Capítulo 24
Karen se miró al espejo una vez más. Los nervios no la dejaban tranquila y su estómago era todo un revuelto de emociones. Llevaba un vestido rojo vaporoso y largo, en honor a la noche de Akane. Lo había elegido por ese motivo, en la invitación pedían que usaran una máscara, así que había elegido una de color dorado que imitaba a una mariposa.
Esperaba que, si no lo sabía ya, supiera que era ella. No podía alargar más la situación porque iba a terminar volviéndose loca.
Respiró hondo y salió de su apartamento. El taxi al que había llamado estaría esperándola en la puerta. El trayecto se hizo demasiado corto y la incertidumbre no la dejaba en paz. Iba a ser una noche muy importante y, esperaba que no solo para la revista, sino para ella también.
En el pequeño bolso de mano llevaba la invitación y la máscara. Se la colocaría al llegar. Quería darse una vuelta por el lugar y escuchar los comentarios de los invitados. El lugar elegido por Paula era ideal. Conocía el sitio. La escalera de mármol había visto a muchas debutantes hacer su presentación en sociedad siglos atrás, y el gran salón de baile se había adecuado a los nuevos tiempos y llenado con mesas para la ocasión.
Al llegar, pagó el taxi y se colocó el antifaz como pedían en la invitación. Era una fiesta particular, porque además de acudir de etiqueta, todos debían llevar antifaces. ¿Había sido idea de Paula o de Nualart?
Sacó la invitación y la mostró a los hombres que controlaban la entrada y volvió a guardarla dentro. Incluso ellos llevaban antifaces. No podía esperar a ver a la gente que se había reunido allí. Todo el que era alguien en el mundo de la moda o tenía negocios relacionados con la prensa estaría allí: fotógrafos, modelos, redactores, empresarios… El abanico se abría y era extenso.
Entró y se colocó al principio de la escalera. Pensó que era pronto, pero se dio cuenta de que la sala ya estaba repleta. Algunas miradas curiosas se dirigieron a donde estaba ella, que empezó a bajar nerviosa y agarrada a la gran barandilla de madera para no perder el paso, ya que en las últimas semanas perder zapatos parecía ser algo habitual en ella. Cuando llegó al último tramo, vio que un hombre se había acercado y la esperaba, le ofrecía su brazo. ¿Quién podría ser? No parecía nadie conocido…
Cuando bajó el último escalón, el hombre insistió en que tomara su brazo y ella, por educación, no pudo decir que no.
—Encantado de conocerla, señorita…
—Aranda, Karen Aranda —contestó con voz tímida.
—Así que es usted la mujer de la que todo el mundo habla.
Karen se sorprendió por el comentario a la vez que la música empezaba a sonar y llegaba hasta los invitados como una liviana nube flotando en el aire.
—¿Y qué dicen de mí? Espero que no sean cosas demasiado terribles…
—¿Bailamos? —preguntó, pero no esperaba respuesta alguna. Antes de darse cuenta danzaban en el centro de la pista.
—Sí que han dicho cosas terribles: que era terriblemente inteligente, que era terriblemente encantadora y se olvidaron de añadir que terriblemente hermosa.
—Creo que me da más crédito del que me corresponde. Además, ¿cómo puede estar seguro de que soy terriblemente hermosa si llevo una máscara?
—¿Interrumpo? —tronó una voz masculina con un acento oriental que conocía bien.
La música había dejado de sonar y los tres se encontraban en el centro de la pista, bajo la atenta mirada de cualquiera que quisiera prestarles atención.
—Sí —se adelantó el hombre al que no conocía en la respuesta.
—Pues lo siento, señor… —Nualart se detuvo porque no sabía cuál era el nombre de ese hombre que no era consciente de lo que se jugaba.
—Señor Campos. Soy el accionista mayoritario de…
—Lucien Nualart. Socio de Sash… —se interrumpió al darse cuenta de que iba a usar el apelativo de su socio en vez de su nombre completo— Alexandre Petrov, creador del suplemento.
—Todo un placer, señor Nualart. Su reputación le precede. Ahora, si nos disculpa… —lo cortó en seco mientras agarraba la muñeca de Karen dispuesto a llevársela de allí.
—Lo siento, señor Campos, pero me va a tener que disculpar a mí. No quiero que haya malos entendidos, así que solo se lo diré una vez; es mi mujer. Por lo que, por favor, suelte su mano y déjeme disfrutar de mi acompañante.
Karen observaba todo sin tener muy claro qué sucedía. Pero no podía dejar en ridículo a su jefe delante de todo el mundo, aunque él pensara que podía ridiculizarla a ella frente a todos. ¿A qué venía eso? ¿Su mujer? ¿Qué derecho tenía…?
Iba a pedirle explicaciones, pero no iba a avergonzarlo allí, así que sonrió, aceptó su brazo y se alejó de la escena junto a Nualart.
—Señor Nualart —dijo en voz baja y con una falsa sonrisa—, ¿no cree que deberíamos hablar? ¿A qué ha venido eso? ¿Su mujer? ¡Por favor! ¿Cuándo he aceptado algo así?
—Cuando firmaste el contrato.
Karen se quedó quieta, alzó la mirada y encontró la suya bajo el antifaz. Así que él también sabía que era ella. ¿Desde cuándo? ¿Desde el principio?
—Además, creo recordar que te pedí que me esperaras.
