EN DEFENSA DE QUINTO LIGARIO

1 1 Una acusación inédita, Gayo César, y que hasta el día de hoy no se había oído ha presentado ante ti mi pariente Quinto Tuberón[1]: que Quinto Ligario estuvo en África, y este dato Gayo Pansa[2], una persona de talento notable, confiando quizá en el trato familiar que mantiene contigo, ha tenido la audacia de confesarlo; así que no sé adonde orientarme.

En efecto, puesto que tú no habías podido enterarte de esto por ti mismo ni escucharlo de labios de otro, había venido con la intención de aprovecharme de tu ignorancia con miras a la salvación de un hombre malaventurado. Pero ya que gracias a la diligencia del adversario ha quedado al descubierto lo que estaba oculto, debo confesarlo, me parece, sobre todo después de que mi íntimo Pansa ha logrado que el asunto ya no permanezca sin tocar, y, excluyendo el debate, todo mi discurso ha de confiarse a tu misericordia, gracias a la cual muchos se han salvado, porque consiguieron de ti no la absolución de su culpa, sino el perdón de su yerro[3].

2 Así pues, tienes, Tuberón, lo que es más apetecible para un acusador, un reo que confiesa; ¡pero cuidado!, que confiesa sólo que estuvo en el mismo bando que tú, que un personaje digno de toda clase de elogios, tu padre. Por consiguiente es obligado que hagáis confesión de vuestra falta antes de censurar alguna culpa de Ligario.

Veamos[4]. Quinto Ligario, en un momento en que no había el menor barrunto de güeña, marchó a África como legado de Gayo Considio, cometido en el que se hizo a tal extremo apreciable, así para los ciudadanos como para los provinciales, que, al marcharse Considio de la provincia, no podía contentar a la población si llegaba a dejar al frente de ella a otro cualquiera[5].

Así que Ligario, como no habría adelantado nada rehusando durante mucho tiempo, hubo de aceptar, a su pesar, el mando, al frente del cual estuvo durante la paz con tanto acierto que su integridad y lealtad fueron gratísimas en igual medida a los ciudadanos que a los provinciales.

3 Estalló de improviso una guerra que los que se hallaban en África oyeron que se estaba librando antes de oír que se estuviera preparando. Al enterarse de ella, parte por ambición irracional, parte por una especie de temor ciego, buscaban un guía, primero de su salvación, después incluso de su bandería, mientras que Ligario, que no perdía de vista su patria, que ansiaba regresar con los suyos, no permitió que se le implicase en ningún asunto.

En el ínterin Publio Atio Varo, que en un tiempo había obtenido África en su calidad de pretor, llegó a Útica[6]. Al instante la gente se precipitó a su encuentro, y él, con ambición no pequeña, le echó mano al gobierno, si podía ser gobierno aquello que se entregaba a un particular a consecuencia del griterío de una multitud ignorante, sin ningún acuerdo oficial.

De esta manera, Ligario, que pretendía evitar cualquier asunto como aquél, halló un cierto sosiego con la llegada de Varo.

2 4 Hasta el momento, Gayo César, Quinto Ligario está libre de toda culpa. Salió de su patria, no ya hacia ninguna guerra, sino ni siquiera hacia el mínimo presentimiento de guerra. Habiendo partido como legado en tiempo de paz, se comportó de tal modo en una provincia sumamente pacificada que le[7] conviniera que hubiera paz. Su partida, sin duda, no debe herir tu ánimo. ¿Por ventura, entonces, su estancia? Mucho menos, pues su partida supuso una intención nada vergonzosa; su estancia, incluso, una obligación honorable.

Por consiguiente, están exentos de culpabilidad estos dos trances: uno, cuando partió como legado; el otro, cuando, tras ser requerido insistentemente por la provincia, fue puesto al frente de África.

5 El tercer episodio, el que permaneciera en África después de la llegada de Varo, si es imputable, es una infracción propia de la necesidad, no de una intencionalidad. ¿O es que, si hubiera podido evadirse de allí de algún modo, habría preferido estar en Úrica en vez de en Roma, con Publio Atio en vez de con sus amadísimos hermanos, con extraños en vez de con los suyos? Teniendo en cuenta que su propia labor como legado había estado llena de nostalgia e inquietud debido a su increíble amor por sus hermanos, ¿pudo mi defendido permanecer con ánimo sereno arrancado de sus hermanos por el desgarramiento de la guerra?

