CAPÍTULO

15

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Nick volvió a meter el teléfono en la funda y verificó la reserva que había hecho antes a toda prisa en Fogo de Chao. No estaba seguro de si a Ary le gustaría el restaurante brasileño, pero esperaba que sí.

Nick no la había visto desde que se había ido del apartamento con Kalina esa mañana, pero no había pasado ni un minuto sin que hubiera pensado en ella. Si era totalmente sincero, diría que eso no era nada nuevo. Ary había ocupado la mayor parte de sus pensamientos desde que la dejó. Siempre se había preguntado qué le habría pasado, si pensaba en él, incluso si le importaba que se hubiera ido. Por supuesto, Caprise diría que era demasiado terco u orgulloso, o alguna enfermiza combinación de las dos cosas, como para averiguarlo. Esa valoración habría sido acertada. Nunca había tratado de ponerse en contacto con ella, nunca había tratado de averiguar ni siquiera si seguía en el Gungi. Simplemente se había alejado sin mirar atrás.

Gracias a una maravillosa intervención divina le habían concedido una segunda oportunidad y no quería estropearlo. Salió de su Porsche 911 Carrera 4S gris metalizado, cogió el ramo de flores del asiento del copiloto y se lo puso debajo del brazo para cerrar la puerta y activar la alarma. Sus pasos hacían eco en el garaje mientras cruzaba el hormigón de camino a los ascensores.

Unos minutos más tarde, cuando se abrieron las puertas del ascensor, Nick se subió en él, pensando en esa noche y en que le gustaría pasar tiempo con Ary. Por supuesto, eso significaba que sus pensamientos acababan volviendo al encuentro amoroso que habían tenido esta mañana. El cuerpo de Nick se endureció. La deseaba otra vez, cosa que no le sorprendía. Tenía hambre de ella, y temía que nunca podría saciarlo. Ary, por suerte, parecía estar a la altura del desafío. De sobra. Iba con los ojos cerrados, pensando en ella, cuando el ascensor se detuvo y entró una mujer. Nick lo supo porque escuchó sus tacones en el suelo y olió su perfume. Aunque abrió los ojos, no le prestó mucha atención. Ella se fue hasta el fondo del ascensor y él esperó a llegar por fin a su piso.

Ni en sus mejores sueños, o en ninguna de las escapadas que había hecho con una mujer, Nick podría haberse imaginado lo que pasaría después.

—¿Te acuerdas de mí? —arrulló la voz de esa mujer.

Una mano le rodeó la cintura y unas largas uñas rojas recorrieron su cremallera para desabrocharla.

Nick tuvo unos diez segundos para darse la vuelta, fijarse en la voz y la cara y repasar su fichero mental para ver quién demonios era esa tía. Para entonces ella ya le había desabrochado del todo los pantalones y estaba sacando su duro miembro por la ranura de los calzoncillos hasta que el aire fresco le dio de lleno. Ella tenía los dedos envueltos a su alrededor y su polla se puso aún más dura, porque sí, ¿qué otra cosa iba a hacer?

—Basta —le advirtió él. Tuvo que ponerle la mano en los hombros porque ella ya había empezado a agacharse para ponerse de rodillas—. Levántate —le dijo a la vez que retrocedía y se daba contra la puerta del ascensor.

Ella le agarró la polla y apretó fuerte. Nick no iba a dar otro paso.

—Estás listo para mí, nene. Muero por probarte —le dijo ella. Su voz era sensual, su aliento cálido contra su piel, y estaba preparada para hacer mucho más.

—¡No! —gritó Nick y tropezó, mientras se echaba hacia atrás al mismo tiempo que sonaba el timbre del ascensor y la puerta se abría.

—Sí. —Ella salió detrás de él, gateando de rodillas, y sacó la lengua justo a tiempo para lamerle su miembro.

Las flores que llevaba para Ary se le cayeron de debajo del brazo. Nick, alarmado, se recolocó los pantalones y se subió la cremallera, luego agarró a la mujer con brusquedad por los hombros y la levantó hacia arriba, hasta que supo que sus pies ya no tocaban el suelo.

—¡He dicho que no!

—Antes no decías eso. —Ella frunció el ceño, el labio inferior le sobresalía mucho más que el de arriba de modo que parecían los efectos de un botox mal puesto.

Nick no sabía quién era esa mujer, aunque ella le hablaba como si debiera conocerla. Por un momento una ola de culpabilidad y repugnancia lo asaltó cuando se dio cuenta de que le recordaba a la mitad de las mujeres con las que se había acostado. Pero esta parecía mayor, o más curtida, que las mujeres con las que solía ir.

—Mira, no sé quién eres ni lo que quieres. Pero no estoy interesado —le dijo de forma rotunda. Nick tenía la sensación de que eso no iba a funcionar.

