EN DEFENSA DE GAYO RABIRIO PÓSTUMO
1 1 Si hay alguien, jueces, que opine que debe ser censurado Gayo Rabirio por haber confiado sus bienes, un patrimonio especialmente sólido y perfectamente constituido, al poder y el capricho de un rey, adscriba a su juicio no sólo mi parecer, sino incluso el de aquel mismo que los confió, y desde luego a nadie desazona más hondamente su decisión que a él mismo. Bien es verdad que obramos por lo común de tal forma que valoramos las decisiones por los resultados, y a quien le ha salido algo bien decimos que ha tenido mucha previsión; si lo contrario, que no ha meditado ni poco ni mucho; si hubiera existido en el rey lealtad, nada más juicioso que Postumo; como el rey le engañó, decimos que nada más insensato que él; al extremo de que ninguna otra cosa parece ser oficio de sabio sino la adivinación.
2 Pero como quiera que sea, si hay alguien, jueces, que opine que se debe reprobar aquella llamémosla esperanza infundada de Postumo, o conducta irreflexiva, o, por usar una palabra mucho más dura, temeridad, no voy a oponerme yo a su criterio[1], pero le ruego esto: que, al ver que las decisiones de este hombre han sido castigadas por la propia Fortuna tan cruelmente, no considere que ha de añadirse una dosis de inclemencia a las ruinas en las que ha sido él aplastado. Es suficiente no levantar a los hombres que han caído por su imprudencia; pero oprimir a los postrados, empujar a los que se precipitan, es ciertamente inhumano, sobre todo, jueces, teniendo en cuenta que le ha sido dada al género humano, podríamos decir por naturaleza, esta condición, la de que, si en alguna familia ha florecido por ventura alguna gloria, de ordinario los que son de esa estirpe, como los comentarios de la gente con frecuencia se detienen, para su recuerdo, en la virtud de sus mayores[2], la persiguen con gran ardor, puesto que no sólo Escipión imitó a Paulo en la gloria de la milicia, o su hijo a Máximo, sino incluso su hijo a Publio Dedo en el sacrificio de su vida y en la misma clase de muerte[3]. Que sean comparables las pequeñas cosas a las grandes.
2 3 Pues bien, siendo nosotros niños fue el padre de mi defendido, Gayo Curcio, un corifeo muy intrépido del estamento ecuestre y publicano de gran categoría, cuya capacidad mental en la gestión de los negocios no la habría reconocido tanto la gente si no se hubiera dado también en él una bondad increíble, al extremo de que al aumentar su patrimonio no parecía buscar una pre4sa para su avaricia, sino un instrumento para su generosidad. Nacido él de tal persona, aunque nunca llegó a ver a su padre, sin embargo, amén de por la naturaleza misma como guía, que tiene una enorme fuerza, debido también a las asiduas conversaciones con los de su casa, fue encaminado a la imitación de la vida paterna. Gestionó muchas cosas, contrató mucho, logró grandes cuotas de los arrendamientos públicos, concedió créditos a naciones, su actividad se desarrolló en buen número de provincias; se dedicó incluso a los reyes: a este mismo de Alejandría le prestó ya hace tiempo una gran suma. Y entretanto no cejó nunca en enriquecer a sus amigos, en asociarlos a su negocio, en darles participación, en potenciarlos con su patrimonio, apoyarlos con su crédito. ¿A qué seguir?: tanto por capacidad de raciocinio como por liberalidad llegó a reproducir la forma de vivir y la línea de conducta de su padre.
Mientras tanto, Ptolomeo, expulsado de su reino, llegó a Roma con planes fraudulentos, como dijo la Sibila y pudo apreciar Postumo. A aquel menesteroso y suplicante entregó este desdichado dinero a crédito, y no entonces la primera vez, porque le había hecho un préstamo cuando reinaba, en ausencia; y no sospechaba que efectuaba un préstamo con riesgo, porque para nadie resultaba dudoso que aquél sería repuesto en el trono por el Senado y el Pueblo Romano.
5 La cuestión es que en las concesiones y en los préstamos fue demasiado lejos y no comprometió sólo su dinero, sino hasta el de sus amigos; neciamente, ¿quién lo niega, o quién va a juzgar, ahora ya, bien concebido lo que ha resultado una catástrofe? Con todo, es difícil, lo que has acometido con grandes esperanzas no proseguirlo hasta el final.
3 Un rey era el suplicante, había solicitado mucho, prometía todo, hasta el punto de que Postumo estaba abocado a temer que perdería lo que había prestado si llegaba a poner fin a sus préstamos. Lo cierto es que nada había más zalamero que aquél, nada más bondadoso que éste, con lo cual más se arrepentía de haber empezado que de lo que le era permitido dejarlo.