6 Así pues, César, hasta ahora no tienes en Quinto Ligario señal alguna de una voluntad desafecta a tu persona. Observa, te ruego, con qué buena fe defiendo su causa: pongo en evidencia la mía. ¡Oh clemencia admirable y digna de ser embellecida con el elogio, con la alabanza universal en escritos y monumentos! Marco Cicerón defiende ante ti que otro no ha estado en la disposición de ánimo[8] en la que confiesa que estuvo él precisamente y no teme tus reflexiones íntimas ni aguarda con miedo qué te va a venir a las mientes sobre él cuando le escuches refiriéndose a otro.

3 Nota cuán poco miedo siento; fíjate qué resplandor de tu generosidad y sabiduría surge ante mis ojos mientras hablo en tu presencia. Me esforzaré con mi voz cuanto pueda para que el Pueblo Romano no pierda una palabra de esto.

7 Comenzada la guerra, César, reñida incluso en buena parte, sin ser obligado por fuerza alguna marché siguiendo mi criterio y voluntad en dirección a aquellas armas que se habían levantado contra ti. ¿Ante quién, entonces, estoy diciendo esto? Justamente ante alguien que, a pesar de estar en conocimiento de aquello, me devolvió, sin embargo, a la República antes de verme; que me envió cartas desde Egipto: que continuara siendo el que había sido. Quien, a pesar de ser cabalmente el único triunfador en todo el imperio del Pueblo Romano, toleró que yo fuera otro[9]; por quien, llevándome el aquí presente Gayo Pansa esa noticia en persona, conservé los fasces laureados que se me habían concedido mientras consideré que debían conservarse; quien, en fin, creyó que me concedía la salvación sólo entonces, si me la concedía sin ser despojada de ninguno de sus atributos.

8 Observa, por favor, Tuberón, cómo yo, que no vacilo en hablar de mi conducta, me atrevo a hacerlo de la de Ligario.

Y he expuesto estos detalles acerca de mi persona con la finalidad de que Tuberón me perdone cuando diga lo mismo sobre él. Yo aplaudo su laboriosidad y sus éxitos, bien por nuestro parentesco cercano, bien porque me complazco en su inteligencia y aficiones, bien porque entiendo que el elogio a un joven pariente redunda también en un cierto provecho para mí. Pero lo que pregunto es lo siguiente: ¿quién opina que es un motivo de acusación haber estado en África? Casualmente uno que quiso también estar en la misma provincia y se queja de que fue rechazado por Ligario; y que, por cierto, marchó armado confía el propio César. ¿Qué hacía, sino, Tuberón, en la batalla farsálica aquella espada tuya desenvainada? ¿El costado de quién buscaba su punta? ¿Cuál era el sentido de tus armas? ¿Cuál tu mente, tus ojos, tus manos, el ardor de tu ánimo? ¿Qué ansiabas, que apetecías?

Estoy presionando demasiado. Me parece que el joven se está emocionando. Volveré a mi caso. Estuve en las mismas anuas.

4 10 En realidad, ¿qué otra cosa pretendimos, Tuberón, sino el que pudiéramos nosotros lo que ahora puede el que preside[10]? ¿Te incitarán, entonces, a la dureza, César, las palabras de aquellos mismos cuyo perdón supone un elogio de tu clemencia?

Y en esta causa. Tuberón, echo en falta ciertamente, no ya tu prudencia, sino mucho más la de tu padre, porque un hombre que destaca no sólo por su inteligencia, sino por sus conocimientos, no ha visto qué tipo de proceso[11] era éste; pues, si lo hubiera visto, habría preferido sin duda que se llevase por tu parte de cualquier otro modo que de éste. Acusas al que confiesa. No es suficiente. Acusas a alguien que sostiene una causa, o bien, como yo mantengo, mejor que tú, o, como tú pretendes, igual[12].

