A propósito de “Sodomáquina”
«Sodomáquina» fue pensada y realizada como un experimento inicial, sin más pretensiones que la de sentar un precedente.
Para mí, la ciencia ficción es fundamentalmente un instrumento dialéctico, una aproximación crítica a lo fantástico concebido como extrapolación, proyección o alternativa de lo real.
Con esta obra he pretendido dar —y hacerme— una idea de las posibilidades de utilización escénica de la capacidad de distanciamiento y ampliación de perspectivas propia de la ciencia ficción.
Es, como digo, una obra sin pretensiones, obvia y elemental (que no es lo mismo que superficial) en su planteamiento crítico, al estilo —salvando las distancias— del teatro didáctico de Brecht.
En el primer acto, la extrapolación formal es mínima: una leve distorsión caricaturesca de situaciones y métodos tristemente cotidianos. Es en lo conceptual donde la caricatura se lleva a la exageración (de ahí el subtítulo «extrapolación hiperbólica»), a un límite discutible como previsión histórica pero válido, a mi entender, como metáfora. Creo que no hace falta especificar que este primer acto ha sido pensado como revulsivo.
El segundo acto es poco teatral: cae constantemente en lo discursivo y a veces en lo literario, en parte porque pretende crear una impresión de estática serenidad como contrapunto de la frenética violencia del primero, en parte porque lo escribí pensando más en la posibilidad de montar una lectura ilustrada con diapositivas que una representación propiamente dicha (y en parte porque no me ha salido mejor, todo hay que decirlo).
La tesis central de la obra me parece obvia y puede resumirse así: Este mundo es repugnante, pero vale la pena luchar por redimirlo, y cada hombre puede y debe hacerlo. («Mientras un solo hombre ame la libertad, habrá esperanza para todos los hombres.»)
Las posibilidades redentoras del protagonista son extraordinariamente potenciadas por las circunstancias, igual que una insignificante semilla en determinadas condiciones se convierte en un árbol.
Con esta especie de paráfrasis cósmica de la parábola del grano de mostaza pretendo rebatir a los que se lavan las manos diciendo: «Yo no puedo arreglar el mundo».
Pero también he querido expresar otra idea menos evidente:
Hay dos formas antagónicas de mirar al cielo: con el miedo atávico a lo desconocido, con la xenofobia ancestral característica del ser humano (de ahí la proliferación de historias sobre siniestros monstruos invasores), o con alienadora esperanza (lluvias de maná, dioses y ángeles redentores que todo lo arreglan...). Yo creo, en contra de ambas actitudes, que lo más probable es que en el espacio sólo encontremos lo que vayamos a buscar, lo que llevemos en nosotros: muerte o amor, según sea nuestra elección.
CARLO FRABETTI
© Carlo Frabetti y Ediciones Dronte, 1970