11
Fuego y hielo

—Alsan alzó la cabeza y frunció el ceño. Husmeó en el aire. Aquel olor…

—No va a lograrlo, amigo —susurró la mujer-tigre—. Él ya lo ha alcanzado.

Alsan gruñó y se levantó para asomarse a la pequeña ventanilla enrejada.

—Vamos, chico —murmuró—. Tienes que salir de esta.

Jack rodó hacia un lado. La espada casi le rozó el brazo, dejando una sensación gélida en su piel. Kirtash volvió a alzarla sobre él, pero en esta ocasión Jack interpuso su propia espada entre ambos. El mismo camuflaje mágico que convertía a Jack en un szish la hacía parecer un arma normal y corriente, pero no lo era; se trataba de Domivat, una espada legendaria, y algo antiguo y poderoso pareció sacudir a los dos combatientes cuando los dos filos chocaron.

Kirtash entornó los ojos un breve instante. Aquella fue su única reacción, pero fue suficiente para que Jack lo empujara hacia atrás, aprovechando para ponerse en pie.

Los dos se miraron con cautela. Jack sostenía a Domivat entre él y Kirtash, manteniendo las distancias. En la penumbra del pasadizo, también Haiass relucía con un brillo gélido.

—Volvemos a encontrarnos —dijo Jack.

Kirtash no respondió. No tenía nada que decir. Se movió rápida y ágilmente hacia la derecha, pero atacó por la izquierda. Jack detuvo el filo de la espada de su enemigo a pocos centímetros de su cuerpo y retrocedió, preocupado. Kirtash seguía siendo demasiado rápido y ligero como para poder anticipar sus movimientos. «Pero esta vez no me ha desarmado al primer golpe», pensó. Se lanzó hacia adelante y descargó su espada contra él. Kirtash esquivó su ataque con un rápido movimiento y detuvo a Domivat con su propia espada. De nuevo, todo el aire pareció vibrar. Haiass, hielo, y Domivat, fuego, eran la expresión más clara del espíritu de sus respectivos portadores. Pero, más allá del encuentro entre dos espadas legendarias, Jack intuyó que había allí vestigios de una lucha inmemorial que, de alguna manera, se renovaba a través de ellos dos.

Kirtash pareció intuirlo también, porque cargó de nuevo contra él, rápido y letal. Encadenó una serie de movimientos tan veloces que el filo de Haiass apenas se percibía como un relámpago blanco en la semioscuridad. Sin entender muy bien lo que estaba sucediendo, Jack se defendió como pudo. Y tuvo la sensación de que la propia Domivat le ayudó esta vez, porque él estaba seguro de que nunca había reaccionado tan deprisa. Detuvo todos los golpes de Kirtash con una precisión y una eficacia aprendidas de las lecciones de Alsan, pero supo casi en seguida que jamás habría podido moverse con tanta rapidez de haber empuñado cualquier otra espada. El último golpe lo lanzó un poco a la desesperada, y sucedió lo que había temido desde el principio: perdió la concentración y Domivat desató parte de su poder.

Hubo una llamarada que hizo retroceder a Kirtash. Jack jadeó, aliviado de tener un momento de respiro; pero su alegría duró poco. Se sentía extrañamente débil y vacío, y comprendió que la fuerza de Domivat se le había ido de las manos, sin consecuencias para Kirtash pero, lamentablemente, con efectos fatales para él.

Kirtash pareció comprenderlo también. Con un brillo de triunfo en los ojos, alzó a Haiass y arremetió contra Jack.

El muchacho supo que solo tenía una opción.

Dio media vuelta y echó a correr pasillo abajo. Oyó que Kirtash lo perseguía, y supo, con toda seguridad, que lo alcanzaría.

Victoria movió el báculo como si fuera una raqueta de tenis…

… y, para su sorpresa, funcionó. La bola de fuego rebotó en el cristal del báculo y se volvió contra los hombres-serpiente, que, sin poder reaccionar, vieron cómo el proyectil lanzado por su hechicero se estrellaba contra ellos…

Los szish retrocedieron, siseando aterrorizados. Pero el mago seguía sin dejarse ver.

