LEONOR PLANTAGENET

Una princesa extranjera en la corte castellana

(Cherburgo [Francia], 1160-Castilla, 1214)

El agua templada disipa las inflamaciones; las palabras dulces apaciguan la cólera.

Plutarco

Si no supiéramos que fue la madre de la reina Berenguela de Castilla y de la reina Blanca de Francia. Si no supiéramos que fue la abuela de Fernando III el Santo y de san Luis de Francia, y la bisabuela de Alfonso X el Sabio, podríamos creer que la existencia de Leonor Plantagenet había sido algo irreal, etéreo, como un sueño del que la historia no ha querido acordarse.

Sin embargo, la presencia de Leonor en el viejo y anquilosado reino medieval castellano significó la apertura a la nueva realidad europea. Leonor, educada en el ambiente más «progresista» del siglo XII, hija de Leonor de Aquitania, la mujer que en aquel tiempo encarnaba la modernidad, lo tenía todo para ser una buena reina. Vivió momentos cruciales de la historia. Contribuyó desde la sombra, de forma callada, al engrandecimiento de Castilla. Fue la esposa de Alfonso VIII, el vencedor de la batalla de las Navas de Tolosa.

Cuando Leonor llegó a Castilla contaba diez años. La boda con el rey Alfonso se celebró en Tarazona, y Tarazona fue el primer nombre que la joven inglesa aprendió en lengua castellana. Un nombre que siempre permanecería en su corazón porque allí conoció al que se iba a convertir en su marido y al que amó más que a nada en el mundo.

Leonor Plantagenet llegaba a Castilla de un mundo totalmente diferente. En Poitiers, donde la corte de sus padres se establecía durante varios meses al año, vivía inmersa en un ambiente artístico y cultural único. Su madre, Leonor de Aquitania, adoraba esta ciudad porque en ella se sentía querida y admirada en medio de sus cortes de amor, rodeada de poesía y de trovadores que cantaban su belleza.

No sabemos si la joven Leonor era aficionada a componer canciones y a tañer algún instrumento musical, pero sí se sabe que su hermano mayor Ricardo lo hacía. Porque Ricardo, el hijo más amado de Leonor de Aquitania, el mismo que con el paso del tiempo se convertiría en uno de los personajes más populares de la historia, Ricardo Corazón de León, componía con bastante éxito canciones para su madre y podría haberse convertido en un afamado trovador.

No, no debió de resultarle nada fácil a la joven Leonor adaptarse a la oscura y rígida corte castellana. Pero si añoraba su vida anterior nadie se percató de ello. Leonor se integró de una forma admirable en su nueva realidad. Sin duda el amor que sentía por Alfonso le ayudó a conseguirlo.

Después de su matrimonio no hubo más verdad para Leonor que Alfonso y Castilla. Al lado de su esposo trató de unir los reinos cristianos para luchar contra el Islam. Porque Leonor no precisó viajar —como había hecho su madre— a Tierra Santa para pelear contra los infieles ya que éstos vivían a su lado en la península Ibérica.

El primer baluarte musulmán que Leonor vio caer fue el de Cuenca. Tras largos meses de asedio la ciudad se rindió al ejército coaligado de Castilla y Aragón. Había tantos enfermos y heridos, y era tal la miseria, que lo primero que hizo Leonor fue mandar construir un hospital para los pobres. La orden de Santiago se encargó de él.

En Cuenca vivieron Alfonso y Leonor varios años y allí nació uno de sus hijos, que murió a los pocos días. Lo mismo que les iba a suceder a casi todos sus hijos varones.

Leonor sufrió con su esposo la derrota de Alarcos y junto a él se alegró de la victoria de las Navas. Los territorios musulmanes en la Península se habían reducido poco a poco… La sólida etapa de los omeyas pertenecía al pasado, aunque su huella permanecía imborrable.

Leonor se emocionó ante la belleza de Córdoba y de su Medina Azara —la ciudad palacio de los califas—, que todavía reflejaba el esplendor de otro tiempo. La desmembración del imperio califal en numerosos reinos de taifas había favorecido la ofensiva de los monarcas cristianos, que incrementaron sus incursiones en territorio musulmán.

Leonor animó al rey Alfonso en su intento de repoblar los asentamientos arrebatados a los musulmanes, juntos fundaron villas y ciudades, impulsando la vida municipal. En su reinado se creó en Palencia el primer Estudio General de España. Y fue ella, Leonor, quien convenció a Alfonso para construir en Castilla un gran monasterio.

