudió, feliz de reencontrarse con una vieja amiga. Y, aún tomados de las manos, los dos desaparecieron de allí, de vuelta a la Casa en la Frontera.
—No está muy acogedor —se disculpó Victoria—, porque ya no vengo mucho por aquí. Estaba todo tan solitario…
Jack no contestó enseguida. Pasó una mano por una de las estanterías de su cuarto, sin importarle que estuviera cubierta de polvo. Había dejado su bolsa sobre la cama y había recuperado su guitarra del interior del armario. Pulsó algunas cuerdas y se dio cuenta de que estaba desafinada. Sonrió.
—No pasa nada —dijo—. Estoy de vuelta, y eso es lo que importa.
Ella sonrió también.
—Sí —dijo en voz baja—. Eso es lo que importa.
Dio media vuelta para marcharse y dejar a Jack a solas en su recién recuperada habitación. Jack alzó la cabeza, dejó la guitarra y salió tras ella.
No iba a dejar pasar la oportunidad. Esta vez, no.
—Espera —dijo, cogiéndola del brazo.
Victoria se detuvo y se volvió hacia él. Jack la miró a los ojos, respiró hondo y le dijo algo que llevaba mucho tiempo queriendo decirle:
—Lo siento. Siento haberte dejado sola, siento todo lo que te dije. No debería haberlo hecho.
Victoria titubeó. La muralla seguía resquebrajándose.
—También yo lo siento —dijo por fin—. Sabes… cuando te dije que no volvieras nunca más… no lo decía en serio.
Jack sonrió. Su corazón se aligeró un poco más.
—Lo suponía —le tendió una mano—. ¿Amigos?
No era eso lo que quería decirle, en realidad. Pero antes de empezar a construir algo nuevo, pensó, habría que reconstruir la amistad que habían roto tiempo atrás.
Sin embargo, Victoria se lo pensó. Ladeó la cabeza y lo miró, con cierta dureza.
—Volverás a marcharte, ¿verdad? A la primera de cambio. En cuanto te canses de estar aquí.
No lo sentía en realidad. Solo estaba intentando reparar su muralla. Pero Jack no podía saberlo.
—¿Qué? ¡Claro que no! Ya te he dicho que Alsan… quiero decir, Alexander…
—Sí, ya me has dicho que ha vuelto. Y tú vas donde él va. Me he dado cuenta.
—¿Pero qué te pasa ahora? —protestó Jack, molesto—. ¡Ya te he pedido perdón!
Victoria lo miró, sacudió la cabeza y dio media vuelta para marcharse.
—¡Espera!
Jack la agarró del brazo, pero ella se liberó con una fuerza y una habilidad que sorprendieron al muchacho.
—No creas que vas a poder hacer conmigo lo que quieras, Jack —le advirtió—. Ya no soy la misma de antes. He aprendido cosas, ¿sabes? Me he estado entrenando. Sé pelear. No estoy indefensa. Y no te necesito. Ya no.
Jack fue a responder, ofendido, pero se lo pensó mejor y se tragó las palabras hirientes. No iba a rendirse tan pronto. No, después de todas las veces que había soñado con aquel reencuentro.
Y le dijo aquello que tenía que haberle dicho dos años atrás y no había dicho:
—Yo sí te necesito, Victoria.
La muchacha se volvió hacia él, sorprendida. Jack respiró hondo, sintiéndose muy ridículo. Pero ya estaba dicho. La cosa ya no tenía remedio.
—¿Quieres que me vaya otra vez? —le preguntó, muy serio.
Victoria abrió la boca, pero no fue capaz de decir nada. Se había puesto a la defensiva y había estado preparada para devolverle una réplica cortante, pero no para responder a aquella pregunta. Los ojos verdes de Jack estaban llenos de emoción contenida, y Victoria supo que, con aquella mirada, su amigo había asestado un golpe mortal a la muralla que ella seguía tratando de levantar entre los dos.
«Pero para él soy solo una amiga», se recordó a sí misma, por enésima vez.
Para no tropezar dos veces con la misma piedra.
Y, sin embargo, no podía negar lo evidente, de forma que dijo, en voz baja:
—No. No quiero que te vayas.
Se miraron otra vez.
Y esta vez, los sentimientos los desbordaron, por encima de la timidez, de las dudas, de la distancia. Se abrazaron con fuerza. Jack era consciente de que la había echado muchísimo de menos; cerró los ojos y, simplemente, disfrutó del momento. Victoria, por su parte, deseó que aquel abrazo no terminara nunca. De nuevo, la calidez de Jack derretía el hielo de su corazón. Y descubrió, con horror, que de su alta muralla ya no quedaban más que unas tristes ruinas. Se estremeció en brazos de Jack y soñó, por un glorioso instante… que él la quería, y que la había querido siempre.
