CAPÍTULO VIII

LAS REUNIONES SEMANALES Y EL PACTO

Después de las explicaciones metafísicas de los anteriores capítulos, el lector estará más capacitado para poder apreciar en todo su alcance cuanto hemos venido narrando, y lo que se continuará refiriendo relacionado con esa etapa de mi vida tan llena de episodios que, para la generalidad de las personas, pueden resultar muy extraños, aun cuando han sido estrictamente ciertos.

Y el mismo conocimiento que yo tuviera ya, en aquellos años, sobre todos los fenómenos relacionados con la vida en ultratumba, aumentaron el enorme interés que me habían producido las primeras experiencias, y esperé verdaderamente ansioso, la reunión acordada para ese próximo miércoles. Está de más decir que fui puntual, como siempre me gustó serlo, y que una vez reunido todo el grupo, se repitieron, más o menos, las escenas de la vez anterior. Los dueños de casa, amables y obsequiosos como siempre, presidían la conversación en la sala, y en los sitios de costumbre. Todos nosotros formando corro y conversando acerca de temas diversos; comentando los sucesos acontecidos aquí y allá, y sin referirnos en nada a los verdaderos motivos que nos convocaban ahí.

Y se fue repitiendo lo que sucediera la vez anterior. La Hermana Lydia, poco después de conversar un rato, se fue adormeciendo. La conversación decayó lentamente hasta cesar, cuando ella comenzó a roncar con suavidad. Se apagaron las luces grandes y quedamos, de nuevo, a media luz como la otra vez.

En silencio, esperamos. Otro estremecimiento y el pequeño estertor de la señora González, al incorporarse en su sillón y tomar una posición cómoda, y a continuación el saludo acostumbrado:

—Buenas noches, queridos Hermanos —dijo la voz de barítono achapetonada del espíritu—. ¿Cómo están Ustedes?

—Muy bien, Hermano Emilio —repuso Don Fermín.

—Buenas noches, Hermano Gutiérrez —respondimos todos.

—¿Qué tal ha estado, esta semana, nuestra Hermanita?, pues supe que estuvo algo resfriada en días pasados.

—Sí; pero le corté muy rápido el resfrío; —continuó González—. No es conveniente que Lydia se exponga a los catarros, porque le duran mucho y sería propensa a complicaciones. Yo siempre la vigilo y al primer síntoma ataco el mal.

—Verdad que tú tienes tus remedios secretos… ¿Te acuerdas cuando yo estaba grave?… Pero esa vez no valieron de nada.

—Naturalmente; tenías que cumplir tu karma…

—Es verdad, y no creas que he pensado burlarme. Todo lo contrario. Ahora me encuentro mucho más dichoso… más tranquilo y más entretenido que en esos tiempos, con tantas luchas y privaciones… Pero voy comprendiendo mejor las sabias causas que nos hacen pasar las duras pruebas de la vida de encarnados. Y mucho de ello se lo debo al Hermano Juan, pues desde que nos hemos juntado acá, me ayuda mucho con sus lecciones y consejos… En verdad, antes de venir a este mundo, cuando estaba en el vuestro, no tuve idea de lo maravilloso que es esto… Confieso que estuve bastante atrasado. Mas, ahora me voy dando cuenta de muchas cosas y de grandes verdades que antes ignoraba… No hay duda: la mayoría de los humanos desconoce lo que es la vida… ¡la Vida Eterna!

—Así es… Pero no estabas tan atrasado, porque si así fuese, no hablarías de ese modo.

—No sé… me parece que no conozco mucho. Al menos, ésta es la opinión que tengo de mí al compararme con el Hermano Juan, cada vez que estamos juntos; porque aquí vamos de un lado para otro y siempre andamos ocupados… ¡Qué distinto de lo que nos decían algunos en la Tierra!… ¡Los infiernos los purgatorios… o los bienaventurados, siempre ociosos, contemplando eternamente a Dios y a los santos…! ¡Bah!

El español había pronunciado lo último con tal gracia y con un tono tan melodramático, que no pudimos menos que reírnos todos.