—Shail —murmuró Victoria, preocupada—. ¡Mira! ¡Vienen más!

Docenas de szish avanzaban a través del bosque, hacia ellos, rodeándolos por todos lados. Victoria se volvió en todas direcciones, buscando una vía de escape.

—¿De dónde salen tantos?

Shail, que recuperaba fuerzas apoyado contra el tronco de un árbol, miró fijamente las sombras de los enemigos, que se acercaban, y comprendió:

—No son tantos. Es una ilusión producida por el mago.

—¿Quieres decir que no son reales?

—Algunos de ellos sí. Pero no todos. El problema consiste en distinguir los enemigos reales de los falsos.

—¿Qué hacemos, entonces?

—Vámonos de aquí —decidió Shail, incorporándose.

Victoria negó con la cabeza, apretando los dientes. Alzó el báculo y lanzó otra onda circular que alcanzó a la primera fila de szish. Reales o ilusiones, se desvanecieron todos.

—No voy a abandonar a Jack —declaró.

Seguían llegando hombres-serpiente. Seguían pareciendo muchos.

—No vamos a hacerlo —replicó Shail.

Entonces, Victoria comprendió. Se acercó a Shail y trató de realizar el hechizo de teletransportación que él le había enseñado tiempo atrás.

Nunca había conseguido ejecutarlo, pero en aquella ocasión la magia canalizada por el Báculo de Ayshel suplió a su propia magia incompleta. Solo la presencia de Shail, que la sujetaba con firmeza, le ayudó a mantener la mente lo bastante serena como para visualizar el lugar a donde querían transportarse.

Jack dobló un recodo y chocó con un szish. La fuerza del impacto fue tal que ambos rodaron por el suelo. Jack se incorporó de un salto y siguió corriendo.

—¡Eh! —protestó la criatura, pero no pudo decir más.

La espada de Kirtash lo había atravesado de parte a parte.

El joven se dio cuenta enseguida de su error, pero era demasiado tarde. El hombre-serpiente estaba muerto, y Jack huía corredor abajo.

Extrajo el acero del cuerpo del szish, sintiendo que Jack lo había sacado de sus casillas, y preguntándose por qué. ¿Cómo era posible? ¿Cómo conseguía aquel chico alterarle hasta el punto de hacerle cometer errores tan estúpidos? ¿Se debía al hecho de que se le había escapado ya varias veces? ¿Al extraño sexto sentido de Jack que de alguna manera, le advertía de su presencia? ¿O a que había tenido la osadía de plantarle cara blandiendo una espada legendaria, una espada forjada con fuego de dragón?

Kirtash entrecerró los ojos en una mueca de odio. Sí, eso debía de ser. La espada.

Envainó de nuevo a Haiass y se quedó mirando el oscuro pasillo, pensativo. Ahora que lo sabía, no volvería a cometer el mismo error.

Nunca mataba por matar, por varios motivos. El primero de ellos era la discreción; Kirtash sabía que se movería con más libertad si no llamaba la atención. El segundo era que no valía la pena molestarse en matar a alguien si ello no le reportaba algún beneficio. Y el tercero… que los muertos no son útiles a nadie. Solo los vivos podían servir para algo en un momento dado. Y por ello Kirtash solo mataba a quien debía matar: a los objetivos que Ashran le había señalado y a aquellos que se interponían entre él y el cumplimiento de su misión. Por supuesto, jamás había quitado la vida a un szish que no lo mereciera. Los hombres-serpiente eran una raza de guerreros hábiles, inteligentes y muy peligrosos para sus enemigos. Cualquiera de ellos valía por diez hombres.

—Kirtash —la voz de Elrion tras él no lo sobresaltó; nadie podía sorprenderle—. Escucha, el chico renegado ha entrado en el castillo. Va disfrazado de szish.

