19
Riley no había lamentado tener sangre de licántropo jamás en toda su vida. Jamás había maldecido la luna ni le había molestado la transformación. Pero encontrarse en la Isla de Cristal, un lugar rebosante de misterio y magia, de una antigüedad desconocida, y no poder hablar hizo que maldijera el momento por inoportuno.
Olía a flores y a cítricos, a mar y a arena, al fresco verdor de la hierba, al humo de las antorchas que flanqueaban un sendero que ascendía por una alta montaña sobre la que se erigía un castillo plateado y resplandeciente, que desprendía luz. Sintió la cálida y suave brisa, un bálsamo para el frío y la humedad.
Y la desesperada necesidad de correr mientras la feroz energía de la transformación bullía dentro de ella. Se estremeció cuando Doyle se acuclilló a su lado, posando una mano con suavidad en su cuello.
—No corras, aún no.
El instinto y el intelecto colisionaron y se debatieron en su interior en otra batalla más. Pero sus penetrantes ojos verdes hicieron que se quedara quieta. A continuación sus músculos se tensaron, preparada para atacar y defender, y olió algo…, a otro.
Doyle llevó la mano a su espada.
Las diosas de la luna de las visiones y los dibujos de Sasha pasaron de la oscuridad a la luz. Doyle se enderezó, sin soltar la espada. Bran le puso una mano en el brazo.
—Envaina tu espada, mo chara. Son seres de luz. ¿Acaso no lo notas?
—¿Cómo se saluda a una diosa? —preguntó Sawyer—. Me refiero a una diosa que no intenta liquidarte.
Annika resolvió el enigma echando a correr, con la trenza mojada agitándose a su espalda.
—¡Hola! ¡Qué felices somos! Sois muy hermosas. Os parecéis a mi madre y a Móraí. Como los dibujos que Sasha pintó. Estamos empapados y…, oh…, sangro un poco. —Annika se frotó la sangre del brazo, como quien se quita una pelusa de la solapa—. Siento que estemos tan desaliñados.
—Esa es una manera de hacerlo —murmuró Sawyer.
Luna esbozó una sonrisa.
—Sois muy bienvenidos aquí, hijos e hijas de Cristal. —Y posó la mano en el brazo de Annika, sanando el corte mientras la besaba en la mejilla.
—Oh, gracias. Os hemos traído las estrellas. Las tiene Sasha. Ella también sangra un poco. Y Sawyer…, es mi pareja. Y Bran está sangrando y tiene quemaduras. Aquí hay luna llena, así que Riley tuvo que transformarse muy rápido en su loba. Y este es Doyle. Le ha clavado su espada a Nerezza y ella ha caído al mar. Ahora la lucha ha terminado y nosotros estamos aquí. Soy muy feliz.
—Estáis contentos —le dijo Luna—. Y sois amados —les dijo a todos.
—Tenéis coraje. —Arianrhod dio un paso al frente—. Y se os valora. Hablaremos —le dijo a Riley—, pero tú debes correr. Sé libre. —Entonces miró a Doyle—. Juro por mi honor que ella estará a salvo y que volverá a tu lado.
La loba volvió la cabeza y miró a Doyle. A continuación corrió por la arena y se internó en la oscuridad.
—Ella siempre encontrará el modo de volver contigo y tú con ella.
—Tenéis fortaleza y valor. —Celene se acercó a Bran y le besó en la mejilla—. Poder y luz. Os respetamos y contáis con toda nuestra gratitud.
—Sois nuestros hijos.
—Sangre de nuestra sangre, huesos de nuestros huesos. Corazón —añadió Celene, posando la mano sobre la de Bran— de nuestros corazones. Hija. —Se volvió hacia Sasha—. ¿Nos entregas las estrellas?
—Sí.
Cada diosa tendió una mano. Cuando el cristal que envolvía las estrellas desapareció, cada estrella fue flotando hasta la mano que la había creado.