11 Lo anterior es sorprendente, pero lo que voy a decir es rayano en lo monstruoso. No tiene esta demanda la pretensión de que Quinto Ligado sea condenado, sino de que sea ejecutado. Esto no lo ha hecho ningún ciudadano romano antes que tú. Tales costumbres son extranjeras, o de los volubles griegos o de los feroces bárbaros. Porque, ¿qué otra cosa buscas? ¿Que no se quede en Roma, que carezca de hogar, que no viva con sus excelentes hermanos, ni con este tío suyo, Tito Broco, ni con el hijo de éste, su primo, ni con nosotros, que no esté en su patria? ¿Acaso está, acaso puede carecer de todas estas cosas más de lo que carece? Se le rechaza de Italia, está exiliado. Por tanto, tú no quieres privarle de su patria, de la que carece, sino de su vida.

12 Pero cosa tal, ni siquiera bajo aquel dictador que castigaba con la muerte a quienes odiaba nadie lo ha intentado de semejante manera. Aquél en persona ordenaba que fueran ejecutados, sin ningún demandante; lo estimulaba con recompensas. Sin embargo tal crueldad fue vengada algunos años después por este mismo que tú pretendes ahora que sea cruel[13].

5 «Pero yo no reclamo eso», dirás. Así lo creo, por Hércules, 5 Tuberón, pues te conozco, conozco a tu padre, conozco vuestra casa y nombre; los afanes de vuestro linaje y vuestra familia por la virtud, la humanidad, la cultura y por numerosas (y las mejores) artes, me son conocidos.

13 Por lo tanto sé de cierto que no buscáis sangre. Pero reflexionáis poco, porque vuestra conducta sugiere que no parecéis estar contentos con el castigo que está sufriendo hasta ahora Quinto Ligario. Porque, ¿qué otro hay salvo la muerte? Pues si está en el exilio, como está, ¿qué más reclamáis? ¿Tal vez que no sea perdonado? Pero eso es mucho más amargo y mucho más cruel. ¿O es que lo que pedimos nosotros con ruegos y lágrimas, postrados a sus pies, confiando no tanto en nuestra causa como en la humanidad de este hombre, lucharás por que no lo consigamos, irrumpirás en nuestro llanto y echados a sus pies nos privarás de nuestras palabras de suplicantes?

14 Si cuando estábamos haciendo en su casa[14] lo que hicimos, (y, como espero, no en vano), tú te hubieras precipitado de repente y hubieras comenzado a gritar: «¡Gayo César, cuida, no te fíes, no perdones, ojo, no te compadezcas de unos hermanos que imploran por la salvación de su hermano!», ¿acaso no te habrías despojado de toda humanidad? ¡Cuánto más cruel que lo que pretendimos en su casa sea atacado por ti en el Foro y que en medio de tal desgracia de tantos sea eliminado el refugio de su misericordia!

15 Diré con toda claridad lo que pienso, César. Sí en tu buena estrella, tan formidable, no cupiese una indulgencia de igual medida, que conservas gracias a ti, gracias a ti, insisto, (sé de qué estoy hablando), esa tu victoria redundaría en la tristeza más amarga. ¡Cuántos entre los vencedores, en efecto, habría que desearían que fueses cruel, cuando se les encuentra incluso entre los vencidos! ¡Cuán numerosos quienes, como desean que no perdones a nadie, impedirían tu clemencia, cuando aquellos a los que perdonaste no quieren que seas misericordioso con otros!

16 Pero aun en el caso de que pudiéramos hacer creer a César que Ligario no estuvo en África en absoluto, de que con una mentira honesta y piadosa pretendiéramos llevar la salvación a un ciudadano desventurado, así y todo no sería humano en un trance y peligro tan grave de un ciudadano refutar y rebatir nuestra mentira, y, si le correspondiera a alguien, no sería, desde luego, a quien hubiera estado en el mismo bando y fortuna.

Pero, de cualquier modo, una cosa es no querer que César se equivoque, otra no querer que se apiade. En el primer caso dirías: «César, no te lo creas, estuvo en África, llevó sus armas contra ti». ¿Ahora qué dices? «No le perdones.» Esas palabras, ni son de un hombre ni para un hombre. Quien las utilice ante ti, Gayo César, arrojará lejos de sí su humanidad antes de lograr arrancarte la tuya.

6 17 Y bien, la primera intervención e instancia de Tuberón fue, me parece, en estos términos: que quería hablar sobre el crimen de Quinto Ligario[15]. No dudo de que te extrañaste de que o nadie lo hiciera sobre ningún otro o de que fuera uno que estuvo en la misma causa, o de qué crimen nuevo denunciaba[16].

