CAPÍTULO 13. Peligro en las profundidades
Jupe permanecía en la cubierta de proa con los prismáticos pegados a sus ojos.
Los tenía enfocados hacia la línea de la costa, a tres millas de distancia. Mientras la lancha avanzaba paralela a la playa, la torre de televisión y la chimenea de la fábrica se iban acercando. Otros cien metros, calculó.
Slater estaba al timón.
—Marcha lenta —le gritó Jupe—. Manténgala así.
Más cerca, más cerca. Y al fin se encontraron. La torre estaba exactamente delante de la alta chimenea.
Los dos gigantes estaban en línea.
—Aquí —gritó Jupe—. Deténgase aquí —bajó los prismáticos.
El agua era demasiado profunda para echar el ancla, Slater tendría que mantener la lancha inmóvil dejándola en punto muerto contra la corriente.
Jupe le observó mientras ponía proa a la playa. Pocos minutos antes había pensado que Slater era bastante tonto, pero ahora veía que su calva cabeza contenía gran sabiduría. El hombre manejaba la lancha como un profesional.
—¿Listo, Pete? —Constancia terminó de sujetar la bombona de aire a la espalda del muchacho que se ajustó la máscara sobre los ojos mientras Constancia inspeccionaba el tubo para respirar y la válvula reguladora del aire.
La aguja del manómetro indicaba que la bombona estaba llena.
Caminando torpemente con sus pies de pato siguió a Constancia hasta la borda. Ella se sentó encima, se deslizó hasta el agua y flotó de espaldas. Pete saltó tras ella.
Se enderezó a poca distancia de la superficie y flotó con la cara bajo el agua. Estaba tratando de recordar todo lo que le enseñaron acerca de la inmersión.
Respirar por la boca para que la máscara no se empañe. Comprobar el tubo del aire para asegurarse de que no se ha doblado. No sumergirse hasta que la humedad interior de su traje de goma haya tenido tiempo de adquirir la temperatura del cuerpo. Cuanto más te sumerjas, más fría está el agua y la presión es mayor. A la menor señal de vértigo emerger inmediatamente a la superficie, pero no demasiado aprisa.
Por espacio de varios minutos, Pete nadó a un metro bajo el agua, moviendo perezosamente sus aletas dándose tiempo para relajarse y acostumbrarse a aquel mundo submarino.
Siempre le había gustado bucear. Con el cinturón de plomo alrededor de su cintura para contrarrestar su flotabilidad, sentía como si estuviera volando. Lo mismo que pudiera hacerlo un pájaro. Tenía la misma sensación maravillosa de libertad.
Constancia y Fluke nadaban a pocos metros de distancia. Pete alzó la mano formando un círculo con su índice y el pulgar. Estaba listo para la inmersión.
Constancia dio unas palmaditas en la cabeza de Fluke. Con la potente luz iluminando su camino, el ballenato descendió. Más y más. Mucho más que Pete o incluso que Constancia. No pudieron seguirlo.
Jupe mantenía sus ojos fijos en la pantalla de televisión en la cabina de la lancha. Slater, al volante, también la miraba fijamente.
Era fascinante, pensó Jupe. Como observar una prueba especial. El círculo de luz en la pequeña pantalla parecía estar explorando el cielo. Un cielo neblinoso, algunas veces nublado, que cruzaban bandadas de peces como flechas y que parecían insectos.
Siempre que Fluke se alejaba demasiado de la lancha, el círculo de luz disminuía su intensidad. Inmediatamente Slater viraba hacia la playa, manteniendo la torre y la chimenea en línea, siguiendo la dirección tomada por Fluke.
Cuando la luz volvía a brillar, dejaba que la lancha quedara parada de nuevo.
Una zona de arena y grava, matas de algas, iba apareciendo en la pantalla. Fluke había llegado al fondo del océano. La cámara de televisión colocada sobre su cabeza lo registraba palmo a palmo.
Pete había detenido su descenso mucho antes. No se atrevía a bajar más. Sabía por sus lecciones de inmersión que, cuando la presión del agua sobre el cuerpo humano es demasiado grande, el buceador siente una curiosa sensación de euforia, como si estuviera borracho. Entonces se vuelve demasiado confiado y es capaz de hacer estupideces que pueden poner en peligro su propia vida.
Muy por debajo de él podía ver el reflejo de la linterna de Fluke. Afortunado él, pensó. Su cuerpo estaba mejor adaptado a las profundidades. Constancia le había dicho que algunas ballenas pueden sumergirse hasta dos kilómetros y permanecer bajo el agua una hora entera.
Pete alzó su mano para enderezar el tubo que le permitía respirar. Fue pasando sus dedos por toda la curva que formaba hasta llegar a la bombona que llevaba a la espalda.
