CAPÍTULO V
UN PASEO EN LA EDAD MEDIA Y NOCIONES SOBRE LA CUARTA DIMENSIÓN
Para poder apreciar los alcances del fenómeno que me había prometido realizar el Hermano Juan, es necesario poseer ciertos conocimientos en materia de Cosmología General y de Metafísica; saber algo más de lo que los profanos entienden sobre el sueño, y tener, por lo menos, algunas nociones sobre la Vida en la Cuarta Dimensión o Mundo Psíquico, Mundo del Alma. Voy a dar una somera aclaración al respecto, sin la cual el lector no entendido en tales estudios jamás podría aceptar la realidad de un fenómeno que, para la generalidad de las gentes, neófitas en la materia, sería tomado como un simple ensueño.
Nociones sobre la Cuarta Dimensión
Debo advertir que resulta muy difícil tratar de explicar fenómenos, o hechos, correspondientes a un mundo de cuatro o más dimensiones, con el lenguaje corriente estructurado por un mundo en que sólo se conocen tres. Pero ya que no tenemos otro, sigamos adelante. El genio investigador en algunos sabios modernos, como Albert Einstein entre otros de este siglo, ya han llegado a vislumbrar su existencia. Pero la principal dificultad estriba en que el método y los cálculos matemáticos se basan en leyes y comprobaciones correspondientes a la física de un determinado plano de la Naturaleza: El plano de la materia concreta, de la física en tres dimensiones… Y en los planos superiores al de la materia como la conocemos rigen otras leyes, existen nuevas fuerzas y la misma materia se nos presenta en nuevas formas, que en ciertos niveles llega a confundirse con la energía. El concepto de la constitución atómica y molecular de la materia, que rige hasta ahora nuestra ciencia, no es un concepto absoluto, sino relativo, como todo en el Universo. Las teorías clásicas del átomo han tenido que ser modificadas, paulatinamente, a medida que se fue descubriendo la existencia, dentro del mismo, de partículas aún más pequeñas. Ya se vislumbra la presencia, en la materia, de corpúsculos o partículas tan infinitamente microscópicas como para ser menores aún, que los protones, electrones y neutrones… Esto podrá acercar a nuestros físicos, más o menos pronto, a los linderos de esa cuarta dimensión. Pero no podrá solucionarse el problema hasta que no se encuentre los medios adecuados para su estudio, y se pueda comprender, primero, y trabajar después, en los planos de la Naturaleza que trascienden y dominan al más inferior de ellos, el de la materia física y concreta conocido por una humanidad que sólo cuenta con cinco sentidos en un mundo de tres dimensiones…
Esos otros planos, o dimensiones —pues los nombres importan poco— fueron conocidos, estudiados y comprobados, desde la más remota antigüedad, por determinadas “escuelas” o centros de enseñanza esotérica, que en diferentes épocas y lugares impartieron su instrucción, dentro de normas y disciplinas muy severas, a grupos muy seleccionados, por la índole especial de los conocimientos y la necesidad imperiosa de entregarlos, solamente, a quienes llegaran a capacitarse y probar su idoneidad para ello. Porque el conocimiento de tales verdades, implica el desarrollo de nuevos poderes o facultades que, de estar en manos inexpertas o inmorales, podrían ocasionar verdaderos cataclismos. El dominio absoluto de la Materia y sus relaciones íntimas con la Energía, dentro de los infinitos límites del Cosmos, sólo pueden ser obtenidos por quienes, a través de una larga evolución, hayan alcanzado los más altos niveles morales, intelectuales y mentales, para no hacer mal uso, en ninguna parte ni en ninguna forma, de esos mencionados poderes, que van implícitos en cada una de las grandes verdades ocultas que la Vida manifiesta en los diferentes niveles, planos o dimensiones en que se divide el universo físico y su contraparte, o Cosmos integral…
Cualquier persona, con cierta cultura, tendrá, por lo menos, alguna noción o elemental conocimiento de la existencia de tales escuelas, fraternidades u órdenes, algunas mejor conocidas; otras en verdad tan secretas, que su existencia ha transcurrido, desde siglos, entre los herméticos límites de sus disciplinados miembros. ¿Quién no ha oído hablar, por ejemplo, de los Hermanos Esenios, de la época de Cristo; de los Rosacruces, o Fraternidad Rosa-Cruz; de los Magos de Zoroastro, en la antigua Persia; de las Sociedades o Escuelas Teosóficas; de los Misterios de Eleusis, en la antigua Grecia; de los misteriosos Lamasterios del Tíbet y de la India; o de la moderna Fraternidad Universal de Hermanos Acuarianos u Orden de Acuarius?… Pero ¿habrá muchos que puedan saber, algo, positivo, acerca de los Hermanos de la Esfinge, del antiguo Egipto, de la hermandad secreta de Antiguos Nazarenos; de los herméticos Caballeros de la Mesa Redonda; o de los invisibles Discípulos de la Gran Logia Blanca de los Himalayas…?
