CAPÍTULO
13
Los sonidos eran diferentes.
Fue lo primero que Ary descubrió sobre Estados Unidos. Cuando bajó del avión la noche anterior estaba oscuro, como en el Gungi. El aire olía diferente, pero lo que más le llamó la atención fueron los ruidos… No había monos nocturnos, ni tamarinos, ni reptiles siseando o águilas harpía. No concilió el sueño con facilidad y no estaba segura de si era porque se encontraba en casa de Nick (su casa norteamericana) o porque estaba en Estados Unidos, punto.
Toda su vida había soñado con ir allí, con convertirse en una verdadera doctora, como decían ellos. Y ahora estaba aquí, sin dinero, sin trabajo y, a todos los efectos, sin hogar. Patética, eso era. No, no le gustaba esa palabra. Estaba cambiando, por fin estaba dando los pasos necesarios para vivir la vida que quería. Todo lo que necesitaba era un trabajo, dinero, un lugar donde vivir. Al pensar en lo último tuvo que reírse porque llorar otra vez no era una opción.
Salir de la cama después de escuchar a Nick ir de aquí para allá fue fácil porque sabía que aún no tendría que enfrentarse a él. No tenía ni idea de lo que había entre ellos. Claro, habían tenido sexo en el Gungi, pero fue en el bosque y hacía calor y ella era una shifter y él era un shifter, y los felinos hacían lo que sabían.
Ahora, aquí, en su territorio, no estaba segura. Él era un hombre y ella era una mujer. Qué diablos significaba eso, no tenía ni idea, aunque sí sabía que no debería vivir con él si no tenían algún tipo de relación. Y que, quisieran o no, tendrían que aclarar su situación cuanto antes.
Comida era de hecho lo que se imaginaba que necesitaba de una forma más inmediata.
Con los pies descalzos salió en silencio de la habitación por un suelo que parecía de madera pero que era demasiado suave como para serlo de verdad. Continuó hasta que aparecieron ante ella unas escaleras de caracol. En el piso de abajo el suelo era similar; a su izquierda estaba la cocina. Unos brillantes enseres plateados la saludaron, y se acercó para ver mejor. Pasó la mano por la fría superficie de mármol, tiró de una manivela alargada y sonrió cuando empezó a caer agua en el fregadero plateado.
Ary abrió armarios y vio suministros. Abrió la nevera y vio aún más comida. Su estómago se quejó y sacó una jarra de zumo de naranja. Había un cuenco medio lleno de naranjas y cogió una de ellas. Frente al fregadero y la nevera había una mesa alta y taburetes. Tomó asiento y se puso a pelar su naranja.
Un sonido estridente la asustó tanto que soltó la naranja y estuvo a punto de caerse del taburete. Era el teléfono, se dijo a sí misma cuando su corazón amenazó con salírsele del pecho.
—Estás loca —se regañó mientras caminaba de un lado a otro intentando encontrar el aparato y parar ese exasperante sonido.
—¡Por fin!
Lo encontró en una mesa de cristal en otra habitación llena de muebles.
—¿Hola?
—¡Hola, Ary! —La voz del otro lado era muy alegre, quizá demasiado. Pero Ary la reconoció y agradeció escucharla.
—Hola, Kalina. ¿Cómo estás? —preguntó, aprovechando para echar un vistazo a la habitación.
Era más grande, con muchos muebles (sus casas en el Gungi contaban con el mobiliario básico: sillas, camas y mesas, así que esto le parecía más que lujoso) y tenía unas puertas de cristal que daban al exterior, donde el sol brillaba. El teléfono no tenía cable ni nada que la obligase a estar quieta, así que Ary se dirigió de inmediato hacia la luz. Quería sentir el calor del sol en su piel, no solo la humedad a la que estaba acostumbrada.
—Estoy un poco cansada del viaje, pero contenta de estar en casa. En fin, había pensado en pasarme por ahí para ir a almorzar y quizá para ir de compras porque sé que apenas tienes ropa.
Ary se miró la ropa interior que llevaba. No, definitivamente no tenía suficiente.
—Ah, claro. Me encantaría.
—Genial. Estaré ahí en una hora o así para recogerte.
—Está bien —dijo Ary—. Muy bien.
Pulsó el botón de colgar y tiró el teléfono al suelo, mucho más preocupada por abrir la dichosa puerta del balcón. Se oyó un ruido seco que no sonó muy bien, pero a Ary no le preocupó mucho. De repente el pestillo saltó y un trocito cayó al suelo. La puerta se abrió y sintió que estaría eternamente agradecida por ello.
El aire no era húmedo sino caliente, como los trapos empapados de agua hirviendo que solía ponerse en las extremidades hinchadas. El suelo también era de madera, pero más áspera que la de dentro. Una silla que parecía más bien un cubo tenía por encima una piel muy suave.
