Capítulo 10
Llegó temprano al local. Nada más entrar se dirigió en busca de la joven que se encargaría de la selección. Tenía que darle instrucciones al respecto. Ahora el diablo Akuma había llegado y tenía sus propias reglas. Además, tenía curiosidad por saber si la primera Elección que se llevaría a cabo después de varios meses había tenido una buena acogida.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Akuma —saludó usando el nombre que usaba cuando estaba en el Velos.
—¿Cómo está la sala?
—Completa. Será un éxito.
Saber eso le calmó, aunque no quería reconocer que estaba algo inquieto.
—Hay que cambiar algunas normas. Por favor, tome nota —ordenó sin esperar a que la mujer hablara y sin darle la oportunidad para ello—. Solo habrá dos Elecciones al mes. Además de la noche de Akane, que quede claro a todos los socios que se hará la noche de luna llena, independientemente del día de la semana que sea. Las mujeres que pasen el corte para la selección deberán ser morenas, de pelo largo, ojos verdes, de entre un metro setenta y dos y un metro setenta y cinco. De complexión delgada. Además, llevarán zapatos de tacón negros, con suela roja, y el cabello suelto, sin recoger.
—¿Algo más, señor? —preguntó la chica sin dejar de anotar todo lo que su jefe le pedía.
—De momento, eso es todo. Ah, perdón, sí, hay una cosa más: en el siguiente Akane espero a una invitada. Lleva una invitación que yo mismo le di. Debe avisarme en cuanto llegue. Y, además, debemos redactar un contrato.
—¿Algo en especial en el contrato? ¿O podemos usar uno de los contratos tipo?
—Más tarde le pasaré los anexos que deben aparecer y los que se han de eliminar de los contratos antiguos. ¿Todo listo para esta noche?
—Todo listo. Las clientas han acudido a la llamada sin dudar; llevaban tiempo esperando una nueva Elección.
—En una hora quiero a las seleccionadas en la sala de cristal.
Sin despedirse, se giró y encaminó sus pasos por el largo pasillo desprovisto de decoración que le llevaría a la sala de cristal, esa en la que podría ser Akuma sin pudor; en la que liberaría un poco de su pesada carga y saborearía, aunque fuera de lejos, algo de la paz que tanto necesitaba.
Sasha llevó a Paula por los pasillos del Velos. Todavía no se acostumbraba al cambio de nombre, pero había aceptado de buena gana ceder el mando del local. No necesitaba nada más, ella era más que suficiente. Con ella a su lado todo lo demás dejaba de tener la importancia de antaño. Era feliz por primera vez en su vida. El dolor que había llegado a sentir años atrás había dado lugar a un momento de paz y de tranquilidad que valoraba más que nada.
Apretó la mano delicada de ella entre las suyas y le sonrió bajo la máscara negra. Habían decidido acercarse para ver qué tal era el ambiente en la primera noche en la que La Elección sería llevada a cabo por el nuevo amo del lugar: Akuma.
Paula se alegraba de que no se hubiese quedado con el título de Herr; para ella era especial, era suyo y quería que siguiera siendo así por siempre. Por eso el hecho de saber que el nuevo amo iba a hacerse llamar Akuma la alivió. El Herr solo quedaría en el recuerdo de aquellas que habían tenido el placer de pasar una noche con él y ahora en su vida, para siempre.
La noche había creado expectación, lo supieron en el momento en que entraron y vieron en la sala privada la gran cantidad de mujeres que esperaban con la esperanza de pasar la primera ronda de selección. ¿Cómo le gustarían las mujeres al nuevo socio?
Sasha sonreía feliz. Parecía que el Velos iba a seguir teniendo el éxito de antaño y además le había parecido una buena idea la noche de Akane; estaba deseando que llegara la siguiente para acudir y disfrutar de ella. Aunque no pensaba compartir a su mujer con ningún otro, tenía curiosidad por ver cómo los demás disfrutaban de una noche sin prejuicios, libres y en la que todo estaba permitido siempre que fuera consensuado.
Pasaron por la sala de cristal y Paula se detuvo en seco. Deseaba ver desde fuera lo que sucedía. Quería saber qué tipo de mujer atraía a un hombre tan reacio al contacto humano y con un carisma que cegaba como cuando se miraba al sol.
—¿Herr? —le llamó por su título. Allí dentro no era su marido, era su amo.
—¿Sí?
—Quiero verlo, Herr.
—¿Así que deseas ver cómo se lleva a cabo La Elección, mein Stern? ¿Te trae recuerdos?
—Sí, mi Herr. Me trae recuerdos que no quiero olvidar…
Ambos se detuvieron y miraron a través de la ventana que daba a la sala. En ella el sofá de cuero negro presidía frente a la zona acristalada en la que las candidatas se expondrían a La Elección. Paula pegó la nariz al cristal y fijó la vista en un punto concreto de la sala.
—¿Qué sucede?
—¿Es una serpiente?
Sasha dirigió la mirada hacia el lugar que le indicaba y entonces lo vio: un terrario de cristal con una gran serpiente en su interior.