—Sí; así es —continuó— más, perdonen. El Hermano Juan me dice que debe atender varias consultas especiales, y yo voy a dejarle el sitio. Ya nos volveremos a encontrar después…

Un pequeño silencio, y luego la voz grave de Juan:

—Buenas noches, amados Hermanos… Veo que están todos y me agrada saludarlos muy especialmente… El Hermano Gutiérrez ha sido muy humilde al juzgarse atrasado: es que, todavía no logró alcanzar la visión completa de sus vidas anteriores. Estaba fuertemente oprimido por los lazos materiales de una encarnación dura, en verdad. Pero de una encarnación que le sirvió para cancelar muchas deudas pasadas. Una encamación en que los sufrimientos vividos le ayudaron a subir, a ganar varios escalones en los niveles de la evolución espiritual. Por eso es que ahora se siente halagado, tranquilo… De no ser así, no hubiera podido llegar hasta este nivel y estaría más atrás, en aquellos grados en que ya se sufre lo que en la Tierra llaman «purgatorios»… Pero él ha vencido ya esos grados inferiores y comienza a vivir los niveles en que la Vida se manifiesta con más luz, más alegría y mayor paz… Perdónenme, ahora, que debo hablar unos instantes con nuestro Hermano Fermín…

Como de costumbre, salimos todos al comedor, quedando González junto al sillón de su esposa. Huelga decir que los comentarlos del grupo versaron sobre las declaraciones de Gutiérrez y las explicaciones dadas por Juan. Poco era lo que podíamos opinar todos al respecto, pues nadie, en ese momento, conocía la vida íntima de quien fuera Emilio González. Sólo la señora Lydia, que fue su esposa y don Fermín, amigo de ambos. En cuanto a la hija, Chabelita, ya se ha explicado que la dejara muy bebé al desencarnar. Por tales razones, sólo pudimos hacer comentarlos personales acerca de la vida en ultratumba, y esto, únicamente de acuerdo con los conocimientos de cada uno en ese tema.

Estábamos dialogando cuando, un cuarto de hora después, vino Don Fermín y nos dijo que Juan deseaba hablar conmigo.

—¿Qué te pareció nuestra experiencia de la otra noche? —me preguntó después de intercambiar saludos.

—Muy interesante. Ya había estudiado ese tipo de fenómenos. En teoría, no era nueva para mí. Pero fue la primera vez que lo he vivido conscientemente.

—¿Estás convencido?

—No tengo razones para dudar, conociendo, como te he dicho, sus causas y efectos en el terreno teórico, y muy particularmente al haber comprobado en mi conciencia la persistencia de sus efectos hasta hoy. Pero he estado pensando ¿por qué te llamé, entonces, «Hermano Leo», si tú te has presentado como «Hermano Juan»?

—Muy sencillo, y ya te dije: Yo, en esa época, me llamaba Giovanni Leo. Tú, también, tenías por nombre Giovanni, o sea Juan en español. Para diferenciarnos, me llamaban a mí «LEO» a secas… Ahora, he preferido usar el nombre Juan como recuerdo de los dos en esa encarnación… Pero ya sabes que los nombres no importan. Ahora tenemos bastante de que hablar, porque nuestro encuentro en esta otra encarnación obedece a motivos muy especiales. Ya te dije que tendrás que prepararte para cumplir una misión muy difícil… Te esperan pruebas fuertes que habrás de vencer a fin de templar al máximo tu carácter, y de purificar más cada día tu espíritu, porque en los años venideros habrá cambios tremendos en este mundo y en esta humanidad. La guerra mundial que acaba de terminar ha sembrado semillas de tal naturaleza, que germinarán desórdenes, rencores y luchas de todo orden y la humanidad se adentrará, cada vez más en un caos tan profundo, que la violencia irá creciendo en todas partes y en todos los países, también, se repetirán las luchas sangrientas, el odio y la crueldad, hasta poner al mundo al borde de otra guerra universal catastrófica…

Pero en medio de tanto desorden y de las atrocidades que, poco a poco irán aumentando, porque legiones de espíritus atrasados empiezan a encamar en la Tierra dentro de un Plan Cósmico para darles una nueva y postrera oportunidad de mejorar, ya que este planeta y todos sus habitantes se acercan al cumplimiento de un nuevo ciclo, en su evolución…

—¿Un nuevo ciclo, dices?

—Así es. No puedo ahora explicarte en detalle cuanto se relaciona con este trascendental punto. No tendríamos el tiempo suficiente esta noche. Sin embargo, ha de bastarte saber que tus estudios en la Orden a que perteneces te irán llevando a grandes descubrimientos y a conocimientos cada vez más profundos sobre todo ello…

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—¿Te refieres a la Masonería?

—No. A la otra, la de Inglaterra… Puedo anticiparte que en los próximos veinte años alcanzarás los más altos grados y llegarás a ocupar una posición de mando en Ella… Pero antes habrás de vencer pruebas muy fuertes, algunas de las cuales ya se acercan… ¡Perdona, no me interrumpas, mas no estoy autorizado para revelarte, ahora detalles de esas pruebas… Serán de todo orden y durarán varios años, porque tú has estado en esa Orden durante varias encamaciones últimas, y sólo bienes que pasar las pruebas supremas para que seas apto a ocupar sitiales de alta jerarquía… Sin embargo, como vamos a estar juntos en toda esta nueva encamación, tendremos tiempo largo para conversar sobre ello y estaré siempre a tu lado para ayudarte a soportar los sufrimientos hasta donde me sea permitido. Pero, después, se abrirá para ti una nueva fase y hasta un cambio de las condiciones de tu vida actual, que se encamina a dichas pruebas y que tendrás que vencerlas, porque de ese triunfo depende tu ascenso a nuevos escalones que te esperan…!

