CAPÍTULO

17

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Norbert Hanson III provenía de una larga estirpe de químicos procedentes de las regiones septentrionales de Estados Unidos. Era un hombre bajito y regordete que después de su último cumpleaños (que había marcado su vigésimo noveno año en la tierra) había aceptado que sus entradas continuarían avanzando y se quedaría calvo del todo. Eso le permitió comprar peluquines hechos a medida que pensaba que le hacían parecer más joven.

Había probado el primer peluquín en Athena’s, uno de los mejores clubes de entretenimiento para adultos de Washington. Sí, a Norbert le gustaba la química, pero le gustaban aún más las strippers. En realidad tampoco le importaba de qué sexo fueran, pero en Athena’s la mayoría eran mujeres, con un par de transexuales incluidos para darle un poco de sabor.

Aquella noche Norbert fue agasajado con dos bailes privados y se dejó más dinero que un gran apostador en Atlantic City. Pero no le importó gastar porque esas representaciones dedicadas solo a él le habían subido el ego, y eso era todo lo que importaba. Necesitaba comprar más peluquines porque estaba convencido de que por eso había recibido tanta atención aquella noche. No cayó en que las señoritas veían el fajo verde en sus manos con mucha más claridad que la alfombra negro azabache de su cabeza, que había empezado a escurrirse, ya que el sudor había debilitado el pegamento.

Los peluquines hechos a medida no eran baratos y, aunque ganaba un buen sueldo como investigador en la Universidad George Washington, necesitaba más dinero. Como si su deseo hubiese sido pronunciado al oído de un dios, un hombre se le acercó para ofrecerle ganarse un dinero extra. Norbert aceptó de inmediato la idea. Hasta que se dio cuenta de que era ilegal.

Hasta la fecha no había estado dos semanas sin ir al Athena’s, y su erección constante era la prueba de que todos los trabajos manuales del mundo no eran suficientes para ningún hombre. El hombre, o la persona, que se le acercó, tenía un brillo raro en los ojos, y cuando sonrió, Norbert vio unos dientes afilados. Pensó que no eran dientes humanos, así que, como la débil criatura que era, Norbert pidió una excedencia en el trabajo y se refugió en su apartamento de Park Potomac.

Necesitaba sexo, como un adolescente drogadicto, pero el temor por su vida era mayor que su necesidad sexual, de manera que se dedicó a las pelis porno en su apartamento. Hasta que se sintiera seguro tendría que bastarle con eso.

Y así estuvo durante algún tiempo.

Hasta esa mañana.

La llamada a su puerta llegó muy temprano. Norbert pensó que eran los del supermercado que, aunque un poco pronto, le llevaban la compra que había hecho por Internet el día anterior, y bajó despreocupado al vestíbulo, donde abrió primero la puerta interior y luego la exterior de doble ventana. Ese era el último recuerdo que tenía Norbert de aquel día.

No tenía ni idea de cuánto tiempo había pasado cuando sus ojos volvieron a su sitio y sus párpados se despegaron como la piel de un pez muerto. La luz le hacía daño en las pupilas, así que volvió a cerrar los ojos. Sus dedos se movían a ambos lados de su cuerpo y sentía como si tuviese pesados ladrillos en el pecho cuando intentaba respirar.

—Arriba, doctorcito. —No conocía esa voz. Y la risa que siguió a las palabras del desconocido le pareció muy desagradable.

Norbert rodó con la ayuda de una buena patada en la boca del estómago. Tosió, escupió en el suelo y volvió a abrir los ojos, esta vez por instinto de supervivencia. Si veía venir el pie la próxima vez, podría esquivarlo antes de que le tocara e hiciera que sus entrañas se agitaran como si lo hubiera sacudido un terremoto.

—¡Levanta el culo! —gritó una voz más grave—. No tengo todo el día para estar aquí sentado haciendo de canguro.

Había decidido que definitivamente iba a intentar levantarse. Poner las palmas en el suelo e impulsarse hacia arriba no funcionó tan bien; al parecer, sus rodillas no querían cooperar.

—¡Se acabó el tiempo! —gritó otro hombre.

Entonces tiraron de Norbert por el cuello de la camisa y lo levantaron del suelo. Él dio un traspié y se desmoronó en una silla. Luego levantó la vista hacia las caras de tres de los tipos más siniestros que había visto nunca. A uno lo conocía.

—No… no… no puedo ayuda… darte —tartamudeó Norbert—. No pue… do.

El tipo más grande, el que estaba en medio, dio un paso adelante hacia Norbert y sonrió. Llevaba rastas en el pelo que le llegaban más abajo de los hombros y gruesos rizos que le cayeron por la cara cuando se inclinó para hablar con su víctima. Sus oscuros labios dejaron ver unos dientes blancos…, unos dientes blancos y afilados que eran demasiado largos para ser humanos.