En las afueras de Burgos se levantaron los más bellos edificios monásticos. Santa María la Real albergaría la espiritualidad femenina del Císter y también seria la última morada de Alfonso VIII y Leonor Plantagenet o de Castilla, como en seguida se la empezó a llamar.

Cuentan las crónicas que aquel 6 de octubre de 1214 Castilla lloró la muerte de uno de sus mejores reyes, y que Leonor, su esposa:

Entregose tan de lleno en los brazos del dolor, y éste le apretó de tal manera que le quitó la vida a los 26 días[1].

Mirando los sepulcros del rey Alfonso y de la reina Leonor, situados uno al lado del otro en el coro de la iglesia del Real Monasterio de las Huelgas de Burgos, es inevitable pensar en cuál habrá sido la verdad de sus vidas en la intimidad.

En siglos posteriores se difundió una historia que hablaba de los amores del rey Alfonso VIII con una judía de Toledo. Según los mismos, el monarca habría abandonado sus obligaciones de gobierno dominado por la pasión que la judía había despertado en él. Es probable que hubiera algo de cierto en esta leyenda, aunque no es menos cierto que puede ser una simple invención. Fuera como fuese, Leonor nunca dejó de apoyar a su marido y siempre permaneció a su lado.

Murieron a una edad bastante avanzada para su época: estaban cerca de los sesenta años y llevaban más de cuarenta y cuatro casados.

Alfonso VIII fue un buen rey de Castilla y Leonor contribuyó a ello. Alfonso confiaba en Leonor y ella nunca le falló. Aunque no creemos que resulte aventurado pensar que Leonor intentara en más de una ocasión convencer a su esposo para tratar de evitar una guerra. Porque aunque era hija de su tiempo, y, como buena normanda, estaba acostumbrada a que las discusiones tuviesen por escenario el campo de batalla, creía en la efectividad de otros medios para conseguir los acuerdos que por medio de aquélla al final, nunca se lograban.

Leonor pensaba que «un matrimonio conveniente soluciona muchos problemas» y decidió la unión de su hija Berenguela con Alfonso IX de León.

Cuando Roma anuló el matrimonio del monarca leonés con su prima Teresa de Portugal Leonor se apresuró a iniciar las gestiones. Lo más difícil consistió en conseguir la aprobación de su esposo. Alfonso no creía en aquel matrimonio porque Berenguela era sobrina segunda del monarca leonés, pero al final accedió. Y así, Berenguela se convirtió en reina de León.

Es curioso comprobar cómo esta decisión de la reina Leonor creó los lazos que más tarde unirían para siempre los reinos de León y Castilla. Porque aunque a los siete años la Iglesia anuló el matrimonio de su hija con el rey leonés, y Berenguela hubo de regresar a Castilla, en León se quedaron cinco hijos de Berenguela. El mayor de ellos, Fernando, convertiría en realidad los deseos de su abuela Leonor. Lo consiguió de una forma fácil, su madre Berenguela le había allanado el camino.

Los hechos se desarrollaron así: a la muerte de Alfonso VIII y Leonor el reino de Castilla pasó a Enrique, el único hijo varón que tenían, un muchacho de unos doce años que murió al poco tiempo en Palencia víctima de un desgraciado accidente mientras jugaba. Berenguela, tras el fallecimiento de su hermano, reclamó inmediatamente la corona para ella. Pero antes se había preocupado de que las dos hijas de Teresa de Portugal y su ex marido, Alfonso IX, rey de León, renunciaran a sus derechos al trono leonés a favor de su hijo Fernando.

Berenguela consiguió ser nombrada reina de Castilla e inmediatamente abdicó en su hijo.

La importancia que Berenguela tiene, en mi opinión, es que por primera vez hay una defensa del derecho de la mujer a reinar en Castilla. Berenguela, separada de su marido por una sentencia de la Iglesia, no tiene en estos momentos a quien transmitir la corona salvo a su hijo. Ella defiende mediante ese gesto el derecho a reinar y con el gesto inmediato siguiente, el derecho a renunciar a la corona en Fernando. Si pensamos que la actitud que Blanca toma en Francia en relación con San Luis es bastante semejante a ésta, no tenemos más remedio que darnos cuenta de que el papel de la reina Leonor tuvo que ser decisivo.