¿«Crimen» llamas tú a aquello, Tuberón? ¿Porqué? Pues tal causa ha estado lejos hasta ahora de semejante nombre. Unos lo llaman error; otros, temor; otros más severos, esperanza, ambición, odio, obstinación; los más rigurosos, temeridad; crimen, excepto tú, hasta ahora nadie. Y a mí concretamente, si se me requiere un nombre apropiado y auténtico de nuestro mal, me parece que una especie de calamidad fatal[17] cayó e invadió las mentes desprevenidas de unos hombres; de modo que nadie debe extrañarse de que los planes humanos hayan sido desbordados por la ineluctable voluntad divina[18].

18 Permítasenos ser desdichados; aunque con éste vencedor no podemos serlo. Sin embargo no estoy hablando de nosotros. Estoy refiriéndome a aquellos que murieron (hayan sido ambiciosos, hayan sido iracundos, hayan sido contumaces), pero de la acusación de crimen, de enajenación, de parricidio, permítasele que carezca a Gneo Pompeyo, muerto, permítase a otros muchos. ¿Cuándo oyó alguien de tus labios eso, o bien qué otra cosa buscaron tus armas sino rechazar de ti un ultraje? ¿Qué pretendió tu ejército invicto, sino salvaguardar su derecho y tu dignidad[19]? ¿Qué? Tú, cuando anhelabas que hubiese paz, ¿acaso pretendías reconciliarte con los criminales o con la gente de bien?

19 La verdad es que por lo que a mí respecta, César, tus enormes servicios a mi persona no me parecerían, francamente, tan valiosos si creyera que había sido salvado por ti como un criminal. Porque, ¿cómo podrías haber prestado tan buenos servicios a la República si hubieras querido que tantos criminales quedasen con su dignidad incólume?

Escisión consideraste tú aquello, César, al principio; no guerra ni odio de enemigos, sino desunión de ciudadanos, deseando unos y otros una República sana y salva, aunque apartándose del bien común, parte por ideas, parte por intereses. La dignidad de los jefes era casi igual, tal vez no igual la de sus partidarios; la buena causa en aquel entonces, en la incertidumbre[20], porque había algo en ambos bandos que podía ser aceptado. Hoy en día, ha de considerarse mejor aquella a la que hasta los dioses ayudaron[21]. En cualquier caso, una vez conocida tu clemencia, ¿quién no aceptará una victoria en la que nadie ha muerto sino con las armas en la mano[22]?

7 20 Pero, por dejar la causa común, vayamos a la nuestra. ¿Se te antoja, a fin de cuentas, Tuberón, que le fue más fácil a Ligario salir de África que a vosotros no ir a África? «¿Acaso podíamos —alegarás— habiéndolo decidido el Senado?» Si pides mi opinión, de ninguna manera; pero en todo caso, el Senado mismo había nombrado legado a Ligario. Es más, él obedeció en un momento en el que era obligado obedecer al Senado, Vosotros obedecisteis cuando nadie obedeció si no quiso. ¿Os lo estoy censurando? En absoluto, desde luego, pues no se le permitía otra cosa a vuestro linaje, nombre, familia, principios[23], Pero lo que no admito es que de lo que os jactáis en vuestro caso, eso mismo lo censuréis en el de otros.

21 El cargo de Tuberón fue sacado a suerte en virtud de un senadoconsulto, a pesar de no hallarse presente, incluso estando imposibilitado por una enfermedad. Tenía decidido rehusar. Estoy al comente de estos detalles por todos los lazos que me unen con Lucio Tuberón: instruidos bajo un solo techo, camaradas de milicia, después parientes, íntimos a lo largo de toda la vida, añadiéndose un gran vínculo, el de que siempre cultivábamos las mismas aficiones.

Sé que Tuberón habría querido quedarse en su patria. Pero algunos lo presionaban tan duramente, le ponían delante el muy sagrado nombre de la República con tanta insistencia que, aunque su postura era otra, así y todo no pudo resistir la presión 22 de esas mismas personas. Se plegó a la autoridad de un personaje de categoría, o, mejor dicho le obedeció. Partió a la par que aquellos cuya situación era par. Viajó con gran lentitud; así que llegó a una ya ocupada África. De aquí nace la acusación, o, más exactamente, su animosidad hacia Ligario. Y es que, si es un delito haberlo deseado, no lo es de menos importancia que vosotros hayáis deseado conseguir África, (bastión de todas las provincias, nacida para llevar la guerra contra esta ciudad[24]) que el que alguien se os haya adelantado. Y con todo ese alguien no fue Ligario. Varo declaraba que él 23 tenía el mando. Al menos tenía las fasces. Pero de cualquier modo que se vea aquello, ¿qué valor posee esta querella vuestra, Tuberón? «No fuimos admitidos en la provincia.» ¿Qué si lo hubierais sido? ¿Es que tenías el propósito de entregarla a César, o el de retenerla en su contra?

