XV - La traición de Graff
—Ya es la hora —dijo Hulda—. ¿Salimos?
Nos habíamos quedado allí casi una hora y ya era tiempo de salir para la reunión de Graff. Era la primera vez que nos aventurábamos de noche por Xenephrene.
Me invadió un sentimiento del mal. Era una noche despejada, sin nubes, y Pyrena brillaba como un enorme disco púrpura en el cielo. El bosque estaba lleno de sombras purpúreas. Las cosas rojas estaban por todas partes y bendije, conociendo ahora su misión, el brillo purpúreo encargado de mantenerlas bajo control. Subimos la rampa y llegamos a la calle principal de Garla. Las dos chicas llevaban capas blancas y mi padre también. En una ocasión, Hulda subió la capa por encima de su cabeza, a guisa de capucha, pero Freddie le pidió que la bajase:
—Pareces un fantasma con esta luna —dijo riendo, pero su tono de voz era muy alto, no parecía él. Dan susurró:
—Se supone que Kean se reunirá con nosotros a la puerta del estadio, ¿crees que lo hará, Peter? Si algo saliera mal...
—Nos sentaremos detrás —le respondí—, para que nos encuentre pronto. Freddie, tú y yo hemos de estar juntos para poder escapar.
Freddie fue acercándose a nosotros a medida que caminábamos. La calle gemía y se combaba bajo nuestro peso.
—¡Esta maldita ciudad de papel! Peter, dame mi cuchillo y el revólver. Demos gracias al cielo por estas capas oscuras.
Llevábamos unas capas de tejido oscuro, que habíamos encontrado en una de las habitaciones de «Bajo Jardines»; insistimos en ponérnoslas y mi padre accedió.
Levanté mi capa y di subrepticiamente las armas a Freddie. Cada uno de nosotros tenía una daga corta de hoja ancha y una automática Essen silenciosa; únicas armas que habíamos traído de la Tierra.
—Échate atrás —musité a Dan—; mi padre puede concebir sospechas y querrá saber de qué estamos hablando.
Estábamos absolutamente decididos a penetrar en la cueva por cualquier medio que a Kean le pareciese con probabilidades de éxito. Quizá mi padre fuera de nuestra misma opinión, pero, si así era, querría venir con nosotros y siempre sería más causa de molestia que de ayuda en una aventura semejante. Además queríamos que, si nuestra empresa fracasaba, por lo menos él quedase a salvo.
Envueltos en nuestras capas anduvimos apresuradamente por las calles de Garla, construidas en las copas de los árboles. Una muchedumbre de jóvenes saltó por encima de nosotros y, de pronto, algo pesado golpeó a Dan en un hombro; éste maldijo asombrado.
Mi padre estaba a su lado y le dijo:
—No me gusta nada esto; en todo el tiempo que he estado aquí, ésta es la primera vez que he visto una señal de abierta hostilidad —se volvió hacia mí, bajando la voz—. Hemos de probar algo desesperado, Peter; si Graff se nos escapa y llega a la Tierra... Lo que pueda hacerse para detenerlo ha de ser esta noche.
Evité darle respuesta directa:
—Oigamos primero lo que tiene que decirnos Kean, cuando se reúna con nosotros a la entrada.
Por encima de nosotros pasó un Brauno volando, gritando despreciativo y amenazador. Llamé a Dan y a Freddie, que se unieron a mí, formando un grupo compacto. A la luz de la luna. Kean apareció volando y aterrizó suavemente junto a mí. Dan y Freddie se me acercaron. Susurré:
—¿Todo listo, Kean?
—Sí, han quitado todos los guardias para la reunión de aquí. En media hora estaremos dispuestos para intentarlo. Mi padre se acercó a nosotros.
—¿Vienes con nosotros, Kean? Nunca he visto algo parecido; los Garlianos mostrándose hostiles. ¿Has recibido noticias de la frontera?
—No —dijo Kean—, algo pasa; los Braunos no se han ido y hay muchos aquí, en Garla, esta noche. Freddie preguntó:
—¿Has visto a Graff? ¿Dónde está?
—Dentro —Kean hizo un gesto con la mano—. subido en la plataforma superior con esa mujer, Brea, y muchos Braunos —se volvió hacia mí y me dijo casi en un murmullo— ¿Cuidáis bien de Zetta? Tened en cuenta que, cuando nos vayamos, se quedará sola con el Profesor y Hulda, de manera que he llamado a unos insectos... ahí hay uno.