Ella negó con la cabeza.

—¿No te acuerdas de mí? Bueno, deja que te lo demuestre. —Le tocó los brazos, frotándolos de arriba abajo—. Yo recuerdo cada centímetro de tu delicioso y sexy cuerpo.

Nick bajó a la mujer al suelo y dio dos pasos atrás. Se agachó y recogió sus flores, luego levantó otra mano para mantenerla alejada.

—No me acuerdo y no quiero que me lo recuerdes. Así que ya puedes irte. —Por supuesto no lo hizo; eso habría sido demasiado fácil.

Ella se relamió sus labios hinchados y pintados de rojo. No hubo nada de sensualidad en ese movimiento. No solo porque Nick no tenía ni el más mínimo interés en ella, sino porque fue muy raro, como si no fuese normal. La desconocida dio otro paso hacia él, y entonces Nick se dio cuenta de que cojeaba un poco.

Vaya cuadro. Una mujer que podría tener cuarenta y tantos, con un pelo que obviamente había comprado en una tienda cayéndole por la espalda en ondas rubias. Su falda era tan corta que supo de forma instintiva que no llevaba ropa interior debajo, porque para qué la quería. Sus pechos eran enormes, demasiado grandes para su delgada figura. Y no tenía buen aspecto en absoluto.

—Este es un edificio privado. Te sugiero que te marches antes de que te pillen los de seguridad. —Nick se dio la vuelta después de hablar porque no le gustaba nada mirarla. Además, no quería creer que de verdad se había acostado con una mujer que tenía ese aspecto. No podía creerlo.

—¿No quieres esto, nene?

Su voz sonaba un poco menos clara que antes. Nick sabía que debía seguir caminando, sus instintos de abogado y de jaguar le decían que debía alejarse de ella lo más rápido posible.

Pero se volvió para mirarla.

Se había quitado la falda de manera que su frondoso pubis estaba a la vista. Llevaba la camisa desabrochada y esos enormes pechos le colgaban como si fueran unos globos a punto de explotar.

—Pero ¿qué co…? —empezó a decir Nick. No tuvo la oportunidad de terminar la frase.

De repente la mujer se desplomó en el suelo. Todo su cuerpo se quedó muerto. Él volvió a tirar las flores, se arrodilló junto a ella y le apartó el pelo para poder comprobar si tenía pulso en el cuello. Pero en el momento en que tocó su sudorosa piel, la cabeza de la mujer dio una sacudida e intentó morderlo con unos dientes largos y afilados.

Nick retrocedió de un salto y se quedó mirando a una cara que se había transformado en algo grotesco, medio mujer, medio extraña criatura. Ella volvió a intentar morderlo y deslizó su cuerpo por el suelo como una babosa. Entonces Nick se puso de pie, y la miró preguntándose qué demonios estaba pasando.

Se metió la mano en el bolsillo y sacó el teléfono a toda prisa para hacer una foto. Luego pulsó un número de marcación rápida.

—Ezra y tú venid a mi casa ahora mismo. Estoy en el décimo piso del garaje. Y llama a Rome para decirle que tenemos un problema bien gordo aquí abajo.

 

 

Quince minutos más tarde había seis shifters en fila en el garaje de los Apartamentos Allegro. Nick acababa de terminar de explicarle lo que había pasado a X, que lo miraba como si hubiese perdido la cabeza.

—¿Lo dices en serio? —preguntó X.

Nick se pasó la mano por la cara.

—Tío, no podría inventarme algo así. Vino directa a mí, me bajó los pantalones, se quitó la ropa. No sabía qué coño pensar.

—¿Y estás seguro de que no la conoces?

—¿Te parece algo con lo que me acostaría, X? —preguntó él, mientras extendía un brazo hacia el cuerpo que uno de los shifters había envuelto en una bolsa de basura y ahora estaba metiendo en la parte trasera del todoterreno de Ezra.

X solo pudo negar con la cabeza.

—Esto es muy raro.

—A mí me lo vas a contar.

—Rome va a flipar cuando se entere de esto —le dijo X.

—Le he dicho a Eli que lo llame —dijo Nick.

—Esta noche ha salido con Kalina.

Al escuchar las palabras de X Nick maldijo.

—¿Qué pasa ahora?

—Se suponía que iba a llevar a Ary a cenar. —Giró la muñeca y miró el reloj—. ¡Mierda! Hemos perdido la reserva.

Eran casi las siete y media. Nick no podía creer que llevaba dos horas en ese garaje.

—Tranquilo, seguro que lo entiende. Ya sabes, una vez que subas, le dediques una de tus sonrisas triunfadoras y le sueltes un poco de ese encanto Delgado. Se va a derretir.

