Trajeron cocos, plátanos, agua, cestos con arroz y algunos pescados muy grandes gritando charume, que significa «amigos» y herrequepe, que significa «dadnos hierro». Nunca en mi vida vi vendedores tan ansiosos por vender, ni compradores tan ansiosos por comprar; estos isleños se enloquecen por el hierro que evalúan más que el oro, y nuestros pobres hombres estaban tan desesperados de sed, que habrían aceptado diez años de esclavitud a cambio de media pinta de agua. Pero el sargento Andrada y el segundo contramaestre, después de haberlo consultado entrambos, prohibieron que nadie abaratara el precio del hierro aceptando muy poco a cambio, y lo dispusieron todo para que se comprara y se vendiera en bulto. Negociaron con el jefe de los ladrones, que vino a bordo acompañado de una escolta. Se acordó que se cambiaría un quintal de víveres por una libra de hierro, entrara éste en la constitución de martillos, cadenas, palas, llaves, cerrojos, bisagras o trozos de armadura vieja; pero doña Ysabel envió al sobrecargo para que vigilara que no se vendiera sino lo que pertenecía a los hombres, y quitó de lo acumulado en cubierta más de quince libras de peso: el cañón de un arcabuz que había explotado, aros de toneles desde hacía ya mucho quemados y partes del aparejo del barco.
El cacique lo tomó muy a mal, llamó ladrón