Palpitaron, palpitaron y pararon. Se desvanecieron.
—¿Han regresado al cielo? —Annika miró hacia arriba.
—Todavía no —respondió Luna—. Pero están a salvo.
—No pretendo deciros lo que tenéis que hacer —comenzó Sawyer—, pero ¿todo esto no era para devolverlas ahí arriba?
—No hemos acabado —dijo Sasha—. No se ha terminado.
—No he acabado con ella —repuso Doyle mientras estudiaba el rostro de Sasha—. Ella sigue ahí afuera.
—Tu espada golpeó de manera certera. —Arianrhod se situó frente a Doyle, con una mano en la empuñadura de la suya; guerreros frente a guerrero—. De igual modo, eres sincero. Pero tu acero no es la espada que le dará fin. Las estrellas esperarán hasta que a ella le llegue su final.
—Ahora ya no puede llegar hasta ellas —les aseguró Luna.
—Pero puede llegar hasta nosotros, incluso aquí —apuntó Sasha cuando la verdad la asaltó—. Ahora la ira cura sus heridas y, una vez curada, su locura será completa. Ansiará nuestras muertes igual que el vino.
—Pero esta noche no. —Celene levantó los brazos—. Ved lo que veo, sabed lo que sé. La noche es pura y los Hijos de Cristal son bienvenidos de regreso a casa.
—Para emprender otro viaje. —Los ojos de Sasha se oscurecieron mientras veía y tomaba conciencia—. Más allá del círculo de poder donde el Árbol de Toda Vida resguarda la piedra y la piedra protege la espada. Una mano para sacarla, otra para blandirla, todo para acabar con aquella que devoraría los mundos.
—Pero no esta noche —repitió Celene—. Esta noche habrá comida, bebida y descanso. Os atenderemos.
—Ella está a salvo. —Arianrhod le puso una mano en el brazo a Doyle cuando él vaciló—. Y será guiada hasta ti.
Cuando desvió la mirada hacia las montañas, las sombras bajo el cielo estrellado, oyó el aullido de la loba. El sonido de la alegría y la victoria resonaba a su espalda cuando tomó el serpenteante camino iluminado por las antorchas con los demás.
El palacio, que se alzaba hacia el cielo nocturno, era tal y como Sasha lo había visto. Fragantes jardines repletos de color, fuentes musicales, habitaciones con un resplandor de cuento, llenas de luz y brillo.
Nadie se les acercó mientras seguían a las tres diosas por unas empinadas escaleras de plata, plagadas de flores y velas blancas tan altas como un hombre. Del techo colgaban cables de luces de tonos intensos, que derramaban su luz mientras recorrían un amplio pasillo hasta una gran estancia.
Doyle supuso que se trataba de un elaborado salón, engalanado con sofás curvados y butacas de los mismos colores intensos de los cables de luz. Había mesas con comida; fuentes de carnes, frutas y pan, quesos, aceitunas y dátiles. Postres rebosantes de nata. Vino y copas de cristal.
Pensó en el ayuno de Riley. En su mala suerte.
No ponía en duda que su ropa, su pelo y su cuerpo, calados hasta los huesos por la tormenta y el mar, estaban ahora secos y cómodamente calientes.
Ahora no se movían en un mundo regido por la lógica.
El fuego crepitaba de manera agradable, y si bien las paredes parecían desprender luz, las velas titilaban.
Se oía el canto de un arpa por doquier, suave como un susurro.
—Tenéis preguntas. Pero el cuerpo, la mente y el espíritu deben alimentarse. —Celene sirvió vino en las copas—. Y han de descansar. Vuestras recámaras están preparadas cuando estéis listos.
—Hay cerveza. —Arianrhod sirvió de una botella de color ámbar y le ofreció a Doyle—. Cuando despierte habrá comida para ella en el dormitorio que compartiréis.
—¿Y si salgo a buscarla?