6 De ahí nace aquel primer cargo. Sostienen que el Senado ha sido corrompido. ¡Oh dioses inmortales! ¿Es ésta aquella severidad de los tribunales, tan anhelada? Nuestros corruptores defienden su caso. Nosotros, los que hemos sido corrompidos, ¿no lo defenderemos? Así pues, ¿qué?, ¿voy a defender al Senado en este trance? Por supuesto que debo en cualquier circunstancia. Así lo ha merecido de mi parte ese estamento. Pero ni se discute tal cosa en este momento ni semejante problema está ligado a la causa de Postumo.
Aunque para los gastos del viaje, para aquella magnificencia del boato y el séquito regios el dinero fue proporcionado por Postumo y los documentos se firmaron en la quinta albana de Gneo Pompeyo cuando aquél se dispuso a marcharse de Roma[4], no tenía, sin embargo, el que lo daba la obligación de preguntar cómo lo emplearía el que lo recibía. Porque no hacía el préstamo a un ladrón, sino a un rey; y no a un rey enemigo del Pueblo Romano, sino a alguien cuya restauración veía que estaba encomendada al cónsul por el Senado; y no a un rey que pudiera ser ajeno a este imperio, sino a aquel con el que había visto que se sellaba un pacto en el Capitolio.
7 Pero si incurre en delito el acreedor y no el que ha hecho un uso perverso del dinero prestado, sea condenado el que fabricó la espada y la vendió, no el que mató con esa espada a un ciudadano. Por lo tanto, ni tú, Gayo Memio, debes hacer eso, el pretender que el Senado, a cuya autoridad te has plegado desde tu juventud, se vea envuelto en una infamia tan grave, ni yo defender algo que no es el objeto del litigio. Efectivamente, la causa de Postumo, cualquiera que sea, está separada del Senado; y si llego a demostrar que también está desvinculada de Gabinio, con seguridad no vas a tener nada que decir.
4 8 Es la causa esta que nos ocupa, «A donde haya ido a parar ese dinero», un cierto, por llamarlo así, pequeño apéndice de una causa juzgada y con sentencia condenatoria. Se le fijaron las indemnizaciones a Aulo Gabinio, pero no se dieron garantías, ni con los bienes pudo obtenerse una condición justa[5].
Ordena la ley Julia[6] reclamarlos de aquellos a los que haya ido a parar el dinero que haya cogido aquel que haya sido condenado. Si esto es una novedad en la ley Julia, del mismo modo que han sido incluidas muchas disposiciones de más severidad que en las leyes anteriores, y de más ética, que se incorpore sin dudar también la nueva práctica procesal. Pero si tal artículo ha sido 9 trasladado con el mismo número de palabras con el que figuraba, no ya en la ley Cornelia, sino incluso anteriormente en la ley Servilia[7]… ¡por los dioses inmortales!, ¿qué estamos haciendo, jueces, o qué practica ésta de procesos novedosos estamos incorporando a la administración del Estado? Y es que la práctica en cuestión era conocida, sin duda, de todos vosotros; pero, si la experiencia es el mejor maestro, para mí tiene que ser especialmente familiar: ejercí de acusador en los procesos por concusión, ocupé un escaño como juez, llevé a cabo la instrucción como pretor, defendí a muchos; ningún cometido que pudiera proporcionarme alguna posibilidad de aprender estuvo fuera de mi alcance. En esta situación, sostengo que nadie ha afrontado nunca un proceso «A donde haya ido a parar ese dinero» que no haya sido citado en la fijación de las indemnizaciones; pero en tal acto nadie era citado sino como consecuencia de declaraciones de testigos o de anotaciones de particulares o de la contabili10dad de las ciudades. Así que en la formulación de los cargos solían asistir quienes temían algo acerca de su persona, y, cuando eran citados, si lo consideraban conveniente, solían oponerse acto seguido a la acusación; pero si podían temer la odiosidad reciente de aquel momento[8], ejercían la contestación más adelante. Por haber obrado así, con frecuencia un buen número salieron airosos.
5 Mas esto es nuevo y jamás oído en absoluto hasta el momento presente: en el acto de las fijaciones[9] el nombre de Postumo no aparece por parte alguna. ¿En las fijaciones digo?… Hace bien poco vosotros mismos ocupasteis los escaños como jueces para Aulo Gabinio: ¿Por casualidad algún testigo nombró a Postumo?, ¿un testigo, entonces?, ¿quizá el acusador?, ¿acaso, en fin, durante todo aquel juicio oísteis el nombre de Postumo?
11 Por lo tanto, no sale Postumo taxativamente imputado de una causa que se ha sustanciado, sino que ha sido traído a rastras un único caballero romano como reo de concusión. ¿Basándose en qué anotaciones? Las que no fueron leídas en voz alta en el proceso de Gabinio. ¿En qué testigo? Por el que en ningún momento fue nombrado entonces. ¿A resultas de qué fijación de indemnizaciones? En lo que no se hizo ninguna mención de Postumo. ¿En virtud de qué ley? A la que no está sujeto[10].
