24 de noviembre

Más mal que bien

ERA EL DÍA DE ACCIÓN de Gracias, lo que significaba dos cosas.

Una visita de mi tía Caroline.

Y el concurso anual de tartas de Amma: nueces, manzana y calabaza. Amma siempre ganaba, pero la competición era encarnizada y la valoración la causa de un gran alboroto en la mesa.

Este año lo esperaba con más ganas que nunca. Era la primera vez en meses que Amma cocinaría una tarta, y una parte de mí sospechaba que la única razón por la que lo hacía ese día era para que nadie se diera cuenta. Pero a mí eso me daba igual. Entre mi padre vestido con ropa informal en lugar de en pijama como el año pasado, la tía Caroline y Marian jugando al Intelect con las Hermanas y el aroma de las tartas en el horno, casi olvidé los cigarrones y el calor, y la ausencia de mi tía abuela en la mesa. Lo malo era que también me recordaba el resto de cosas que había estado olvidando últimamente —cosas que no había querido olvidar—. Me pregunté cuánto tiempo más podría recordarlas.

Sólo se me ocurría una persona que pudiera saber la respuesta a esa pregunta.

Me planté delante de la puerta de la habitación de Amma durante un buen minuto antes de llamar. Sacar respuestas de Amma era como arrancar dientes, si los dientes pertenecían a un caimán. Siempre guardaba secretos. Formaban parte de ella, al igual que los Red Hots y los crucigramas, su delantal para herramientas y sus supersticiones. Tal vez formaba parte de ser una Vidente. Pero esto era diferente.

Nunca la había visto alejarse de la cocina el Día de Acción de Gracias mientras sus tartas aún se horneaban, o dejar de hacer la tarta de merengue de limón del tío Abner. Era hora de que crecieran esas rótulas.

Alargué el brazo para llamar.

—¿Piensas entrar o hacer un agujero en la moqueta? —dijo Amma desde el interior.

Abrí la puerta preparado para ver filas de estanterías alineadas con tarros de conservas y llenas de todo tipo de cosas, desde sal sin refinar hasta polvo de tumbas. Las estanterías estaban atiborradas de desvencijados volúmenes heredados y cuadernos con recetas de Amma. No hacía mucho tiempo que me había dado cuenta de que esas recetas tal vez no tuvieran nada que ver con la cocina. La habitación de Amma siempre me había recordado a una botica, llena de misterio y cura para cualquier cosa que te afligiera, como la propia Amma.

Pero hoy no. Su habitación estaba patas arriba, igual que la mía después de desperdigar el contenido de veinte cajas de zapatos por todo el suelo. Como si estuviera buscando algo que no encontraba.

Las botellas, que normalmente estaban alineadas con gran pulcritud en las estanterías con las etiquetas hacia delante, estaban apiñadas encima de su cómoda. Los libros amontonados en el suelo, en su cama, en todas partes menos en las estanterías. Algunos de ellos abiertos: viejos diarios escritos a mano en gullah, la lengua de sus ancestros. Distinguí otras cosas que nunca antes había visto allí: plumas negras, ramas y un puñado de piedras.

Amma estaba sentada en medio de todo el desorden.

Pasé dentro.

—¿Qué ha ocurrido aquí?

Me tendió una mano y tiré de ella para levantarla.

—Nada, eso es lo que ha pasado. Estoy haciendo limpieza. Tú también deberías intentarlo en ese desastre que llamas habitación. —Amma trató de echarme, pero no me moví—. Venga, sal. Las tartas deben de estar casi listas.

Me empujó para que saliera. En un segundo estaría en el vestíbulo de camino a la cocina.

—¿Qué me está pasando? —solté de golpe. Y Amma se paró de inmediato. Durante un segundo no dijo una palabra.

—Tienes diecisiete años. Supongo que hay más mal en ti que bien. —No se volvió.

—¿Te refieres a escribir con la mano equivocada y aborrecer el batido de chocolate y tus huevos revueltos de un día para otro? ¿A olvidar los nombres de la gente a la que he conocido toda mi vida? ¿Es esa la clase de cosas de las que me hablas?

Amma se dio la vuelta lentamente, sus ojos castaños brillantes. Sus manos estaban temblando y las metió en los bolsillos de su delantal para que no lo notara.

Lo que fuera que me estuviera sucediendo, Amma sabía de qué se trataba.

Tomó aire muy despacio. Tal vez iba a decírmelo por fin.