—Eres libre de ir y venir como te plazca, igual que ella. Igual que todos. ¿Podría ver tu espada? Y tú la mía —añadió cuando él entrecerró los ojos. Sacó la suya y se la ofreció—. La forjé cuando era muy joven, la templé con el rayo y la enfrié en el mar. La llamé Ceartas.
—¿Justicia?
Ella sonrió.
—Era muy joven.
Doyle aceptó su espada y le entregó la suya.
—Está bien equilibrada y tiene un buen peso —decidió Arianrhod—. Aún tiene su sangre.
—Al parecer no la suficiente.
—Mi espada, a pesar de su nombre, no se hizo para llevar su sangre. Te envidio por eso. Me gustaría enfrentarme a ti.
Doyle enarcó una ceja.
—¿Ahora?
Vio el brillo de un guerrero en sus ojos antes de que volviera la vista hacia donde estaban los demás, llenándose los platos y atendiendo sus heridas.
—Mis hermanas protestarían, pero quizá mañana.
—Tendrás ventaja.
Intercambió la espada con él y envainó la suya.
—Guerrero contra guerrero, no diosa contra inmortal.
—No. Te pareces a mi madre.
Ese brillo de guerrero se tornó en una compasión que no había esperado.
—Espero que llegue el momento en que halles consuelo ahí en vez de tristeza. Come, soldado, la comida es buena. —Se giró hacia Sawyer—. El demonio, el humano al que ella transformó, está muerto.
—Sí.
Doyle giró la cabeza mientras los demás paraban para mirar a Sawyer.
—¿Malmon está muerto?
—Hemos estado un poco liados para comentar nada. —Sawyer se frotó la nuca—. Atacó a Riley.
—Las marcas de su cuello —añadió Doyle.
—Ella le disparó, le apuñaló; todo el cuerpo. Yo le disparé en la cabeza. —Bebió un trago de vino con cierta dificultad. Malmon había sido humano en otro tiempo—. Fueron necesarios tres. El número mágico.
—¿Ya no existe? —preguntó Annika en voz queda.
—Se convirtió en papilla. —Sawyer le lanzó una sonrisa lánguida a Bran—. Seguramente tengas que limpiar eso.
—Nosotras juramos no hacer semejante maldad. —Luna agachó la cabeza y después la levantó—. Pero ella rompió todos los juramentos. Y él se convirtió en su criatura malvada. Le transformó porque vio lo que él era. Ella destruyó lo que era humano. No tú, Sawyer King. Tú acabaste con un demonio.
—Para salvar a una amiga, a una hermana. —Arianrhod se volvió de nuevo hacia Doyle y sacó una llave del bolsillo—. Esto te guiará a tu recámara cuando te retires.
—¿Cómo me encontrará ella?
La sorpresa, y tal vez cierta decepción, surcó el rostro de Arianrhod.
—Deberías confiar, hijo de Cleary, Hijo de Cristal. Mientras tu corazón lata, ella te encontrará.
—Ahora comed, bebed y reconfortaos, os daremos intimidad —comenzó Luna—. Si necesitáis cualquier cosa, solo tenéis que pedirlo. Comed y descansad bien y estaremos con vosotros por la mañana.
—Nada malo ocurrirá esta noche —juró Celene—. Y nada os perturbará. Sois bienvenidos aquí.
Cuando se quedaron a solas, Doyle cogió la cerveza, la probó y decidió que no tenía nada de qué quejarse al respecto.
Sawyer levantó una mano.
—Permitid que diga simplemente: ¡Me cago en la puta! No estoy seguro de que mi cerebro vaya al mismo ritmo que el resto de mi persona, pero estamos sentados ante nuestro banquete personal en un castillo de la puñetera Isla de Cristal. Un castillo que, por si lo habéis notado, está hecho de cristal.
—¡Mierda! —dijo Doyle.
—Lo mismo digo, tío. He echado un buen vistazo, lo he palpado…, aunque a escondidas. Además le he dado un golpecito con la mano. Cristal. Imagino que cristal mágico, pero… ¡guau! Y para colmo, una diosa me acaba de servir una copa.
