CAPÍTULO
25
Qué haces aquí?
—Parece que he sido secuestrada —contestó con ironía Caprise.
En cuanto X cruzó la puerta de la casa de Rome, Ezra lo llevó a un lado para decirle que los guardianes habían pillado a alguien entrando en casa de Nick cuando fueron a recoger sus cosas y las de Ary la noche anterior.
—Es una shifter y está loca de atar —le dijo Ezra antes de marcharse riendo entre dientes.
X no tenía ni idea de a lo que se enfrentaba cuando entró en la habitación del final del vestíbulo en la tercera planta, alejado del líder de Facción y del resto. Había entrado sabiendo que quizá tendría que pelear, o al menos someter al intruso, pero nunca, ni en un millón de años, habría esperado que fuese ella.
—¿Irrumpiste en casa de tu hermano? —le preguntó X a Caprise Delgado con una voz que evidenciaba toda la confusión que sentía.
—¿De qué otro modo se suponía que debía entrar?
X se encogió de hombros.
—No lo sé, ¿telefoneándole y diciéndole que ibas a ir a visitarlo? ¿Llamando a la puerta? ¿Marchándote si nadie respondía para volver más tarde cuando hubiera alguien? ¿Por qué narices tuviste que entrar a la fuerza?
—¡Vete al infierno! Tú especialmente no eres nadie para juzgarme —espetó ella.
¿De qué estaba hablando? X miró a la joven a la que no había visto durante al menos cinco años. Había cambiado mucho desde entonces. Recordaba con claridad su piel color mantequilla, casi idéntica a la de Nick. Su pelo era negro azabache, como el de su hermano mayor. Pero ahí era donde los parecidos entre los hermanos Delgado se terminaban.
Caprise era más bajita; debía de medir algo más de uno setenta de estatura, por lo que pudo apreciar X al verla de pie junto a las puertas del balcón, que sin duda estaban cerradas con candado. Sus piernas eran larguísimas, lo que llamó la atención de X durante más tiempo del que debía. Los muslos acompañaban a unas voluptuosas caderas, una cintura fina y unos pechos que le hacían babear. El estilo «menos es más» de su falda corta y su blusa entallada hacía muy difícil pensar en otra cosa que no fuera su cuerpo. Pero eran sus ojos los que más habían cambiado. Se podía decir mucho de los ojos de un shifter.
Los ojos de Caprise eran oscuros, fríos, aterradores. Sus anchas cejas se arqueaban sobre sus ojos rasgados, que lo miraban detenidamente, muy detenidamente.
—Nick dijo que habías vuelto —comentó X a falta de algo mejor—. Dudo que se imaginara que ibas a entrar por la fuerza en su casa.
—Oh, por favor, déjalo estar. Necesitaba un lugar donde quedarme, así que fui a casa de mi hermano. Él no estaba en casa, por lo que entré. No hay crimen, no hay castigo.
X asintió.
—Te creo.
—Bueno, no soy la chica más afortunada del mundo. ¿Puedes decirles a tus gorilas que me dejen marchar?
—Eso no va a ocurrir —dijo él con tono solemne—. No hasta que regrese Nick.
Caprise le había dado la espalda, él supuso que para recoger su bolsa, pero cuando ella oyó sus palabras se volvió a la velocidad de la luz.
—¡Estás bromeando! No puedes secuestrarme. Eso es ilegal, y tú eres una especie de poli, ¿no?
La hostilidad surgía de cada uno de sus movimientos, de cada una de sus palabras. Estaba inquieta y nerviosa y a él le habría gustado decir que asustada, pero ese adjetivo no era propio de una mujer como Caprise.
—Soy agente del FBI. Mira, Caprise, están ocurriendo cosas… En fin, no puedo dejarte salir de esta casa sin protección. Es un momento peligroso para los shifters.
—Soy una mujer —dijo mientras se humedecía los labios y se cruzaba de brazos para puntualizar tal afirmación.
X la miró de arriba abajo.
—Eso ya lo veo. Otra razón para no dejar que salgas de aquí.
La reunión había comenzado tan cordial como cualquiera entre dos humanos. Ella había entrado en su despacho, cerrado la puerta tras de sí y tomado asiento en la silla de visitas frente al escritorio. Él la había visto y se había levantado para saludarla. Al fin y al cabo ella era mayor que él, al menos diez años. Había sido su anterior mentora, y le debía respeto.
