Caracteres
(1667-1669)
En esas experiencias habituales, normalmente nos mostramos inseguros sobre qué hacer a continuación. ¿Me engañan mis ojos (u oídos, nariz o memoria)? ¿O es que, real y verdaderamente, soy testigo de algo fuera del curso ordinario de la naturaleza? ¿Debería callármelo, o decirlo?
La respuesta depende en gran medida del entorno, los amigos, las personas queridas y la cultura. En una sociedad de una rigidez obsesiva y de orientación práctica, seguramente yo mostraría prudencia a la hora de admitir estas experiencias. Me pueden tildar de frívolo, demente, poco fiable. Pero en una sociedad que se apresura a creer en fantasmas, por ejemplo, o «concesiva», relatar este tipo de experiencias podría merecer aprobación e incluso prestigio. En el primer caso, yo tendría la grave tentación de suprimirlo todo; en el segundo, quizá incluso exageraría o lo elaboraría un poco para darle un aire más milagroso todavía.
Charles Dickens, que vivió en una cultura racional floreciente en la que, sin embargo, también prosperaba el espiritualismo, describió el dilema con estas palabras (de su cuento: «Para no tomarlo muy en serio»):
En un estudio de Alvin Lawson, de la Universidad del Estado de California, en Long Beach, un médico sometió a una sesión de hipnotismo a ocho sujetos, con un cribado previo para eliminar a los entusiastas de los ovnis. Les informó de que habían sido abducidos y, tras ser llevados a una nave espacial, examinados. Sin más instigación, les pidió que describieran la experiencia. Los relatos, la mayoría obtenidos sin mayor problema, eran casi indistinguibles de los que presentan los que se declaran abducidos. Es cierto que Lawson había dado indicaciones breves y directas a sus sujetos; pero, en muchos casos, los terapeutas que tratan rutinariamente las abducciones por extraterrestres dan indicaciones a sus pacientes... a algunos con gran detalle, a otros más sutil e indirectamente.
Elizabeth Loftus, psicóloga de la Universidad de Washington, ha encontrado que se puede hacer creer a sujetos no hipnotizados que vieron algo que no vieron. Un experimento típico es que los sujetos vean una película de un accidente de coche. En él curso de la interrogación sobre lo que vieron, se les da casualmente información falsa. Por ejemplo, se hace referencia a una señal de stop, a pesar de no haber ninguna en la película. Muchos recuerdan entonces obedientemente haber visto una señal de stop. Cuando se les revela el engaño, algunos protestan con vehemencia e insisten en que recuerdan la señal vividamente. Cuanto mayor es el lapsus de tiempo entre la visión de la película y la recepción de la información falsa, más aceptan la desnaturalización de sus recuerdos. Loftus arguye que «los recuerdos de un acontecimiento tienen mayor parecido a una historia sujeta a revisión constante que a un bloque de información original».
Hay muchos más ejemplos, algunos —el falso recuerdo de haberse perdido de pequeños en unos grandes almacenes, por ejemplo— de mayor impacto emocional. Una vez sugerida la idea clave, el paciente a menudo da cuerpo de manera verosímil a los detalles que la avalan. Es fácil inducir recuerdos lúcidos pero totalmente falsos con una serie de claves y preguntas, especialmente en el contexto terapéutico. Los recuerdos se pueden contaminar. Se pueden implantar recuerdos falsos incluso en mentes que no se consideran a sí mismas vulnerables ni acríticas.
Stephen Ceci, de la Universidad de Cornell, Loftus y sus colegas han encontrado, sin sorpresa, que los preescolares son excepcionalmente vulnerables a la sugestión. Un niño que, cuando se le pregunta por primera vez, niega que una trampa de ratones le hubiera pillado la mano, más tarde recuerda el acontecimiento con vividos detalles que ha ido generando. Cuando se le habla más directamente de «cosas que te pasaron cuando eras pequeño», con el tiempo llega a consentir con bastante facilidad los recuerdos implantados. Los profesionales que miran las cintas de vídeo de los niños sólo pueden aventurar qué recuerdos son falsos y cuáles verdaderos. ¿Hay alguna razón para pensar que los adultos son totalmente inmunes a las falibilidades que muestran los niños?
El presidente Ronald Reagan, que pasó la segunda guerra mundial en Hollywood, describió vividamente su papel en la liberación de las víctimas de los campos de concentración nazi. Como vivía en el mundo del cine, parece que confundía una película que había visto con una realidad que no había visto. En sus campañas presidenciales, el señor Reagan contó en muchas ocasiones una historia épica de coraje y sacrificio, motivo de inspiración para todos nosotros. Sólo que nunca ocurrió; era el argumento de la película A Wing and a Prayer... que también a mí me impresionó mucho cuando la vi a los nueve años. Es fácil encontrar muchos más ejemplos de este tipo en las declaraciones públicas de Reagan. No es difícil imaginar los serios peligros públicos que entrañan los casos en que líderes políticos, militares, científicos o religiosos son incapaces de distinguir la realidad de la ficción vivida.