Ary se sentó en la silla y cruzó las piernas. Durante unos eternos segundos se quedó ahí sentada, inhalando y exhalando, dejando que el diferente aroma entrara y saliera de sus pulmones. Fuera todo estaba tranquilo, o lo que a ella le parecía tranquilo en comparación con todos los sonidos del bosque a los que estaba acostumbrada.
Oía voces. Giró la cabeza y vio que había otros balcones enfrente del suyo, y debajo. En la calle había una fuente con agua que se precipitaba sobre unas piedras. Se le oprimió el pecho al ver esa imagen porque le recordaba a casa, pero luego se concentró en la gente que pasaba. No tenía ni idea de adónde iban, pero se imaginó que dondequiera que fuesen era porque querían ir. Eran libres de ir adonde quisieran.
Y los envidiaba por eso. Por encima de todo quería tener derecho a tomar sus propias decisiones y vivir su propia vida. Enterró la cara entre sus manos y dejó que las emociones fluyeran en su interior. Había dado un gran paso, uno para el que estaba más que preparada; solo tenía que conseguir recobrar la compostura y salir al mundo.
—Mis vecinos van a llamar a la policía y te van a denunciar por exhibicionismo.
La voz de Nick interrumpió sus pensamientos y el deseo atravesó su cuerpo al instante.
—Creía que te habías ido.
Él estaba de pie entre las puertas de cristal, vestido con un traje y una corbata. Tenía un aspecto profesional y sexy de morirse. ¿Por qué no podía hacer que su cuerpo dejara de desear a ese hombre?
—He vuelto para ver cómo estabas.
—No tendrías que haberlo hecho. Estoy bien.
Él asintió con la cabeza, mientras se cruzaba de brazos.
—Estás más que bien.
A Ary no le gustaba la forma en que la estaba mirando. O más bien a su cuerpo le gustaba demasiado. Ary se puso de pie, con la intención de volver a entrar en la casa. Por su puesto Nick no se movió, así que acabó cara a cara frente a él.
—Voy a pedirte que no vuelvas a salir al balcón o de la casa en ropa interior.
—¿Por qué? —Sonaba estúpido, pero ese parecía ser el protocolo para la mayoría de las cosas que ella le decía a Nick.
Él frunció el ceño y arqueó sus espesas cejas.
—Me gusta vivir aquí, pero mataré a cualquier cabrón que te mire. ¿Está claro?
—Eso es una barbaridad. ¿No se supone que estás trabajando con Rome para hacer que los shifters sean aceptados por los humanos?
—No, ese no es mi trabajo. Yo soy el ejecutor, ¿no te lo han dicho? Lo que se me da bien es el combate.
Se puso recto y dio un paso hacia ella. Rodeó su cintura con el brazo, la acercó a él y luego se dio la vuelta para que ella quedara dentro de la casa y él de espaldas al balcón.
—Y otros esfuerzos físicos —concluyó con una sonrisa que fue como si le pusiese la mano en los pechos.
Ary tragó saliva.
—Cualquiera puede tener sexo.
Ella sabía que no debería haberlo dicho, pero maldita sea, era un shifter muy engreído. Solo quería bajarle los humos, ponerlo en su lugar de una vez por todas.
Simplemente no tenía que pasar.
Nick decidió ir a casa de forma impulsiva para ver cómo estaba Ary. No había hablado con ella desde la noche anterior y necesitaba saber cómo se encontraba. Además, quería verla otra vez. La llegada de Caprise le había recordado el tiempo que llevaba sin ver a las dos mujeres que más le importaban en este mundo, y se juró no volver nunca a malgastar el tiempo que tuviese con ellas. Por lo tanto metió el expediente del caso en el que estaba trabajando en su maletín y le dijo a Kerry que iba a trabajar desde casa.
Si alguien le hubiese dicho que al llegar se encontraría a una mujer prácticamente desnuda en su balcón, Nick habría parado a comprar champán y fresas. Pensándolo mejor, no lo habría hecho. El romanticismo no era su punto fuerte. Las mujeres se sentían atraídas por él; lo único que tenía que hacer era hablar con ellas unos minutos y acababan en su cama poco después. Hasta ahí llegaban todos los esfuerzos que había hecho en su vida para tener compañía femenina.
Pero al mirar a Ary en ropa interior quería más. Su cuerpo la deseaba tanto que le dolía, el corazón le golpeaba de forma salvaje el pecho, el murmullo de la bestia que llevaba dentro le hacía cosquillas en la piel. Ella olía a lluvia; fresca y húmeda.
Ary se movió entre sus brazos, pegando su cuerpo al de él, y Nick apretó los dientes.
—Cuidado, nena. Otro de esos movimientos y vamos a acabar en el suelo.