Lo único que Nick pudo pensar cuando X dijo «derretir» fue en la forma en que aquella mujer se había desplomado.

—Cállate y encárgate de esto. Tengo que irme.

X asintió con la cabeza.

—Venga, vete. Lo tengo controlado.

Nick se había dado la vuelta para dirigirse a los ascensores, aunque no estaba seguro de querer volver a ese espacio cerrado otra vez. Los recuerdos de la mujer-criatura seguro que iban a volver a su cabeza. Luego pensó una cosa y miró atrás.

—¿Adónde la vais a llevar?

X se encogió de hombros.

—Supongo que esta es la razón por la que necesitamos un cuartel general. Tengo que encontrar un shifter médico que pueda examinarla y averiguar qué diablos ha pasado. Eh, ¿crees que Ary lo sabrá?

Nick negó con la cabeza.

—La voy a llevar a cenar, no pienso pedirle que examine a la señorita Horripilante en esa furgoneta. Búscate a otro.

—Rome, tú y estas companheiras a las que tenéis que proteger. Esta mierda se está volviendo contagiosa.

—No te preocupes, estoy seguro de que tú estás vacunado. Nada de companheiras para el feroz shifter del FBI —bromeó Nick y luego se subió al ascensor.

X se quedó allí de pie un minuto más hasta que su amigo desapareció tras las puertas del ascensor, luego caminó hasta su F-150 SVT Raptor, abrió la puerta y se sentó en el asiento del conductor. No quería pensar en lo que Nick le había dicho y, sobre todo, no podía permitir que sus palabras lo afectaran.

Él no tenía una pareja.

Él no iba a tener nunca una pareja.

Nunca.

¿Por qué?

Porque era un cretino trastornado al que ninguna mujer en su sano juicio iba a querer. Esa era una buena respuesta, se imaginó, mientras metía la llave en el contacto y arrancaba la furgoneta. El motor soltaba un violento rugido que a X le encantaba porque congeniaba con la bestia que llevaba dentro, haciendo que el robusto animal que había en él sintiera que en realidad no estaba tan solo como parecía.

Mientras maniobraba por el garaje, X se inclinó hacia delante y sacó el portátil de debajo del asiento del copiloto. Con una mano en el volante, deslizó la otra con fluidez sobre las teclas y encendió el ordenador hasta que encontró la base de datos de los shifters de la Costa Este; aunque aún no la había completado podía servirle de ayuda. Según lo veía él, los de la Costa Este eran tan fuertes como los shifters que los apoyaban. Así que más les valía saber cuántos estaban paseándose por su terreno y de qué lado estaban. El fiasco con la shifter que trabajaba para Rome y Nick sin que ninguno de ellos lo supiera fue un error que no podía volver a repetirse.

Hasta ahora tenía a unos seiscientos shifters catalogados en su base de datos. Sabía dónde vivían, si estaban emparejados y con quién, niños, trabajos, sueldos, aficiones; todo lo que el FBI tenía sobre ellos como humanos, X lo tenía sobre ellos como shifters. Todos eran jaguares, lo que era otra preocupación para X. Había otras especies de shifters en este mundo, pero hasta ahora no sabían dónde estaba ninguna de ellas. El guepardo que había aparecido hacía un par de meses con la gente de Sabar era una anomalía que nadie se explicaba. Los guepardos no solían relacionarse con los jaguares.

De todas formas, cada día había novedades. Como lo que fuera que Ezra llevaba en su furgoneta. Necesitaban averiguar lo que era y de dónde había salido. ¡Y Dios no quisiera que hubiese más!

Conducir por las calles de Washington no era nada fácil ni en un día bueno. Eran casi las ocho de la tarde y su atención estaba dividida entre su portátil y el tráfico. Esa situación era como para volverse loco, pero a X no le intimidaba. Él era el que intimidaba. Siempre.

Cuando encontró un nombre que pensó que encajaba bien, cogió el móvil y marcó su número. Frank Papplin era internista en el Hospital George Washington. Estaba emparejado y tenía dos hijos a los que X ya había etiquetado como shifters emergentes a los que vigilar.

—Doctor Papplin —dijo cuando el hombre contestó el teléfono—. Soy Xavier Santos-Markland. Necesitamos su ayuda. —En breves palabras le relató lo que había sucedido en el garaje de Nick.

La respuesta del doctor Papplin fue justo la que X esperaba. Era un shifter jaguar con un historial de regresos al Gungi para ayudar a la familia que aún tenía allí.

—Traedla a la morgue. Yo mismo bajaré y registraré la entrada del cadáver —le dijo a X.

X mandó la información a Ezra por correo electrónico, y se dirigieron al hospital.

No volvió a pensar en no tener una pareja, ni en la necesidad de acostarse con la primera mujer que viese.