Cuando preparan el testimonio en el juzgado, los testigos reciben consejos de sus abogados. A menudo se les hace repetir la historia una y otra vez hasta que la dicen «bien». Entonces, en el estrado, lo que recuerdan es la historia que han estado contando en el despacho del abogado. Los matices se han ensombrecido. O quizá ya no correspondan, ni siquiera en sus características principales, a lo que ocurrió realmente. Los testigos pueden haber olvidado oportunamente que sus recuerdos fueron reprocesados.
Esos hechos son relevantes en la evaluación de los efectos sociales de la publicidad y la propaganda nacional. Pero aquí sugieren que, en los asuntos de abducción por extraterrestres —donde las entrevistas suelen realizarse años después del supuesto acontecimiento—, los terapeutas deben cuidarse mucho de implantar o seleccionar accidentalmente historias que sugieren ellos.
Quizá lo que realmente recordamos es una serie de fragmentos de recuerdos cosidos a una tela de nuestra propia imaginación. Si cosemos con la suficiente inteligencia, conseguimos hacernos una historia memorable fácil de recordar. Los fragmentos por sí mismos, sin el vínculo de la asociación, son más difíciles de salvar. La situación es bastante parecida al método propio de la ciencia, con el que se pueden recordar, resumir y explicar muchos datos en el marco de una teoría. Entonces recordamos mucho más fácilmente la teoría y no los datos.
En la ciencia siempre se están volviendo a valorar y confrontar las teorías con nuevos hechos; si la discordancia de los hechos es seria —más allá del margen de error—, quizá debería revisarse la teoría. Pero, en la vida cotidiana, es muy raro que nos enfrentemos a nuevos hechos sobre acontecimientos de hace tiempo. Nuestros recuerdos no se ven casi nunca desafiados. En cambio pueden quedar fijos, por muy defectuosos que sean, o convertirse en una obra en continua revisión artística.
Se necesita una. prueba.
Así, María —que por lo visto no había previsto que tendría que proporcionar una prueba— le da una señal. Los del pueblo y los curas se convencen en seguida. Se construye el santuario. Ocurren curaciones milagrosas en la vecindad. Llegan peregrinos de todas partes. La economía local mejora. Se nombra a la testigo original guardiana del sacro santuario.
En la mayoría de los casos que conocemos, se creó una comisión de investigación, formada por autoridades civiles y eclesiásticas, que atestiguaban si la aparición era genuina... a pesar del escepticismo inicial, casi exclusivamente masculino. Pero el nivel de las pruebas no solía ser alto. En un caso se aceptó seriamente el testimonio delirante de un niño de ocho años dos días antes de morir por una epidemia. Algunas comisiones siguieron deliberando durante décadas o incluso hasta un siglo después del acontecimiento.
En Sobre la distinción entre visiones verdaderas y falsas, un experto sobre el tema, Jean Gerson, alrededor del año 1400, resumió los criterios para reconocer la credibilidad del testigo de una aparición: uno era la disponibilidad a aceptar consejo de la jerarquía política y religiosa. Así, aquel
En algunos casos es posible que los relatos se compararan y coordinaran antes de dar testimonio. Por ejemplo, en una ciudad pequeña podía haber múltiples testimonios de la aparición de una mujer alta y reluciente la noche anterior, toda vestida de blanco, con un niño en el regazo y envuelta en una luz que iluminaba la calle. Pero, en otros casos, personas que estaban físicamente junto a la testigo no pudieron ver nada, como en este informe de una aparición en Castilla en 1617:
Es de destacar que casi todas las apremiantes peticiones de María fueran de lo más prosaico, como por ejemplo en esta aparición de 1483 en Cataluña:
las parroquias de El Tom, Milleras, El Sallent y Sant Miquel de Campmaior a
exhortar a las almas de los curas para que pidan a la gente que pague los
diezmos y todos los impuestos de la iglesia y restituya lo que poseen
encubierta o abiertamente que no sea suyo a sus verdaderos propietarios en el
plazo de treinta días, porque será necesario, y que observen la santificación
del domingo.
