8. LA «PRIMERA DAMA»

Los vuelos de Marta Ferrusola

Marta Ferrusola es la matriarca de una familia que, en buena parte, ha carecido de la figura del padre tradicional. Jordi Pujol i Soley estaba demasiado absorto en las cosas de palacio como para disponer de tiempo suficiente para la familia. De este modo, Marta Ferrusola fue la encargada de inculcar a sus hijos los valores tradicionales que consideró convenientes. Y el tiempo que les dedicaba el patriarca tuvo que suplirse con calidad a falta de cantidad.

Pero, por carácter, el clan Pujol es más bien clan Ferrusola. La fuerte personalidad de la madre ha hecho mella en los vástagos, que heredaron desde su personalidad recia hasta la cultura empresarial. Marta repartió el tiempo entre su familia y sus negocios florales. Fue una incansable trabajadora, una hormiga que defendía su territorio con uñas y dientes. Sus líneas rojas estaban muy bien definidas: Marta Ferrusola tiene tres cosas intocables, que son la familia, Cataluña y el bolsillo.

Ramon Pedrós, jefe de comunicación de Presidencia del Gobierno de 1988 a 1998, lo recordó, cuando compareció ante la Comisión Pujol el 16 de febrero de 2015. Habló incluso de la presencia de Marta Ferrusola a veces en los despachos de la Presidencia del Gobierno catalán y la tensión que ello generaba, lo mismo que las demandas que podían efectuar algunos de sus hijos. «Jordi Pujol era un padre concesivo (…). La irrupción de los hijos con alguna demanda o con algún favor del padre, que daba la casualidad que ocupaba la Presidencia de la Generalitat…, podía venir de alguna manera gestionada o impulsada o incluso promovida por la propia Marta Ferrusola». Fue una confesión que analizó la familia y que sirvió para tachar a Pedrós de desagradecido, mentiroso e incluso traidor, aunque sería muy difícil que fuese mentiroso y traidor a la vez.

Responsable de la sectorial de Deportes de Convergència desde tiempos inmemoriales (hizo piña con su marido y su primogénito para la fundación del partido en 1974), Marta Ferrusola se atrevió a saltar en paracaídas en el aeródromo de Empuriabrava cuando ya había cumplido los cincuenta y nueve años de edad. Y en parapente, unos años antes, desde el Puig Cerverís. Fue una experiencia casi mística: habló luego de «aquel silencio, aquella sensación maravillosa de ser un pájaro».

Pero su primera aventura empresarial en solitario distó mucho de emular a Juan Salvador Gaviota y se estrelló estrepitosamente contra el suelo. Es una marca de familia. En realidad, Marta Ferrusola fundó una empresa que se llamaba Hidroplant el 16 de enero de 1979 y la cerró el 8 de abril de 1981, con considerables pérdidas. Sus dos socias eran Núria Claverol, esposa de Carles Sumarroca, uno de los benefactores de la familia y preboste del régimen, y Mercedes Vila, esposa de Alejandro Bosch, destacado exponente del sector de negocios de CDC y socio de Macià Alavedra.

Años más tarde, en 1989, Marta Ferrusola, junto a sus hijos Jordi y Marta, invertiría una importante cantidad de dinero en una sociedad llamada Jepo.

Volvía la leyenda. En Jepo aparecían viejos conocidos de la «primera dama». Los accionistas de esta sociedad eran Joaquim Brugué Torruella, Maria Eulàlia Torruella Dalmau y Maria Cristina Llacer Muñoz. Ese mismo día, Jepo cambia de nombre y pasa a llamarse Hidroplant, igual que la empresa que la matriarca había fundado y quebrado años antes.10