8 Fíjate, César, qué libertad nos concede tu liberalidad, o, más bien qué osadía. Si respondiera Tuberón que su padre estuvo dispuesto a entregarte África, adonde le había enviado el Senado y el sorteo, no dudaré en censurar sus intenciones en los términos más duros delante de ti precisamente, a quien interesaba que hiciera aquello, pues, aunque tal hecho te habría resultado favorable, ni aun así habría merecido tu aprobación.

24 Pero ahora dejo a un lado todo eso; no maltrataré tus prudentísimos oídos más que para que no quede en el aire la idea de que Tuberón estuvo dispuesto a hacer lo que nunca pensó. Veamos; pretendíais llegar a una provincia, la única de todas especialmente hostil a esta victoria[25], en ella un rey poderosísimo enemigo para esta causa, unos ánimos desafectos, unas comunidades[26] importantes y sólidas. Pregunto: ¿qué tenías intención de hacer? Aunque, ¿voy a dudar de qué estabais dispuestos a hacer cuando veo qué hicisteis?

Se os impidió poner el pie en la provincia que os correspon25día, y se os impidió con gran afrenta. ¿Cómo lo encajasteis? La queja por la afrenta recibida, ¿ante quién la presentasteis? Ni que decir tiene, ante aquel siguiendo cuya autoridad habíais llegado a una alianza para la guerra. Porque si ibais a la provincia por la causa de César, una vez rechazados de la provincia, habrías acudido sin duda a él. Acudisteis a Pompeyo. ¿En qué consiste, entonces, la querella ante César, dado que acusáis a alguien por el que os querelláis de que se os impidió llevar la guerra contra César? Y en este punto justamente podéis por mi parte, si queréis, incluso mintiendo, jactaros de que estuvisteis dispuestos a entregar la provincia a César. Aunque se os impidió por parte de Varo y de algunos otros, reconoceré, a pesar de ello, que la culpa fue de Ligario, por haberos privado de la oportunidad de una acción tan gloriosa.

9 26 Pero observa, te lo ruego, César, la constancia de Lucio Tuberón, un hombre tan distinguido, la cual, aun en el caso de que yo particularmente le diera mi aprobación, como se la doy, no la mencionaría, sin embargo, si no hubiera sabido que tienes por costumbre elogiarla entre las que más; pues, ¿qué constancia tan grande se dio alguna vez en algún hombre? Digo constancia, no sé si llamarla mejor resistencia, porque, ¿cuántos habrían hecho eso, volver a ese mismo bando por el que no habían sido acogidos durante un enfrentamiento civil y hasta habían sido rechazados con crueldad[27]? Propio de un ánimo especialmente grande y de un hombre al que de la causa que había asumido y la postura a la que se ha comprometido ninguna afrenta, ninguna violencia, ningún peligro puede desalojarlo, 27 ya que, aunque todos los demás aspectos de Tuberón hubieran sido comparables con Varo, el prestigio, el rango de nobleza, el brillo, el ingenio, que no lo fueron en manera alguna, lo que voy a decir fue, sin duda, una superioridad por parte de Tuberón: el que con un mando legal por senadoconsulto había llegado a su provincia[28]. Repelido de allí, no a César, para no parecer resentido; no a su país, para no parecer incapaz; no a cualquier otro sitio, para no parecer que condenaba aquella causa que había seguido: se dirigió a Macedonia, al campamento de Gneo Pompeyo, hacia aquella facción por la que había sido rechazado con afrenta.

28 ¿Y bien? Como tal suceso no había conmovido en nada el ánimo de aquel al cual habíais acudido[29], permanecisteis en su bando con un entusiasmo, supongo, más tibio; sólo estabais en las trincheras, pero vuestros ánimos se alejaban de la causa. ¿O no es cierto que, como sucede en las guerras civiles —y no en vosotros en mayor grado que en los demás[30]—…?; pues todos estábamos poseídos por el afán de vencer. Sin duda fui siempre un promotor de la paz; pero para entonces, tarde. Era, claro, de locos meditar la paz mientras veías el campo de batalla.