Y segundo que dejen de blasfemar y ejerzan la charitas
Es natural sospechar que muchas de esas apariciones, quizá todas, fueran una especie de sueño, en vigilia o dormido, compuesto por mistificaciones (y por engaños; había un negocio floreciente en milagros inventados: pinturas y estatuas religiosas halladas por casualidad o por orden divina). Se hablaba del tema en Siete Partidas, el códice de ley canónica y civil compilado bajo la dirección de Alfonso X el Sabio, rey de Castilla, alrededor de 1248. En él podemos leer lo siguiente:
o ciudades, diciendo que son reliquias de ciertos santos en esos lugares y con la pretensión de que realizan milagros y, por esta razón, gente de muchos lugares se ve inducida a ir en peregrinaje a fin de llevarse algo de ellos; y hay otros que, influidos por sueños o fantasmas vacíos que se les aparecen, erigen altares y simulan descubrirlos en las localidades antes citadas.
Al enumerar las razones de las creencias erróneas, Alfonso traza una línea continua que va desde la secta, la opinión, la fantasía y el sueño hasta la alucinación. Una suerte de fantasía llamada antoianga se define de este modo:
Antoianca es algo que se detiene ante los ojos y luego desaparece, como si uno lo viera u oyera en trance, y por consiguiente sin sustancia.
A pesar de todo, en la mayor parte de la Europa medieval, estas apariciones eran recibidas gratamente por el clero católico romano, especialmente porque las admoniciones marianas eran muy convenientes para el sacerdocio. Bastaban unas cuantas «señales» patéticas como prueba, una piedra o una huella, y nunca algo que no fuera susceptible de fraude. Pero, a partir del siglo XV, en los albores de la Reforma protestante, la actitud de la Iglesia cambió. Aquellos que declaraban tener un canal independiente con el cielo burlaban la cadena de mando de la Iglesia hasta Dios. Además, algunas apariciones —por ejemplo, las de Juana de Arco— tenían desagradables implicaciones políticas o morales. Los inquisidores describieron los peligros que representaba la visión de Juana de Arco en 1431 en estos términos:
Tanto Juana de Arco como Girolamo Savonarola fueron quemados en la hoguera por sus visiones.
En una época en la que prácticamente todo el mundo era analfabeto, antes de los periódicos, la radio y la televisión, ¿cómo es posible que los detalles religiosos e iconográficos de estas apariciones fueran tan similares? William Christian cree que la respuesta se halla en la dramaturgia religiosa (especialmente en las representaciones de Navidad), en los predicadores itinerantes y peregrinos, en los sermones de las iglesias. Las leyendas sobre los santuarios se extienden con rapidez. A veces llega gente que vive a cien kilómetros de distancia o más con el fin, por ejemplo, de curar a su hijo enfermo con un guijarro pisado por la Madre de Dios. Las leyendas influían en las apariciones y viceversa. En una época acosada por la sequía, las epidemias y la guerra, sin servicios sociales o médicos disponibles para la mayoría, que desconocía la ilustración pública y el método científico, el pensamiento escéptico era raro.
¿Por qué las admoniciones son tan prosaicas? ¿Por qué es necesaria la aparición de un personaje tan ilustre como la Madre de Dios para que en un pequeño lugar poblado por unos miles de almas se reconstruya un santuario o el populacho se abstenga de maldecir ? ¿Por qué no entregan mensajes importantes y profeticos cuya significación se pueda reconocer en años posteriores como algo que sólo podía haber emanado de Dios o los santos? ¿No habría potenciado esto en gran manera la causa católica en su lucha a muerte contra el protestantismo y la Ilustración? Pero no se sabe de apariciones que adviertan a la Iglesia, por ejemplo, contra la ilusión de un universo centrado en la Tierra, o que censuren la complicidad con la Alemania nazi, dos temas de gran importancia moral además de histórica en los que, meritoriamente, el papa Juan Pablo II ha reconocido el error de la Iglesia.
Ni un solo santo criticó la práctica de la tortura y quema de «brujas» y herejes. ¿Por qué? ¿No eran conscientes de lo que ocurría? ¿No eran capaces de captar su maldad? ¿Y por qué María siempre da órdenes al pobre campesino de informar a las autoridades? ¿Por qué no las amonesta ella misma? O al rey. O al papa. En los siglos XIX y XX, es cierto, algunas apariciones han adquirido gran importancia: en Fátima, Portugal, la Virgen mostró su cólera en 1917 por la sustitución del gobierno de la Iglesia por un gobierno secular, y en Garabandal, España, en 1961-1965, amenazó con el fin del mundo si no se respetaban a partir de entonces doctrinas políticas y religiosas conservadoras.
