Capítulo 18

«Espero que estés disfrutando de Italia y que, aun así, de vez en cuando te acuerdes de mí».

 

Fragmeto de una carta de Lord Phillip Carroway, Vizconde de Edgehill a Lady Caroline Whinthrope.

El baile organizado por los duques de Rothgar estaba siendo un éxito. El cuarteto de cuerda era magnífico, la sala de baile estaba tan bien ventilada que, a diferencia de en otros bailes, allí apenas se notaba el asfixiante calor habitual.

Además, los anfitriones estaban radiantes. Sobre todo, la duquesa, que llevaba un precioso vestido de una tela tan delicada que parecía tejida por hadas, con un color verde iridiscente que cambiaba de tonalidad conforme se movía.

Lady Caroline Whinthrope, por su parte, había escogido un vestido de un suave color lavanda que acentuaba cálidos sus rasgos. Había llegado acompañada de su hermano, quien, tras la visita a su amiga, le había confirmado que sus temores eran injustificados.

El único motivo por el que Phillip había ido hasta la mansión de los condes de Stapleford era, precisamente, hablar con el padre de Lady Alice, ya que estaba planeando comprarle un caballo. El problema era que, dada la inesperada partida del noble, el vizconde no había sido informado, asistiendo igualmente a la cita concertada.

La explicación había complacido a Caroline, más viniendo de quién venía. Si había una persona que se mereciera su confianza absoluta, ese era su hermano. Lucius se había hecho cargo de ella tras la muerte de sus padres, dejando apartada su propia felicidad para ocuparse de la de su hermana menor.

Y aunque había contado con la ayuda de la tía Felicity, la viuda era una mujer demasiado acostumbrada a estar sola como para saber cómo atender a una niña.

Aun así, ella les estaba enormemente agradecida. Sobre todo, a Lucius; tanto, que estaba decidida a ocuparse ahora de él. Y tenía bastante claro lo que debía hacer. En cuanto Phillip y ella anunciaran su compromiso se encargaría de que su hermano y Alice descubrieran lo perfectos que eran el uno para el otro.

—Caro —llamó Phillip, acercándose a ella.

Se había quedado sola mientras su hermano se acercaba a la mesa de las bebidas a por un clarete para él y un vaso de ratafía para ella. Sus amigas, Brianna y Victoria, seguían en la entrada, dando la bienvenida a los invitados, y a Alice todavía no la había visto.

—Estás preciosa. Me extraña que no tengas una cohorte de admiradores a tu alrededor.

—Acabo de llegar. No les ha dado tiempo —bromeó con una sonrisa deslumbrante.

—¿Crees que es demasiado pronto para acompañarme a la biblioteca? —preguntó en un tono neutro, pero, aun así, Caroline sintió cómo la piel de su rostro enrojecía por momentos.

—No, no lo es.

Phillip sonrió y le ofreció el brazo.

La mansión de los Rothgar era preciosa, y se notaba en cada esquina la mano de Brianna. Era evidente que Marcus le había permitido cambiar lo que quisiera, no obstante, la biblioteca parecía un dominio exclusivo de hombres y Caroline recordó que, en una ocasión, la duquesa les había contado que Marcus jamás había permitido cambiar un solo mueble de esa estancia porque deseaba que siguiera tal y como su padre la había dejado.

Edgehill abrió la puerta y le cedió el paso.

Caroline se quedó parada en medio de la habitación sin saber muy bien qué hacer. ¿Debía esperar a que Phillip la besara o era mejor que le pusiera al tanto de su decisión de anunciar el compromiso?

Como si supera que debía actuar, el vizconde bajó la cara y la besó y ella dio un respingo por la sorpresa.

Caroline sintió su boca caliente, húmeda y abierta, y él le acarició la barbilla y tiró de ella para que abriera los labios. Entonces sintió el roce de su lengua, seduciéndola con un ritmo constante y sinuoso que notó en el pecho, el vientre y entre las piernas. No obstante, en esa ocasión sus manos no buscaron su escote, no trataron de levantarle la falda, sino que se limitaron a mantenerla pegada a él.

El beso tenía intención de atraparle el alma, de fundirla con la suya y ella se lo permitió y habría seguido haciéndolo si la puerta no se hubiera abierto bruscamente y no hubiera aparecido Lord Burns, acompañado de Victoria y de Alice. Se separó con rapidez de Phillip, pero ya era demasiado tarde. El barón había sido testigo directo de lo que había sucedido en esa biblioteca.

—¡Oh! —se limitó a decir.

—Burns —saludó su prometido, que parecía no preocuparse de lo sucedido.

—Yo… lamento… quiero decir que…

Sus amigas se quedaron en un segundo plano, dejando que fueran los caballeros los que arreglaran la situación.

—Felicítame, barón, vas a ser el primero en saber que Lady Caroline Whinthrope ha aceptado ser mi esposa. Ponte el anillo, querida.

—Felicidades, Edgehill; milady.

La aludida asintió mortificada. Unos minutos antes había estado dispuesta a anunciar su compromiso, no obstante, ahora que se había visto obligada por las circunstancias a hacerlo no estaba tan feliz como debería.

—Por favor, si nos permiten, me gustaría acompañar a mi prometida al salón de baile en cuanto se haya recuperado de la emoción.

—Por supuesto —concedió dándose la vuelta para marcharse.

Victoria y Alice le lanzaron una mirada para asegurarse de que se encontraba bien y siguieron al Barón de regreso al baile.

—Querida, ¿estás bien?

—Esto es horrible. Ahora todo el mundo creerá que te casas conmigo porque te he cazado. Porque te has visto obligado a hacerlo.

Phillip tuvo el descaro de sonreír y el malestar que embargaba a Caroline mutó en rabia.

—No puedo creer que te estés burlando de mí.

—Mi amor, no me burlo de ti, es solo que no podrías estar más equivocada. Soy yo el que te ha cazado a ti.

Ella se apaciguó al escucharlo llamarla amor. Era la primera vez que utilizaba un término tan cariñoso con ella. La primera vez que le dejaba vislumbrar una parte de sus sentimientos.

—¿A qué te refieres con que me has cazado tú a mí?

—A que te quiero y estoy dispuesto a todo con tal de que seas mi esposa. Y si para conseguirlo tengo que quedar como un pelele delante de la alta sociedad, créeme que no puede importarme menos.

—¡Oh! Phillip. Es la primera vez que me lo dices.

—Me preocupaba que te asustaras si lo decía en voz alta. Parecías no estar convencida de casarte conmigo.

—Me preocupaba que no me quisieras.

Phillip rio, ahora podía permitirse ese lujo.

—Llevo meses diciéndote que te quiero con el pensamiento. No sé cómo no te has dado cuenta de ello.

Ella le devolvió la sonrisa.

—Supongo que estaba demasiado ocupada diciéndotelo a ti como para darme cuenta de nada más.

—Creo que lo más inteligente es que a partir de ahora nos lo digamos siempre en voz alta.