Callamos unos instantes. Yo estaba impresionado.

—No te preocupes, ahora, y espera que el Tiempo corra… Aquí vamos a estar muy ocupados, pues varios de los Hermanos del grupo necesitan resolver problemas urgentes. Incluso, problemas de salud para seres queridos, y ha llegado la hora en que vosotros y nosotros, deberemos unirnos por un tiempo a fin de realizar tareas que la Divina Providencia ha dispuesto sean efectuadas en común.

—¿Tareas en común, dices…?

—Sí. Para vosotros como para nosotros, va a ser una oportunidad de mayores experiencias… de hacer más mérito en provecho de los unos y los otros. Ya el Hermano Fermín conoce de esto y está de acuerdo. Y él hablará también contigo, aparte, porque deberás saber que los dos estuvieron ligados, en otra vida junto conmigo… Los designios de Dios son insondables, y Su Divino Amor permite maravillas en bien de todas Sus criaturas… Él hablará contigo, repito; y ahora, llámalos a todos, para hablar al grupo…

Salí a cumplir su indicación, y una vez reunidos, el Hermano Juan sé expresó en estos términos:

—Amados Hermanos: Ya hemos conversado varias veces, en forma particular con varios de vosotros, atendiendo problemas especiales de cada cual. Pero, en este momento, hemos de atender algunos casos en que la cooperación fraternal de todo el grupo habrá de ser muy valiosa para la mejor ayuda en esos casos… en esos determinados problemas, algunos de los cuales son problemas de salud que estamos dispuestos a salvar, pero que algunos requieren, también, una labor de equipo, una cooperación fraternal mancomunada… Varios de vuestros seres queridos están enfermos, y los médicos actuales no saben atenderlos o no quieren hacerlo en conciencia para explotar la situación y ganar más a costa de los pacientes… ¿No es verdad, hermano Antonio y Hermana Dolores?…

—Sí. —Respondieron el Hermano Rojas y la Hermana Arriaga.

—Esto ya lo habíamos tratado con los queridos Hermanos a quienes me acabo de dirigir, y ellos estuvieron de acuerdo en aceptar un pacto de amor y de unión fraternal de todos para ayudar a sanar a esos seres queridos, porque hoy podemos hacerlo, gracias a la intervención de un nuevo hermano espiritual que ahora se une, también, con nosotros, y que fuera un médico notable de la corte imperial de los Aztecas, en tiempos del último emperador, Moctezuma II, cuando la conquista de México por los españoles…

Hubo una pausa, y todos nos miramos en silencio.

—Aquel sabio médico azteca ha aceptado unirse a nosotros en todos los casos en que se requiera su intervención, para dar la salud a quienes vosotros queráis ayudar, siempre que no se cobre, nunca, nada… Sólo podremos intervenir para curar por AMOR… ¿Estáis conformes?

Todos, unánimemente, respondimos que sí. Ninguno hubiera pensado otra cosa que no fuera un tipo de cooperación altruista, fraternal, y lo expusimos así, cada uno con firmeza.

—Eso esperábamos de vosotros —continuó el Hermano Juan—; mas era preciso que lo declararais firme y espontáneamente. Ahora bien; el Hermano médico, junto a mí, os saluda con todo afecto y me dice que lo disculpéis de no hablar personalmente, porque aún no le es posible expresarse con fluidez en lengua española. Sabéis todos que el Tiempo no cuenta en este mundo del Alma, en esta Cuarta Dimensión, y para él, cuyo nombre en ese entonces era Itzcoatl, fue muy poco lo que lograra aprender de la lengua de los conquistadores, y los cuatro siglos transcurridos en vuestro mundo desde entonces, han sido para él como unos pocos días en esta Cuarta Dimensión…

Todos nos miramos en silencio. Don Fermín agradeció en nombre del grupo, y preguntó qué querían de nosotros para llevar adelante ese tipo de colaboración.

—Que estén dispuestos a prestar su ayuda personal, en cada caso o circunstancia en que sea necesario distribuir las tareas mancomunadas, para un mejor trabajo y una mayor rapidez. Por ejemplo, cuando se requiera buscar los remedios… A este respecto, me está diciendo el Hermano Itzcoatl, que las medicinas serán siempre fruto de la Naturaleza, la mayor parte de origen vegetal; pero que habrá que ver si algunas se encuentran donde Ustedes viven hoy, que no es lo mismo que el México de los aztecas.