Mucho ha avanzado nuestra cultura en los últimos siglos. Es realmente encomiable el rápido y sorprendente desenvolvimiento de la ciencia y de la técnica, en especial lo que hemos alcanzado en las últimas décadas del presente siglo; pero ¿hemos avanzado, igualmente, en los dominios de la ética, de la política regional o internacional, o simplemente en el desarrollo de los campos ilimitados de la mente y del espíritu…? Y es, precisamente, en estos terrenos en los que necesita el hombre de la Tierra cultivarse, conquistar nuevos laureles, subir muchos peldaños en la Escala de la Vida, para poder conseguir la superación integral requerida para su ingreso consciente y voluntario a planos, reinos, dimensiones o mundos superiores al de la materia física…
No es una discriminación caprichosa. En el Universo y en el Cosmos, nada se hace por capricho. Ya lo dijo, también, Einstein, al refutar la teoría del físico alemán Heisenberg sobre el “Principio de la Incertidumbre”, que pretendía afirmar que algunos fenómenos ocurridos en los átomos eran fruto del azar. El sapientísimo padre de la teoría de la relatividad manifestó, al respecto: “No puedo creer que Dios juegue a los dados con el mundo”.
Y en efecto, nada es fruto del azar ni de mera coincidencia, en el Cosmos. Fíjese bien que no decimos en el Universo, sino en el Cosmos; porque debemos entender que nos referimos al Cosmos como forma integral del Universo: Universo Físico, material, tangible, visible, audible y computable con los medios y los sentidos conocidos en un tipo de mundos como el nuestro. Y ese otro Universo Suprafísico, etérico, extrasensorial, psíquico, inmaterial para el concepto que nosotros tenemos de la materia, pero material también, desde el punto de vista de las diferentes gradaciones en que se desarrolla la Materia, desde los niveles más bajos y pesados hasta aquéllos en que llega a contundirse con la Energía, en esos escalones supremos de la Vida que representan los reinos o Mundos del Espíritu, uno de los cuales es aquél al que se refiriera, varias veces, Cristo, cuando decía: “Mi Reino no es de este mundo”.
Y en esos reinos, planos o dimensiones, como prefiramos llamarlos, se generan las causas de muchos efectos que, en planos inferiores tienen lugar, sin, a veces, una causa lógica aparente. Porque la lógica y la razón están subordinadas al conocimiento comprobado de los hechos. Y los hechos, o fenómenos en un mundo determinado han de suceder dentro de los límites de las fuerzas o leyes que rijan en ese mundo, para ser aceptados por la inteligencia o la conciencia común de las gentes de ese mundo. Sin embargo, en nuestro planeta abundan los casos de hechos o fenómenos realizados, en todos los tiempos y lugares, que siendo innegables, escapan a toda lógica o razonamiento, a toda comprobación con los medios científicos acostumbrados o a toda forma de análisis común o corriente. ¿Cómo explicarlos?… Ahí está el problema. Cuando la existencia de tales hechos resulta comprobada, seriamente, a veces hasta por pueblos enteros, nadie se atreve a negarlos. Ejemplos, tenemos multitud a través de la Historia y de las tradiciones aceptadas por todos los pueblos y por todos los seres humanos. Podría decirse que no hay una sola persona en la Tierra, a quien, por lo menos, no le haya ocurrido aunque sea una sola vez uno de estos hechos inexplicables. Y esto se multiplica por los millones de seres que pueblan nuestro mundo. Si esto ha sucedido, y continúa sucediendo, pese al gran adelanto de la ciencia y de la técnica actuales, sin que esa ciencia y esa técnica puedan encontrar respuesta satisfactoria al enigma planteado por uno de aquellos casos, ¿dónde hallar la solución?