—Son muy simpáticas. Nosotros también las hacemos felices. —Annika tomó un bocadito de tarta de nata—. Me gusta esta comida.
—Tiene razón sobre la comida —le dijo Sawyer a Doyle.
—Sí, me vendría bien comer. —Pero fue hasta las puertas de cristal y las abrió para contemplar las montañas.
—Ella está bien. Puedo sentirla. —Sasha se apoyó contra Bran y tomó un sorbo de vino—. Está mejor que bien. Está entusiasmada. Pocos han visto este mundo, mucho menos lo han explorado, y dentro de la loba sigue morando una arqueóloga. —Se levantó, llenó un plato y se acercó a Doyle—. Come.
—¿Come, bebe y sé feliz?
—Mañana llegará de todas formas.
Volvió con Bran y él le acarició el cabello.
—Hemos encontrado las estrellas, hemos encontrado la isla y las hemos devuelto. Y supongo que deberíamos saber que estas cosas suceden de tres en tres. Así que nos queda otra cosa más por hacer.
—He debido de fallar y no le he dado en el corazón. —Doyle se sentó, indignado, y contempló la comida con expresión distraída.
—No lo creo. —Bran le dio un beso en la sien a Sasha.
—Es la espada —dijo ella—. La tuya puede herirla y, encantada, hacerle sangrar, pero no puede acabar con ella. Tenemos que liberar de la piedra la que sí puede matarla y lo haremos.
—Alguien hará del rey Arturo —supuso Sawyer—. Espero que seas tú, tío, ya que eres el mejor con la espada.
—Libraremos una batalla más.
—No digas una más —le dijo Sawyer a Annika—. Trae mala suerte. Digamos simplemente que mañana nos vamos de excursión.
—Me gusta ir de excursión.
—Nos divertiremos.
Hablaron hasta bien entrada la noche o hasta muy tarde, según les pareció, y aun así Riley no regresó. Doyle dejó que la llave le guiara; simplemente le llevó por le pasillo hasta una ancha puerta abovedada, que se abrió cuando se acercó a ella.
Esperaba encontrarla allí, esperándole. Pero la loba no estaba tumbada en la enorme cama.
Se acercó a las puertas una vez más y las abrió para que entrara la balsámica y casi tropical brisa, perfumada con el aroma del jazmín, que florecía por la noche, y de los cítricos. La habitación tenía un sofá curvado de dos plazas en un rincón, dos sillones de orejas frente a la chimenea y un sólido escritorio —eso le gustaría a Riley— bajo una ventana. Y la enorme cama, con un alto cabecero con símbolos grabados en él. Reconoció algunos; gaélico, griego, latín, arameo, mandarín.
Si su traducción era acertada, todo simbolizaba paz.
No le habría importado disfrutar de un poco de paz.
Se quitó la espada y la apoyó en el lateral de una butaca. Se sirvió un par de dedos de whisky, según descubrió, de una delgada botella y se sentó junto al fuego a esperarla.
Tendría que estar enfadado y no entendía por qué no lo estaba…, o no lo estaba demasiado. A estas alturas ya se habría desfogado y debería haber vuelto. Pero seguía ahí afuera, rastreando, explorando literalmente su magnífico mundo nuevo, supuso.
Así que se bebió su whisky, contempló el fuego con aire pensativo y con la mente de un soldado repasó cada momento de la batalla en busca de errores.
No la oyó, sino que más bien la sintió, escudriñando la habitación con aquellos alucinantes ojos.
—Ya era hora.
Se levantó, fue hasta la cama y la abrió. A continuación se desnudó y se metió dentro. Al cabo de un momento la sintió subir de un salto a su lado. Se acurrucó contra él.
Y al sentirse en paz, la rodeó con un brazo y durmió.