Más tarde la nueva Hidroplant aumenta el capital en 29.200.000 pesetas para dejarlo en 30 millones. Suscriben los tres accionistas originarios (5.000 cada uno), AGVI (7.500.000 pesetas), Marta Ferrusola Lladós (2.685.000), Jordi Pujol Ferrusola (900.000), Marta Pujol Ferrusola (900.000), MUSA (9.000.000) y Delta Ornamental (9.000.000). El consejo de administración queda formado por Delta Ornamental, Mercè Vila Rosell (vicepresidenta), Marta Ferrusola Lladós, Guillermo Portabella de Alós (presidente), AGVI, Jordi Aguilà Vilà y Xavier Faus Pascuchi. Portabella de Alós era director de desarrollo de Corporación Agbar y Faus era administrador único de MUSA. En 1992, en un consejo realizado en las oficinas de Aguas de Barcelona, renuncian Delta Ornamental y Jordi Aguilà Vilà y se sustituye Delta por Urcu, cuyo representante es Manuel Raventós Negra, el factótum de Codorniu.

La sociedad fue bien y ella se convirtió en una activa buscadora de clientes. No le dolían prendas de coger el teléfono y llamar a quien fuese ofreciendo sus servicios. ¡La «primera dama» al teléfono! A mediados de los noventa, llegó el escándalo: al finalizar la temporada 93/94, el FC Barcelona decidió cambiar la alfombra verde y encargó las obras a Ferrovial, curiosamente, la empresa que años después saldría salpicada en el escándalo del Palau por «donar» exactamente el 4 por ciento de sus contratos públicos con la Generalitat al Palau de la Música, paso previo para que el dinero llegase a la Fundación Trias Fargas, de Convergència. Pues bien, Ferrovial eligió a la empresa Hidroplant como la subcontratada para cambiar el césped del estadio.

Ese verano comenzó un calvario para el club. Los jugadores se quejaban, los socios se quejaban… hasta llegó a quejarse José Luis Núñez, presidente del Barça, aunque este en privado. Los tepes del césped saltaban a cada cabriola de los jugadores, la hierba no enraizaba y el drenaje era un auténtico fiasco. La siguiente temporada fue para olvidar. Tanto que se tuvo que replantar el césped mientras nueve socios interponían una querella en los juzgados contra Ferrovial e Hidroplant.

El 19 de octubre de 1995 Marta Ferrusola declaraba ante el juez Javier Forcada, titular del Juzgado de Primera Instancia número 26 de Barcelona. Fue como testigo y todo el mundo sabe que los testigos están obligados a decir la verdad. Allí aseguró que los problemas del césped eran culpa del tiempo, por las temperaturas demasiado elevadas. Unos meses antes, echó la culpa a que no dejaron «descansar» el césped, jugando aquel mes de agosto el trofeo Gámper cuando las compañías implicadas habían aconsejado no jugar en el Camp Nou. Claro que las empresas repusieron enseguida el césped y el juez acabó archivando el caso, al no encontrar delito alguno en la actuación de las compañías.

La verdad, para los Pujol, es más subjetiva que para el resto de los mortales, o eso parece, porque también dijo la matriarca en febrero del 2015, en su comparecencia ante el Parlamento, que sus hijos iban con una mano delante y otra detrás y que los miembros de la familia «no tenemos ni un duro», cuando meses antes confesaron tener más de 3 millones de euros escondidos en Andorra. Esos comentarios no son ni más ni menos que la institucionalización de la mentira, la falsedad elevada a rango oficial.

Durante la década de los noventa, Marta Ferrusola sacó contratos públicos de debajo de las piedras. La oposición intentó, en vano, conocer el alcance de las compras que la Administración había hecho a la esposa del president, pero jamás se contestó a los requerimientos parlamentarios que se hicieron. Eso sí, en 1999 la propia Marta Ferrusola salió a la palestra para reivindicar su derecho a mantener contratos con el gobierno catalán.