En este punto, jueces, ya es cuestión de vuestra prudencia, de vuestra sabiduría. Debéis examinar atentamente qué exige vuestro decoro, no cuánto os está permitido; porque si lo que buscáis es qué se os permite, podéis eliminar de la ciudadanía a quien queráis. Una tablilla es la que os confiere la prerrogativa, oculta al tiempo la arbitrariedad, la conciencia de la cual nada hay por lo que alguien vaya a temerla si no teme más la propia.
¿En qué reside, entonces, la sabiduría del juez? En esto: en 12 sopesar no sólo qué puede, sino también qué debe, en tener presente no solamente cuánto se ha puesto en sus manos, sino al tiempo con qué límites se le ha confiado… Se te entrega una tablilla como juez… ¿En virtud de qué ley? De la ley Julia sobre los delitos de concusión. ¿Para aplicarla a qué reo? ¿A un caballero romano…? Pues bien, ese estamento no está sujeto a tal ley. «Por aquel artículo —argumenta— “a donde haya ido a parar ese dinero”.» Nada oíste contra Postumo cuando actuaste como juez de Gabinio, nada tras ser condenado Gabinio, cuando fijabas contra él las indemnizaciones… «Pero lo oigo ahora…» Así pues, Postumo es acusado en virtud de una ley de la que, no ya él personalmente, sino, más aún, todo su estamento está exento y libre.
6 13 En esta situación yo no voy a imploraros ahora a vosotros, caballeros romanos, cuyos derechos se atacan en un proceso, sino a vosotros, senadores, cuya lealtad a este estamento está siendo puesta en tela de juicio. La cual, ciertamente, no ya con anterioridad en numerosas ocasiones, sino hace poco en esta misma causa ha sido objeto de reconocimiento. En efecto, cuando al evacuar consulta el excelente y notabilísimo cónsul Gneo Pompeyo sobre esta misma cuestión surgieron algunas, realmente muy pocas, aunque crueles, opiniones, que proponían que los tribunos, los prefectos, los secretarios, todo el personal de los magistrados, quedaran sujetos a esta ley, vosotros, vosotros mismos, repito, y el Senado en gran mayoría, os opusisteis; y, si bien por aquel entonces, por culpa de los delitos de muchos se había inflamado aquel periodo hasta ser un riesgo para los inocentes, a pesar de ello, aunque no apagaseis el odio, no permitisteis que se arrimara a nuestro estamento una nueva hoguera.
14 Así que con esta disposición el Senado, ¿qué? Vosotros, caballeros romanos, ¿qué estáis dispuestos a hacer al cabo? Gayo Glaucia tenía por costumbre, hombre echado a perder, pero también perspicaz, aconsejar al pueblo que, cada vez que se hiciera leer una ley cualquiera, estuviera atento al primer renglón: si precisaba «el dictador, el cónsul, el pretor, el jefe de la caballería», que no se preocupase: sabía que nada iba con él; pero, si 15 decía «cualquiera a partir de esta ley», que se pusiera en guardia, no fuera a verse envuelto en alguna instrucción procesal nueva. Ahora vosotros, caballeros romanos, poneos en guardia. Sabéis que yo, surgido de vosotros, he enjuiciado todo siempre en vuestro beneficio. Nada de esto lo estoy diciendo sin una gran preocupación y un inmenso cariño por vuestro estamento. Cada cual se apega a unos hombres, a unas filas; yo siempre he estado apegado a vosotros. Os aviso, os prevengo, con el asunto y la causa intactos os notifico, pongo por testigos a todos los hombres y dioses: ahora que podéis, ahora que se os permite, procurad no crearos una condición más dura para vosotros y para vuestra clase que lo que pueda soportar. Se introducirá subrepticiamente esta ponzoña (creedme) más lejos de lo que os imagináis.
7 16 Al muy poderoso e ilustre tribuno de la plebe Marco Druso, que proponía una instrucción procesal nueva contra la clase ecuestre, «Si alguien hubiera recibido dinero por juzgar un caso», los caballeros romanos se opusieron abiertamente. ¿Qué? ¿Pretendían que tal cosa fuera lícita? De ninguna manera. Creían que semejante modo de obtener dinero no sólo era degradante, sino además impío. Y en todo caso, razonaban así: lo justo era que estuvieran sujetos a tales leyes quienes hubieran seguido aquella condición de vida de acuerdo con su propio parecer. Seduce el escalón más elevado de la vida pública, la silla curul, las fasces, los poderes supremos, las provincias, las dignidades sacerdotales, las ceremonias de triunfo, la misma imagen, en fin, entregada al recuerdo de la posteridad. Hay, junto a ello, también algún desasosiego y un cierto mayor temor a las leyes y los procesos.
17 «Nosotros jamás hemos despreciado tales privilegios —así razonaban, efectivamente—, pero hemos elegido esta vida tranquila y retirada, la cual, puesto que carece de honores, carece igualmente de preocupaciones.»