La transformación sucedió al amanecer, con el sol abriéndose paso en la noche con suaves tonos rosados, potentes rojos e intensos dorados. Le sobrevino entre dolor y belleza, impotencia y poder. Se estremeció, sucumbió, lo dio todo mientras la loba se convertía en la humana.
Y abrió los ojos al tiempo que exhalaba un suspiro y vio los de Doyle fijos en ella.
—¿Qué?
—Hermosa. Eres hermosa.
Parpadeó, todavía un poco aturdida.
—¿Uh?
Se colocó encima de ella y su boca la tomó de manera ardiente, indescriptiblemente tierna. Su organismo, su alma, su cuerpo, que apenas acababa de pasar por la esplendorosa transformación, temblaron otra vez por aquel nuevo asalto a sus sentidos.
Apenas podía respirar y sus manos le acariciaban la piel, ahuecándose sobre sus pechos, descendiendo hasta sus caderas. Su boca las siguió.
Riley alzó el vuelo, aferrándose sin cesar a esa ola de placer infinito y soltándose a continuación para dejarse caer.
Indefensión y poder, dolor y belleza.
Todo su ser respondió, le correspondió de nuevo. También ahí había una transformación, una fusión de dos seres en uno. Rodaron sobre la cama, agarrándose, hallando, tomando.
Doyle todavía podía percibir el olor de la naturaleza en ella, prácticamente podía sentir a su bestia en su interior. Cuando su boca buscó de nuevo la suya con fuerza y pasión, se entregó a todo lo que ella era.
Y todo lo que ella era le pertenecía.
El deseo ardió. El amor estalló. La necesidad, que iba más allá de lo físico, resultaba abrumadora.
Cuando se colocó a horcajadas sobre él, con aquellos ojos como oro fundido y su cuerpo en forma y resplandeciente bajo los rayos de la mañana, fue la perdición de Doyle.
Lo acogió despacio, en una espléndida tortura. Después con más fuerza, más adentro, hasta que su aliento se transformó en gemidos y su corazón latió a toda prisa bajo sus manos. Y emprendieron el camino veloz y salvaje, directos al corazón de la tormenta.
Cayó laxa sobre él, apoyando la cabeza en su pecho. En sus labios se dibujó una sonrisa cuando sus brazos la rodearon, igual que había hecho con la loba antes de que se quedaran dormidos.
Riley habría vuelto a dormir, caliente y satisfecha, de no ser por la repentina y acuciante hambre. Esperaba con toda su alma que hubiera comida cerca.
—Me viste transformarme —dijo.
—No es la primera vez. —Le acarició el cabello—. Es magnífico. Curiosamente excitante.
Ella esbozó una sonrisita arrogante al oír eso y levantó la cabeza de golpe mientras olfateaba el aire.
—Comida.
—Hay una especie de salón en el que…
—No, aquí. —Se bajó de encima de él y se levantó de un salto.
Había platos en una mesa, que antes no estaban allí; huevos, carnes asadas, pan y deliciosos pasteles.
Doyle se apoyó en los codos.
—Dime que hay café.
Riley olisqueó una jarra mientras se llenaba la boca de beicon.
—Té, pero es fuerte. Me muero de hambre.
La vio comer con manos ávidas, aún desnuda, todavía ruborizada por el sexo, con el cabello despeinado.
—Estoy enamorado de ti.
Ella volvió la vista hacia él.
—Oye, lo has dicho en voz alta.
—Estoy enamorado de ti. ¡Joder!
—Eso es más propio de ti. Más vale que muevas el culo si quieres un poco de esto.
—He estado casado. Dos veces.
Riley hizo una pausa y se sirvió té despacio.
—No es extraño en tres siglos.
—La primera fue unos cuarenta años después…, después de eso. Ella era joven y de carácter dulce. No debería haberla tocado, pero lo hice, y más de una vez, y ella… se quedó embarazada. No podía arruinarla. La había arruinado.
—Así que te casaste con ella. ¿Se lo contaste?