—No sé nada de eso. Pero lo… estoy investigando. Tal vez tenga algo que ver con todo este calor y esos malditos bichos, y los problemas que están teniendo los Caster.

Me estaba mintiendo. Era la primera vez en su vida que Amma no me daba una respuesta directa. Lo cual lo hacía todo aún más complicado.

—Amma, ¿qué es lo que no me estás contando? ¿Qué es lo que sabes?

—«Yo sé que mi Redentor vive». —Me miró desafiante. Era un verso de uno de los himnos que crecí escuchando en la iglesia, mientras hacía bolitas de papel y trataba de no quedarme dormido.

—Amma.

—«Qué consuelo da este sencillo verso». —Me dio unas palmaditas en la espalda.

—Por favor.

Ahora cantaba a pleno pulmón, sonando como una completa chiflada. El mismo tono que cuando crees que algo terrible está a punto de suceder, pero intentas convencerte de que no es así. Y la angustia asoma a tu voz aunque creas que la estás ocultando.

No puedes.

—«Él vive, el que estuvo muerto vive». —Me sacó de la habitación—. «Él vive. Mi Cabeza eternamente viva».

La puerta se cerró de golpe detrás de mí.

—Ahora. —Estaba ya en mitad de vestíbulo, aún musitando el resto del himno—. Vamos a comer antes de que tus tías entren en la cocina y quemen la casa.

Observé cómo se escabullía por el vestíbulo, gritando antes de llegar a medio camino de la cocina.

—Todo el mundo al comedor, antes de que mi comida se enfríe.

Estaba empezando a pensar que tendría más suerte si le preguntaba a mi Cabeza eternamente viva.

Cuanto atravesé el umbral y entré en el comedor, todo el mundo se dirigía a sus sitios. Lena y Macon debían de haber llegado en ese momento; estaban en uno de los extremos del comedor, mientras Marian se hallaba sumida en una profunda conversación con mi tía Caroline en el otro lado. Amma daba órdenes desde la cocina, donde el pájaro estaba «reposando». La tía Grace avanzó hacia la mesa, ondeando su pañuelo.

—No dejemos que ese magnífico pájaro espere demasiado. Tuvo una muerte noble y sería una total falta de respeto. —Thelma y la tía Mercy iban detrás de ella.

—Si consideras una muerte noble un tiro en el culo entonces admito que tienes razón. —Tía Mercy pasó por delante de su hermana para poderse sentar delante de las galletas.

—No empieces, Mercy Lynne. Sabes que el vegetarianismo está a un paso de un mundo sin ropa interior y sacerdotes. Eso es un hecho constatado.

Lena ocupó el sitio junto a Marian, tratando de no reírse. Incluso a Macon le estaba costando mantener la expresión seria. Mi padre estaba detrás de la silla de Amma, esperando para moverla cuanto ella finalmente se decidiera a salir de la cocina. Escuchar a tía Mercy y a tía Grace provocándose la una a la otra me hizo añorar aún más a la tía Prue. Pero me deslicé en mi silla, y observé que faltaba alguien.

—¿Dónde está Liv?

Marian miró a Macon antes de contestar.

—Decidió no salir esta noche.

La tía Grace oyó lo suficiente para añadir su propia puntilla.

—Bueno, eso es del todo antiamericano. ¿Tú la invitaste, Ethan?

—Liv no es americana. Y claro. Quiero decir, sí, señora. La invité.

Era casi verdad. Había pedido a Marian que la trajera. ¿Eso era una invitación? ¿O no? Marian desplegó la servilleta y se la puso en el regazo.

—No estoy segura de que se sintiera cómoda viniendo.

Lena se mordió el labio como si se sintiera mal.

Es por mi culpa.

O la mía, L. No la invité personalmente.

Me siento como una estúpida.

Yo también.

Pero no había nada más que decir, porque justo en ese momento Amma apareció, trayendo el puchero de judías verdes.

—Está bien. Es hora de dar gracias al Buen Dios y comer. —Se sentó y mi padre empujó la silla y ocupó su sitio. Todos unimos nuestras manos alrededor de la mesa y mi tía Caroline inclinó la cabeza para decir la oración de Acción de Gracias, como hacía siempre.

Pude sentir el poder de mi familia. Lo sentía de la misma forma que cuando me uní al Círculo Caster. A pesar de que Lena y Macon eran los únicos Caster aquí, seguí notándolo. El zumbido de nuestra propia clase de poder, en vez del de los cigarrones que devoraban el pueblo o los Íncubos desgarrando el cielo.