«Tú eres juez en virtud de idéntica ley que yo senador.» «Así es, pero tú pediste eso, yo soy obligado a esto. En consecuencia, que se me permita, o no ser juez, o no estar sometido a una ley para los senadores.»
18 ¿Vais a dejar escapar vosotros, caballeros romanos, esta facultad recibida de vuestros padres? Os exhorto a que no lo hagáis. Será arrastrada la gente a esta dase de juicios a causa no sólo de cualquier tipo de odio, sino de habladurías de los que quieren hacer mal, si no os guardáis.
Si en este instante se os anunciara que se iban a presentar propuestas en el Senado de que quedarais sometidos a unas leyes así, consideraríais que había que acudir corriendo a la Curia. Si la ley se presentase al Pueblo, volaríais hacia los Rostros[11].
El Senado quiso que vosotros estuvierais francos de tal ley, el Pueblo nunca os vinculó. Habéis acudido aquí sin ataduras, cuidad de que no os retiréis encadenados; porque, si para Póstu19mo ha resultado ser una trampa, que no fue ni tribuno, ni prefecto, ni acompañante de Gabinio desde Italia, ni su allegado, ¿de qué modo se defenderán de aquí en adelante quienes de vuestro estamento puedan estar envueltos en estas causas con nuestros magistrados?
8 «Tú —sentencia—, empujaste a Gabinio a que repusiera al rey.» No me permite ya mi sentido de la lealtad tratar con más dureza lo referente a Gabinio, pues a quien, acogido en amistad tras tan graves enfrentamientos, llegué a defender con el mayor empeño[12], no debo maltratarlo cuando está quebrantado. Si el ascendiente de Gneo Pompeyo no me hubiera devuelto a su amistad antes, ahora ya su situación me devolvería a ella.
20 Pero como quiera que sea, cuando te pronuncias así, que Gabinio se dirigió a Alejandría por instigación de Postumo, si es que no tienes confianza en la defensa de Gabinio, ¿te olvidas hasta de tu propia acusación? Gabinio sostenía que lo había hecho en interés del Estado, porque temía a la flota de Arquelao[13], porque suponía que el mar iba a estar plagado de piratas. Es más, aseguraba que la operación le había sido autorizada por una ley. Tú, su enemigo, lo niegas. Te excuso, y con más razón porque se ha pronunciado sentencia contra aquello.
21 Vuelvo, pues, al cargo y acusación tuyos, que andabas gritando que le habían sido prometidos a Gabinio diez mil talentos. Naturalmente, tuvo que encontrarse un instigador muy cariñoso para convencer a fuerza de ruegos a un hombre tan avaro como tú pretendes de no rechazar con excesiva energía doscientos cuarenta millones de sestercios.
Cualquiera que fuera la intención con la que Gabinio hizo aquello, desde luego lo hizo de acuerdo con la suya. Cualquiera que fuera la idea aquella, fue la de Gabinio. Si buscó la gloria, como él mismo sostenía, o, como tú pretendes, el dinero, lo buscó para sí. Mi defendido, no como acompañante de Gabinio ni de su comitiva, ni ateniéndose a la autoridad de Gabinio, con el que no tenía relación su cometido, sino a la del ilustre prohombre Publio Léntulo[14], que emanaba del Senado, no sólo con un propósito firme, sino con una esperanza no infundada había partido de Roma.
22 Pero fue intendente general del rey; y, mira por dónde, estuvo en la cárcel, también del rey, y casi le fue arrancada la vida. Sufrió además muchas penalidades que la arbitrariedad del rey, que la necesidad le obligaron a sufrir. La crítica por todo ello queda reducida a que entró en un reino[15], que se puso a disposición del poder de un rey. Si somos sinceros, una necedad, pues ¿hay algo más necio que el que un caballero romano viaje desde esta ciudad, un ciudadano, insisto, de esta República, que es la única por encima de todas y lo ha sido siempre, libre, a un lugar en el que hay que obedecer y servir a otro?
9 23 ¿Pero no voy a excusar yo a la postre a Postumo, un hombre con una formación escasa, por algo en lo que puedo ver que han caído los hombres más sabios? El hombre más sabio de toda Grecia por encima de cualquiera, sin ningún género de dudas, Platón, por culpa de la iniquidad de Dionisio, el amo de Sicilia, a quien él se había confiado, sabemos que se vio envuelto en los mayores peligros e insidias; que el docto varón Calístenes, compañero del Magno Alejandro, fue hecho matar por Alejandro; que Demetrio, famoso y eminente, además de por su gestión pública, que había llevado a cabo con gran brillantez en Atenas, también por su erudición, que era conocido ordinariamente como Falereo, en ese mismo reino egipcio, aplicándose un áspid a su cuerpo, quedó privado de la vida[16].
