IV

DE BAISSAC EL ELEGANTE

Hombre, yo ya sabe usted que creo que la fortuna es donna y que hay que violentarla. Muchas veces, un loco o un iluso van mucho más lejos que el primero de los maquiavélicos.

La Isabelina.

VARIAS veces pensé en encontrar un expediente para seguir mi investigación en París acerca de las intrigas de los franciscanos. El barón de Colins no podía ocuparse más que pasajeramente de un asunto de esta clase.

En Bayona había un dandy de provincia, joven literato francés, amigo mío, mozo de muchas esperanzas, redactor principal del periódico El Centinela de los Pirineos. Se llamaba René de Baissas, él firmaba con frecuencia de Baissac y quizá, por eufonía, mucha gente prefería darle este nombre.

El joven era liberal y masón. A mí me había hecho algunos servicios. Me tradujo al francés las cartas del Pretendiente a su ministro Marcó del Pont, a la señora Maturana y a Maroto, cuando eche a volar el Simancas.

De Baissac era amigo mío y simpatizaba con mi acción. Cuando fui a Bayona, en diciembre de 1838, comisionado por el gobierno, apareció en El Centinela de los Pirineos, el 5 de enero de 1839, un artículo notable por las noticias exactas acerca de los proyectos del ministro de Hacienda de Madrid, anunciando mi salida de la corte como enviado por Pita Pizarro y Alaix, para trabajar contra los carlistas. Se me llamaba en el artículo «alma de intrigas subterráneas y tenebrosas» y se me suponía autor de las conmociones políticas fraguadas en la península en los cinco años anteriores.

Envié yo al ministro Pita Pizarro el número de El Centinela del 5 de enero, con el artículo, diciéndole en una nota al margen: «Alguien muy allegado a usted ha escrito esto».

Pita Pizarro se alarmó. El autor de aquella carta y de otros trabajos sobre política española, publicados en el mismo periódico, estaba tan perfectamente enterado de los proyectos ministeriales, que necesariamente el corresponsal debía de ser uno de los empleados de su departamento y de los más próximos al ministro.

Pita Pizarro me envió una nota diciéndome: «A toda costa es necesario averiguar el nombre del redactor de El Centinela de los Pirineos que escribe desde Madrid».

No necesité hacer grandes esfuerzos ni gasto alguno para enterarme. Hablé con René de Baissac, quien me enseñó los originales del corresponsal. Este era un señor llamado don Juan Bosque, oficial primero del ministerio de Hacienda y uno de los protegidos de Pita Pizarro. Me dijeron que se llamaba Bosch, aunque firmaba Bosque. Por su corresponsalía de El Centinela de los Pirineos le pagaban quinientos francos mensuales y había sido elegido y recomendado por el cónsul Gamboa.

El Centinela de los Pirineos era periódico radical y seguía, con relación a la política española, las inspiraciones de Gamboa, que le subvencionaba con dinero del consulado.

Así el cuco del cónsul tenía un agente gratis. Por si el ministro dudaba de que Bosque fuera el autor de los artículos, le escribí diciéndole: «Podría enviarle la prueba remitiéndole los originales firmados por Bosque; pero haciéndolo comprometería inútilmente ante el propietario del periódico al redactor jefe y amigo mío, René de Baissac. Este asunto —añadía— me parece delicado para usted como ministro. Debe usted obrar con cautela, alejar al confidente traidor de las oficinas e irle apartando de su lado poco a poco».

Pita Pizarro siguió mi consejo. Como Bosque se vio con el filón agotado, le fue imposible comunicar noticias importantes al Centinela de los Pirineos y al mes le despidieron del periódico, dejando, naturalmente, de pagarle el sueldo.

Bosch o Bosque fue, andando el tiempo, director o subdirector de la fábrica de tabacos de Madrid, y ocupó otros destinos importantes. ¡Cosas de España! Debió de morir hacia 1863.

René de Baissac vivía agobiado con una pequeña tragedia. Estaba enredado con una mujer casada de Bayona y empezaba a encontrarse harto de estos amores, que tenían para él todos los inconvenientes del matrimonio y ninguna de sus ventajas.

De Baissac pensaba con fruición en la posibilidad de la independencia y de la ruptura; pero veía que, permaneciendo en Bayona, el libertarse de su yugo era muy difícil. Había intentado preparar el terreno para trasladarse a París escribiendo crónicas acerca de la guerra civil española en algunos periódicos de la capital; pero sus artículos no habían llamado la atención.

Las relaciones con René de Baissac fueron para mí de cierta utilidad. De Baissac, como he dicho, estaba anhelando soltar la amarra de Bayona e irse a vivir a otra parte.

Yo había pensado en emplearle y le escribí preguntándole si podría presentarse en Bagnères de Luchón a hablar conmigo. Le pagaría el viaje y los gastos. A los cuatro días apareció el periodista en el balneario. Comimos juntos.

—Amigo de Baissac —le dije a los postres—. Si está usted libre en estas circunstancias, le necesitaría a usted.