Qué extraño, pensó. No pudo encontrar ningún doblez, y sin embargo...
Palpó desesperadamente el tubo de nuevo. Tenía que estar doblado por algún sitio, porque el aire no llegaba a sus pulmones.
No podía respirar.
Tanteó la hebilla de su cinturón de plomo. Contén la respiración, se dijo. Quítate el cinturón. No respires y emerge. No te dejes dominar por el pánico, estúpido. Desabrocha esa hebilla.
Pero ya no tenía tacto en sus dedos. Y algo le ocurría a sus ojos. El agua que le rodeaba parecía ir cambiando lentamente de color. Iba tomando un matiz rosa pálido y luego fue aumentando la tonalidad hasta el rojo intenso. Tan intenso que parecía negro.
Ahora le faltaba el aire, trataba de mover sus aletas, de elevarse a través de aquella oscuridad, intentando...
De pronto una luz brillante le dio en los ojos, y sintió un fuerte impacto contra su pecho. Algo tan poderoso como una apisonadora que le empujaba, obligándole a subir,
No trató de resistirse. Con sus últimas y desfallecidas fuerzas se asió a aquella poderosa masa, fuera lo que fuese, que le hacía subir.
Su cabeza salió a la superficie. Una mano a su lado le arrebató la máscara. Abrió la boca y aspiró una bocanada de aire fresco.
Aquella roja oscuridad iba desapareciendo poco a poco de sus ojos. Miró hacia abajo y vio un rostro borroso. Al fin lo enfocó.
Distinguió primero un arnés de lona. Una linterna. Una cámara.
Estaba tendido encima del lomo de Fluke.
Constancia flotaba a su lado. Era ella quien le había quitado la máscara.
—No intentes hablar —le dijo ella—. Respira hondo y pausadamente. Estarás bien dentro de un minuto.
Pete hizo lo que Constancia le decía. Permaneció tumbado y tranquilo con la mejilla apoyada contra el cuerpo de Fluke. Poco a poco su respiración se fue normalizando. Ya no jadeaba. Aquella terrible oscuridad rojiza había desaparecido de sus ojos. Se sentía con fuerzas suficientes para hablar al fin.
Pero antes de hacer ninguna pregunta, antes de tratar de averiguar lo que había ocurrido, había una cosa que quería decir primero.
—Me has salvado la vida, Fluke.
—Bueno, tú se la salvaste a él también, ¿no? —Constancia puso su mano sobre la cabeza de Fluke—. Él no olvidaría...
Se interrumpió. Mientras la lancha se acercaba a su lado,
Jupe, que la gobernaba, la detuvo. Osear estaba Inclinado sobre la borda.
—Lo he visto —gritó. Y ahora su monda cabeza parecía brillar de excitación—. Ha aparecido sólo un instante en el monitor. Pero sé que lo he visto. El barco de tu padre, Constancia.
Se volvió a Jupe.
—Mantenía en este punto. El barco hundido debe estar precisamente debajo de nosotros. Apareció como un relámpago en la pantalla, mientras Fluke se volvió para subir a la superficie, y luego vi a Pete. De modo que tiene que...
—Eso no importa ahora —le interrumpió Constancia tajante—. Lo primero es subir a bordo a Pete y averiguar qué ha ocurrido, qué es lo que fue mal.
—Pero yo te digo... —Slater golpeaba la borda con impaciencia.
—Más tarde —respondió Constancia—. Vuelva al timón, señor Slater. Jupe, ven a echarnos una mano.
Slater vacilaba. Pero sabía que Constancia tenía la sartén por el mango. Por lo menos en el presente. Sin su ayuda no podría recuperar el cargamento del barco hundido. Asintió ceñudo y relevó a Jupe al timón.
Jupe y Constancia ayudaron a Pete a subir a bordo. Todavía se sentía algo débil. Pete se sentó en la cubierta mientras Constancia iba en busca de café caliente y Jupe desataba las correas y le quitaba la bombona de la espalda.
—Está bien. ¿Qué ha ocurrido? —preguntó Constancia—. Pude ver que estabas en apuros, pero no sabría decir por qué. ¿Qué sentiste? No pudo ser la presión. No te habías sumergido demasiado. ¿Qué fue?
—No podía respirar —Pete sorbió el café que le supo a gloria—. No pasaba aire por el tubo. Pensé que estaría doblado, pero no era así.
Les describió como todo pareció volverse rojo, luego rojo oscuro y al fin negro.
—Dióxido de carbono —Je dijo Constancia—. Estabas respirando dióxido de carbono en vez de aire.
Cogió la bombona y abrió la válvula. No se oyó el menor silbido.
