Reinaba un silencio absoluto en la sección después de que los inspectores se fueran. Birka estaba al fondo del pasillo, junto al ascensor, con las patas abiertas y la cabeza baja. La bóxer miraba perdida a Cato Isaksen que le devolvió la mirada y volvió a sentarse en su despacho. Sobre la mesa, frente a él, estaba la carta. Dejó que su mirada la recorriera una vez más.

Querido hombre de los helados:

Llamamos a información y nos dieron el número de ahí donde trabajas. Helado-directo, ¡ya sabes! Luego preguntamos por tu dirección y tu nombre. Dijimos que una de nosotras se había dejado el gorro en tu furgoneta. Pero no es verdad, ¡ya sabes! Porque no usamos gorro en verano ¡ya sabes! Pero te hemos comprado helados muchas veces. No hemos dicho nada de lo que tú ya sabes. Pero ese día lo vimos todo.

P. D.: Patrik era maleducado. No nos gustaba, así que no vamos a decir nada. Pero tienes que darnos helados gratis. Je, je.

Dos sirenas.

—Dos sirenas —Cato Isaksen hablaba bajito para sí mismo—. Patrik era maleducado. Esa palabra, maleducado

Marian Dahle apareció repentinamente en la puerta. Llevaba un montón de papeles debajo del brazo. La miró cansado.

—¿No has salido con los demás?

Marian Dahle entró en la sala, dejó el montón de papeles en un extremo de la mesa de trabajo de Cato Isaksen y se sentó en la silla.

—No tengo fuerzas para pelearme contigo, no justamente ahora —Cato Isaksen suspiró profundamente.

—Suspira corazón, mas no te quiebres —lo miró seria.

—Tienes razón en que hay algo que no cuadra. La forma en que Wiggo Nyman dijo eso de la mochila. Creo que dice la verdad.

Miró directamente a Cato Isaksen y se dio cuenta de que en realidad ya no estaba enfadada con él. No tenía sentido irritarse. Había tenido miedo al momento en que tendría que decirle lo que pensaba realmente. Avanzaban algo en la investigación. Pero sentía que había algo raro en Vera Mattson desde el principio. Cato Isaksen la contempló. Tuvo una extraña sensación de que estaban juntos en algo. Él y Marian Dahle. Y era un buen sentimiento. Tuvo que reconocerse a sí mismo que, verdaderamente, esperaba que resolvieran esto juntos. Por un momento vio ante sí el rostro de un joven asesino al que había descubierto esta primavera. El que secuestró a Georg. El culpable de que Cato Isaksen tuviera que coger una baja de seis semanas. Había algo en la personalidad de ese asesino que, alarmantemente, había conectado con algo en él mismo. Una afinidad. Algo que recordaba a otra cosa. Algo peligroso. Un punto ignorado y muy lejano que era afilado como un cristal. Recordó haber enfrentado al chico con eso. «Soy creativo», había dicho «Creativo al límite de algo más». El joven delincuente tenía un conocimiento temible de su propia mente. En un momento del interrogatorio había afirmado de sí mismo que era un genio. Cuando Cato Isaksen lo rebatió rotundamente el chico le dijo: «El crimen no tiene ninguna dificultad, ¿sabes?, sólo hay que pensar algo más profundamente que el resto. Cuando las cosas son tan sencillas que la policía no las ve, entonces eres genial». «Genial no», le había contestado Cato Isaksen, «sólo herido y roto».

Marian Dahle entendió que estaba muy metido en algo, que su cerebro trabajaba intensamente con detalles que tal vez los llevaran a una conclusión.

Cato Isaksen se puso de pie y empezó a dar vueltas por la sala. Levantó la mano en un gesto apaciguador y se acercó a la ventana. Se quedó allí, dándole la espalda.

—Hay algo en este caso que me lleva la delantera, algo que hemos visto durante la investigación pero que no hemos conseguido captar.

—Sí —asintió Marian Dahle con la cabeza.

—Los delincuentes muchas veces son geniales, o están dañados. Dañados y rotos, pero…

—O las dos cosas —le interrumpió Marian Dahle—. Las dos —dijo con insistencia—. Deja que los otros se relajen y tomen una cerveza. Nosotros vamos a repasarlo todo otra vez.

—¿Ahora?

—Sí, ahora. Verdaderamente hay cosas que no cuadran. No creo que Patrik se montara en la furgoneta de los helados, como dice Wiggo.

Algo distante se apoderó de Cato Isaksen; la imagen de Signe Marie Øye en la casa calurosa y cerrada se materializó frente a él con toda claridad. Oía su voz en su interior:

Tiene miedo de tantas cosas, de los perros grandes y de las chicas grandes.

—Sí, hay algo que no cuadra. No puede ser una casualidad que Wiggo Nyman estuviera por la zona cuando Patrik desapareció. Y esas chicas… ¿qué crees que pasa realmente con ellas? Patrik tenía miedo de las chicas grandes, eso ha contado su madre.

—Pasa algo con las chicas grandes —dijo Marian Dahle mirándole abstraída—, especialmente con una de ellas.

—Con una de ellas, ¿cuál?

—Vera Mattson —dijo bajito.

Las palabras del joven delincuente desgarraron el cerebro de Cato Isaksen. Cuando las cosas son tan sencillas que la policía no las ve, entonces eres genial.

—Me juego mi perra a que aquí falta un eslabón. Creo que miramos mal. Vemos un posible asesino que no es el verdadero asesino.