24 Confieso de plano que no puede darse nada más demente que trasladarse a sabiendas a ese lugar en el que vas a perder la libertad. Pero la necedad de tal acción misma la justifica ya una necedad anterior, que hace que este mal paso tan lleno de estulticia, el viajar a un reino, el confiarse a un rey, parezca que se ha dado sabiamente, si admitimos que no es tanto de necio crónico como de sabio con retraso, si se está en el atolladero por necedad propia, librarse por cualquier medio a su alcance.
25 Por ello, permanezca y sea firme lo que no puede moverse ni cambiarse; en lo cual los ecuánimes sostienen que Postumo mantenía esperanzas, los hostiles que incurrió en irresponsabilidad; también él por su parte confiesa que perdió la razón, porque prestó a un rey su dinero, el de sus amigos, añadiéndose un peligro grave de su propio patrimonio; si bien una vez emprendido y formalizado lo referido, hubo de soportarse aquello[17] para rescatar algún día a sí mismo y a los suyos.
Así que puedes echarle en cara tantas veces como quieras que fue vestido con palio, que portó algunos distintivos no de un hombre romano: cuantas veces refieras algo de ese tenor, otras tantas sostendrás una y la misma acusación, que mi defendido prestó dinero imprudentemente a un rey, que confió su propio patrimonio y su fama a la arbitrariedad de un rey.
26 Llegó a actuar con imprudencia, lo reconozco. Ya no podía modificarse por ningún medio lo hecho: o tenía que ser usado el palio en Alejandría para que le fuera posible ser togado en Roma, o toda su fortuna debía ser arrumbada, si pretendía conservar la toga.
10 Como elemento de goce y de placer, no ya a ciudadanos romanos, sino en concreto a jóvenes de la nobleza y también a algunos senadores nacidos de familia ilustre, no ya en sus jardines 27 o quintas, sino en Nápoles, una ciudad tan populosa † con el vestido… ser vistos †***[18] con frecuencia (a) aquel Lucio Sila en clámide, jefe supremo. Y de Lucio Escipión[19], que hizo la guerra en Asia y derrotó a Antíoco, podéis ver la estatua en el Capitolio, y no ya sólo con clámide, sino con zapatillas. La impunidad de éstos se dio no sólo de la parte de los tribunales, sino incluso de la de las tertulias.
Más fácilmente, desde luego, exculpará a Publio Rutilio Rufo[20] la justificación de la necesidad, quien, al haber caído bajo las garras de Mitrídates, eludió la crueldad del rey contra los que visten toga con el cambio de vestimenta. Así que aquel Publio Rutilio, que fue para nuestra gente un modelo de virtud, de las viejas costumbres, de prudencia, hombre consular, vistió borceguíes y palio, y en verdad nadie pensó que tal cosa había de anotársele al hombre, sino a las circunstancias. ¿A Postumo le va acarrear una acusación un atuendo en el que se asentó la esperanza de que alguna vez podría acceder a sus bienes?
28 En efecto, cuando se llegó a Alejandría, jueces, le fue propuesto a Postumo por el rey este único sistema de conservar su dinero: si aceptaba la administración y como una especie de intendencia real, y eso no podía hacerlo si no era nombrado dioicetés[21] (pues de este título hace uso el que haya quedado al cargo de la contabilidad). Odioso cometido le parecía a Postumo, pero no había en absoluto posibilidad alguna de rechazarlo. Desagradable incluso el título mismo, pero la función tenía ese nombre en aquel país, no lo había implantado mi defendido. Detestaba asimismo aquel atuendo, pero sin él no podía proteger ni aquel título ni el cargo. En resumidas cuentas, intervenía, como dice aquel poeta nuestro, «una fuerza que quebranta y anula los mayores poderes».[22]
11 29 «Que muriese», dirás. De acuerdo, es lo que corresponde. Lo habría hecho, a no dudarlo, si hubiera podido morir sin causar un inmenso deshonor en medio de su tan comprometida situación. No convirtáis, entonces, la desventura en culpa, ni consideréis la fechoría del rey un delito de mi defendido, ni valoréis un propósito por su necesidad, ni un deseo por su imposición, a menos que creáis que deben ser objeto de reprobación incluso aquellos que caigan en manos de enemigos o de piratas si por coacción hacen algo de forma distinta que si estuvieran libres.
Ninguno de nosotros ignora, aunque no la hemos experimentado, la forma de proceder real. Características de los reyes, ya se sabe, son órdenes como éstas: «¡Presta atención y obedece a lo que se te ha dicho!», y «Si algo… aparte de lo que se te ha requerido…». Y las conocidas amenazas. «Si te encuentro aquí con el nuevo día, morirás[23].» Debemos leerlas y asistir a ellas no únicamente para solazamos, sino, de paso, para aprender a prevenir y escapar de ellas.