Creo ver muchos paralelos entre las apariciones marianas y las abducciones por extraterrestres; aunque, en el primer caso, los testimonios no son llevados al cielo a gran velocidad ni sufren intromisiones en sus órganos reproductores. Las criaturas que se declaran ver son diminutas, casi siempre de apenas un metro. Vienen del cielo. El contenido de la comunicación, a pesar del supuesto origen celestial, es mundano. Parece haber una clara relación con el hecho de dormir y soñar. A las testigos, normalmente mujeres, les da apuro hablar, especialmente después de enfrentarse a la ridiculización por parte de los varones en posiciones de autoridad. A pesar de todo, persisten: insisten en haber visto realmente lo que dicen. Hay distintas maneras de transmitir las historias; se comentan con afán y eso permite hacer coincidir los detalles entre testigos que no se han visto nunca. Otras personas que estaban presentes en el momento y lugar de la aparición no ven nada inusual. Las «señales» o supuestas pruebas, sin excepción, no son algo que los humanos no puedan adquirir o fabricar por su cuenta. Ciertamente, María parece contraria a la necesidad de pruebas y, ocasionalmente, está dispuesta a curar sólo a los que habían creído el relato de su aparición antes de proporcionar «señales». Y mientras no hay terapeutas, se extiende por la sociedad una influyente red de curas parroquiales y jerarcas que tienen un interés personal en la realidad de las visiones.
En nuestra época todavía hay apariciones de María y algunos ángeles, pero también —como lo resume G. Scott Sparrow, un psicoterapeuta e hipnotizador— de Jesús. En I Am with You Al-ways: True Stories of Encounters with Jesús (Bantam, 1995) se presentan relatos de primera mano, algunos conmovedores, otros banales, de encuentros así. Curiosamente, la mayoría son sueños directos, reconocidos como tales, y se dice que las llamadas visiones difieren de los sueños «sólo en que las experimentamos cuando estamos despiertos». Pero, para Sparrow, el hecho de valorar algo como «sólo un sueño» no compromete su realidad externa. Según él, cualquier ser en el que se sueña y cualquier incidente existen realmente en el mundo exterior a uno mismo. Niega específicamente que los sueños sean «puramente subjetivos». Las pruebas no tienen nada que ver. Si uno sueña algo, si le sienta bien, si le produjo asombro, es que ocurrió realmente. Sparrow no es en absoluto escéptico. Cuando Jesús le dice a una mujer con problemas por un matrimonio «intolerable» que eche de casa al pobre diablo, Sparrow admite que eso plantea problemas a los «defensores de una posición coherente con las Escrituras». En este caso «quizá se podría decir que prácticamente toda presunta guía se genera en el propio interior». ¿Y si alguien contase un sueño en el que Jesús aconsejaba, por ejemplo, el aborto o la venganza? Y si, ciertamente, es necesario hacer distinciones entre sueños y concluir, pues, que algunos sueños son un invento del soñador, ¿por qué no todos?
Los recuerdos verdaderos parecían fantasmas, mientras los falsos eran tan convincentes que sustituían a la realidad.
GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ, Extraños peregrinos (1992)
luego. Él lo estudió, entrevistó a abducidos y se convirtió. Ahora acepta los relatos de abducidos a pies juntillas. ¿Por qué? «No buscaba eso», dice él. «Nada en mis antecedentes me preparaba» para la historia de la abducción por extraterrestres. «El poder emocional de estas experiencias las hace totalmente convincentes.» En su libro Abducciones, Mack propone explícitamente la peligrosa doctrina de que «el poder o intensidad con que se siente algo» es una guía para saber si es verdad. Yo puedo dar testimonio personalmente del poder emocional. Pero ¿las emociones fuertes no son acaso un componente habitual de nuestros sueños? ¿No nos despertamos a veces helados de terror? ¿No conoce Mack, autor por su parte de un libro sobre pesadillas, el poder emocional de las alucinaciones? Algunos pacientes de Mack dicen que han alucinado desde la infancia. ¿Los hipnotizadores y psicoterapeutas que trabajan con «abducidos» han intentado sumergirse a conciencia en el conjunto de conocimientos sobre alucinaciones y disfunciones perpetuas? ¿Por qué creen a esos testigos y no a los que, con una convicción comparable, declaran encuentros con dioses, demonios, santos, ángeles y hadas? ¿Y los que escuchan exigencias irresistibles de una voz interior? ¿Son verdad todas las historias que se sienten profundamente? Una científica que conozco dice: «Si los extraterrestres se quedaran a todos los que abducen, nuestro mundo sería un poco más cuerdo.» Pero es un juicio demasiado severo. No parece ser un problema de cordura. Es algo más. El psicólogo canadiense Nicholas Spanos y sus colegas llegaron a la conclusión de que no había patologías obvias en los que declaraban ser abducidos por ovnis. Sin embargo,
Lo que una mente crítica podría reconocer como alucinación o sueño, una más crédula lo interpreta como una visión de una realidad externa elusiva pero profunda.