Entonces también la escuché. En lugar de la oración, lo único que pude oír fue la canción, atronando en mi mente a tal volumen que pensé que la cabeza me iba a estallar.

Dieciocho Lunas, dieciocho muertes,

dieciocho acechan en su mente

el cielo bajo, la Tierra encima,

el Fin de los Días, y de la Guadaña las víctimas…

¿Dieciocho muertos? ¿Las víctimas de la Guadaña?

Cuando la tía Caroline dejó de rezar ya estaba listo para empezar.

Seis tartas después, la de nueces —y, cómo no, Amma— fueron declaradas ganadoras. Mi padre estaba cayendo en su habitual siesta pospavo en el sofá, encajonado entre las Hermanas. La cena se dio por terminada cuando todos estuvimos demasiado llenos como para sentarnos derechos en las duras sillas de madera.

Esta vez no comí tanto como de costumbre. Me sentía demasiado culpable. Sólo podía pensar en Liv, sentada sola en los Túneles el Día de Acción de Gracias. Fuera o no fuera fiesta para ella.

Lo sé.

Lena estaba en el marco de la puerta de la cocina, mirando hacia mí.

L, no es lo que piensas.

Lena se acercó hacia la encimera, donde estaban apilados los restos.

—Lo que pienso es que deberías envolver un trozo de la tarta de Amma y llevarla a los Túneles.

—¿Por qué querrías que hiciera eso?

Lena pareció avergonzarse.

—No comprendí cómo debía de sentirse hasta la noche en que Ridley lanzó el Hechizo de Furor. Sé lo que es no tener amigos. Debe de ser aún peor tenerlos y perderlos.

—¿Me estás diciendo que quieres que sea amigo de Liv? —No podía entenderlo.

Sacudió la cabeza. Pude ver lo difícil que resultaba para ella.

—No. Lo que estoy diciendo es que confío en ti. —¿Se trata de una de esas pruebas que los chicos no entendemos y nunca superamos?

Sonrió, tapando el resto de la tarta de nueces con papel de plata.

—Esta vez no.

Ni siquiera habíamos abierto la puerta principal cuando Amma nos detuvo.

—¿A dónde creéis que vais?

—Vamos a Ravenwood. Voy a llevarle a Liv un poco de tu tarta de nueces.

Amma trató de ponerme la Mirada, pero de alguna forma sólo me miró.

—¿Lo que quieres decir es que vais a bajar a los Túneles?

—Sólo para ver a Liv, lo prometo.

Amma acarició su amuleto de oro.

—Id directamente y volved. Y no quiero oír nada de Hechizos o fuegos, Vex o cualquier otro Demonio. Ni media palabra. ¿Me habéis entendido?

Siempre la entendía, incluso cuando no hablaba.

Lena levantó la trampilla recortada entre los tablones de la habitación de Ridley. Aún no podía creer que me dejara bajar ahí solo. Pero, claro, si podías sentir cuando tu novio pensaba en besar a otra chica, tampoco era un salto tan grande.

Lena me tendió la tarta.

—Estaré aquí cuando termines. Voy a echar un vistazo. —Me pregunté si habría vuelto a la habitación desde la noche en que encontramos a John. Sabía que Lena estaba preocupada por Ridley, especialmente ahora que no tenía poderes.

—No tardaré mucho. —La besé y bajé por los escalones que no podía ver.

Escuché sus voces antes de verlos.

—No estoy seguro de que esta sea una auténtica fiesta de Acción de Gracias sureña, ya que nunca he estado en una. Pero resulta bastante elegante, incluso con la comida congelada y todo eso. —Era Liv, y sonaba sospechosamente contenta.

No necesité escuchar la otra voz para saber quién era.

—Estás de suerte. Yo tampoco he tenido ninguna. Abraham y Silas no eran muy dados a las fiestas. Y luego está todo ese asunto de no necesitar comer. Así que no tengo nada con qué compararla.

John.

—¿Qué dices? ¿Es que no has tenido Halloween? ¿Navidad? ¿Día de Reyes? —Liv se estaba riendo, pero supe que era una pregunta sincera.

—Ninguna de ellas.

—Es una pena. Lo siento.

—No pasa nada.

—Así que esta es nuestra primera cena de Acción de Gracias. —Escuché su risa.