30 A pesar justamente de lo de antes, surge una acusación. Dice, pues, que cuando Postumo allegaba el dinero para Gabinio, se reservó la décima parte de las cantidades exigidas. No entiendo en que consistió eso: si añadió un suplemento a la décima, como suelen hacer nuestros recaudadores en la centésima, o una deducción del total. Si un suplemento, fueron a parar a Gabinio once mil talentos, pero no sólo diez mil son los denunciados por ti, sino que esa misma cantidad es la calculada por este tribunal. Añado aún lo siguiente: ¿quién, en definitiva, puede admitir, o 31 bien que en una tan gravosa carga de tributos haya podido añadirse un suplemento de mil talentos a tan gran suma por recaudar, o bien que en un pago tan elevado a un hombre tan avaro como nos lo presentas haya sido permitida una deducción de mil talentos? Porque ni ha sido propio de Gabinio dejar ir tanto de lo suyo, ni del rey tolerar que se imponga tanta carga a los suyos.
Asistían como testigos dos delegados de Alejandría. Nada declararon contra Gabinio. Es más, elogiaron ellos a Gabinio. ¿Dónde, entonces, aquella costumbre, dónde la práctica de los tribunales, dónde los precedentes? ¿Acostumbra declarar contra el que ha recogido el dinero uno que no ha declarado contra aquel en cuyo nombre se ha recogido ese dinero? ¿Y bien? Si tiene esa 32 costumbre quien no ha declarado, ¿también la tiene quien ha elogiado? Con los mismos testigos, y además sin ser presentados, sino con las lecturas de las deposiciones de los testigos, el caso suele someterse a estos procesos como ya fallado.
12 Y asegura incluso mi amigo y allegado que entre los alejandrinos contó el mismo motivo para elogiar a Gabinio que hubo en mí para defender a tal persona. El motivo, Gayo Memio, de defender a Gabinio fue para mí la recuperación de su afecto, y a 33 fe que no me pesa tener enemistades perecederas, amistades eternas[24]. Porque, si te figuras que defendí el caso contra mi voluntad, para no herir los sentimientos de Pompeyo, lo desconoces por completo a él y a mí, pues ni Pompeyo habría querido que hiciera algo a la fuerza por su causa, ni yo, a quien la libertad de todos los ciudadanos ha sido lo más querido, habría arrojado la mía por la borda. Y cuanto tiempo fui hostil a Gabinio, no dejó de ser para mí Pompeyo un gran amigo, y, después de que por mor de su ascendiente otorgué el perdón que debía, nada hice con impostura, no fuera que con mi perfidia cometiera ultraje incluso contra aquel precisamente al que había destinado mi atención, porque no retornando a la reconciliación con mi enemigo no dañaba a Pompeyo; si, dejándome llevar por él hubiera retornado con doblez, me habría fallado sobre todo, ni que decir tiene, a mí, pero inmediatamente también a él[25].
34 Mas dejemos a un lado lo referente a mí. Volvamos a esos alejandrinos. ¡Qué poca vergüenza tienen, qué osadía! Hace no mucho, en vuestra presencia, durante el proceso a Gabinio cada tres palabras se les hacía comparecer. Negaban que se le hubiera entregado dinero a Gabinio. Se daba lectura una y otra vez a la declaración de Pompeyo: que el rey le había informado por escrito de que no se le había entregado ninguna cantidad a Gabinio salvo para fines militares. «No se dio crédito —objeta— entonces a los testigos alejandrinos.» ¿Y después qué?… «Ahora se 35 les da crédito.» ¿Por qué razón? «Porque ahora confiesan lo que antes negaban.» Entonces, ¿qué?, ¿es ésa la condición de los testigos, la de que a quienes no se les ha creído cuando negaban, a esos mismos se les cree cuando afirman? Pues bien, si en aquella ocasión dijeron la verdad con la expresión más seria, ahora mienten. Si mintieron entonces, que nos den a conocer con qué semblante acostumbran a decir la verdad.
Oíamos hablar de Alejandría, ahora la conocemos. De allí todos los enredos, de allí, insisto, todas las falacias, en una palabra todos los argumentos de los mimos[26] han nacido de ellos, y nada me resulta más llamativo, jueces, que escrutar los rostros de esa gente.
13 36 Hablaron aquí hace poco con nosotros en estos escaños, oponiéndose (¡con qué altivez!) a esta acusación de los diez mil. Ya conocéis la insulsez de los griegos: hacían gestos con los hombros a causa por aquel entonces de las circunstancias, supongo; ahora, claro está, las circunstancias ya no existen. Cuando alguien ha jurado una vez en falso, no procede que se le crea en lo sucesivo, aunque jure por más dioses, sobre todo, jueces, porque en estos procesos ni siquiera suele haber oportunidad para un nuevo testigo, y por tal motivo se mantienen los mismos jueces que lo fueron con el acusado[27], con el fin de que les resulte todo familiar y no pueda simularse nada nuevo.