Tiene que aceptarse, entonces, la presencia de causa o causas que generan esos hechos, y si tales causas han producido fenómenos de cierta magnitud, y tanto los efectos cuanto las causas no tienen explicación dentro de los conocimientos de nuestra humanidad o de nuestro mundo, es forzoso reconocer que han de existir fuerzas o entidades generadoras de aquéllas, por lo mismo de que la nada no genera nada, que la nada no existe en el Universo y que todo efecto, por extraño que parezca, supone una causa, y si esa causa escapa a toda posibilidad de explicación terrena, es debido a que nuestros conocimientos aún no llegaron al nivel en donde se mueven, reinan o se desarrollan tales fuerzas o entidades. En otras palabras, estamos a la puerta, o en la frontera, de esos mundos superiores a que nos venimos refiriendo, planos o dimensiones, como nos plazca llamarlos, en los que se genera o tienen su evidente expresión los múltiples aspectos de la Vida Eterna todavía incomprensible por nosotros…
Y uno de esos planos, el más cercano, es aquella “cuarta dimensión”. Viene a ser, como si dijéramos, un puente entre nuestro mundo físico y los mundos superiores suprafísicos, o planos de materia y de energía superiores a todas las conocidas por humanidades del tipo de la nuestra. Otras, como la que habita en Ganimedes —ya lo hemos dicho en nuestro primer libro: «Yo Visité Ganimedes…»— poseen otros sentidos más, y con ellos, los medios e instrumentos para actuar, simultáneamente, en los planos inferiores y en el inmediato superior. El sexto sentido, o de la clarividencia y clariaudiencia, permite recibir, organizar y controlar, consciente y voluntariamente, la amplísima gama de fenómenos que se originan y tienen su cabal expresión en las nuevas formas que asume la materia en ese plano, y las diferentes clases de ondas y frecuencias vibratorias que se manifiestan en el mismo. Vale decir que la Materia y la Energía ofrecen nuevos campos de experimentación y de trabajo a quienes poseen tal sentido, que, en cierto modo, es aquel «tercer ojo» del que nos han hablado antiguas escuelas esotéricas orientales. Se ha dicho, igualmente, que resulta difícil explicar en lenguaje de otro mundo, realidades o fenómenos de un mundo diferente. Procuraremos ayudarnos en la tarea con ejemplos del funcionamiento de tal facultad o sexto sentido.
En primer lugar hemos de recordar que la constitución atómica y molecular de todos los cuerpos, sean elementos o compuestos, según la clasificación de nuestro mundo, alcanza niveles cada vez más sutiles y actúa dentro de la influencia de fuerzas y energías, también diferentes, en varios aspectos, a las ya conocidas por nosotros. Todas ellas son captadas por el nuevo sentido, y esto no es difícil de entenderse si recordamos que entre nosotros, muchas ondas visuales y sonoras escapan a los límites de nuestra vista u oído. También, toda la variedad de ondas electromagnéticas, por ejemplo, las utilizadas en la televisión o la radio, habiendo existido siempre en torno a nosotros, sólo fueron conocidas cuando se las pudo evidenciar con el descubrimiento de modernos medios e instrumental adecuado. Otro ejemplo, más sencillo aún, nos lo da la fotografía con rayos infrarrojos. Sabemos cómo es imposible impresionar placas en la obscuridad, pero con la ayuda de los rayos infrarrojos, que no son visibles por el ojo humano, se logra hacerlo. Igual fenómeno acontece con los rayos X. La retina es incapaz de captarlos. Pero desde su descubrimiento por Conrado Roentgen, ha sido posible ver a través de ciertos cuerpos opacos. Claro que esta visión no es absolutamente clara ni alcanza, totalmente, a la materia toda universal ni menos a la cósmica. Pero nos permite evidenciar objetos, que sin ellos, estaban fuera del alcance de nuestra vista común.