Todos, repito, queríamos vencer; tú, especialmente, por supuesto, porque habías encaminado tus pasos a un lugar en el que te era forzoso morir si no conseguías vencer; aunque, tal como está la situación actual, no dudo de que antepones la salvación de ahora a la victoria de entonces.

10 29 Yo no estaría diciendo esto, Tuberón si o a vosotros os pesara vuestra constancia o a César su generosidad. Lo que pregunto ahora es si perseguís las ofensas a vosotros o a la República. Si a la República, ¿qué vais a responder acerca de vuestra perseverancia en aquella facción? Si a vosotros, ved de no equivocaros si pensáis que César iba a encolerizarse con vuestros enemigos, cuando ha perdonado a los suyos.

¿Por ventura, entonces, te parece que estoy sumido en la defensa de Ligario, que estoy hablando de su conducta? Todo lo que he dicho, quiero que se remita al único punto clave, o el de tu humanidad o el de tu clemencia o el de tu misericordia.

30 Muchas causas, indudablemente, llevé contigo mientras la razón de tu carrera política te retuvo en el Foro[31]; nunca, a decir verdad, con este sistema: «Perdonadlo, jueces. Erró, tuvo un desliz, no lo pensó; si alguna vez después de esto[32]…». Así suele actuarse ante un padre; ante los jueces: «No lo hizo; ni se le pasó por la cabeza; los testigos, falsos; la acusación, inventada».

Di, César, que tú eres un juez de la actuación de Ligario; indaga en qué filas militó. Me callo; no voy a sacar a colación ni siquiera lo que probablemente surtiría efecto ante un juez: «Partió como legado antes de la guerra, se quedó solo en tiempo de paz, sorprendido por la guerra; en ella misma, no cruel; todo tuyo en ánimo y disposición[33]».

Ante el juez así; pero yo estoy hablando ante un padre: «Erré, actué con temeridad, me arrepiento, me acojo a tu clemencia, pido indulgencia para mi falta, te ruego que se me perdone».

Si nadie lo ha impetrado, es arrogancia; si muchos, préstanos auxilio tú, el mismo que nos diste la esperanza; ¿o es que no 31 habrá motivo de esperanza en el caso de Ligario, cuando para mí hay ocasión, incluso, de suplicar en favor de otro? Aunque la esperanza de esta causa no está puesta en esta intervención ni en los desvelos de aquellos que, siendo allegados tuyos, te piden por Ligario.

11 En efecto, he visto y comprobado qué es lo que tenías en consideración por encima de todo cada vez que muchos se esforzaban por la salvación de alguien: que las causas de los que rogaban eran más valiosas a tus ojos que su rostro[34], y que no tenías en cuenta cuán allegado tuyo era el que te suplicaba, sino cuánto de aquel por el que se empeñaba.

Así que tú concedes tanto a los tuyos, es cierto, que a veces me parecen más dichosos los que disfrutan de tu generosidad que tú mismo, que les otorgas tantas mercedes. Sin embargo, veo, con todo y con ello, que ante ti las causas, como acabo de decir, tienen más importancia que las súplicas, y que te sientes conmovido por las de aquellos, sobre todo, cuyo dolor mientras te ruegan ves que es el más justificado.

32 Al salvar a Quinto Ligario causarás alegría, sin duda, a muchos de tus allegados, pero párate a considerar, por favor, como tienes por costumbre, lo siguiente: puedo presentarte a hombres de gran entereza, sabinos y muy estimados por ti[35] y a toda la región sabina, la flor de Italia y nervio de la República. Conoces perfectamente a sus hombres: advierte la tristeza y el dolor de todos los presentes; de este Tito Broco, acerca del cual no dudo de en qué grado lo estimas, estás viendo sus lágrimas y su aspecto lamentable, de él y de su hijo.