Por razones comprensibles, los que se han visto sometidos a abusos sexuales o incesto en la infancia son muy sensibles a cualquier cosa que parezca minimizar o negar su experiencia. Están enfadados, y tienen derecho a estarlo. En Estados Unidos, al menos una de cada diez mujeres ha sido violada, casi dos tercios de ellas antes de los dieciocho años. Un informe reciente expone que una sexta parte de todas las víctimas de violación declaradas a la policía están por debajo de los doce años. (Y éste es el tipo de violación que se suele declarar menos.) Una quinta parte de esas niñas fueron violadas por sus padres. Han sido víctimas de una traición. Quiero dejar esto muy claro: hay muchos casos reales de depredación sexual macabra de los padres o de los que actúan en su lugar. En algunos casos ha salido a la luz una prueba física irresistible: fotos, por ejemplo, o diarios, o gonorrea o infecciones en el niño. Se ha sugerido que el abuso infantil es una probable causa importante de problemas sociales. Según una encuesta, el ochenta y cinco por ciento de todos los internos violentos de la cárcel fueron víctimas de abusos en la infancia. Dos tercios de las madres adolescentes fueron violadas o víctimas de abusos sexuales de niñas o adolescentes. Las víctimas de violaciones tienen diez veces más probabilidades que las demás mujeres de usar en exceso el alcohol y otras drogas. El problema es real y urgente. Sin embargo, la mayoría de estos casos trágicos e incontestables de abuso sexual infantil se han tenido en la memoria continuamente hasta la edad adulta. No es un recuerdo oculto que deba restablecerse.
Aunque hoy en día hay mayor información que en el pasado, parece haber un aumento significativo anual de casos de abuso infantil. Los hospitales y autoridades declaran un aumento de diez veces en Estados Unidos (hasta 1,7 millones de casos) entre 1967 y 1985. El alcohol y otras drogas, además de las tensiones económicas, se señalan como la «razón» por la que los adultos tienen más tendencia a abusar de los niños hoy que en el pasado. Quizá el aumento de la publicidad de casos contemporáneos de abuso de niños alienta a personas adultas a recordar el abuso que sufrieron en una ocasión y a pensar en él.
Hace un siglo, Sigmund Freud introdujo el concepto de represión, la supresión de acontecimientos a fin de evitar el dolor físico, un mecanismo esencial para la salud mental. Parecía darse especialmente en pacientes diagnosticados con «histeria», entre cuyos síntomas se encontraban alucinaciones y parálisis. Al principio Freud creyó que detrás de cada caso de histeria había un caso reprimido de abuso sexual infantil. Con el tiempo alteró la explicación para decir que la histeria era causada por fantasías —no todas desagradables— de haber sido sometido a abusos sexuales en la infancia. El peso de la culpabilidad pasó de padre a hijo. Hoy en día causa furor un debate parecido. (Todavía se discute la razón por la que Freud cambió de idea: las explicaciones van desde la cólera que provocó en sus colegas varones de Viena hasta el reconocimiento por su parte de que se tomaba en serio las historias de los histéricos.)
Los ejemplos de la emergencia repentina del «recuerdo» a la superficie, especialmente en la consulta de un psicoterapeuta o hipnotizador, y de la calidad fantasmagórica o de sueño de los primeros «recuerdos» son altamente cuestionables. Hay muchas denuncias de abuso sexual que resultan ser inventadas. El psicólogo de la Universidad de Emory, Ülric Neisser, dice:
Existe el abuso de los niños y lo que se llama recuerdos reprimidos. Pero también existen los falsos recuerdos y fabulaciones, y no son nada raros. Los recuerdos erróneos son la norma, no la excepción. Ocurren todo el tiempo. Ocurren incluso cuando el sujeto está absolutamente seguro, incluso cuando un recuerdo es una bombilla de flash aparentemente inolvidable, una de esas fotografías mentales metafóricas. Ocurre de forma todavía más probable en casos en que la sugestión es una posibilidad viva, donde los recuerdos pueden ser modelados y remodelados para satisfacer las fuertes demandas interpersonales de una sesión de terapia. Y una vez el recuerdo ha sido reconfigurado de este modo es muy difícil, mucho, cambiarlo.
Esos principios generales no nos pueden ayudar a decidir con certeza dónde radica la verdad en cada caso individual. Pero, en general, está bastante claro dónde deberíamos colocar nuestras apuestas ante un gran número de declaraciones así. El recuerdo erróneo y la reconstitución retrospectiva del pasado son parte de la naturaleza humana; se hallan en la misma esfera y ocurren constantemente.