El brillo en los ojos de Ary decía que no le gustaba lo que había dicho. La forma en que su cuerpo se volvió dócil en sus brazos decía lo contrario. Así que él hizo más, moviendo sus caderas para que su erección rozara su estómago.
—Crees que eres irresistible para todas las mujeres, ¿verdad? —preguntó ella.
—En absoluto. —Movió las manos hacia abajo por la espalda de Ary y deslizó los dedos por su ropa interior—. Pero sé que tú no puedes resistirte.
Separó las nalgas más suaves que había tenido el placer de tocar en su vida.
—No quiero esto —le dijo ella.
El hecho de que Ary le estuviera agarrando los hombros significaba algo totalmente distinto. Pero Nick no era un violador, así que dijo:
—Si no quieres, solo tienes que decirme que pare.
Ella no dijo nada, así que los dedos de Nick continuaron explorando. Se deslizaron por su culito y sintió cómo se le afilaban los dientes contra los labios. Ahora jadeaba y tenía la respiración entrecortada.
Ella apoyó la frente en su pecho. Nick tiró una vez, sin utilizar toda su fuerza, solo la necesaria para arrancarle las bragas y lanzarlas al otro lado de la habitación. Le levantó una pierna y la entrelazó alrededor de su cintura. Ella agitaba la cabeza mientras clavaba los dedos en los bíceps de su amante. Luego sus pequeñas manos se deslizaron bajo las solapas de su chaqueta y se deshicieron de ella.
Nick no quería apartar los dedos de Ary, pero lo hizo para dejar que su chaqueta cayera al suelo. Ella le rasgó la corbata, hizo saltar los botones de su camisa y siseó cuando sus dientes recorrieron su pecho desnudo.
—Ahí está —murmuró él en voz baja—. Mi gatita.
—Llevas demasiada ropa —dijo ella.
Unos dedos rápidos desabrocharon el cinturón y los pantalones de Nick mientras él se quitaba los zapatos. Estaban de pie en medio de su sala de estar, con la ventana del balcón abierta detrás de ellos. Pero a él no le importaba. Toda su atención estaba centrada en Ary, que se volvía más salvaje cada segundo que pasaba.
Cuando estuvo desnudo y tiró del cierre del sujetador para soltarlo, los dos se quedaron de pie, mirándose el uno al otro.
Ary inclinó la cabeza, le acarició los pectorales y bajó hasta sus marcados abdominales.
—Siempre te he deseado —susurró ella—. Hasta cuando no estabas solía soñar con tocarte, con acostarme contigo otra vez.
Él le echo el pelo hacia atrás, le agarró de la nuca y empujó su boca hacia la suya.
—Ya no tienes que soñarlo. Tócame todo lo que quieras. Acuéstate conmigo cuando quieras. Soy todo tuyo —susurró segundos antes de que sus labios atacaran los de ella.
Ary se agarró de sus muñecas y se puso de puntillas para hacer que el beso fuera más profundo. Sus dientes y lenguas se arañaban y se batían en duelo mientras su beso pasaba de apasionado a lujurioso. Cuando se cansó de jugar, Nick la cogió en brazos y se dirigió hacia el sofá. Estaba a punto de sentarse cuando ella se escapó de sus brazos y lo empujó para que cayera en la silla.
A horcajadas sobre él, sus brillantes ojos dorados lo miraron fijamente. Entonces arqueó la espalda y un maullido se escapó de su garganta.
—Preciosa —susurró él, mientras le acariciaba sus generosos pechos y jugueteaba con sus erizados pezones.
—Sacas mi lado salvaje —dijo ella con la cabeza hacia delante y el pelo tapándole la cara.
Nick quería ver sus ojos, sus labios, cada centímetro de ella. Así que le echó el pelo hacia atrás y lo agarró con fuerza mientras la besaba una vez más.
—Salvaje y lasciva, eso es lo que eres, señorita Serino.
—Sí —dijo ella en un arrullo mientras elevaba las caderas hasta que su húmedo sexo tocó la punta de su miembro.
—Lo quieres, nena, cógelo —le dijo él, y la dejó acomodarse sobre él y deslizarse poco a poco por su miembro.
Un dolor punzante subió por la columna vertebral de Nick en el preciso momento en que su miembro se adentró por completo en ella. Tenía los dedos en su pelo y de repente comenzaron a temblar. Y cuando ella extendió los suyos sobre su pecho, él inspiró hondo. Ary empezó a moverse, elevando las caderas y luego volviéndolas a dejar caer, alejándose de su miembro y volviendo a aceptarlo todo en su interior.
Era el tipo de placer que hacía que a un hombre se le nublara la vista y se quedara sin habla. Todo lo que Nick podía hacer era recostarse y disfrutar mientras ella lo cabalgaba, como si hubiese nacido para eso. Sus movimientos eran salvajes y surgían de su propio placer y excitación. Él lo notaba en el profundo rubor de su piel. Cuando Ary estuvo a punto de llegar al clímax sus brillantes ojos se clavaron en los de él dejando sus dientes afilados al descubierto. Él también enseñó los dientes en respuesta y sintió a sus felinos asomarse en este momento de éxtasis.