—No, no se lo conté. Y no tuve que hacerlo, ya que ella y el bebé murieron durante el parto.
—Lo siento. —En aquel momento Riley sintió el dolor de Doyle como suyo. Sordo y profundo—. Lo siento muchísimo.
—No era extraño en aquella época. Juré que jamás tocaría de nuevo a una inocente como había sido ella. Y no lo hice. Más de cien años después me casé de nuevo. Era un poco mayor, no era inocente. Era viuda. Estéril. Disfrutábamos juntos. A ella sí se lo conté, aunque dudo que me creyera. Hasta que ella envejeció y yo no. Y eso la volvió una amargada. Yo trabajaba como soldado, pero siempre volvía a su lado. Y un buen día volví demasiado tarde. Se había colgado y me dejó una carta. Maldiciéndome.
Riley asintió y tomó un sorbo de té.
—Lo siento. Es una mierda. Para empezar, si me quedo embarazada, estamos en el siglo XXI. Soy fuerte y gozo de buena salud. Para continuar, no soy vana ni estúpida. Y por encima de todo, no necesito el matrimonio.
—Yo sí. Contigo.
Riley se atragantó con él té.
—¿Qué?
—Es una estupidez. Es un error. Ambos nos arrepentiremos.
Y al mirarla, simplemente al mirarla, aquello le dio exactamente igual.
—¿Hablas en serio? ¿Me estás pidiendo que me case contigo?
—Eso es lo que he dicho, ¿no? —Se levantó de la cama y fue hacia ella—. Dame el puñetero té.
—Pero si estoy emocionadísima.
Doyle le lanzó una profunda mirada sombría.
—No las amaba. Las dos me importaban y me comprometí con ellas. Honré ese compromiso, sin amor, ya que pensaba que el amor no era necesario. Ni posible. A ti te quiero y te haré la promesa y la cumpliré.
—Podría decir que no.
—No lo harás. —Dejó el té de golpe. Después cerró los ojos un instante. Y los abrió de nuevo con todos sus sentimientos reflejados en ellos—. No lo hagas. No me digas que no. Dame solo esto.
Riley alzó las manos para enmarcar su rostro con ellas.
—¿Entiendes que no necesito esto para que me quede contigo, para que te ame, para que acepte que tú seguirás adelante después de que me haya ido?
—Sí. Yo no lo necesito para quedarme contigo ni para amarte. Lo necesito porque te quiero y te querré. Lo necesito porque, en tres siglos y medio, eres la única mujer a la que he amado.
—Vale.
—¿Vale? ¿Simplemente… vale? ¿Esa es tu respuesta?
—Sí, vale. Me apunto.
Doyle meneó la cabeza y apoyó la frente en la suya.
—Vaya dos patas para un banco.
—Funciona.
—Funciona —convino—. Imagino que querrás un anillo.
—Treweth…, la raíz anglosajona de prometido. Significa verdad. El anillo es un símbolo de la promesa. Valoro los símbolos.
—Buscaré algo. —La atrajo contra su cuerpo. Sí, la había encontrado.
—Sería estupendo quedarnos aquí. —Piel contra piel, corazón con corazón—. Pero no podemos. —Se apartó de mala gana—. Tengo unas cuantas preguntas y la primera es: ¿Dónde están las puñeteras estrellas?
—Nos han dicho que están a salvo. Te pondré al día. Deberíamos vestirnos y buscar a los demás.
—Genial. ¿Dónde está mi ropa?
—No sabría decirlo.
Riley frunció el ceño.
—¿Es que no la cogiste?
—Teniendo en cuenta la situación no se me ocurrió recogerla.
—Vaya mierda. —Perpleja, echó un vistazo a la habitación y después fue hasta un armario labrado de manera delicada. Contempló el contenido—. Estás de coña.
Doyle también miró y sonrió. Dentro había unos calzones de piel de color cuero, una camisa sencilla, un jubón de piel y su abrigo y sus botas.