Los supervivientes de los campos de la muerte nazis proporcionan la demostración más clara que puede imaginarse de que hasta el abuso más monstruoso se puede llevar continuamente en la memoria humana. Ciertamente, el problema para muchos supervivientes del Holocausto ha sido conseguir una distancia emocional entre ellos y los campos de la muerte, olvidar. Pero si en algún mundo alternativo de maldad inexpresable se vieran obligados a vivir en la Alemania nazi —por ejemplo una próspera nación posthitleriana con su ideología intacta, excepto en el antisemitismo— imaginemos cuál sería entonces la carga psicológica de los supervivientes del Holocausto. Quizá entonces serían capaces de olvidar porque el recuerdo les haría la vida insoportable. Si existe algo así como la represión y recuperación posterior de recuerdos desagradables, quizá requiera dos condiciones: 1) que el abuso haya ocurrido realmente, y 2) que se exija a la víctima simular durante largos períodos de tiempo que nunca ocurrió.
El psicólogo social de la Universidad de California Richard Ofshe explica:
Las primeras ediciones del influyente libro de Ellen Bass y Laura Davis (The Courage to Heal: A Guidefor Women Survivors of Child Sexual Abuse, Perennial Library, 1988) advierten de manera iluminadora a los terapeutas:
Cuanto más examino las declaraciones de abducción por extraterrestres, más similares me parecen a los informes de «recuerdos recuperados» de abuso sexual en la infancia. Y hay una tercera clase de declaraciones que también están relacionadas: los «recuerdos» reprimidos de cultos rituales satánicos, en los que la tortura sexual, la coprofilia, el infanticidio y el canibalismo parecen ser la norma. En una encuesta de dos mil setecientos miembros de la Asociación Americana de Psicólogos, el doce por ciento contestó que habían tratado casos de abuso ritual satánico (mientras el treinta por ciento declaró casos de abusos realizados en nombre de la religión). En Estados Unidos se han declarado unos diez mil casos anuales en los últimos años. Un número significativo de los que plantean el riesgo del satanismo creciente en América, incluyendo las fuerzas del orden que organizan seminarios sobre el tema, resultan ser fundamentalistas cristianos; sus sectas necesitan explícitamente la intromisión de un mal literal en la vida humana cotidiana. La relación queda trazada limpiamente en el dicho: «Ni Satanás, ni Dios.»
Parece haber un claro problema de credibilidad policial en este tema. A continuación, citaré unos extractos del análisis del experto del FBI Lanning sobre «delitos satánicos, ocultos y rituales», basado en su amarga experiencia, y publicado en el número de octubre de 1989 de la revista profesional The Pólice Chief:
Como resultado, los agentes de la ley con un escepticismo normal aceptan la información diseminada en esas conferencias sin evaluar críticamente o cuestionar las fuentes... Para algunos, el satanismo es cualquier sistema de creencia religioso distinto del suyo propio.
Lanning ofrece a continuación una larga lista de sistemas de creencia que ha oído describir personalmente como satanismo en esas conferencias. Incluye el catolicismo romano, la Iglesia ortodoxa, el islam, el budismo, el hinduismo, el mormonismo, la música rock and roll, la canalización, la astrología y las creencias de la «Nueva Era» en general. ¿No es una clara indicación de cómo empiezan las cazas de brujas y los pogroms?
Hoy en día, la falta de correspondencia entre el número de bebés y niños pequeños perdidos en los archivos policiales se explica con el pretexto de que en todo el mundo se crían niños con este propósito... lo que recuerda sin duda la declaración de los abducidos en el sentido de que los experimentos extraterrestre-humano están muy extendidos. Se dice también, como en el paradigma de la abducción por extraterrestres, que el abuso del culto satánico pasa de generación en generación en algunas familias. Que yo sepa, como en el primer caso, tampoco aquí se ha ofrecido nunca una prueba física en un tribunal de justicia que sustente estas declaraciones. Sin embargo, su poder emocional es evidente. La mera posibilidad de que ocurran cosas así incita a los mamíferos, es decir, a nosotros, a actuar. Cuando damos credibilidad al ritual satánico, también elevamos la condición social de los que nos advierten del supuesto peligro.
Consideremos estos cinco casos: 1) Myra Obasi, una maestra de escuela de Luisiana, estaba poseída por demonios, según creían ella y sus hermanas tras consultarlo con un curandero vudú. Las pesadillas de su sobrino eran parte de la prueba. Partieron pues hacia Dallas, abandonaron a sus cinco hijos y luego las hermanas le sacaron los ojos a la señora Obasi. En el juicio, ella defendió a sus hermanas. Ellas dijeron que habían intentado ayudarla. Pero la religión vudú no adora al diablo; es un cruce entre el catolicismo y la religión original haitiana. 2) Unos padres matan a su hija a palos porque no quiere abrazar su rama del cristianismo. 3) Un pederasta justifica sus actos leyendo la Biblia a sus víctimas. 4) A un chico de catorce años le arrancan el globo del ojo en una ceremonia de exorcismo. Su atacante no es un satanista, sino un ministro fundamentalista protestante con compromisos religiosos. 5) Una mujer piensa que su hijo de doce años de edad está poseído por el diablo. Después de una relación incestuosa con él, le decapita. Pero no hay contenido ritual satánico en la «posesión».