Kirtash no pudo evitar esbozar una breve sonrisa.

—No me digas.

Shail y Victoria se materializaron en el lugar donde se habían despedido de Jack. No estaban muy lejos del grupo de szish que los había atacado, pero ya no se hallaban rodeados por ellos. Shail instó a Victoria a que subiese a un árbol, y trepó tras ella. Cuando se acomodaron entre las ramas, Victoria dijo:

—Nos encontrarán, Shail. No es un gran escondite.

—Ahora lo será —aseguró el mago.

Pronunció las palabras de un hechizo y pronto una densa niebla comenzó a formarse a sus pies, una niebla oscura que creció y creció hasta ocupar todo el bosque que rodeaba el castillo.

Jack entró en la sala de los guardias. Había tres szish, dos guerreros humanos y un yan. Como Jack solo había visto un yan en toda su vida no podía asegurarlo, pero habría apostado a que se trataba del traidor Kopt.

Los guardias se le quedaron mirando.

—Eh… —empezó Jack, recordando que su camuflaje mágico seguía activo—. Busco al prisionero, al príncipe renegado —dijo en la lengua de los hombres-serpiente.

—¿Para qué? —preguntó uno de los szish.

—Porque el mago Elrion tiene… algo que tratar con él —se le ocurrió a Jack.

Para su sorpresa, los guardias sonrieron.

—No se da por vencido ese mago —comentó uno de los hombres-serpiente.

Pero el que parecía ser el líder no se dejó convencer tan fácilmente.

—¿Por qué no ha bajado él mismo? —exigió saber.

Jack no tenía preparada una respuesta. Sabía que Kirtash pronto lo alcanzaría.

Tendría que encontrar a Alsan él solo.

Sin una palabra, echó a correr y atravesó la sala de guardia. Los seis se levantaron de un salto.

—¡Eh!

Pero Jack salió por la otra puerta y se perdió por el corredor.

—Avisssa al mago Zzzosssan —dijo el jefe szish a uno de los guardias humanos; le habló en un idhunaico común a la manera en que lo hablaban los hombres-serpiente, plagado de siseos y silbidos—. Dile que quiero a essse renegado muerto.

—¿Renegado? —repitió el guardia, confuso.

Los szish lo miraron con desprecio.

—Los szisssh no desssspedimoss calor como los mamíferossss —dijo uno de ellos—. Esssa criatura no era uno de loss nuesssstrossss.

El jefe se volvió hacia otro de los guardias, un szish.

—Busca a Kirtash. Dile que…

—No es necesario —dijo una voz fría y serena—. Ya estoy aquí.

Victoria no dejaba de lanzar miradas nerviosas hacia el castillo. Probablemente Jack tenía problemas; ¿por qué, si no, tardaba tanto?

Bajo el árbol, entre la densa niebla, los szish seguían buscándolos. El mago que iba con ellos intentaba abrir la bruma mágica, sin resultado: Shail seguía concentrado en producir más y más niebla. Victoria le miró fijamente y se preguntó cuánto tiempo más podría aguantar.

Jack se detuvo en un pasillo, jadeante, y miró a su alrededor. Celdas y más celdas.

—¿Alsan? —preguntó, vacilante.

No hubo respuesta. Jack sabía que aún le quedaba mucho sótano por recorrer, pero no pudo evitar pensar que tal vez su amigo ya estaba muerto.

—No —se dijo a sí mismo—. Los guardias hablaban de él como si siguiese vivo.

Aferrado a esta esperanza, siguió caminando por los Pasillos, llamando a Alsan en voz baja.

La mayoría de las celdas estaban vacías. Jack podía imaginar por qué. Kirtash no solía hacer prisioneros. Si debía matar a alguien, lo hacía. Si lo que quería era obtener información, le bastaba con sondear su mente.

Se asomó a un pequeño pasillo oscuro que olía fuertemente a animal. No iba a entrar, pero oyó ruidos y se internó en él para esconderse.