Pero sabía que eso no era verdad.
—No quiero que te vayas —repitió.
—No me iré —prometió él—. Y… bueno, nunca debí marcharme. Llevo mucho tiempo queriendo decirte que, en el fondo… no quería marcharme. Perdóname por haberte dejado sola.
Se sintió mucho mejor después de haberlo dicho.
—No, perdóname tú a mí —susurró ella—. No lo dije en serio entonces, ¿sabes? Sí que te necesitaba. Eras mi mejor amigo. Mi mundo no ha sido el mismo desde que te marchaste.
Jack tragó saliva. Sus sentimientos se estaban descontrolando, e intentó ponerlos en orden. Habían sido muy buenos amigos, pero nada más, que él supiera. Debía mantener la cabeza fría, Alexander siempre le había dicho que no era bueno precipitarse.
Era imposible que su amistad se hubiera convertido en algo más en aquel tiempo que llevaban separados. Aquellas cosas surgían del roce, y no de la distancia.
Además, Victoria había hablado en pasado. Nada indicaba que siguiera necesitándolo como entonces.
Y había hablado de amistad. Solo de amistad.
Jack se dio cuenta de que necesitaría tiempo para intentar entender sus propios sentimientos… y los de Victoria. Y no quería asustarla tan pronto. Hacía mucho que no se veían; no era el mejor momento para hablarle de lo que sentía por ella porque, entre otras cosas, tampoco estaba seguro de tenerlo claro.
Ni estaba preparado para leer el rechazo en los ojos de ella.
—Me gustaría volver a ser tu mejor amigo, entonces —le dijo—. Si… todavía te interesa, claro.
Como aún seguían abrazados, Jack no vio la sombra de dolor que pasaba por los ojos de Victoria. Y tampoco percibió que la chica volvía a reconstruir su muralla en torno a su corazón. A toda velocidad.
—Claro —dijo Victoria, separándose de él, con decisión—. Pero no quiero entretenerte más. Querrás descansar, ¿no? Ponte cómodo, date una ducha si quieres. Renovaré la magia de Limbhad, podré hacerlo si uso el báculo, y funcionarán las luces y el agua caliente…
—No uso agua caliente —le recordó él, y enseguida se sintió estúpido por haberlo dicho. No era importante. Nada era importante, comparado con ellos dos.
Pero Victoria siguió hablando, y Jack comprendió que el momento había pasado.
—Ah, sí, lo olvidaba. Siempre te duchas con agua fría. Bueno, ya sabes que dentro de un rato funcionará todo. Relájate, descansa hasta la hora de la cena. Yo tengo que volver a casa con mi abuela, se preocupará si tardo. Además, probablemente ya haya llamado Alsan. Cuando todos se hayan ido a dormir en mi casa podré volver aquí, y entonces nos reuniremos y decidiremos qué hacer.
—¿Qué hacer? ¿Sobre qué?
Victoria le dirigió una breve mirada.
—Sobre la Resistencia. Sobre nuestra misión. Porque supongo que Alsan y tú no habréis venido solamente para hacer una visita de cortesía, ¿no?
Jack abrió la boca para responder, pero no se le ocurrió nada inteligente que decir. Habría ido a verla mucho antes, con o sin Resistencia, si hubiera sabido cómo llegar hasta ella. Pero sabía que eso no era excusa. Al fin y al cabo, se había marchado sin pedirle ni siquiera su número de teléfono. Era lógico que ella pensara que no le importaba. Jack respiró hondo y se dio cuenta de que cualquier cosa que pudiera decir estaba fuera de lugar. Tendría que demostrarle a Victoria que sí era importante para él… pero tendría que demostrárselo con hechos, y no con palabras.
De modo que permaneció callado.
—Me lo imaginaba —dijo ella con cierta brusquedad—. Nos vemos luego, pues.
Jack asintió y dio media vuelta en dirección a su cuarto. Pero Victoria lo llamó de nuevo. El chico se volvió hacia ella, interrogante. Ella sonrió.
—Bienvenido a casa —dijo solamente.
Había cariño en sus ojos, pero no amor. Cualquier tipo de sentimiento más allá de la amistad había quedado oculto tras la muralla con la que Victoria protegía su corazón.
Pero eso Jack no podía saberlo.