Es Leonor la que trae un viento nuevo a la historia castellana, una nueva concepción política, una nueva concepción de las relaciones entre hombre y mujer, de las relaciones entre reino e Iglesia.[2]

Alfonso VIII y su esposa Leonor consiguieron del papa Clemente III la exención de diezmos a la Iglesia para Santa María la Real, el convento que habían decidido construir en Burgos. También lograron la autonomía del monasterio en relación con el obispo.

Sea notorio a todos, así presentes como futuros, como yo, Alfonso por la gracia de Dios rey de Castilla y de Toledo, en uno con la reina Leonor mi mujer deseando conseguir en la tierra remisión de nuestros pecados y después en el cielo lugar con los santos, edificamos a honra de Dios y de su santa Madre este Monasterio. Y os lo damos a vos Misol, abadesa, y a todas vuestras hermanas presentes y futuras para que sea perpetuamente por vosotros disfrutado.[3]

Con estas palabras, el rey de Castilla, Alfonso VIII, entregaba a la rama femenina del Císter el monasterio de Santa María, que contaba con jurisdicción señorial sobre las villas de su dominio, incluidos los habitantes. Y todo el poder estaba en manos de la abadesa.

En algunos textos se alude a ellas, a las abadesas de Santa María de las Huelgas, como «señoras de horca y cuchillo» sobre más de un centenar de villas. Las abadesas nombraban alcaldes, jueces y confesores.

De haberse producido un fenómeno similar en nuestros días lo calificaríamos de revolución femenina, pero en aquel tiempo no dejaba de ser una manifestación más del sistema feudal. Generalmente sólo tenían acceso a los cargos abaciales las mujeres de la alta nobleza.

La reina Leonor, con la consagración de Santa María, había conseguido convertir en realidad un viejo sueño: disponer en Castilla de un monasterio similar al de Fontevrault. De niña había acudido muchas veces a aquella abadía con su madre.

Es seguro que el día que entregaron Santa María a la abadesa doña Misol, Leonor volvió a escuchar la voz de su madre, mezclada con la voz de su marido, cuando emocionada al llegar a Fontevrault decía:

He venido a Fontevrault, conducida por Dios, y con el corazón lleno de emoción, he aprobado, concedido y confirmado todo aquello que mi padre y mis antepasados han donado a Dios y a la iglesia de Fontevrault.[4]

Fontevrault era el único lugar donde su madre conseguía encontrar un poco de sosiego. Allí quiso que discurrieran los últimos años de su complicada vida. Leonor quiso que Santa María se convirtiera en la última morada para toda su familia, igual que la abadía de Fontevrault, donde reposan los cuerpos de su madre, Leonor de Aquitania, de su padre, Enrique II de Inglaterra y de su hermano Ricardo Corazón de León. En Fontevrault, como en Santa María la Real, el poder estaba en manos de una abadesa.

Teniendo en cuenta toda esta serie de coincidencias resulta bastante elocuente el deseo de Leonor de seguir el ejemplo de su madre.

Los historiadores muchas veces nos preguntamos: ¿cuál es la coincidencia y la diferencia que hay entre la madre y la hija? Yo quiero pensar que se trata de mitad y mitad. Hay una diferencia en cuanto a la dulzura, la prudencia, la eficacia de la joven reina de Castilla, pero también hay una clara coincidencia en el talante político, aunque Leonor de Castilla tuvo la gran ventaja de contar con un marido capaz de hacer las cosas tal y como ella imaginaba que se hicieran.[5]

Leonor Plantagenet o de Castilla fue una digna hija de Leonor de Aquitania y una madre ejemplar que supo inculcar en sus hijas el sentido del deber y el valor de la ejemplaridad, y así ver colmadas sus aspiraciones en Berenguela, que fue reina de Castilla; en Blanca, reina de Francia; en Urraca, reina de Portugal, y en Leonor, reina de Aragón. Todas cumplieron la misión encomendada y sacrificaron sus vidas para alcanzar unos acuerdos, una deseada paz. Sólo una de sus hijas buscó su paz personal. Constanza renunció al mundo e ingresó como monja cisterciense en Santa María la Real. Pasado cierto tiempo estaría al frente del monasterio, ostentando el mismo poder que un día Alfonso otorgó a doña Misol, primera abadesa de Santa María.

Es curioso observar cómo en determinadas épocas de la historia el convento supuso el más seguro reducto donde las mujeres podían disfrutar de una mínima libertad para estudiar, componer música o librarse de un horrible matrimonio.