Algo parecido, en escala mucho mayor, es aquel sexto sentido, o «tercer ojo». Esta denominación, de origen oriental, no es propiamente exacta. No se trata, en realidad, de un ojo nuevo, sino de la facultad de percibir, claramente, los fenómenos, fuerzas y entidades que existen dentro de un plano en que la materia se encuentra en grados más sutiles que los conocidos en otro plano inferior de la Naturaleza, que es el nuestro. Los descubrimientos, cada vez más notables en el campo de la electrónica, de las ondas electromagnéticas y otros, en el curso de este último siglo, nos demuestran la realidad de tales fenómenos. Y si tenemos en cuenta que, a cada plano de la Naturaleza, o dimensión en la escala de la Vida, corresponden ciertos grados o límites de sutileza, frecuencias de onda o manifestaciones de tipo etérico de la Substancia Cósmica Universal que intervienen en las diferentes formas como se manifiesta la Vida en todos y cada uno de los planos o mundos que integran el Cosmos, podremos comprender que el problema se reduce a encontrar los medios de evidenciar tales formas de vida, como ya se ha obtenido en algunos casos, con los últimos descubrimientos, algunos de los cuales hemos mencionado.
El sexto sentido, por tanto, siendo una facultad nueva, que se manifiesta a través de todo el cuerpo, especialmente del cerebro, permite conocer la vida y los seres que viven dentro de aquellos límites, a los que no alcanzan las posibilidades materiales sensorias de un plano inferior. Así, quienes lo poseen, pueden ver a través de todas las formas de materia sólida. Las paredes, las más compactas rocas, metales, o cuanto conocemos en nuestro mundo, son como cristal transparente y limpio para ese «tercer ojo». El interior del cuerpo humano, y de todos los cuerpos, de todas las substancias y de todos los seres, es perfectamente, visible, comprensible y hasta audible. Nada puede permanecer oculto a tan poderosa visión. Ni siquiera el pensamiento. Porque el sexto sentido, ya lo dijimos, puede «ver» o alcanzar a percibir no sólo todas esas nuevas formas de materia, sino hasta las fuerzas que las mueven y el desarrollo y trayectoria que éstas siguen. De tal suerte el clarividente conoce, en su amplitud (relativa, pues todo se condiciona al mayor o menor grado de potencia de dicha facultad) cuanto existe o vibra en un mundo nuevo, además del mundo físico por nosotros conocido. Y en ese otro plano, o cuarta dimensión, tienen su morada muchos seres y entidades inteligentes, no sólo de tipo humano, sino también infrahumano y suprahumano, como aquellos «espíritus de la Naturaleza» ya mencionados; y también, junto con seres, angélicos de nivel superior a toda humanidad, que pueden visitarlo con frecuencia para el cumplimiento de misiones cósmicas especiales, se hallan, de paso, las almas de quienes abandonaron la Tierra al morir.
Todos estos puntos requieren una mayor explicación. Vamos a darla en un próximo capítulo. Pero antes de terminar éste, conviene exponer que tales hechos han sido conocidos y comprobados, en la Tierra, por todos los discípulos avanzados de aquellas escuelas esotéricas u órdenes iniciáticas secretas ya mencionadas. Y entre los sabios modernos más connotados, aquel gran inventor norteamericano Tomás Alva Edison, también llegó a participar, secretamente, de tal conocimiento. Antes de morir, estuvo empeñado en descubrir la forma de construir un mecanismo que pudiese evidenciar aquel plano de la Naturaleza, permitiendo comunicarnos con los muertos…
Con lo anteriormente explicado sobre la Cuarta Dimensión, es más fácil comprender el fenómeno del paso del espíritu, durante el sueño, a ese mundo suprafísico en donde el Tiempo no existe como nosotros lo entendemos, y en donde se manifiesta la Eternidad en sus diferentes niveles.