—No me extraña que no pudieses respirar —dijo la joven—. La bombona está vacía. —Pero la revisamos.
Jupe examinó el manómetro. La aguja indicadora seguía marcando LLENA. Se lo hizo ver a Constancia.
—Parece que alguien trabó la aguja y luego vació todo el aire de la bombona —dijo Pete.
Constancia estuvo de acuerdo. Era la única explicación.
—¿De dónde vino este equipo de buceo? —le preguntó Jupe.
—De Mundo Oceánico. Yo misma lo traje a bordo anoche. Y entonces estaba en perfectas condiciones. Se dirigió a Slater.
—La bombona de aire de Pete ha sido vaciada deliberadamente —le dijo en tono acusador—. Quiero saber...
—Tú crees que he sido yo, ¿verdad? —Slater se volvió furioso desde el timón—. Todo lo que quiero es recuperar el cargamento de ese barco hundido.— Yo no toqué vuestro equipo después de que tú lo trajeras a bordo. ¿Por qué iba a hacerlo? ¿Tú crees que me gustan estos retrasos estúpidos? Todo lo que quiero...
Continuó repitiendo excitado lo que quería. Ahora estaban precisamente encima del barco de alquiler hundido. Las calculadoras de bolsillo estaban en una caja de metal hermética en el interior de la cabina. Tenía todo su dinero invertido en ellas. ¿Por qué no podían bajar, recoger el cargamento y subirlo a bordo?
Jupe comprendió que Slater decía la verdad. Él no tenía ningún motivo razonable para trabar el manómetro. Pero alguien sí lo tuvo.
—¿Es posible que alguien subiera a la lancha anoche o esta mañana temprano, señor Slater? —le preguntó.
—No —Slater meneó la cabeza—. El barco estaba atracado en el muelle y yo dormí a bordo. No volví a bajar a tierra después de que Constancia se marchase.
—¿Recibió usted alguna visita?
—No. Sólo la de mi viejo amigo Paul Donner. Vino a tomar una copa conmigo. Pero no puedo creer que Paul...
—¿Cuánto tiempo hace que conoce a Paul Donner? —le interrumpió Jupe—. ¿Quién es? ¿Qué sabe usted de él?
—Preguntas. Todas esas preguntas estúpidas —Slater se llevó la mano a su reluciente calva—. Nada de eso importa ahora. Sigamos con esto, subid la caja...
—Respóndale —Constance estaba frente a Slater con las manos en sus caderas—. Contestará a todo lo que le pregunte Jupe. Responda ahora mismo, señor Slater. Porque no voy a acercarme a ese barco hasta que lo haya hecho.
—Está bien —Slater accedió de mala gana. No tenía otro remedio—. ¿Cuánto tiempo hace que conozco a Paul Donner? ¿Era eso lo que me preguntabas?
Jupe asintió con la cabeza.
—Le conocí en Europa hace algunos años. Tuvimos, bueno, hicimos algunos negocios allí. Y después le vi otra vez en México.
—¿Cuándo?
—Varias veces.
—¿La última vez que estuvo usted allí, señor Slater? —Insistió Jupe.
—Seguro. Me figuro que sí. Dirigía una pequeña imprenta en La Paz. Y, bueno, éramos viejos amigos. Siempre le veía cuando iba allí. ¿Qué hay de malo?
Jupe guardó silencio unos instantes mientras pensaba.
—¿Algo más, Jupe? —le preguntó Constancia.
—No, no. Es todo lo que deseaba saber —replicó Jupe.
—Bien —Slater se volvió hacia Constancia—. ¿Entonces podemos continuar ya? —preguntó.
—En cuanto haya revisado mi bombona de aire.
Constancia regresó a la cubierta. Jupe la estuvo observando mientras abría la válvula. Oyó el silbido del aire al escapar antes de que volviera a cerrarla.
Quienquiera que hubiese estado manipulando el equipo de inmersión no tuvo tiempo de descomponer los manómetros de todas las bombonas. O tal vez pensó que un solo accidente serio sería suficiente para poner fin a la operación de salvamento.
Jupe se acercó a Constancia.
—Será mejor que averigües lo que hay dentro de esa caja de metal antes de entregársela a Slater —le susurró.
—De acuerdo —dijo pensativa—. Lo haremos a tu manera, Jupe.
—Gracias.
Jupe le agradecía la confianza que depositaba en él. Porque ahora estaba ya muy cerca de conocer la mayor parte de las respuestas.
La aguja del manómetro trabada. El viejo amigo europeo de Slater, Paul Donner. El viaje a La Paz. Aquella marca como una cicatriz debajo del ojo derecho de Donner.
Todo comenzaba a encajar en la mente del Primer Investigador.