En la sociedad de finales del siglo XII y comienzos del XIII, en la que vivió Leonor, poco se sabe de las condiciones de vida de las mujeres. Además, en aquel tiempo convivían en la península Ibérica mujeres judías, cristianas y árabes y es posible que las diferentes culturas y religiones condicionaran sus vidas, pero lo que sí puede afirmarse es que todas ellas estaban sometidas al dominio de los varones y eran consideradas inferiores a ellos por su naturaleza. En el caso de las mujeres judías, al no aceptar su religión el monacato, resulta evidente que sus posibilidades de acceso a la cultura eran escasas, ya que el ingreso en el convento fue utilizado en muchas ocasiones como puerta de acceso a la cultura:

Desconocemos muchos datos de la vida de las mujeres en esta época, pero en el estado actual de conocimientos efectivamente sí podemos entrever que la vida de mujeres musulmanas, judías y cristianas, en un ámbito bastante parecido, pues forzosamente también tenía una serie de influencias similares y de vida muy parecida. Ahora bien, da la impresión, por los datos que conocemos, de que sin embargo las mujeres cristianas, al menos potencialmente, tenían algo más de libertad. Hay un ejemplo importantísimo en el problema de la transmisión de propiedad, de la transmisión del patrimonio. Las mujeres cristianas y las islamistas transmiten el patrimonio, pero en la tradición cristiana está prohibido el matrimonio entre parientes, es decir, que las mujeres cristianas deben casarse, está fomentado por la tradición religiosa, fuera del ámbito familiar y se necesita una dispensa especial para que pueda hacerlo, por ejemplo el matrimonio entre primos. Mientras que en el Islam es obligatorio que las mujeres se casen dentro del ámbito familiar y por lo tanto la capacidad de elección es mínima.[6]

Ciertamente, el abanico de posibilidades era un poco más amplio pero en la mayoría de los casos las mujeres no podían elegir. Así le había sucedido a Leonor; a los diez años fue enviada a un país lejano para casarse con un rey al que no conocía. Decidieron por ella. Su madre sabía lo que convenía a la corona inglesa y ella como princesa tenía la obligación de obedecer. Leonor sabía muy bien cuál era su papel en la vida y también era consciente de que podía haber sido enormemente desgraciada, aunque afortunadamente en su caso no fue así; y la desgracia de que Dios no le hubiera querido dar hijos varones fuertes se vio compensada con unas hijas extraordinarias.

Fueron pasando los años. Hace tiempo que Alfonso y Leonor han dejado este mundo… Un día en Santa María la Real se celebraron las bodas de una biznieta suya. La joven se llama Leonor, como su bisabuela, y se casa con Eduardo I de Inglaterra.

Desde su sepulcro en Santa María Leonor tal vez pensó en lo caprichoso que a veces puede resultar el destino. Ella, princesa de Inglaterra, se había convertido un día en reina de Castilla. Había traído como dote el condado de Gascuña… Ahora, una infanta de Castilla se convertía en reina de Inglaterra. Se llamaba como ella, Leonor, y además llevaba como dote el condado de Gascuña.

Leonor a buen seguro se alegró de aquella unión, aunque en el fondo debió de sentirse confusa, era como si su vida hubiese sido un sueño. Inglaterra recuperaba lo que le pertenecía: Leonor y Gascuña. Pero el sepulcro de Alfonso a su lado le devolvió a la realidad.

Alfonso había sido su referencia en la vida y también lo era en la muerte. Leonor siempre había sido consciente de que si alguna vez la historia se acordaba de ella sería por haber sido esposa de Alfonso VIII. Y no le importó, porque, aunque había asumido que su misión en la vida era estar en la sombra al lado de su marido, siempre defendió sus ideas y nunca dejó de ser ella misma. Y porque, además, sabía que sin ella el rey Alfonso VIII y Castilla no hubieran sido lo mismo.

Tal vez a Leonor le hubiese gustado escuchar lo que de ella escribió su biznieto Alfonso X el Sabio:

¡Doña Leonor reina de Castilla! Esposa bien amada de Alfonso VIII. De esta noble reina doña Leonor departe aún la Historia; y dice que fue palanciana de sus bienes y de sus noblezas y asosegada y muy hermosa y muy mercendera contra las órdenes y muy limosnera contra los pobres de Dios; muy amable a su marido el Rey, y muy honradera a todas las gentes de cada uno de sus Estados. ¡Quién podría contar las noblezas y los compridos bienes que en ella había![7]