Cuando nos dormimos, cayendo en un estado completo de inconsciencia, el cuerpo físico ingresa en ese mundo del alma, esa Cuarta Dimensión, dejando a su materia física al cuidado de «el doble etérico, o Cuerpo Vital», reproducción total del cuerpo de materia densa que llamamos, vulgarmente, «carne y hueso», y que es el elemento o instrumento del que se sirve la Naturaleza para asimilar todas las fuerzas vitalizadoras del Cosmos y vivificar con ellas todo el maravilloso mecanismo que constituye el cuerpo humano físico. Y durante el tiempo que transcurre ese estado inconsciente que llamamos sueño, y que tiene por objeto permitir que en el reposo absoluto de todos los miembros y de todos los órganos, ese Cuerpo Vital renueve las energías gastadas y regenere la constitución molecular y celular, el espíritu —el YO SUPREMO— queda en libertad para ir donde le plazca, y así le es posible realizar visitas de diferentes y variadísimas clases, que están reguladas, generalmente, por el menor o mayor grado de evolución de cada ser. Los conocedores de estos temas, saben que el espíritu, en esos momentos, puede ir donde quiera, aunque sea a los más lejanos mundos de nuestros sistemas estelares, o a los más distantes lugares de la Tierra, porque su libertad, fuera de la materia densa del cuerpo físico, sólo está limitada por ese menor o mayor desarrollo alcanzado en su propia evolución. Y, lógicamente, ese desarrollo implica mayor o menor poder, mayor o menor alcance en sus personales posibilidades, porque esa separación momentánea del cuerpo físico no representa ningún peligro para éste, que siempre permanece unido a su propietario, el espíritu, por un lazo fluídico inseparable conocido como «el Cordón de Plata» en las escuelas metafísicas, lazo que puede extenderse a través del universo sin límites, y que los profanos pueden comprender mejor si recuerdan las ondas que unen a los artefactos electrónicos en los sistemas de control remoto en la inmensidad de los espacios siderales. Y ese «Cordón de Plata» se mantiene siempre, mientras dura la vida material, pues sólo se rompe con la Muerte.
Y si el espíritu, en tales condiciones, puede visitar otros mundos materiales, como los astros, puede, también, visitar el Pasado, y muchas veces lo hace. Ciertos sueños que algunos tienen y que no saben explicar, son visitas que, en la Cuarta Dimensión, hace un espíritu a lugares o hechos de otros tiempos… Ya hemos dicho que en esa dimensión el tiempo no existe como nosotros lo entendemos. Que en ese mundo del Alma está la Eternidad. Y si está la Eternidad, están el Presente, el Pasado y el Futuro, aunque a los profanos les perezca imposible comprenderlo. Pero muchos, a través de los siglos, lo han sabido, porque pudieron comprobarlo, como pueden comprobarlo aquellos que estudian y practican cuanto los grandes iniciados de todas las épocas lograron conocer y realizar. En esa Cuarta Dimensión están las fuentes en que los profetas de todos los tiempos encontraron las visiones del Futuro; y muchas predicciones de hechos que después se habían de efectuar, tuvieron lugar en sueños proféticos, de los que se conoce una larga serie en la historia de nuestra humanidad.
Y si en lo que respecta al Porvenir han habido tantas pruebas, ¿vamos a dudar que pase igual cuando se trate del Pasado?… Si ambos existen en la Cuarta Dimensión, sólo se precisa, para evidenciarlos, que se den las condiciones requeridas en el humano desarrollo, o que se presente circunstancias favorables para el hecho… Y, en tales casos, el fenómeno tiene lugar. Y así como la mayoría de las veces las gentes sueñan cosas sin importancia, o no logran retener en la memoria lo sucedido en esas horas de libertad espiritual, porque la memoria física es dependiente del cerebro físico para retener, más o menos, lo que en ella se grabe. Y muchas de las actividades que realizamos, noche a noche, en ese otro mundo, no llegan ni siquiera hasta nuestro cerebro tísico, permaneciendo sólo en nuestra memoria espiritual y por lo tanto sin poderlas recordar, al despertar, ya que en el estado de vigilia, prima, en la mayoría, el trabajo cerebral.