37 Quienes defienden la causa «A donde haya ido a parar ese dinero» es de uso que sean condenados †no de resultas de los correspondientes procesos contra el acusado del hecho[28]†. Por ende, si o Gabinio hubiera dado garantías o el pueblo hubiera recibido del patrimonio de éste tanto cuanto había sido el montante del objeto litigioso, por muy elevada que fuera la cantidad que hubiera ido a parar a Postumo de manos de aquél, no se restituiría. Para que pueda entenderse sin dificultad: lo que de ese dinero que cogió quien fue condenado haya quedado manifiesto en aquel primer juicio que ha ido a manos de alguno, eso la práctica es que se restituya a resultas de este tipo de juicios. Pero ahora, ¿qué es lo que se está ventilando? ¿En qué lugar 38 de la tierra estamos? ¿Qué cosa tan retorcida y extemporánea puede decirse o excogitarse? Es acusado alguien que no se ha llevado nada del rey, como, por ejemplo, ha sido juzgado Gabinio, sino que prestó una muy considerable suma al rey. Por lo tanto se lo dio a Gabinio el que no lo devolvió a mi defendido. Ahora aclárame: como el que debía el dinero a Postumo no se lo entregó a éste, sino a Gabinio, una vez condenado Gabinio, ¿acaso se ha de llevar la causa contra aquel al que ha ido a parar tal dinero o contra mi defendido[29]?
14 «Pero lo tiene y lo esconde…» Los hay, como se ve, que chismorrean así. En fin, ¿qué clase de ostentación y vanagloria es ésa? Aunque jamás hubiera poseído nada, aun así, si hubiera hecho adquisiciones, no habría razón para disimular que poseía. Pero quien había recibido dos herencias espléndidas y cuantiosas[30] y había aumentado además su patrimonio por procedimien39tos correctos y honrados, ¿qué motivo tendría en tal caso para desear que se creyera que nada poseía? ¿Es que cuando prestaba atraído por los intereses pretendía acaparar lo más posible y, después de que recuperó lo que había prestado, que se pensara que era pobre? ¡Un nuevo género de gloria este que codicia!
«¡Pues se comportó como un tirano —replica— en Alejandría!» Todo lo contrario, se encontró en medio de una tiranía totalmente intolerable; él mismo sufrió prisión, vio encadenados a sus allegados, la muerte giró ante sus ojos con frecuencia; al final, despojado y en penuria escapó del reino.
40 «Pero al cabo el dinero se ha invertido: naves de Postumo han arribado a Pozzuoli, han sido noticia y han sido vistas mercancías.» Engañosas, por cierto, y camufladas, engordadas con papel, lino y cristal, con las que, a pesar de haberse sobrecargado muchas naves, la suma no pudo conseguirse. Aquel desembarco en Pozzuoli, el comentario de aquellos días, las idas y venidas y las ostentaciones de los tripulantes, el nombre de Postumo, objeto de malquerencias entonces entre los envidiosos a causa de no se sabe cuál fama sobre el dinero, abarrotaron los oídos con tales habladurías durante un solo verano, no más.
15 41 Pero si queréis saber la verdad, jueces, si no hubiera hecho acto de presencia la generosidad de César, extraordinaria con todos, increíble igualmente con mi defendido, nosotros no tendríamos a éste en el Foro hace ya mucho tiempo. Él solo asumió las cargas de muchos amigos de mi cliente y lo que muchas personas muy próximas sostuvieron, repartido, durante la situación boyante de Postumo, ahora lo sostiene, todo junto, en sus avatares calamitosos. Veis la sombra de un caballero romano y su imagen, jueces, conservadas gracias al auxilio y a la fidelidad de un único amigo. Nada puede arrebatársele excepto este simulacro de su antigua dignidad, la que César, él solo, protege y sostiene, la cual, por cierto, en su tan lamentable situación hay que adjudicársela, no obstante, en el grado más elevado. A no ser, realmente, que con unas cualidades poco notables pueda lograrse que un personaje de tanta categoría tenga en tanta estima a mi defendido (por si fuera poco sumido en la desgracia y ausente) y en una coyuntura propia tan favorable que sea algo grande volver la mirada a los problemas ajenos, con una dedicación tan absorbente a los asuntos de la máxima trascendencia que lleva y ha llevado entre manos que no resulte extraño que se olvide de los demás, o, si se acuerda, pueda también fácilmente hacer que se acepte que se olvidó.
42 Muchas, por supuesto, grandes e increíbles cualidades de César he llegado a conocer, pero han sido representadas, por expresarlo así, en unos escenarios más amplios; y son del dominio público. Elegir una ubicación para el campamento, alinear el ejército, tomar al asalto ciudades, destrozar las filas enemigas, afrontar ese rigor de fríos e inviernos que nosotros a duras penas soportamos en los hogares de esta ciudad, perseguir al enemigo justamente en unos días como los de ahora[31], cuando incluso los animales salvajes se guarecen en sus escondrijos y todas las guerras cesan por derecho de gentes, son cosas, de cierto, grandes —¿quién lo niega?—, pero están incentivadas por grandes recompensas, para la memoria eterna de los hombres. Tanto menos de extrañar es que lleve a cabo tales cosas alguien que haya aspirado a la inmortalidad.