—Harás lo que se te diga —dijo en un bajo susurro.

Luego levantó la mano. Norbert no sabía si sería buena idea arriesgarse a apartar la vista de los morros asesinos del tipo para ver lo que estaba haciendo. Supuso que no, así que no lo hizo. Permaneció inmóvil y gimió de dolor cuando la uña del tipo le perforó la piel de la sien y luego trazó un sendero igual de doloroso por su cara.

—Si no, doctor Hanson, voy a cortarte en rebanadas, hacerte pedazos y a meterte en esos frasquitos con los que te gusta trabajar en tu laboratorio.

La sonrisa de Sabar realzaba el destello de maldad que había en su mirada. Las lágrimas caían por las mejillas de Norbert y sin duda se mezclaban con la sangre de su herida. No sabía qué decir, ni qué hacer. Lo único que sabía era qué no decir ni hacer… si quería seguir respirando.

Negó con la cabeza porque la acción llegó mucho antes de que las palabras por fin salieran de sus labios.

—No puedo utilizar el laboratorio de la universidad. Necesitaré…, esto…, necesitaré mi propio espacio.

Sabar dio un paso atrás y dejó que sus garras se retrajeran.

—No hay problema. Darel, asegúrate de que tiene lo que necesita. Quiero algo preparado para probarlo mañana.

—Eso es demasiado rá… rápido —dijo Norbert mientras utilizaba el hombro para limpiarse la sangre y las lágrimas que le goteaban por la barbilla.

Sabar se había dado la vuelta para salir de la habitación, pero miró hacia atrás a Norbert por encima del hombro.

—Entonces más te vale ponerte a trabajar.

 

 

—Estamos esperando los resultados de la autopsia —le dijo Rome a Nick mientras se sentaban en su sala de estar.

Kalina y Ary estaban en el sofá con unos vasos de limonada que les había preparado Baxter. Ary había observado al hombre alto y delgado moverse en absoluto silencio por la habitación. Había traído una bandeja plateada con un recipiente de cristal con limonada y cuatro vasos. Se había marchado y había vuelto con otra bandeja llena de galletas que nadie tocaba, aunque todos eran muy conscientes de que estaban ahí. Cuando volvió por última vez, cerró bien las cortinas de los ventanales y se quedó de pie en un rincón como si su cuerpo fuese necesario para sostener esa pared en su sitio. No miraba a Ary, pero ella tenía la sensación de que sabía que lo estaba observando.

—Apuesto lo que quieras a que sus análisis de sangre y toxicológicos muestran restos de damiana —dijo Nick con seriedad.

Rome asintió con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos. Era una postura muy característica de él, pensó Ary, la adoptaba cuando se concentraba y se quedaba inmerso en sus pensamientos.

—¿Crees que Sabar ya ha puesto la droga en la calle? —preguntó Kalina después de dar un sorbo a su vaso—. Eso no es muy inteligente.

Nick negó con la cabeza.

—Primero va a probarla con gente antes de ponerla a la venta. Sabar no es tonto.

—No, solo es un sádico asesino —aportó Ary. Los demás no se lo discutieron.

—No entiendo por qué le gusta tanto la muerte y el sufrimiento —dijo Kalina, mientras negaba con la cabeza.

—Sabar nació de unos buenos padres —indicó Ary—. Pero cuando lo secuestró Boden, estuvo perdido. Solo Dios sabe el tipo de maldades que Boden le haría durante todos los años que estuvieron juntos. Y se rumorea que la separación sucedió hace poco, hace unos dos o tres años. Ahora está desquiciado por completo.

Nick asintió con la cabeza.

—Cierto, lo está. Pero creo que ese tipo de maldad tiene que vivir ya en ti para manifestarse como lo ha hecho en él. Va a seguir así hasta que lo detengan.

La mirada de Ary volvió a Nick. Su rabia la inquietaba; la facilidad con la que pensaba en matar era preocupante. Claro, eran jaguares de corazón, todos eran cazadores, asesinos por naturaleza. Pero Nick era diferente. Su instinto asesino era casi tan fuerte como el de Sabar.

—¿Y tú estás segura de cómo te sentiste bajo los efectos de la droga? —le preguntó Rome a Ary.

—Completamente. La rabia era incontrolable. No era yo misma en absoluto.

—Esa mujer no parecía ser ella misma, quienquiera que fuese —dijo Nick—. No parecía humana en absoluto. Grotesco no alcanza a describirlo.

Esa era otra: Nick no le había hablado de la mujer que se había encontrado en el garaje. Sí, había llegado al apartamento enfadado y desconcertado, con pinta de haberse llevado el susto de su vida. Pero no se lo había confiado a ella. Ary no sabía cómo le había sentado eso.