El segundo y tercer caso vienen de los archivos del FBI. Los dos últimos son de un estudio que realizaron la doctora Gail Goodman, psicóloga de la Universidad de Davis, California, y sus colegas, para el Centro Nacional de Abuso y Abandono Infantil. Examinaron unas doce mil denuncias de abuso sexual que implicaban cultos rituales satánicos y no pudieron encontrar ni uno solo que resistiera el escrutinio. Los terapeutas hablaban de abuso satánico basándose sólo, por ejemplo, en la «revelación del paciente mediante la hipnoterapia» o el «temor a los símbolos satánicos» de los niños. En algunos casos se hizo el diagnóstico en base a la conducta común a muchos niños. «Sólo en algunos casos se mencionaba una prueba física, normalmente "cicatrices".» Pero en la mayoría de los casos, las «cicatrices» no existían o eran muy leves. «Incluso cuando había cicatrices, no se determinaba si las habían causado las propias víctimas.» Eso también es muy similar a los casos de abducción por extraterrestres descritos más abajo. George K. Ganaway, profesor de psiquiatría de la Universidad de Emory, propone que «la causa probable más común de recuerdos relacionados con cultos puede resultar perfectamente un engaño mutuo entre el paciente y el terapeuta».
Uno de los casos más molestos de «recuerdo recuperado» de abuso ritual satánico fue relatado por Lawrence Wright en un interesante libro Remembering Satán (Knopf, 1994). Se trata de Paúl Ingram, un hombre al que el hecho de ser demasiado crédulo, demasiado sugestionable, demasiado inexperto en escepticismo le pudo haber arruinado la vida. En 1988, Ingram era presidente del partido republicano en Olympia, Washington, el principal delegado civil en el departamento local de policía, bien considerado, muy religioso y encargado de advertir a los niños en reuniones escolares sobre el peligro de las drogas. De pronto llegó el momento de pesadilla en que una de sus hijas —después de una sesión de gran emotividad en un retiro religioso fundamentalista— hizo la primera de una serie de acusaciones, cada una de ellas más espantosa que la anterior, en el sentido de que Ingram había abusado sexualmente de ella, la había dejado embarazada, torturado, ofrecido a otros agentes de la policía, la había introducido en ritos satánicos, había desmembrado y comido bebés... Eso había ocurrido desde su infancia, decía ella, casi hasta el día en que empezó a «recordarlo» todo.
Ingram no era capaz de entender qué razón podía tener su hija para decir una mentira así... aunque por su parte no tenía ningún recuerdo de todo aquello. Pero tanto los investigadores policiales como un psicoterapeuta consultor y su ministro de la Iglesia del Agua Viviente le contaron que los infractores sexuales siempre reprimían los recuerdos de sus delitos. Ingram, con una sensación extraña pero al mismo tiempo ansioso por colaborar, intentó recordar. Después de que un psicólogo le aplicara una técnica de hipnosis con los ojos cerrados para inducir el trance, Ingram empezó a visualizar algo similar a lo que describía la policía. Lo que le venía a la cabeza no eran recuerdos reales, sino algo así como pedazos de imágenes en la niebla. Cada vez que producía una imagen —cuantas más veía, más odioso era el contenido— le animaban y fortalecían. Su pastor le aseguró que Dios se encargaría de permitir que sólo surgieran los recuerdos genuinos en sus sueños. «Bueno, era casi como si lo inventara —dijo Ingram—, pero no es así.» Sugirió que quizá el responsable fuera un demonio. Bajo el mismo tipo de influencias, al circular rumores en la iglesia de los horrores que Ingram estaba confesando, sus otros hijos y su esposa también empezaron a «recordar». Se acusó a ciudadanos prominentes de participar en ritos orgiásticos. Las fuerzas del orden de toda América empezaron a prestar atención. Eso era sólo la punta del iceberg, decían algunos. Cuando el ministerio fiscal convocó a Richard Ofshe de Berkeley, éste realizó un experimento de control. Fue un soplo de aire fresco. Con la simple sugerencia a Ingram de que había obligado a su hijo e hija a cometer incesto, y pidiéndole que usara la técnica de «recuperación de memoria» que había aprendido, obtuvo inmediatamente un «recuerdo» así. No hizo falta ninguna presión ni intimidación: bastó con la sugerencia y la técnica. Pero los supuestos participantes, que habían «recordado» tantas cosas, negaron que eso hubiera ocurrido jamás. Enfrentado a esta evidencia, Ingram negó con vehemencia que inventara nada o que estuviera influido por otros. Su recuerdo de este incidente era tan claro y «real» como todos los demás.