—Juntos —añadió él. El modo en que lo dijo me hizo sentir enfermo, como si hubiera comido demasiados trozos de tarta y luego repetido de pavo haciéndome un sándwich con él.

Asomé la cabeza por una esquina. Como suponía, John y Liv estaban inclinados sobre la mesa del estudio que Macon había acondicionado para ella. La mesa estaba dispuesta con dos velas y en ella había una alargada bandeja de aluminio de las que se usan para la comida a domicilio. Pavo. Me sentí fatal, especialmente después de la cena que Amma nos había hecho.

Liv estaba sosteniendo lo que parecía ser el mechero de John, tratando de encender las velas entre ellos.

—Tu mano está temblando.

—No, no es cierto. —Bajó la vista a su mano—. Bueno. Hace un poco de aire aquí abajo.

—¿Te pongo nerviosa? —John sonrió—. No pasa nada. No te lo tendré en cuenta.

—¿Nerviosa? Por favor. —Las mejillas de Liv se tiñeron de un familiar tono rosado—. No me asustas, si eso es lo que crees. —Se miraron durante un segundo.

—¡Ay! —Liv dejó caer el encendedor, agitando la mano. Debía de haberse quemado un dedo.

—¿Estás bien? Déjame ver. —John le agarró la mano, abriéndosela para poder ver sus dedos. Puso su mano sobre la de Liv, su enorme palma cubriendo la suya, más pequeña.

Liv se mordió el labio.

—Será mejor que la ponga en agua fría.

—Espera.

—¿Qué…? —Liv bajó la vista a sus manos. John movió la suya y ella la retiró, meneando los dedos—. Ya no me duele. Ni siquiera está roja. ¿Cómo lo has hecho?

John parecía avergonzado.

—Como dije, si toco a un Caster me llevo parte de su poder. No lo robo ni nada de eso. Simplemente sucede.

—Eres un Thaumaturge. Un sanador. Igual que Ryan, la prima de Lena. No la habrás…

—No te preocupes, no fue ella. La tomé de una chica con la que me topé. —No supe discernir si estaba siendo sarcástico o no.

El alivio asomó en la cara de Liv.

—Es asombroso. Ya lo sabes, ¿no es cierto? —Volvió a examinar su dedo.

—No sé nada. Excepto que soy un fenómeno de la naturaleza.

—No estoy muy de segura que la naturaleza tenga algo que ver en ello, ya que no hay otra persona como tú en todo el universo, hasta donde yo sé. Pero tú eres especial. —Lo dijo con tanta naturalidad, que estuve a punto de creerlo. Como si no estuviera hablando de John Breed.

—Soy tan especial que nadie me quiere a su lado. —Se rio, pero sonaba amargado—. Tan especial que hago cosas que no puedo recordar.

—En mi tierra a eso lo llamamos salir de parranda.

—He perdido semanas enteras, Olivia. —Odiaba la forma en que decía su nombre.

O-li-vi-a. Como si quisiera estirar cada sílaba y hacerla lo más larga posible.

—¿Te ocurre a menudo? —Ahora Liv sonaba curiosa, pero parecía que era algo más que los engranajes de su mente científica. Porque también sonaba triste.

Él asintió.

—Excepto cuando estaba en el Arco de Luz. No recuerdo nada de ahí dentro.

Carraspeé y entré en la habitación.

—¿En serio? Tal vez debamos encerrarte de nuevo en esa cosa. —Les había asustado. Me di cuenta porque la cara de John se volvió oscura, y el chico que había estado hablando con Liv desapareció.

—Ethan. ¿Qué estás haciendo aquí? —Liz parecía azorada.

—Te he traído un poco de la famosa tarta de nueces de Amma. Te echamos de menos en la cena. No pretendía interrumpir. —Salvo que lo había hecho.

Liv arrojó la servilleta en la mesa.

—No seas ridículo. No estás interrumpiendo nada. Simplemente estábamos aquí sentados, a punto de cenar unos dudosos trozos de gallina.

—¡Oye, que estás hablando de nuestra primera cena de Acción de Gracias, corazón! —John la sonrió y me miró fijamente.

Le ignoré.

—Liv, ¿crees que podrías ayudarme ahí fuera un momento?

Ella apartó la silla de la mesa.

—Adelante, Wayward.

Pude sentir los ojos de John clavados en mí cuando dejamos la habitación.

Corazón.

Agarré a Liv del brazo en cuanto estuvimos fuera del alcance de un oído de Íncubo.

—¿Qué estás haciendo?