Ella gritó su nombre, cayó hacia delante y hundió los dientes en el hombro de Nick. Él le sujetó las caderas y bombeó de forma febril dentro de ella mientras su culminación se propagaba por todo su cuerpo. Cuando creyó que había recuperado el aliento dio la vuelta a Ary y se quedó mirando su perfecto culito hasta que se le hizo la boca agua.
Nick se arrodilló y le besó las nalgas, disfrutando de la sensación de la suave y cálida piel contra su lengua.
Incluso con su cerebro nublado por el clímax Ary sabía lo que él quería, lo que necesitaba. No podía explicar su atracción y no quería resistirse. Él era su companheiro, eso lo sabía sin lugar a dudas desde hacía años. El hecho de que ahora estuviera aquí con él era el destino. De lo que pasaría mañana, no tenía ni idea. Lo único que podía hacer era disfrutar del aquí y ahora.
Así que se subió al sofá, apoyó las rodillas en los cojines y abrió bien las piernas. Con las palmas en el respaldo del sofá se echó hacia delante.
—Tómame —susurró.
Él la besó, su lengua trazó acaloradas líneas por su piel. Sus fuertes manos sujetaron sus nalgas abiertas, y ella se estremeció por el erotismo de su cálido aliento sobre su piel.
—Tanto tiempo. Tanto tiempo —dijo Nick entre dientes.
Ella sabía a la perfección a lo que se refería y cómo se sentía. Los muslos le temblaban de deseo.
—Por favor, Dominick —suplicó, y no le importó suplicar. Quería que la hiciera suya, allí mismo, donde estaba; quería su gruesa envergadura clavada muy dentro de ella.
Nick se puso de pie sobre ella y le lamió la espalda de arriba abajo. Cuando sintió sus dedos explorando su ano apretó los dientes.
—Más —pudo decir finalmente.
Él fue más lejos, estirándola poco a poco. Ella se agarró de la tela del sofá y gimió. Con la otra mano él se deslizó entre sus piernas y su sexo, que acarició despacio, exprimiendo su esencia.
Se puso a temblar y un agudo sonido le salió de muy dentro. Ary arqueó la espalda; la felina que vivía en su interior estaba hambrienta.
Él la deseaba, de eso no había duda. La sensación de excitación de su miembro dando golpecitos contra su ano le sabía a gloria, y gimoteó.
—Sí.
—Despacio, nena. Despacio y profundo.
Se mordió el labio inferior y empujó hacia atrás las caderas porque su «despacio» era demasiado despacio para ella. Empujó un poco más y experimentó una rápida sensación punzante cuando su pene estuvo enterrado dentro de ella.
—¡Maldita sea! —gritó él con los dientes apretados—. He dicho despacio.
—¡Ahora! —fue la respuesta de Ary mientras volvía a empujar hacia atrás.
El pene de Nick era grueso y largo y la obligaba a abrirse más y más a medida que se adentraba en ella. La sensación de placer y dolor se inclinaba mucho más hacia el placer y Ary volvió a gritar. Entonces movió las caderas; lo necesitaba más profundo, más rápido.
Él metió dos dedos en su abertura y empujó con rapidez hacia dentro y hacia fuera.
—Ahí lo tienes, gatita. Ahí lo tienes.
Ary aprovechó esos dedos y se llevó a sí misma al borde de otro orgasmo.
—¡Más! —exigió.
—Mandona —bromeó Nick mientras le daba un cachete en las nalgas con la mano que tenía libre.
Con el miembro de Nick moviéndose dentro de su ano y sus dedos empujando cada vez más y más rápido en su sexo, Ary estaba fuera de control. Cada nervio de su cuerpo parecía agudizado, sensible. La sangre le corría por las venas tan deprisa que podía oírla. Y su felina arañaba, maullaba y resollaba. Esa era su pareja, y quería asegurarse de que él lo sabía.
Cuando Nick comenzó a moverse más rápido ella pensó que iba a perder la razón; el placer era tan intenso… Su cabeza daba sacudidas con los movimientos de Nick, sus pechos se golpeaban entre sí y el sonido de la piel sudorosa era aún más excitante.
—Voy a correrme, gatita. Vamos a corrernos juntos —gruñó él, inclinándose hasta su oreja.
—¡Sí! —gritó Ary en el momento en que todo en su interior explotó.
Nick se puso rígido detrás de ella y sus afilados colmillos encontraron un lugar en su nuca y la mordieron.
El rugido que ambos emitieron fue tal que bastó para que estuvieran seguros de que los vecinos llamarían a la policía.