—Eso tendremos que resolverlo con vuestra ayuda; —insinuó Don Fermín— porque aquí, también, hay muchas plantas medicinales conocidas desde antaño por los indígenas. Será preciso que Ustedes nos indiquen las que puedan ser necesarias, aunque los nombres y los tiempos hayan variado, no creo que resulte difícil que el Hermano Itzc… Itz…

—Dice el Hermano Itzcoatl, —interrumpió Juan— que no se molesten en aprender su nombre tan difícil… Que lo pueden llamar «Hermano médico» o «Hermano azteca», simplemente.

—Bien; decía que el Hermano Itzcoatl puede, seguramente, indicamos en dónde encontrar lo necesario y con qué nombre se conoce aquí.

—Dice el Hermano médico que así será…

—¿No podríamos conocer algo de la interesante vida que, seguramente el Hermano Itzcoatl viviera en esa época? —pregunté yo.

Hubo un momento de silencio, como si entre ambos espíritus hubiera una consulta. De nuevo habló Juan:

—Me dice que es algo doloroso para él rememorar esos días, porque fue una existencia muy accidentada. Pero que, en prueba de su buena voluntad hacia nosotros, dará alguna información… Eran momentos de gran tribulación. Los guerreros blancos y barbudos habían llegado sin casi oposición, gracias al oráculo que se refiera al dios Quetzalcóatl, blanco y barbudo, por lo que el Gran Señor Moctezuma recibió a los guerreros de Hernán Cortés amistosamente. En esos días, el Emperador era mantenido como rehén por los conquistadores. Un verdadero prisionero rodeado de ciertas consideraciones, para servirse de él en el mejor dominio de los aztecas, y así, un grupo de los más allegados al monarca podían estar con él, y servirlo. Entre ellos, estábamos otros dos médicos y yo, cuidando la salud de nuestro Señor que ya era de edad avanzada. También había varias mujeres dedicadas a su servicio y entre ellas, pude comprender que una, muy bella, se entendía con los guerreros blancos y los mantenía informados de todo. Así se lo hice saber a mi Señor; pero no me creyó al principio. Esa mujer era muy astuta, y su belleza influía grandemente sobre Moctezuma. Incluso, llegué a conocer que mantenía relaciones amorosas con un capitán de Hernán Cortés, y todo esto se lo fui comunicando al Emperador… Pareció interesarse; pero no me dijo nada… En aquellos días, los médicos igual que el resto del personal adscrito al soberano, vivíamos en el Palacio. Sin embargo, los médicos podíamos salir con libertad para visitar a nuestras familias, y en una de estas salidas, una noche, noté que me seguían dos bultos. Apresuré el paso y esos dos hombres me imitaron. En la penumbra de la noche a media luna, vi que eran españoles por el brillo de sus cascos y armaduras. Corrí, pero ellos me alcanzaron. Era viejo y no portaba armas. Me clavaron varias puñaladas y huyeron, dejándome tendido en un charco de mi sangre…

El Hermano Juan guardó silencio. Todos permanecimos callados, con la impresión de aquel relato que, por su intermedio, nos hiciera el espíritu de Itzcoatl… No quisimos insistir en más detalles, pues era natural que esos recuerdos resultaban muy penosos para él. Tras una ligera pausa, Juan volvió a hablarnos:

—Ya están ustedes enterados de lo principal. Ahora sólo nos queda poner en práctica este pacto de amor y de unión espiritual, para que se tenga en vuestro plano material los muchos beneficios que esta alianza nuestra habrá de producir, hasta que la Divina Providencia lo permita. Y ahora, también, conviene informarles que, además de las reuniones regulares de todos los miércoles, si alguna vez se presentaren circunstancias de fuerza mayor que requiriesen un encuentro con nosotros en otro día y hora, no dejen de hacerlo. Bastará con que se pongan de acuerdo con el Hermano Fermín para facilitar la cita y ésta podrá efectuarse en cualquier día u hora… Siempre, uno de nosotros estará al alcance de vuestra llamada, y no existirá ningún impedimento…

Guardó silencio. Igual nosotros.

—Bien, Hermanos; la hora para ustedes es ya avanzada. Reciban el abrazo fraterno del Hermano Itzcoatl y del Hermano Gutiérrez y será hasta nuestra próxima reunión… ¡Quedad con Dios!

Prendimos las luces y esperamos que la señora Lydia despertara. Se disimuló todo, como de costumbre, y poco después nos sentábamos a la mesa en donde nos aguardaban las tazas de humeante y sabroso chocolate.

Al despedimos, yo me fui quedando al último, y en la puerta de calle, Don Fermín me dijo:

—Te espero el sábado en la mañana, en la oficina…