—Tratando de tomar mi cena de Acción de Gracias. —Sus mejillas se sonrojaron, pero no se amilanó.

—Quiero decir, ¿qué estás haciendo con él?

Se soltó de mi brazo.

—¿Estás buscando algo en concreto? ¿Tienes algún motivo por el que sea necesaria mi presencia? —Habíamos recorrido la distancia hacia la Lunae Libri y desaparecido entre los estantes. Me fijé en cómo las antorchas se encendían a lo largo del muro, señalando el camino que habíamos recorrido. Liv cogió una de la pared.

—Por lo que yo sé, él sólo come Doritos.

—No lo hace. Estaba haciéndome compañía. Siendo… un amigo.

Me planté delante de ella, y dejó de andar.

—Liv. Él no es tu amigo.

Estaba enfadada.

—¿Entonces qué es? ¡Dímelo tú, ya que eres tan experto!

—No sé lo que es, ni lo que está haciendo, pero sé que no es tu amigo.

—¿Y qué te importa?

—Liv, podías haber venido hoy. Estabas invitada. Macon y Marian estaban allí. Querían que vinieras.

—Esa es toda una invitación. No puedo imaginar cómo me la he perdido.

Sabía que estaba dolida, pero no tenía idea de cómo arreglarlo. Debía haberla invitado personalmente.

—Quiero decir que todos queríamos que vinieras.

—Estoy segura de que tú sí. Tan segura como de que aún conservo los cardenales de la última vez que vi a Lena.

—El Furor era un hechizo. Y créeme, recibiste tanto como diste.

Se serenó.

—Sé que podía haber ido hoy a tu casa. Pero no pertenezco a vuestra familia. No pertenezco a ninguna parte. Y supongo que tampoco John. Después de todo, tal vez los Mortales y los Íncubos no sean tan distintos.

—Sí perteneces, Liv. Y no tienes que quedarte aquí abajo con él. No eres un monstruo.

Como él.

¿Ethan? ¿Va todo bien?

Lena me estaba buscando.

Sí, L. Estaré de vuelta en un minuto.

No hay prisa.

Era la forma de Lena de hacerme saber que no le importaba que hablara con Liv, consiguiera o no que Liv lo creyera. Yo mismo tampoco estaba seguro de creerlo.

Liv me estaba mirando.

—¿Qué estás haciendo aquí realmente? Porque estoy casi segura de que no es porque te preocupe mi vida social.

—Te equivocas. —Aún llevaba conmigo la tarta.

La cogió, abrió el papel de plata y cortó un trozo.

—Deliciosa. ¿Así que no hay nada nuevo que deba saber? —Cortó otro trozo. La tarta de Amma era una buena distracción.

—¿Qué sabes sobre la Rueda de la Fortuna?

Pareció sorprendida.

—Es curioso que lo preguntes. —Y de ese modo, el tema de la vida personal de Liv se cerró, y regresamos a su tema favorito.

—¿Por qué?

—He estado pensando en ella desde que encontramos la Temporis Porta. —Liv sacó su cuaderno rojo y lo abrió por una página hacia la mitad. Había un dibujo de tres círculos perfectamente formados, cada uno dividido en radios colocados de diferentes formas—. Esto es todo lo que pude recordar de la puerta.

—Parece correcto. ¿No dijiste que había algún tipo de código?

Asintió.

—No estoy segura, ya que abriste la puerta sin usarlos. Pero he estado buscando el símbolo en la biblioteca de Macon.

—¿Y?

Señaló el dibujo.

—El círculo repetido. Creo que tiene que ver con lo que llamas la Rueda de la Fortuna.

—¿Y la Temporis Porta?

—Eso creo. Pero hay algo que no logro entender.

—¿Qué es? —Que Liv no entendiera algo era mala señal.

—La puerta se abrió sola. Ni siquiera tuviste que tocar uno de sus círculos. No lo habría creído de no haberlo visto con mis propios ojos.

Recordé la áspera sensación de la puerta de madera de serbal bajo mi frente.

—Y yo no pude pasar por ella.

—Pero dijiste que no entendías por qué. —No estaba seguro a donde quería ir a parar.

—Lo que quiera que sea la Rueda de la Fortuna, creo que tiene algo que ver contigo, y no conmigo.

Dejé que lo creyera, pero sabía la verdad. Aún podía escuchar la voz de Amma resonando en mi cabeza.

La Rueda de la Fortuna nos aplasta a todos.