—Parece que nuestro Akuma tiene gustos un tanto… exóticos.
—Como él.
—Mein Stern, esas palabras van a tener un castigo que ya conoces. Lo sabes, ¿verdad? —amenazó a la vez que se colocaba tras ella, atrapándola contra la pared y su propio cuerpo.
Paula podía sentir el deseo de su amo a su espalda. Su miembro golpeaba en ella con insistencia y no podía evitar fantasear con el castigo que le impondría.
Las mujeres empezaron a entrar una a una a la sala y eso llamó la atención de Paula, que no pudo evitar ver cierta similitud con alguien a quien conocía.
—No sé, pero me recuerdan a… alguien —musitó.
—Sí, he pensado lo mismo al verlas. Parece que nuestro nuevo socio tiene un gusto particular y definido —sonrió.
Sasha apretó el cuerpo de su mujer contra el suyo y aspiró el aroma de su cuello. No podía esperar más. La necesitaba.
Sin más dilación, la tomó de la mano y la alejó de la sala. Al llegar a la puerta de su habitación, los recuerdos que le trajeron le hicieron sentir un calor muy adentro. Cerró la puerta nada más entrar y no pudo contenerse más, así que la besó con pasión. Con hambre, con esa necesidad que no se saciaba nunca; al contrario, parecía crecer en intensidad con cada nuevo beso, con cada nueva caricia, con cada nuevo día que compartía con ella.
Cogió las delicadas muñecas entre su firme mano y las colocó sobre su cabeza. La madera suave y oscura de la puerta le ayudaba a atraparla entre ella y su cuerpo, que ardía.
Le gustaba verla con la máscara. Había sido así desde el principio, tenía algo especial que lo atraía como a las moscas la dulce miel, del mismo color que su cabello. Su aroma, la calidez que desprendía, esa necesidad y ese vacío tan grandes como los de él mismo.
Solo pensarlo su miembro palpitó y golpeó el abdomen de la mujer que profirió un jadeo ahogado. Siempre era así entre ellos, apenas necesitaban un roce para arder. El fuego no se apagaba, se acrecentaba cada día que pasaban juntos. Se alimentaba de momentos, de instantes, de su compañía.
—Ahora, mein Stern, voy a darte tu merecido castigo. Si eres una niña buena y no protestas, tal vez no dure demasiado.
—Sí, mi Herr.
—Tienes prohibido correrte, pase lo que pase, hasta que te dé permiso.
El brillo en los ojos de Paula no pasó desapercibido para él, que pudo verlo incluso bajo la máscara. Siempre disfrutaba castigándola, aunque la verdad era que el que más sufría era él.
Levantó la falda de su mujer y coló un dedo bajo la ropa interior. Cerró los ojos por el placer que sintió cuando notó la humedad envolverlo. Siempre estaba lista para él, por él, y eso lo hacía todo más excitante si cabía.
—Mein Stern, ¿sabes cuánto placer me das?
—Sí, mi Herr —murmuró fuera de sí. No podía evitarlo, estar con él era como pasar a otra realidad en la que todo estaba permitido si iba de su mano.
Jadeó y él gruñó. No podían evitarlo, ardían al estar juntos. Desde el primer momento. La giró sin esperar. No había tiempo para caricias tiernas, ni besos suaves. Sentía que si no la penetraba iba a estallar, y quería hacerlo, pero dentro de ella.
Subió su falda, apartó las bragas y la penetró con un movimiento firme. Empezó a moverse dentro de ella sin piedad. Golpeaba su trasero a la vez que ella se inclinaba para facilitarle llegar más adentro, hasta su alma.
Las manos del hombre buscaron el camino hasta sus pechos y se aferró a ellos para no desfallecer. Hacía mucho que no se sentía tan fuera de sí; se había olvidado de todo, del castigo, de la prohibición, de su nombre… Cuando estaba dentro de ella nada más existía, tan solo ese placer que lo llenaba, se colaba en sus venas y no dejaba ni un centímetro de su cuerpo libre de su hechizo.
—Mein Stern, cuánto placer me das. Estás siendo una niña muy buena, así que voy a permitir que te corras en el momento en que te llene por dentro.
Paula jadeaba entrecortadamente, no podía hacer nada más que eso y sentir, sentir tanto que perdía la razón y no sentía que hubiera nada más en el mundo que no fuera él: Sasha Petrov, su Herr.
Sasha advirtió el momento en el que ella se tensaba. Sabía que el orgasmo llegaría en unos segundos, soltó uno de sus pechos para agarrar la larga melena y tirar de ella hacia atrás. Su oreja quedó cerca de su boca y, aunque quería susurrarle algunas palabras, lo único que salió de su boca fue un largo y profundo gruñido de placer cuando explotó en su interior.
Paula no pudo contenerse más y se unió al orgasmo de su marido, jadeando sin control, fuera de sí, retorciéndose por dentro al no ser capaz de asimilar el placer que la cegaba, como él. Su sol. Un sol que brillaba en los rincones más oscuros de su alma.