Henning Nyman sentía que la sangre atenazaba su garganta. Era viernes por la tarde. El sol era un ojo ardiente en el cielo cuando la policía vino con una pequeña grúa y se llevó el viejo Volvo de Wiggo. Lo levantaron y se lo llevaron. Wiggo pudo montar en el coche de la policía morena del perro. Henning Nyman se quedó mirando las luces rojas traseras de la grúa y del coche de policía que desaparecían tras la curva. Sentía un profundo malestar.
No podía ser sólo Elna. Estaba claro que eran huellas del niño desaparecido lo que buscaban. Henning lo había oído en las noticias.
El cansancio que sentía colmaba todo su cuerpo. Dormir no ayudaba, no era ese tipo de cansancio. Era la soledad, aquí, en esta pequeña granja. Los permanentes lamentos de los gatos desde las jaulas, la tristeza de su madre y su propia inquietud que le atravesaba y conducía a una ira con la que no sabía qué hacer. Nunca había podido dejar a su madre. Hacía mucho que debería haberse largado.
Estaba asquerosamente harto de los gatos esos. Y de las comidas de su madre, con salsa espesa y zanahorias cocidas. Por las mañanas la oía afeitarse en el baño con la vieja maquina de su padre. Y si estaba unos días sin hacerlo, le salían unos pelos tiesos y negros en la barbilla.
Cada vez que su hermano venía, el humor de su madre mejoraba. Sentía que tenía plomo en el estómago cuando su hermano aparecía en el Volvo blanco. La naturalidad con la que aceptaba que su madre le sirviera de todas las formas posibles… Debería quedarse en la ciudad, si había decidido mudarse.
Åsa Nyman dio la vuelta y observó a través de la malla metálica el sendero pisoteado que iba del cercado de los gatos, a través del césped, hasta la entrada. La policía se había llevado a Wiggo y a su coche. Tenía que ser todo un malentendido. Después, Henning había desaparecido en el pajar. Estaría con sus trampas para animales ahí dentro, colgándolas de ganchos de la pared y ocupándose de sus cosas.
Cerró la puerta del cercado de los gatos y fue hacia la casa. Entró en la cocina sin descalzarse. Escogió una cerveza fría de la nevera y volvió a salir. Allí, bajo el árbol grande, habían comido todos juntos hacía tan sólo unos días.
Fue hasta el roble y se sentó en una de las sillas de mimbre, abrió la cerveza y bebió directamente de la lata. Un rayo de sol cruzaba la mesa. Åsa Nyman sintió la angustia que se movía como una ola desde su estómago y subía hasta el pecho. Wiggo ya había sido interrogado una vez, y ahora habían vuelto a buscarle. Mencionó a un amigo del trabajo, pero Åsa nunca le había visto. Echó la cabeza hacia atrás mirando fijamente la gran copa del roble. Las hojas temblaban ligeramente. Debajo de cada una de ellas había unos puntitos, como si tuvieran ojos.
Del jarrón de cristal transparente emanaba un dulce olor a podredumbre. El agua estaba turbia. Las flores silvestres marrones y secas. Se habían marchitado hacía días. Elna había estado sentada exactamente en esa silla.
Habían comido juntos los cuatro, sentados bajo el árbol, como si nunca fuera a ocurrir nada. Fue el día en el que encontró el gato muerto en el pajar. Wiggo se había llevado el cadáver del gato para deshacerse de él por ella. Había metido la bolsa de basura con el animal muerto en el Volvo, sin que Elna lo supiera.
Henning golpeó la jarra de agua haciéndola volcar. Y luego todo sucedió de golpe. De repente, los insectos salieron en bandada del oscurecido tronco del árbol. Sonaba como el zumbido de una máquina de coser manual entre las hojas recién brotadas. Las abejas de rayas negras bajaron zumbando por el tronco, hacia la comida que había sobre la mesa. Al final tuvieron que ponerse a salvo, los cuatro. Henning había sacado un frasco de Ajax con amoniaco y se había puesto a fumigar a lo loco, al aire y sobre el tronco del árbol. Elna se había reído de él, pero era una risa bondadosa. Henning siempre se ponía difícil cuando venía Elna, pero entonces se había reído. Åsa no sabía si tenía envidia de su hermano o era tímido. Henning nunca había tenido novia, que ella supiera.
En el preciso momento en que pensaba esto, lo vio salir del granero. Se quedó parado sobre la rampa, mirándola de reojo. Ella dio la vuelta y fingió que no le veía.