En algunas de sus declaraciones parece creer que la CIA ha realizado experimentos de control mental de carácter nazi y satánicos sobre decenas de miles de confiados ciudadanos americanos. El motivo global, piensa Hammond, es «crear una orden satánica que gobernará el mundo».
¿Cuál podría ser este cuadro mayor? Planteé esta pregunta al doctor Fred H. Frankel, profesor de psiquiatría de la Escuela de Medicina de Harward, jefe de psiquiatría del hospital Beth Israel de Bostón y destacado experto en hipnosis. Su respuesta fue:
Si no conseguimos vivir en paz, si nos abruma el peso de la culpabilidad por no hacer algo más con nosotros mismos, ¿no recibiríamos encantados la opinión profesional de un terapeuta con un diploma en la pared de que no es culpa nuestra, que estamos en un apuro, que los responsables son los satanistas, los que cometen abusos sexuales o extraterrestres de otro planeta? ¿Y no nos resistiríamos a los escépticos enterados que nos dijeran que todo es imaginación nuestra o que nos lo han inculcado los mismos terapeutas que nos han hecho sentir más felices con nosotros mismos?
¿Qué preparación han recibido estos terapeutas en cuanto al método científico y el escrutinio escéptico, la estadística o incluso la falibilidad humana? El psicoanálisis no es una profesión muy autocrítica, pero al menos muchos de sus practicantes tienen el título de doctores en medicina. La mayoría de los programas de medicina incluyen una exposición significativa a los resultados y métodos científicos. Pero muchos de los que tratan casos de abuso sexual parecen tener un conocimiento sólo relativo de la ciencia. La probabilidad de que los proveedores de salud mental en América sean trabajadores sociales y no psiquiatras o psicólogos doctorados es de dos a una.
La mayoría de estos terapeutas arguyen que su responsabilidad es ofrecer apoyo a sus pacientes y no cuestionarlos, mostrarse escépticos o plantear dudas. Aceptan todo lo que se les presenta, por extraño que sea. A veces, la incitación de los terapeutas no es sutil en absoluto. Aquí tenemos un informe (del FMS Newsletter de la Fundación del Síndrome de Falsa Memoria, vol. 4, núm. 4, p. 3, 1995) que no tiene nada de atípico:
¿Podría ser que la competencia para conseguir pacientes, y el interés financiero obvio de una terapia prolongada, disminuyera la inclinación de los terapeutas a ofender a sus pacientes manifestando cierto escepticismo ante sus historias? ¿Hasta qué punto son conscientes del dilema de un paciente ingenuo que entra en un despacho profesional y oye que su insomnio u obesidad se deben (en orden aumentativo de rareza) a un abuso paterno, un ritual satánico o una abducción por extraterrestres totalmente olvidados? Aunque hay limitaciones éticas y de otro tipo, se necesita algo parecido a un experimento de control: quizá enviar al mismo paciente a especialistas de los tres campos. ¿Alguno de ellos dice: «No, su problema no se debe a un abuso olvidado en la infancia» (o a un ritual satánico olvidado, o a una abducción por extraterrestres, lo que se tercie)? ¿Cuántos de ellos dicen: «Hay una explicación mucho más prosaica»? En lugar de ello, Mack llega a decir a uno de sus pacientes con admiración y para tranquilizarlo que ha emprendido un «viaje heroico». Un grupo de «abducidos» —cada uno de ellos con una experiencia distinta pero similar— escribe:
Con gran alivio, encontraron un terapeuta favorable que no sólo aceptó sus historias a pies juntillas sino que conocía cientos de historias sobre cuerpos extraterrestres y el encubrimiento a alto nivel de los ovnis por parte del gobierno. Un típico terapeuta de ovnis encuentra pacientes de tres maneras: le escriben cartas a la dirección que sale al final de sus libros; se los envían otros terapeutas (principalmente los que también se especializan en abducciones por extraterrestres); o se presentan a él después de dar una conferencia. Dudo que llegue algún paciente a su puerta totalmente ignorante de los relatos populares de abducciones y los métodos y creencias propios del terapeuta. Antes de intercambiar la primera palabra, saben ya mucho el uno del otro.
Un importante estudioso de los ovnis comenta que «cuando el hipnotizador no tiene un conocimiento adecuado del tema [de abducción por extraterrestres] puede que no se llegue a revelar nunca la verdadera naturaleza de la abducción». ¿Podemos discernir en esta afirmación cómo podría ser guiado el paciente sin que el terapeuta fuera consciente de que le guía?