Y un vestido del color del oro viejo, con encaje plateado y, para no desentonar, unas botas de piel de cabritilla.
—¿En serio? ¿A ti te dan unos pantalones de piel guays y a mí me toca el vestido de lady Marian?
—O eso o vas desnuda.
—Deja que piense un momento. —Se puso el vestido… y frunció el ceño al mirarse en el espejo—. ¿Dónde voy a guardarme la pistola y el cuchillo? ¿Dónde están mi pistola y mi cuchillo?
—Ya lo arreglaremos. —Doyle se colocó su espada—. Estás preciosa.
—Parece que voy a una feria del Renacimiento. —Tiró del corpiño en vano—. Menudo escotazo. ¿Por qué se le da tanta importancia a los pechos?
—Luego te lo enseño —dijo y fue a abrir la puerta cuando llamaron.
—Buenos días. ¡Oh, Riley! —Annika entró dando una vuelta—. ¡Estás preciosa! Oh, qué bonito. ¿Te gusta mi vestido? ¿A que es maravilloso? —Giró en redondo, haciendo que la falda verde de seda se abriese—. Sawyer ha dicho que es como mis ojos y el tuyo es como los tuyos. El de Sasha es muy bonito y azul. Todos están en nuestra sala de estar. Tenemos que esperar a que vengan a por nosotros. Vamos a conocer a la reina. —Tomó aire y se centró en el rostro de Doyle—. ¡Eres feliz! Puedo ver tu felicidad. ¡Estás con Riley! —Le rodeó con los brazos—. Ahora tienes que comprarle un anillo a Riley.
—Me pondré manos a la obra.
—¿Puedo ser tu apoyo en tu boda? —preguntó a Riley.
Con una carcajada, esta dejó de sentirse incómoda con el vestido.
—Puedes aportar lo que quieras.
—Vamos, vamos. Hay más comida. Y café.
—¿Café? ¿Cómo habéis conseguido el café?
—Lo ha pedido Sasha. —Agarró las manos de Riley y tiró—. Solo tenemos que pedirlo.
—Me perdí esa información.
Los demás estaban en la sala de estar; Sasha con un suelto vestido azul de terciopelo; Bran del majestuoso color negro del hechicero; Sawyer con unos pantalones marrones y un jubón hasta la cadera encima de una camisa color beige.
—Bonitos ropajes —le dijo a Riley.
—Vestido del baile de graduación de la Edad Media. —Le estudió mientras iba a por café—. Tú tienes un rollo a lo Han Solo.
—Lo sé, ¿a que sí? Me mola.
—En fin, siento que anoche tuviera que transformarme y salir a correr, pero Doyle me ha puesto al día. Nerezza es como una zorra con las siete vidas de un gato y las estrellas no ascenderán hasta que hayamos acabado con ella. —Bebió un buen trago de café—. Y de ahí el peregrinaje hasta la espada en la piedra, como un giro al estilo del joven Arturo. Después le pondremos fin a esto de una puta vez.
—Eso lo resume todo —convino Bran—. Ojalá sea así de simple.
—Necesito mis armas —comenzó Riley, después se volvió cuando un hombre joven ataviado con pantalón escocés y jubón apareció en la puerta.
—Damas y caballeros, la reina Aegle solicita el honor de su presencia.
No todos los días se conocía a una reina, pensó Riley mientras seguían al paje por las escaleras. Uno no conocía a la reina de una isla mágica, que llevaba más de un milenio reinando, en toda una vida.
Se esperaba las enormes puertas dobles, pero había supuesto que las encontrarían custodiadas. En cambio estaban flanqueadas por jarrones de cristal con flores.
Esperaba una especie de salón del trono y el tamaño estaba a la altura de dicha descripción, junto con lo que parecía un kilométrico suelo de cristal transparente. Pero la decoración le parecía sencilla —flores, velas, telas de diversos colores— y un trono, transparente como el suelo, más parecido a una silla elegante que a algo de la realeza.