No, eso era mentira. Lo sabía a la perfección. Estaba cabreada.

—¿Podemos confiar en que este médico guardará silencio sobre lo que descubra? —preguntó Ary para centrarse en el asunto que en ese momento les preocupaba. De lo otro se encargaría más tarde.

—X dice que está en la base de datos —dijo Kalina.

Ary debió de parecer confundida porque Nick se lo aclaró.

—Eso significa que es un shadow. X ha creado una base de datos con todos los shifters estadounidenses para que puedan ser localizados con facilidad cuando se les necesite.

Ella asintió con la cabeza.

—Muy inteligente. Me gustaría conocerlo.

—¿A X? —preguntó Nick, que parecía confundido.

Ary suspiró.

—Al médico.

Rome estuvo de acuerdo.

—Eso sería una buena idea. Puedes compartir tus conocimientos sobre sanación desde la perspectiva del bosque y él puede explicarte el punto de vista de la medicina occidental.

—Ya hemos hablado de eso —añadió Nick—. Sobre Ary poniéndose al frente de un centro médico aquí para los shifters. Va a ir a la facultad de Medicina así que tendrá conocimientos de las dos partes.

Rome miró a Kalina y asintió con la cabeza.

—Necesitamos un espacio lo bastante grande como para incluir este centro médico.

Kalina sonrió.

—Estoy en ello.

La comunicación entre esos dos era silenciosa, pero eficiente. No tenían que decirlo todo, Ary estaba casi segura, porque cada uno sabía lo que estaba pensando el otro. Era una conexión profunda, una que ella anhelaba de forma desesperada.

Cuando Nick la miró, Ary apretó el vaso con fuerza. ¿Podría Nick ser tan abierto con ella alguna vez? ¿Podría darle alguna vez todo lo que Rome parecía darle a Kalina? Lo dudaba. Ni siquiera le había contado el incidente del garaje, y era una cosa seria. ¿Cómo podía esperar que compartiese las pequeñas cosas como por qué estaba tan enfadado todo el maldito tiempo? Pero se negaba a estar triste o abatida. Si la vida le había enseñado algo era a lidiar con todo lo que se encontraba en su camino. Sabía en qué punto se encontraba con Nick… más o menos. Su cena había ido de maravilla; los dos habían estado tan relajados, tan cómodos. Pero ahora él estaba distante, como si se acabaran de conocer en el bosque. Ary tenía muy claro que si su relación con Nick no resultaba, si su convivencia se volvía insoportable, tendría que marcharse de su casa. Lo malo era que, en el fondo, no estaba muy segura de querer hacerlo.

—Deberíamos contarle a X lo que está pasando —sugirió Nick.

—Está trabajando con sus contactos, intentando averiguar dónde está vendiendo las drogas Sabar —dijo Rome.

Kalina se sentó recta y apoyó los codos en las piernas, bronceadas a la perfección.

—¿De verdad? A lo mejor puedo ayudarlo con eso. Aún tengo un montón de contactos en la calle.

Ary observó cómo Nick y Rome intercambiaron una mirada. Luego Rome se aclaró la garganta.

—Podemos hablar de eso más tarde —le dijo a Kalina.

—O puedo llamar a X ahora y ver qué tipo de información necesita.

Ary los observó con cierto nerviosismo, a la espera de ver cómo terminaba ese intercambio. Era evidente que Rome no estaba de acuerdo con lo que había dicho Kalina y estaba haciendo un gran esfuerzo para no contrariarla.

—Puedes llamar a X, pero no quiero que trabajes en las calles con los informadores. Deja que X se encargue de esa parte —respondió Rome al final.

Kalina le sonrió, luego se puso de pie y caminó hacia él. Se puso de puntillas y le besó en los labios una vez, luego dos, y esta última vez durante un poco más de tiempo.

—Lo que tú digas, Roman —dijo antes de darse la vuelta para salir de la habitación, parándose para decir adiós con la mano a Nick y a Ary por el camino.

Ary no era tonta. La mirada de Kalina decía que iba a hacer lo que ella creyera oportuno. Ary se preguntaba si así era cómo funcionaban las uniones de los shifters.

—Nos vamos ya —dijo Nick mirando a Ary.

Ella se puso de pie y trató de esbozar una sonrisa, pero no pudo. Tenía tantas cosas en la cabeza que no sabía cómo actuar o reaccionar.

—Si encuentra a alguien que le purifique la damiana podría crear un producto letal. Es decir, no sé mucho sobre drogas callejeras o hasta dónde llegan, pero es muy peligroso mezclar damiana con un producto más fuerte.

—Por eso tenemos que detenerlo antes de que provoque más muertes —dijo Rome afligido.