33 ¿Qué decir de sus hermanos? No vayas a pensar, César, que nos estamos ocupando de la condición civil[36] de una sola persona. Los tres Ligados han a ser mantenidos por ti en la ciudadanía o los tres han de ser desalojados de la ciudadanía. Cualquier destierro es para éstos más deseable que su patria, que su casa, que sus dioses penates, estando sólo aquél desterrado. Si obran como hermanos, si piadosamente, si con dolor, ¡muévante las lágrimas de éstos, muévate su piedad, muévate su amor fraternal! Prevalezcan aquellas palabras tuyas que te dieron la victoria: te oíamos decir, así, que nosotros considerábamos adversarios a todos los que no estuvieran con nosotros[37]; tú, tus partidarios a todos los que no estuvieran contra ti.

¿No ves entonces todo este esplendor, esta familia de los Brocos, a este Lucio Marcio, Gayo Cesecio, Lucio Corfidio[38], todos estos caballeros romanos que asisten aquí con la ropa cambiada[39], no sólo conocidos, sino estimados por ti? Estábamos irritados con ellos, los buscábamos; algunos hasta los amenazaban.

Consérvales, por tanto, a los tuyos los suyos, a fin de que en la misma medida que tus otras aseveraciones, así aquello se revele por completo veraz.

12 34 La verdad es que, si pudieras examinar a fondo la armonía entre los Ligarios, concluirías que todos los hermanos estuvieron contigo. ¿Acaso puede alguien dudar de que, si Quinto Ligarlo hubiera podido permanecer en Italia, se habría mantenido en la misma postura en la que se mantuvieron sus hermanos? ¿Quién es el que conoce la conformidad armoniosa y poco menos que confundida en esta casi identidad fraternal[40] que no opine que habría podido ocurrir cualquier cosa antes de que estos hermanos siguieran posturas y destinos divergentes?

Así pues, en voluntad todos estuvieron contigo; uno sólo fue arrebatado por la tempestad; el cual, aunque hubiera hecho esto premeditadamente, quedaría igual que aquellos a los que, a pesar de todo, quisiste que salieran indemnes.

35 Pero… que hubiera ido a la guerra, que se hubiera separado no sólo de ti, sino incluso de sus hermanos… están suplicándote estos tus partidarios. Ciertamente conservo en la memoria, porque participaba en todas tus actividades, qué clase de cuestor urbano fue Tito Ligario para contigo y tu dignidad[41]. Pero poco es que yo recuerde esto; espero que también tú, que nada sueles olvidar salvo las afrentas —tal condición es propia no sólo de tu espíritu, sino de tu carácter—, tú hagas memoria trayendo a las mientes algo sobre la gestión de cuestor de éste, también sobre algunos otros cuestores.

36 Pues bien, el aquí presente, Tito Ligario, quién a la sazón ninguna otra cosa buscó —evidentemente no adivinaba esta coyuntura—, sino que apreciaras que era afecto a tu persona y un hombre honrado, ahora trata de conseguir de ti, suplicante, la salvación de su hermano. Cuando, instigado por su lealtad, se la hayas concedido a ellos dos, habrás hecho el regalo de estos tres hermanos excelentes e irreprochables no sólo a ellos mismos y a las personas presentes, numerosas y de calidad, y a nosotros, allegados tuyos, sino, mejor aún, a la República.

37 Por tanto, lo que con un hombre muy noble y muy ilustre hiciste poco ha en la Curia[42], hazlo también ahora en el Foro con unos hermanos excelentes y muy estimados por toda esta concurrencia. Al igual que concediste aquél al Senado, de la misma manera da éste al Pueblo, cuyos deseos tuviste siempre en gran aprecio; y si aquel día fue para ti gloriosísimo, para el Pueblo Romano gratísimo, no dudes, César, te lo mego, en buscar siempre que puedas una loa similar a aquella gloria. Nada hay tan del gusto del pueblo como la bondad, ninguna de tus muchas virtudes es más merecedora de admiración y agradecimiento que tu 38 misericordia; porque los hombres no se acercan más a los dioses en ninguna faceta que en conceder la salvación a los hombres. Ni tu destino lleva nada más elevado que poder salvar al mayor número, ni tu natural nada mejor que el querer hacerlo.

La causa tal vez reclame un discurso más largo; tu carácter, desde luego, uno más breve. Por ello, como creo que es más provechoso que tú mismo, más que yo o cualquier otro, hables contigo, voy a finalizar aquí. Únicamente te haré notar que, si concedes la salvación a aquél, ausente, se la concederás a estos presentes.