16 43 Admirable es el hecho glorioso que no es celebrado en los versos de los poetas, en los monumentos de los anales, pero es sopesado en el juicio de los prudentes. A un caballero romano, viejo amigo suyo, adepto, que le quiere, que siente respeto por su persona, que se venía abajo no por sus excesos, no por despilfarras vergonzosos y pérdidas por culpa de sus pasiones, sino por la tentativa de ampliar su patrimonio, lo cobijó, no permitió que se derrumbara, lo apuntaló y sostuvo con sus recursos, su fortuna, su apoyo; y continúa hoy sosteniéndolo, y no soporta la ruina del amigo imprudente; y el fulgor de su particular nombradía no embota la agudeza de aquel talento, y lo elevado de su fortuna y de su gloria no ofusca, por expresarme así, las luces de su mente.
44 Bien que sean aquellos unos logros grandes, que, en rigor, son grandes. Del dictamen de mi razón, que cada cual opine como quiera; yo, desde luego, en medio de un poder tan grande, de una fortuna tan cuantiosa, la generosidad hacia los suyos, su conciencia de la amistad, las antepongo a todas sus cualidades restantes. En cuanto a vosotros, jueces, esta bondad de especie inédita, desacostumbrada en los personajes ilustres y todopoderosos, no sólo no debéis menospreciarla ni rechazarla, sino ampararla e incluso promoverla, y con mayor motivo al ver que los presentes días han sido escogidos más o menos para demoler su excelencia, de la cual nada puede detraérsele que, o bien no lo sobrelleve con entereza o lo restituya con facilidad. Si se ha enterado de que una persona muy allegada ha sido despojada de su honorabilidad, ni lo soportará sin gran dolor, ni dará por perdido lo que confía que puede ser recuperado.
17 45 Bastante exhaustivo debería ser esto para los hombres no inicuos, exhaustivo hasta el exceso para vosotros, que esperamos seáis ecuánimes. Pero con el objeto de que resulte satisfactorio para las sospechas o la malevolencia o la crueldad de todos…:[32] «Oculta el dinero Postumo, están escondidas las riquezas del rey»… ¿Y hay alguien de entre tanta gente que querría que se le adjudiquen los bienes de Gayo Rábido Postumo por una moneda de un sestercio? ¡Pero desdichado de mí, con cuánto dolor he dicho esto! ¡Ah Postumo!, ¿no eres tú el hijo de Gayo Curcio, el hijo de Gayo Rabino por su decisión y voluntad, el hijo de su hermana por nacimiento, tú aquel desprendido con todos los tuyos, cuya bondad ha enriquecido a muchos, que nada derrochaste, que nada destinaste a exceso alguno? ¿Tus bienes, Postumo, 46 son adjudicados por mí en un sestercio? ¡Ay de mí, miserable y cruel oficio de pregonero! Pero hasta eso anhela el desdichado, ser condenado por vosotros: que sean vendidos sus bienes hasta satisfacer a cada uno la totalidad de su crédito. Ya no busca otra cosa salvo la credibilidad, y vosotros, aunque pretendierais ahora olvidaros de vuestra clemencia, ninguna otra cosa podéis arrebatarle, lo cual, jueces, os ruego y conjuro a que no lo hagáis, y tanto más si se reclama un dinero adventicio de alguien al que no se le devuelve el suyo; pues lo que se está reivindicando es la odiosidad contra uno al que debería socorrer la misericordia.
47 Como quiera que sea, ahora, puesto que, espero, cumplí mi parte del compromiso en la medida que pude[33], Postumo, te reintegraré también las lágrimas que te debo, precisamente las que (sépase) yo contemplé en ti con ocasión de mi desgracia. Sigue dando vueltas ante mis ojos la noche luctuosa para todos los míos, cuando tú te entregaste a mí por entero junto con tus recursos. Tú con una escolta, con gente armada, también con tanta carga de oro cuanta requería aquel momento, protegiste aquella retirada[34], tú nunca dejaste de asistir durante mi ausencia a mis hijos y a mi esposa. Puedo hacer comparecer a muchos, desde sus retiros, como testigos de tu generosidad, medida que, he oído con frecuencia, le fue de gran ayuda a tu propio padre Curcio en un juicio capital.
48 Pero a partir de aquí temo cualquier cosa, me aterroriza el odio a la bondad misma. En estos momentos el llanto de tanta gente muestra a las claras cuán querido eres para los tuyos, y a mí el dolor debilita y ahoga mi voz. A vosotros, os suplico, jueces, que a este hombre irreprochable, mejor que el cual no ha habido nunca nadie, no le arrebatéis el título de caballero romano y el goce de esta luz del día y vuestra presencia. Él no os ruega ninguna otra cosa sino que se le permita contemplar con mirada serena esta ciudad, llevar sus pasos en este Foro, cabalmente lo que la fortuna le habría arrancado si los recursos de un único amigo no hubieran acudido en su auxilio.