Capítulo 16

«Lord P por fin ha dejado al descubierto sus preferencias. Si hace unos días dudábamos de a quién estaba cortejando tras los últimos eventos sociales, en los que se le ha visto pendiente de cierta dama, podemos adivinar que la elección ha sido hecha».

 

Revista Secretos de sociedad.

Con cada día que pasaba, a Caroline se le hacía más y más difícil resistirse a Phillip. Y aunque una parte de ella se preguntaba por qué debía hacerlo, otra más racional estaba convencida de que necesitaba más tiempo, ya que él todavía no le había hablado directamente de sus sentimientos.

Era la tercera vez esa semana que se escabullía con el vizconde al jardín. Él aprovechaba los valses para escapar por cualquier balcón que permaneciera abierto, por eso cuando la hizo danzar hacía el lateral de la pista creyó conocer su destino.

—¿Otra vez vamos al jardín? —preguntó con picardía.

—No, querida, para lo que tengo en mente el jardín no me ofrece la intimidad que busco.

Sus palabras la hicieron estremecer ante la anticipación. Sus anteriores encuentros habían sido deliciosos, pero gracias a sus amigas casadas, Victoria y Brianna, Caroline sabía que había más que besos y caricias. Ninguna de ellas se había explayado en la explicación porque ambas enrojecían en cuanto ella o Alice sacaban el tema y se ponían a lanzar risitas tontas propias de debutantes.

Acuciada por esa curiosidad, permitió que Phillip la llevara a través de la mansión de los Langston hasta la biblioteca. Sin desviarse de su objetivo, directo a la puerta que correspondía.

—¿Cómo sabías que…? —se detuvo al comprender, de repente, que no deseaba saber el motivo por el que su prometido conocía la ubicación exacta de la estancia.

—Lord Langston es íntimo amigo de mi padre. He venido aquí en multitud de ocasiones con él. Sobre todo de niño.

Ella asintió más tranquila y se permitió observar lo que le rodeaba. La habitación estaba en penumbra, apenas un par de velas encendidas junto a la puerta. Caroline supuso que los criados las habrían puesto por si algún despistado se perdía buscando la zona de descanso.

Regresó su atención a su prometido, quien la miraba con una intensidad que hizo que la recorriera un escalofrío.

—Caro, esta noche deseo mostrarte una parte de lo que te espera cuando seas mi esposa. ¿Quieres que te lo muestre?

—Sí, Phil.

—Eres preciosa —la alabó—, pero estarías más cómoda en este sillón tan cómodo. ¿No crees?

Caroline asintió y se sentó con timidez.

Phillip sonrió y se puso en cuclillas frente a ella.

—Ahora voy a besarte —anunció sin darle tiempo a reaccionar.

Caroline abrió la boca con deseo y, antes de que se diera cuenta de cómo había sucedido se encontró a sí misma tumbada, cuan larga era, sobre el sofá de los Langston.

Phillip dejó escapar el deseo que había estado reteniendo en sus breves encuentros en el jardín. En aquella biblioteca podía permitirse ser un poco más osado y mostrarle a su amada todo el placer que podían compartir.

Por ello, mientras su lengua exploraba la boca femenina, deslizó una mano hacia abajo para rodear las redondeadas nalgas de su prometida y estrecharla más contra sí.

Su erección presionó contra la suavidad del cuerpo de Caroline e, incapaz de detenerse, frotó lentamente su excitación contra ella. No podía controlarse, por mucho que se hubiera jurado y perjurado que podía hacerlo estaba a punto de ponerse en evidencia por lo intensamente que la deseaba.

Alzó la mano para acariciar la delicada clavícula y, deslizó los dedos más abajo acariciando la piel satinada justo por encima del corpiño.

Le ahuecó un pecho, y ella arqueó la espalda, apretando el duro pezón contra su palma. Absorbida por el placer, Caroline alzó los brazos y enredó los dedos en el espeso y sedoso cabello de Phillip.

—Separa las piernas.

Sosteniéndole la mirada ella separó los muslos. La primera caricia en su centro le arrancó un suave gemido. Estaba mojada y caliente… Phillip le acarició con la punta de un dedo mientras con su otra mano seguía jugando con sus pechos. Caroline se retorció en el sillón, separando aún más las piernas.

Él deslizó un dedo en su interior y cerró los ojos. Introdujo con cuidado un segundo, preocupado por su estrechez y, comenzó a moverlos con suavidad. Apretó la palma contra el sensible botón y la giró lentamente.

Otro gemido escapó de sus labios y se arqueó contra su mano, deseando más, aunque desconociera el qué. Y Phillip estaba decidido a dárselo.

—¿Puedo tocarte? —pidió con la voz llena de deseo.

—Hoy no, Caro. Hoy todo es para ti —musitó, sabedor de que no podría resistirse si ella le tocaba.

Estaba haciendo acopio de toda su fuerza de voluntad para no tomarla allí mismo.

Se agachó frente a ella en el sillón y jugó con ella tal y como tantas noches había soñado. Con la boca y la lengua y con los dedos. Penetrando, lamiendo, mordiendo y chupando…

Cuando sintió que estaba a punto de llegar al éxtasis introdujo dos dedos en su interior y lamió el excitado botón que tanto había disfrutado atormentando.

Ella emitió un grito de asombro y se aferró con fuerza a sus hombros mientras palpitaba en torno a su mano.

Phillip se quedó sosteniéndola unos minutos. Dándole el tiempo necesario para que su pulso se calmara.

—Caroline —llamó por fin.

—Phillip.

—¿Anunciamos esta noche nuestro compromiso?

Ella parpadeó, asombrada por el giro que habían dado los acontecimientos.

—Hoy no.