Prólogo

Los que se van

Lo que trae el alzheimer es un ralentí de angustia, una cuesta de vértigos, un menú de miedos. Para el enfermo y para sus íntimos, que aprenden rápido, bajo daño único, aquello de Jorge Luis Borges: «Somos los que se van». Estoy en esta página porque Pedro Simón me ha convidado a un libro difícil y valiente, y porque me tocó, en su día, estar a pie de obra del duro estremecimiento, con mi propia madre desencuadernada de alzheimer. Pedro lo supo, y yo le dije que sí. Aquel que ha tenido cerca, o sea, tan dentro, a un padre o a una madre con alzheimer acaba logrando una veteranía del oficio de la rara suerte de morir, pero sin morirse. «Sé que me pasa algo. No sé lo que es», arriesga Pasqual Maragall en algún momento de este libro. He aquí un esclarecedor diagnóstico del abismo. De la estupefacción de un abismo que se lleva por dentro. Hasta que lo ocupa todo. Hasta que ya no hay otro escalofrío. De modo que las familias de los aquejados de alzheimer también saben que les pasa algo. Lo sabemos. Y no acertaríamos a precisar muy bien lo que es.

He visto a mi madre dar cuna a los juguetes de su nieta en el fondo del frigorífico. He visto a mi madre sentarse a la mesa de espaldas. He visto a mi madre saludar a un abeto con el nombre de mi padre. He visto en los ojos de mi madre el domingo de la nada. Ya me contarán ustedes cómo va uno a saber qué le pasa cuando va la vida y se empeña en darnos esta jodida y lejana vida.

«Y si pierdo la memoria, qué pureza», escribió otro vidente. El verso nació a otros efectos, naturalmente, pero yo me he abrigado con él a menudo, por imaginar que al fin mi madre cayó a vivir en alivios de pureza, en edén de inocencia, en ciegas astronomías de poca o ninguna lucha. Cayó ahí a vivir, y a morir. Se piensa pronto que lo mejor es que el alzheimer vaya rápido, porque quizá hay algo peor que el dolor, que es saber que el dolor no se acaba. De las madres con alzheimer nos despedimos todos los días, pero al día siguiente están ahí, sin estar, tuteando al pánico en los espejos o pidiendo de postre una caracola. El alzheimer es un luto pendiente, un adiós de bienvenida, un futuro de ayeres. Hasta que ni asoma futuro, ni quedan ayeres. El alzheimer es un largo calendario inútil.

Aquí, Pedro Simón, reunido con un hijo del gran Chillida, resuelve que el alzheimer es el color negro, y la emoción de inocencia, y un réquiem de Mozart. Qué cerca nos quedan estas síntesis a los que estuvimos, despeinados de alma, en el naufragio del olvido. Es eso el alzheimer, sí, ahondadamente, y que tu padre o tu madre te respondan que no saben tu nombre ya desde una sonrisa insólita que es de otra vida. Ignoran que les cuida un hijo. Estamos ante la madre que ya se ha ido. Aquí Simón aborda todo esto, y más, con luz de todas las sombras. Ha ido a sentarse como uno más entre las familias de casos célebres, como Pasqual Maragall, o Chillida, o Carmen Conde, y luego se ha ido a tomar un café, o varios, de confesión pura con cuidadores de mayor o menor renombre. Entre una cosa y la otra, ha visitado el sótano último de la molicie de gentes sin apellido de oro, donde la muerte, o su inminencia, se charla con naturalidad salvaje. Le ha hecho, en fin, todas las entrevistas al alzheimer.

De Pedro Simón sabemos, desde hace tiempo, que descubre con magisterio el más allá en el vecino de enfrente, y que sus historias, dolientes, sentidas, humanísimas, son historias de nuestra esquina, pero solo él ha sabido verlas. Ahora le ha dado por tutear al alzheimer, y ha logrado un cónclave de quienes fueron sus largos rehenes, quizá sin consuelo. De quienes lo fuimos, y aún lo somos, porque la muerte es el golpe y el galope de la vida. O debiera serlo. Así, le ha salido un libro minucioso y prodigioso y completo, como era previsible en él, que carga arrojos del talento. No estamos ante un ejercicio de reporterismo de recreo de la dolencia, o de la tragedia, incluso, ni tampoco ante un catálogo de heridos, que van y le cuentan su batalla al narrador dispuesto, entre lo liberatorio y lo convaleciente. No, no se trata de eso. Simón ha logrado una biografía del alzheimer, entre el dato y la anécdota, entre el cuchillo y el esmero, entre el secreto y la ternura. Mi madre nunca sospechó estar en un libro sobre el alzheimer, obviamente. Pero yo tampoco. A ambos Simón nos ha hecho este regalo. Como con mi madre ya no contamos, bendita sea, su gratitud va incluida en la mía.

Por si algún día a mí la memoria me falla, aquí lo pongo.

Ángel Antonio Herrera