Pero quienes han aprendido a desarrollar las fuerzas dormidas y los centros de poder que existen en el cuerpo, logran impactar en el cerebro, mejor dicho en la memoria cerebral, lo que se ha grabado en la memoria del espíritu. Y entonces, una experiencia vívida en la Cuarta Dimensión, utilizando el espacio de descanso que llamamos sueño, se mantiene para siempre, y de tal modo pueden permanecer vivos los recuerdos del Pasado, pues han sido, solamente, visitas realizadas en la Cuarta Dimensión a los Archivos del Tiempo…
Aquella noche, al regresar a mi casa, pensaba insistentemente en todo lo ocurrido en ese primer encuentro con «el más allá» como lo llaman los profanos. Ahora vivíamos ya algunos años, en un pequeño pero muy bonito chalecito de la segunda cuadra de Progreso (hoy conocida como Diez Canseco) en Miraflores, y Marita aún estaba despierta. Sabía que yo concurriría a una reunión de Hermanos espirituales; pero no revelé el contenido secreto de esa sesión, en espera de ser autorizado para llevarla, en momento oportuno, como sucedió más adelante. Y ella, acostumbrada a guardar discreción para todo lo relacionado con mis dos Ordenes Iniciáticas, esperó mis comentarlos que fueron parcos, limitándome a decirle que estaba satisfecho de esta segunda reunión en casa de los González y que confiaba poder llevarla conmigo pronto.
Siendo la hora avanzada, nos acostamos. Yo tenía la mente fija en lo que me prometiera el Hermano Juan, y estando cansado, no tardé en dormirme… A poco me vi rodeado como de una niebla y a mi lado se encontraba un hombre vestido con un hábito de monje capuchino, cual el que usan los franciscanos. Era un poco más alto que yo, de facciones regulares y con barba corta y de color castaño. Su mirar profundo se posaba en mí con expresión fraterna y dulce. Me tendió una mano y me dijo:
—Ya lo ves; aquí me tienes, igual que antes… Ahora penetremos el Pasado…
Y juntos, guiado por él, nos hundimos en aquélla como niebla. Poco a poco se hizo más clara y nos encontramos caminando sobre la cumbre de un monte no muy alto, cubierta de árboles y nutrida vegetación. Frente a nosotros se extendía un amplio valle iluminado por los alegres rayos de un sol esplendoroso, que hacía resaltar los vivos colores del follaje y los tonos cambiantes de la llanura que se perdía entre los verdes cerros, uniéndose en el horizonte con la blanca pureza de los cúmulos arrebolados sobre un cielo de límpido azul.
No muy lejos de donde nos hallábamos, a las faldas de aquel monte y cerca de un pequeño riachuelo, se divisaba una construcción de regulares dimensiones y de aspecto macizo, coronada por una modesta torrecilla parecida a un campanario. En esos momentos vimos que en lontananza avanzaba un grupo de jinetes, cuyos bruñidos cascos y relucientes cotas de acero, despedían reflejos al herirlos los rayos del sol.
Ahora yo, también; vestía un humilde sayal parecido al de mi Hermano; llevábamos las capuchas volteadas sobre el hombro y los cabellos recortados en torno de las sienes. Ambos usábamos barbas, y teníamos cruzadas en bandolera las correas de que pendían sendos bolsones casi llenos de castañas del monte. Nos detuvimos un momento porque nos sentíamos cansados. Él se sentó en el suelo y yo me acomodé sobre una piedra. Nos despojamos de las bolsas dejándolas un rato para descansar, y mientras mirábamos a lo lejos al grupo de guerreros, mi compañero sacó de su Bolsón dos manzanas.
—Toma —dijo al ofrecerme una— son las únicas que estaban maduras.
Sonreí al morderla.
—Pero, en cambio, hemos tenido suerte con las castañas.
Asentí con la cabeza mientras comía con la boca llena la jugosa fruta. Tornamos a mirar hacia el valle… Los jinetes se habían detenido a las puertas del edificio. Desmontaron y al poco rato se abrieron las puertas, dándoles paso al monasterio.
—¿Quiénes serán?
—Pueden ser guardias del Duque.
—Más bien me parecen caballeros… Fíjate —le indiqué— en las gualdrapas blancas de los caballos. Los guardias no las usan.
—Sí; tienes razón. Y mira… parece que los escudos tienen una gran cruz pintada en rojo, todos…
—Verdad… ¿No irán a unirse a la Cruzada?
—¡Hum!… Tal vez…
Nos encogimos de hombros y nos tendimos largo a largo sobre la hierba. Estábamos cansados por la recolección de las castañas y todavía era temprano para la merienda en el monasterio. Yo contemplaba el cielo azul y me embriagaba de luz dejando vagar la imaginación, mientras seguía el correr de las nubes empujadas por el viento. Mi compañero había cerrado los ojos como si tratará de dormir. Pasó un rato largo. Yo continuaba absorto en la contemplación del cielo, y él comenzó a roncar.