Fue una mala idea. Tan pronto como entró en el corredor fue recibido con un coro de gruñidos, y se preguntó qué tipo de bestias guardarían allí, y para qué.

Por el pasillo principal avanzaba un guardia humano. Oyó los gruñidos de los animales y se asomó, con curiosidad.

Jack se pegó a la pared, temblando, olvidando que él todavía parecía un szish a los ojos de la mayoría de la gente. Costaba recordarlo, después de haberse enfrentado a Kirtash con la certeza de que él veía más allá del camuflaje mágico, y desde el primer momento había descubierto en él no a un temible hombre-serpiente, sino a un asustado chico de trece años.

Entonces, de pronto, algo parecido a una zarpa surgió de entre los barrotes de un ventanuco y le agarró la cabeza, tapándole la boca. Jack jadeó y manoteó, aterrado.

Una voz que le resultaba ligeramente conocida le dijo al oído, con una especie de gruñido animal:

—Silencio, Jack. Soy yo.

Jack no las tenía todas consigo, pero se quedó quieto. El guardia no llegó a verlo. Se encogió de hombros y prosiguió la ronda.

Jack se volvió lentamente. Bajo la vacilante luz azul de las antorchas pudo ver que la garra que lo había atrapado era una extraña mezcla entre una pata animal y un brazo humano. A través de las rejas entrevió unos ojos salvajes y brillantes.

—¿Alsan? —preguntó, vacilante.

—Sí, chico. Abre la puerta.

Jack vio también unos colmillos afilados, y se lo pensó.

—Alsan, ¿qué te ha pasado?

—Maldita sea, abre la puerta —gruñó el príncipe—. Se supone que has venido a rescatarme, ¿no? Porque, de lo contrario, no sé qué diablos haces en una mazmorra en este nido de serpientes, disfrazado de víbora.

Jack sonrió, incómodo. Parecía Alsan, aunque no se le ocurrió pensar cómo lo había reconocido. Examinó la cerradura, y no se lo pensó mucho. Sacó a Domivat de la vaina y la descargó contra la puerta. El fuego mágico de la espada hizo saltar los goznes.

Pero entonces sintió a Kirtash tras él, como un soplo de aire frío. Instintivamente, se apartó.

Todo fue muy rápido. Jack se hizo a un lado, Kirtash alzó su espada, Alsan rugió y se lanzó sobre la puerta, que cedió de golpe…

Alsan y la mujer-tigre se precipitaron sobre Kirtash. El muchacho, cogido por sorpresa, tardó un poco en reaccionar pero, cuando lo hizo, fue letal. De un solo golpe mató a la mujer-tigre. De un empujón se desembarazó de ella, y de un salto se puso en pie.

Pero Alsan y Jack ya escapaban hacia la salida del corredor.

Kirtash miró a la criatura híbrida que acababa de matar, Elrion se materializó en el corredor, cerca de él. Kirtash no necesitaba preguntarle dónde se había metido todo aquel tiempo. Sabía muy bien que el mago pocas veces daba la cara.

Empujó con el pie el cuerpo de la mujer-tigre.

—Oh —dijo solamente Elrion, al ver muerta a su creación.

Kirtash se volvió hacia el lugar por donde habían escapado Jack y Alsan.

—Tampoco vosotros dais la cara —murmuró.

—¿Kirtash? —preguntó el mago, vacilante. El joven volvió a la realidad.

—Llama a Assazer y Sosset y asegúrate de que reúnen a todos los guerreros en las salidas del castillo —ordenó—. Hay que evitar que escapen de aquí. Elrion asintió.

Kirtash se quedó solo en el corredor un momento, después de que el mago se marchara. Se preguntó entonces por qué razón había aplazado tanto la búsqueda del báculo. Por muchas ganas que tuviera de acabar con Jack, debía reconocer que lo más importante seguía siendo su misión. Además…

Recordó de pronto a Victoria. Sí, había algo en que le intrigaba…