—Me encuentro completamente libre.

—¿Sigue usted con su deseo de marcharse de Bayona?

—Más que nunca.

—Entonces le explicaré a usted el asunto.

—Hable usted, estoy dispuesto a meterme de cabeza en cualquier intriga.

Proposición

—Usted sabe que yo soy agente del gobierno español y que trabajo y he trabajado siempre por la libertad. Desde aquí me enteré de que el infante don Francisco de Paula y su mujer preparaban una intriga contra la reina María Cristina. Fui a París con la idea de descubrir el enredo, y pude comprobar que existía una conjura de amigos de los infantes y de partidarios de Espartero. Se trata de destronar a la reina madre. La conjura va adelante y la reina está en Barcelona.

—¿Y qué, quiere usted que yo haga?

—Yo quisiera que usted se trasladara a París, si le es posible. A mí el gobierno francés me considera sospechoso y no me permite estar allí.

De Baissac dijo:

—Para mí, el ir a establecerme a París es uno de mis mayores deseos. Por otra parte, estoy dispuesto a servir a usted y a trabajar por la reina y por la libertad española; pero me es materialmente imposible hacerlo en seguida. He pedido una pequeña licencia al señor Lamaignere, propietario de El Centinela de los Pirineos, para venir aquí. Para ausentarme definitivamente tendría que indicarle que buscara redactor en jefe de su confianza y esperar hasta que este se enterase bien de la marcha del periódico.

—¿Cuánto tiempo cree usted indispensable para esto?

—Unos ocho días.

—Muy bien; quizá haya tiempo, pero si puede usted convertir los ocho días en cuatro, será mejor.

—Lo veré. De todas maneras, cuando termine mis asuntos vendré inmediatamente aquí a recibir sus órdenes.

—Yo estaré en el balneario todavía seis días; después iré a Tolosa.

Al terminar la comida me saludó un agente de policía, a quien conocía por verle con Lenormand. Hablamos.

—¿Sabe usted que la bella Fanny está en Bagnères de Bigorre hace una semana? —me dijo.

—No, no lo sabía.

—Sí; está con una amiga suya, bailarina española.

Al conocer la noticia, invité a René de Baissac a marchar conmigo en un coche que salía a aquella hora para Bagnères de Bigorre. Fuimos en la baca de la diligencia por Arreau y Campan. Hacía un día magnífico.

Llegamos a Bigorre. La bella Fanny me recibió con grandes manifestaciones de amistad. Saludé a su amiga la Perlita y les presenté a las dos a de Baissac.

Hablamos largo rato y le dije a Fanny:

—Mi amigo de Baissac es un periodista de talento que va dentro de poco a París. ¿Podría usted darle una carta de recomendación para el barón de Colins y otra para Valdés?

—Con mucho gusto —contestó ella—; pero como soy un poco torpe para estas cosas, sería mejor que ustedes me escribiesen el borrador.

El mismo de Baissac lo hizo recomendándose como literato y como periodista, para ver si podían colocarle en algún periódico de París.

La Perlita le dio también una tarjeta para el director de escena del teatro de la Opera. De Baissac recogió las cartas y la tarjeta y tomó al instante la diligencia para Bayona.

Fanny y la Perlita

Me invitaron a quedarme en el balneario y cené con Fanny y la Perlita. Fanny me dijo que esperaba al conde de Parcent de un momento a otro, para marchar a Aguas Buenas; pero si el conde no llegaba, metido como andaba en los negocios políticos de los infantes, entonces ella pensaba ir a España con su nueva amiga la bailarina.

Dije a Fanny cómo estaba enterado de los asuntos del marqués de Montigny, de quien me habían contado su historia Valdés de los Gatos y Martín Murlot. Fanny quedó un tanto impresionada.

—No me hable usted de ese hombre —exclamó—. Es un miserable capaz de todo.

—Creo que está locamente enamorado de usted.

—No sé. Yo no le quiero aunque me ofrezca montañas de oro. Es un canalla, capaz de cualquier infamia. Raúl, su hijo, se casó con la hija de la generala Lefevre con el permiso del marqués, a pesar de que creía que eran hermanos.

—¿Y por qué?

—Pensaba que la boda era buena, y como la familia de Lefevre iba tomando importancia, no tuvo ningún escrúpulo para el casamiento.

—Ahora, según me dijeron allí, está dispuesto a poner su fortuna a sus pies —le indiqué yo.

—Me es igual; no le quiero de ninguna manera. Prefiero vivir en la miseria que con ese hombre. Me ha llegado a dar a entender que si lo exijo, como su mujer está enferma, él se las arreglará para precipitar su muerte para casarse conmigo. No quiero que se me acerque; si se me acerca, soy capaz de pegarle un tiro.

Y la Fanny tomó una actitud de violencia y de cólera.

Estuvimos largo tiempo hablando de este asunto. La Perlita nos contó su vida en Londres, donde había nacido y se había educado.

Al día siguiente, muy de mañana, volví yo a Luchón y a los pocos días a Tolosa.