Cogerle la mano y llevársela a los labios mientras se arrodillaba ante ella iba más allá de la lealtad que Sabar había rendido a cualquier otro ser, ya fuera shifter o humano. Pero Bianca era para él mucho más que cualquier otro ser. Ella había sido siempre un punto de luz en su vida. Incluso cuando creyó que Kalina era su companheira, supo que ella nunca tendría su corazón. Porque su corazón era solo de Bianca.
Ella le cogió la mano, le acarició la mejilla y le pidió que se levantara.
—Has recorrido un largo camino —dijo cuando él se puso de pie frente a ella.
Era más baja que él, al menos treinta centímetros, y era enigmática. Tenía el pelo recogido en dos largas trenzas que caían por su espalda hasta su culito, que por cierto era tan tentador como el de una veinteañera. Su piel no era de color oliva, ni marmórea, ni más oscura; era perfecta. Tenía unos ojos azul hielo que cuando parpadeaban se tornaban blancos y luego volvían a su color original. El corazón de Sabar latía rápido, su felino saltaba y rugía dentro de él.
—Estaba entusiasmado cuando llamaste —admitió, porque con Bianca no existían las mentiras.
—Has sido muy malo —dijo Bianca mientras le recorría con la uña la línea de su mandíbula.
—No, estoy haciendo lo que me enseñó Boden.
Ella sacudió la cabeza.
—Una vez me dijiste que nunca querrías a nadie más que a mí. Me mentiste.
¡Joder! Sabía lo de Kalina.
—Tú perteneces a Boden —dijo en su defensa—. Dijiste que nunca lo dejarías. Era mi mentor, así que no podía matarlo y tomar lo que quería. Tuve que dejarte marchar.
—¿Y conseguir a otra? —Ella le rodeó con los brazos y recorrió sus pectorales, sus abdominales y su cintura hasta su culo y los muslos—. ¿Te la chupó?
—¡No! —contestó Sabar enseguida y con rotundidad—. No. No la toqué ni ella me tocó a mí.
—Pero no porque no quisieses, sino porque no se la pudiste arrebatar al shadow con el que se ha unido.
Por mucho que odiase escuchar la verdad, Sabar apretó los dientes y asintió.
—Eso ya pasó.
Bianca le dijo, como siempre, lo que él ya sabía y no quería reconocer.
—No lo creo. Aún la deseas.
—Quiero matar a esa perra por elegirlo a él antes que a mí. ¡Estoy harto de las mujeres que prefieren a un shifter débil antes que a mí!
Y era verdad. Por mucho que respetara a Boden por todo lo que le había enseñado, el hecho era que ese jaguar no tenía nada que hacer ante Sabar.
—Yo no elegí —dijo ella con una mueca—. Eligieron por mí.
—Y tú estás ahora aquí porque… —Que estuviese enamorado de ella no hacía de Sabar un completo idiota. Había una razón por la que Bianca se había puesto en contacto con él, una razón que la había llevado desde los pantanos de África hasta allí. Quería saber de qué se trataba antes de ir más lejos.
—Te echaba de menos —contestó ella sin más, poniéndose de puntillas para rozar sus labios con los de él.
No se lo creyó, pero cuando la lengua de ella recorrió sus labios y sus lenguas se unieron, Sabar supuso que siempre podría descubrir la verdadera razón más tarde. Después.
Los gritos de ella eran tan escandalosos que podían clasificarse como ensordecedores. Sus garras arañaron el papel rojo velvetón de las paredes mientras él entraba en ella con violentos embistes. Cuando la inclinó sobre el escritorio, clavando todo su miembro en su culo, ella gritó de nuevo, esta vez su nombre. Eso le volvió loco. No solo se estaba follando a Bianca, la estaba haciendo suya. Y cuando él se corrió, el beso que le dio Bianca fue abrasador e hizo que su miembro se endureciera de nuevo. Entonces Bianca lo llevó hasta la ducha, donde se arrodilló y se metió su miembro en la boca. No dejó de mirarle a los ojos mientras le lamía sin cesar, tragando su esencia; después se levantó para besarle en la boca con los restos de su semen aún en los labios.
Si Sabar pensaba que estaba enamorado de ella antes, ahora estaba totalmente obsesionado.
Aun así, media hora más tarde, cuando él estaba de pie al borde de la cama, con su cuerpo envuelto en una bata de terciopelo negro, miró el cuerpo desnudo de Bianca y preguntó otra vez.
—¿Por qué estás aquí?
Bianca se sentó, sin una gota de recato en su cuerpo. Abrió las piernas para que él pudiese ver su pubis, y los húmedos labios de su sexo. Y Sabar la deseó una vez más.
—Tengo lo que necesitas para liderar a los shifters.