Nualart la llevó sin soltarla fuera de la sala. Caminaban con paso precipitado camino de alguna habitación, pero en algún momento de su paso atribulado volvió a perder un zapato.
—¿Lo haces a propósito? Lo de perder los zapatos. Es como si te gustara que estuviera siempre a tus pies.
Nualart se arrodilló y colocó el zapato en el delicado pie de la mujer. Se entretuvo más de lo necesario, pero es que era tan tentador…
—¿Desde cuándo lo sabes, Akuma?
Nualart levantó la mirada y se incorporó. Se acercó tanto que todo desapareció entre ellos: las paredes repletas de cuadros, las lámparas de araña que colgaban del techo, el ruido que llegaba amortiguado desde el salón de baile…, todo, incluidos el aire y la poca cordura que restaba en ellos.
—¿Eso importa? ¿Cambiará algo?
—Supongo que no, pero me gustaría saberlo.
—Supongo que siempre tuve mis sospechas, pero me quedó claro la noche que hablaste. Nunca podría confundir tu voz. Pero, por si quedaba alguna duda rondando mi cabeza, estaba asomado a la ventana cuando te fuiste. Te detuviste en la acera para ponerte los zapatos y te vi; te habías quitado el antifaz.
—Así que la mujer que te hace feliz… ¿soy yo?
—Sí, eres tú. Y me gustaría alargar la duración de nuestro contrato.
Karen sentía que su corazón se iba a salir del pecho por la fuerza con la que se agitaba en su interior. Deseaba arrojarse a sus brazos, dejarse llevar. Romper esa barrera que se empeñaba en alzar entre ellos y tocarle, sobre todo tocarle. Le gustaba tenerle cerca, besarle, acariciar su cuerpo… y sentirle. Sentirle relajado, sin tantas presiones.
—¿Hasta cuándo? En esto de las relaciones si hay algo seguro es que no se puede poner una fecha de término.
—Por eso lo vamos a dejar en blanco. Vamos a ver a dónde nos lleva y durante cuánto tiempo, Tsuki.
—¿Por qué me llamas así? ¿Qué significa?
—Luna. Te llamo así porque eso eres para mí, la luna. Y tengo suerte porque muchos sueñan con alcanzarla y yo lo he logrado.
Y la besó. Con pasión, con hambre, con anhelo y con todo lo que había intentado ocultar en su interior y ahora explotaba en su boca. Sentía mucho por esa mujer y quería mantenerla a su lado, a ser posible, para siempre.
Los dos se perdieron en ese beso profundo y largo que terminó con ellos ocultos en una habitación en la que sus cuerpos se hicieron uno.
Los jadeos de ambos se convirtieron en uno solo, la espalda de Karen encontró la pared de la habitación. Nualart agarró sus manos con una de las suyas y las apresó sobre su cabeza. Así quería tenerla siempre, a su merced.
Las manos de Karen se rebelaban. Querían tocarle, hacerle suyo, disfrutar.
—Hay algo más que tenemos que cambiar en ese contrato.
Nualart se detuvo por las inesperadas palabras, aunque, a decir verdad, no esperaba menos de ella.
—¿Qué quieres cambiar?
—Quiero poder decir «no», quiero poder tocarte y quiero que tú también te dejes llevar y disfrutes. Si estás de acuerdo, yo también lo estaré. Además, hay otra cosa más.
Nualart la escuchaba con atención; era una mujer que sabía lo que quería. Lo había tenido claro desde el principio, mucho antes que él, y se moría de ganas por saber qué más deseaba pedir para cerrar el acuerdo.
—Pídelo. Te lo voy a conceder, sea lo que sea.
—Quiero que dejes de hacer la noche de La Elección. La de Akane puedes seguir celebrándola; de hecho, acudiré cada una de esas noches a compartirla y disfrutarla contigo, pero no veo justo que me obligues por contrato a serte fiel y no recibir lo mismo a cambio.
—Te he preguntado muchas veces si estabas lista para el diablo. Y no me había dado cuenta de que cometía un error cada vez que formulaba la pregunta.
—¿Qué error?
—Me dejé convencer de que eras un ángel y yo un demonio, y pensé que podías llegar a perder la razón por mi culpa. Quería, de hecho, que sucediera así, sin embargo…
Nualart se detuvo, estaba tan cerca de la boca de la mujer que Karen no evitó besarle de nuevo. ¡Sabía tan bien!
—¿Sin embargo…? —Le animó a continuar.
—Sin embargo, me he dado cuenta de que el que nunca estuvo listo fui yo. No imaginé que el que iba a perder la razón iba a ser yo, no esperaba tener unos sentimientos más profundos por ti. Así que tenías razón, estabas lista para mí, pero yo no lo estaba para ti. Pensé que iba a hacer jaque a la reina y resulta que esta partida la tenía perdida incluso desde antes del primer movimiento.
Nualart dejó las manos de Karen libres, la agarró por la cintura y la elevó contra la pared. Las piernas de la mujer no esperaron y se enrollaron a su alrededor, enroscándose como la serpiente en la que se convertía estando con él.
Nualart levantó el vestido, apartó la ropa interior, y después de liberar su miembro la hizo suya. En esa habitación. A oscuras. Y jadeó, gimió y disfrutó de cada mágico segundo que era estar dentro de ella.
Y, así, con las bocas selladas por un largo beso, dejaron que el orgasmo los atravesara y que cada uno se hiciera con la respiración del otro, saboreando ese momento que no sería el último.