—¡Hermano Leo! ¡Despierta! —le grité, sacudiéndolo.
Él abrió los ojos asustado.
—¿Qué pasa?
—Nada; que te has dormido y tenemos que seguir.
Él movió la cabeza para despejarse. Yo me había levantado. Nos arreglamos las sandalias que se habían llenado de piedrecillas, cargamos otra vez con los morrales, y empezamos el descenso. Cuando nos íbamos acercando a nuestra casona, vimos salir a los caballeros. Revisaron sus monturas, ajustaron las cinchas y acomodaron los escudos y las lanzas, y se pusieron en camino. Eran seis, jóvenes y vigorosos, que hablaban fuerte y alegremente, y al pasar cerca a nosotros nos saludaron con la mano. Respondimos de igual modo y al llegar tocamos con el pesado aldabón. Abrieron la mirilla y nos franquearon el portón.
—¿Quiénes eran ésos?
—Caballeros que van a unirse a la Cruzada.
Echamos una última mirada al pelotón que se alejaba al trote por el polvoriento sendero que bordeaba el arroyo, y penetramos. Nos dirigimos directamente a la cocina.
—¡Hermano Anselmo! ¡Aquí tienes una buena cosecha de castañas!
—En buena hora —refunfuñó un monje gordo y mofletudo, ataviado con un sucio mandil, que movía con un cucharón una gran paila de sopa— al menos asándolas ayudaremos la merienda, porque esos tragones se han comido casi todo, y si no escondo un poco de vino nos hubieran dejado a secas… ¡Valientes sinvergüenzas!
—¿Dicen que van a la Cruzada?
—Así dicen… pero ¿quién puede asegurar que sea cierto y no un pretexto para comer gratis en todos los conventos?…
El Hermano Leo y yo nos miramos, sonreímos, y después de vaciar las bolsas, fuimos a lavarnos.
A poco, tocaron la campana llamando a la merienda. Nos reunimos todos en torno a una gran mesa de rústica madera, y el Hermano Anselmo nos sirvió un gran plato de sopa y una porción de castañas a cada uno.
—¿No hay nada más? —preguntaron varios.
—Sí; un solo vaso de vino por cabeza… ¡porque esos manganzones se lo han tragado todo! —gritó el cocinero.
Algunos se rieron. Otros protestaron; y la conversación se generalizó por grupos. Al terminar, yo recogí unas migajas de pan y me llevé dos castañas a mi celda. Allí, cerré la puerta, y me senté junto a una pobre mesa que, con un camastro de madera burda y la silla en que me hallaba, era todo lo que amoblaba la habitación, de muros de piedra enlucidos con cal. Frente a mí, en un rincón de la pared con el piso, había un pequeño orificio. Me puse a silbar una cancioncita y al poco rato asomó la cabeza un ratoncillo.
—Ven, hijito; ven… que te he traído tu merienda.
Y esparcí por el suelo, frente al hueco, las castañas asadas y las migas de pan. El animalito se detuvo, como indeciso. Miró a todas partes. Yo volví a silbar, suavemente, la canción, y el ratoncillo, como hipnotizado, salió y se puso a comer tranquilamente…
Me pareció como si el cuarto se obscureciera y se esfumara. Me vi rodeado de niebla y tal como soy ahora. A mi lado estaba, de nuevo, el Hermano Juan.
—Ya es hora de que regreses a la materia —me dijo.
—Pero ¿eres Juan o eres Leo? —inquirí confuso.
—Soy lo mismo… tuve los dos nombres; pero eso te lo explicaré cuando nos volvamos a encontrar donde Don Fermín. Y muchas otras cosas más tendrás que conocer, porque tienes que cumplir una misión muy difícil pero muy hermosa…
Se fue esfumando todo, y comencé a sentir que mi cuerpo se despertaba. La luz de la mañana alumbraba ya nuestro dormitorio. Marita dormía todavía, y yo reposé un rato largo en el lecho, recordando cuanto había vivido, nuevamente, esa noche en la Cuarta Dimensión…