Pero claro, una silla de oro y joyas podría parecer sencillo comparado con la mujer que lo ocupaba.
Era radiante.
Coronado con una tiara de cristal y gemas, su cabello estilo Tiziano se derramaba de manera profusa sobre los hombros de un vestido blanco. Las diminutas piedras claras repartidas por la prenda brillaban como diamantes. Quizá lo fueran. Su belleza quitaba el aliento. Su esculpida boca, sus vívidos ojos verdes y sus prominentes pómulos eran de una perfección luminosa.
Cuando sonrió, Riley habría jurado que la luz titiló.
Las tres diosas estaban a su derecha. A la izquierda había un enorme lobo blanco sentado, con unos brillantes ojos dorados.
Annika realizó una hábil reverencia.
—Madre de la magia, reina de los mundos, Aegle la radiante, somos vuestros siervos.
—Sois bienvenidos, Hijos de Cristal. Sois bienvenidos, Guardianes de la Luz.
Se puso en pie, bajó los tres escalones del trono y se acercó a ellos con las manos tendidas. Tomó las de Annika y la besó en las mejillas.
—Maravilla del mar, tenéis nuestro amor y nuestra gratitud. Viajero del tiempo y del espacio —besó a Sawyer—, tenéis nuestro amor y nuestra gratitud. Hija de la luna —hizo lo propio con Riley—, tenéis nuestro amor y nuestra gratitud. Guerrero de la eternidad, tenéis nuestro amor y nuestra gratitud. —Pasó de Doyle a Bran—. Hijo del poder, tenéis nuestro amor y nuestra gratitud. Os daría más que esto, pero vuestro viaje no ha terminado todavía. ¿Lo concluiréis?
Sasha respondió mientras Aegle asía aún sus manos y las palabras salieron de su boca.
—Recorreremos el sendero de las diosas hasta el círculo de poder y más allá del Árbol de Toda Vida y de la piedra y la espada. Libraremos la última batalla; la luz contra la oscuridad. No puedo ver quién blande la espada ni si es efectiva. No puedo ver el final de Nerezza ni nuestro final.
—No puedes ver, pero ¿emprenderéis el viaje?
—Lo hemos jurado —respondió Bran.
—Es un juramento —añadió Annika y miró a Sawyer.
—Todos estamos comprometidos. —La besó en la sien—. Ah, Su Majestad.
—Podríamos permanecer aquí. —Riley atrajo la atención de Aegle—. Los Guardianes están en la Isla de Cristal, así como las estrellas, y en vuestro poder está desplazar la isla a otro lugar e incluso a otra dimensión. Podríamos quedarnos, posiblemente sin que Nerezza interfiera durante un par de siglos. O eso he leído en varios archivos.
—Vos sois una académica y una investigadora y lo que decís es cierto. ¿Es eso lo que deseáis?
—No, solo quería confirmarlo. No quiero ser irrespetuosa.
—Os daría tiempo. Disfrutaríais aprendiendo más sobre nosotros, más sobre este mundo. Os gustaría.
—Muchísimo. Pero no hay tiempo, ni aquí ni ahora.
—Ni aquí ni ahora.
—Entonces concluiremos nuestro viaje. —Riley miró a Doyle—. ¿Estamos todos de acuerdo?
—Terminaremos. Mi mujer necesita sus armas.
Riley enarcó una ceja…, no solo por aquello de «mi mujer», sino también porque habló en gaélico.
—En el dormitorio que compartís, a vuestro regreso, y vestíos de forma adecuada para lo que está por llegar. —Aegle posó una mano en el brazo de Doyle—. Solo tenéis que pedirlo. Tal es nuestro amor, nuestra gratitud. Solo pedid. —La reina retrocedió—. Albergamos la esperanza de que regreséis aquí, victoriosos, y junto con todos en la Isla de Cristal veremos brillar las estrellas.