Cerca de nuestros hombros se irguió un insecto y. luego, otro. Kean le dijo a mi padre que era él quien los había hecho venir. Mi padre respondió:
—Bien, diles que se queden cerca de Zetta.
El estadio era una enorme superficie de copas de árboles bañada por la luz de la luna. La gente se agolpaba en todos los puntos elevados, dando una impresión de confusión a la luz de la luna. El público se reunía, saltaba desde la puerta para encontrar sitio, trepando.
Entramos caminando pesadamente. La gente torció la cabeza para mirarnos y algunos chillaron despreciativamente.
—Nos sentaremos aquí —le dije a Kean—; vuelve en cuanto puedas.
Cogimos los primeros asientos vacíos que encontramos, muy cerca de la puerta. Las plataformas y los postes casi no nos dejaban ver. pero se podía divisar algo. La tribuna desde la que Graff iba a hablar se veía claramente, pues había allí arriba una batería de focos cuyo purpúreo resplandor parecía intensificar la luz de la luna. La plataforma estaba llena de braunos y, entre ellos, podían verse las gigantescas figuras de Graff y de Brea.
Nos sentamos todos en la misma fila, Hulda y Zetta en un extremo y nosotros tres, los conspiradores, más cerca de la puerta. Detrás de Zetta, pegados a una liana estaban nuestros dos insectos. Zetta estaba a mi lado y, a pesar del torbellino de mis pensamientos, era plenamente consciente de su presencia. Sus largos cabellos blancos bajaban hasta el asiento; busqué uno de sus rizos y lo tomé en mis manos. No se dio cuenta... ¿o tal vez sí?; me pareció que se inclinaba hacia mí.
—Peter —musitó—, lo he hablado todo con Kean. Si tenéis éxito, os encontraremos en campo abierto, donde vuestro vehículo pueda recogernos.
De pronto se hizo un enorme silencio. La gigantesca figura de Graff se había aproximado al borde de la plataforma y allí quedó, remarcada su silueta en la oscuridad, una asombrosa figura purpúrea. Levantó los brazos sonriendo benévolamente al ver el mar de cabezas vueltas hacia él.
Al cabo de un instante comenzó a hablar. Su voz, a pesar de que sus palabras eran ininteligibles para mí, resultaba suave, persuasiva, pero al mismo tiempo fuerte y poderosa. Algunas veces se volvía a mirar a los que con él estaban. Hablaba suavemente, para de pronto lanzar a gritos una pregunta, que resonaba como un trueno; al cabo de un momento se trataba de otra pregunta suave, casi gentil... ¡Todos los trucos del orador! Y, además, estaba manejando a la multitud, llevándola por donde él quería.
Estallaron los aplausos y, al crecer su volumen, Kean cayó de repente a mi lado. Levanté la vista y me enfrenté con su cara blanca, agitada. Me dijo:
—Peter, no hagas señal alguna, coge a tu padre y marchaos todos.
¡Pasaba algo espantoso! Me parece que me di cuenta del momento en que el rizo de cabello de Zetta se escapó de entre mis dedos. Sin embargo, lo olvidé en seguida, al ver el horrorizado rostro de Kean.
Oí un grito que me dejó helado... Se trataba de la voz de un funcionario aullando órdenes, horrorizado.
Kean me tradujo lo que decía:
—¡Han robado el control de infrarrojos, los globos púrpura y rojo, los han robado!
Del cielo descendía un objeto por encima de la batería de focos, bañado por la luz de la luna. Se trataba de una plataforma volante, pero no podía verla muy claramente. De pronto cayó con rapidez dentro del círculo de luz de los focos y, al momento, volvió a despegar. Pasó por encima de nosotros; se trataba, en efecto, de una plataforma volante y los braunos que escapaban se agolpaban en ella. La batería de focos se apagó; la tribuna estaba vacía.
Se había descubierto la traición de Graff: ¡había robado los globos del control de infrarrojos!
Sin éstos, Xenephrene estaría perdido dentro de uno o dos meses. Los asustados funcionarios de Garla lo sabían; toda esta gente, presa de pánico, que se agolpaban alrededor lo sabían. El mundo se volvería loco... Pero yo no pensaba en eso: el frío horror que yo sentía procedía de otra fuente... Me había dado cuenta de que Graff había robado el control de infrarrojos para usarlo en la Tierra. Temblorosa, mi imaginación se adelantó a los tiempos. Nuestro mundo, nuestra Tierra, presa de la locura...