A finales de esa década, contrataba regularmente con la Feria de Barcelona (proveía de plantas a varios salones), con el Puerto y con el gobierno: cobraba de Presidencia, Economía, Gobernación y Medio Ambiente. Del departamento de su marido se embolsaba anualmente 18.000 euros. ¡Y eso que ella dijo ante el Parlamento (claro que ya era el año 2015 y podía fallarle la memoria) que nunca había cobrado y que solo había enviado unas cuantas plantas para el despacho de su marido, que eran un regalo personal! Las prebendas se acabaron cuando CiU perdió el poder: el tripartito rescindió los escandalosos contratos con la mujer del jefe e Hidroplant comenzó a naufragar hasta entrar en pérdidas. En el año 2006 venderían la empresa por 600.000 euros a la danesa ISS. De toda su historia solo quedaría un apenas imperceptible acre perfume de una ristra de mentiras reiteradas por la otrora poderosa «primera dama» de Cataluña.

En 1999, sin embargo, recibió tres encargos de la empresa FCC para aportar las plantas en el World Trade Center (WTC). Los dos primeros contratos no llegaban a los 2 millones de pesetas, pero el tercero ascendió a 20.618.652 pesetas (más de 123.000 euros). Sin concurso previo. Sin trampa. Sin cartón. FCC fue la empresa que más tarde compraría por 5,3 millones de euros la participación en una otra que construiría un vertedero en Tivissa después de que su hijo Jordi Pujol Ferrusola hubiese conseguido el permiso de construcción y vendido la empresa utilizada. Y quien también le encargaría a este la mediación con Trasmediterránea para la venta del 16 por ciento del WTC. Estaba visto que las constructoras tenían una especial predilección por los miembros de la familia del presidente catalán. Y en especial el FCC, donde tenía cargo un alto directivo conocido popularmente como el contractista en cap (contratista jefe).

Su otra gran aventura empresarial también acabó mal: la compañía textil José Ferrusola, creada a comienzos de los setenta, fue absorbida por el grupo Tipel, de los Prenafeta, en 1986. Marta Ferrusola y su primogénito, Jordi Pujol Ferrusola, entraron en su consejo de administración y el grupo absorbente inyectó hasta 450 millones de pesetas sin poder salvarla de la quiebra.

Pero, a la par de su faceta empresarial, Marta Ferrusola cultivó la injerencia política. Era el Pepito Grillo de los nacionalistas. La que decía lo que nadie se atrevía a decir. Su fuerte carácter queda de manifiesto con una anécdota: en Queralbs, el pueblo del Pirineo donde ella había nacido y el matrimonio tenía casa de toda la vida, Jordi Pujol no era Jordi ni Pujol ni el president. Era el marit de la Marta. O sea, el marido de la Marta.

La «primera dama» ejercía de tal. Acompañaba a su marido a todos los actos que podía y presidía el Salón de la Infancia y la Juventud, además de alguna fundación, para que no se dijese. Curiosamente, cuando los convergentes dejaron de gobernar, el Salón de la Infancia pasó a estar presidido por la modelo Judith Mascó. En 2011, recién recuperado el trono de la plaza de Sant Jaume, Mascó fue desalojada de la noche a la mañana y ocupó su lugar Helena Rakosnik, esposa de Artur Mas, nuevo presidente de la Generalitat.

Católica, apostólica y catalana

Marta Ferrusola es el prototipo de mujer católica, apostólica y catalana. Prueba de ello es que el 6 de octubre de 2002 asistió a la ceremonia de canonización del fundador del Opus Dei, José María Escrivà de Balaguer, en Roma. Pero esa religiosidad, lejos de abrir su corazón, lo cerró mucho más. El maridaje de patria y religión ha creado un híbrido explosivo. En 1984 escandalizó a la sociedad catalana cuando declaró en un programa de la televisión pública que la homosexualidad «es un vicio, una tara, un defecto o la suma de todo ello». Las protestas no tardaron en llegar.

Marta Ferrusola nunca calló lo que pensaba. En 1995, en plena polémica por el césped del Camp Nou, en Catalunya Ràdio, volvía a sacar su mal genio: denunció «ataques malintencionados» a su familia al hablar de los negocios empresariales de sus hijos. Era la época en que el primogénito metía baza en demasiados asuntos públicos y las empresas ligadas a la mayoría de sus otros vástagos recibían anualmente una envidiable cosecha de contratos públicos. Para ella, todos habían iniciado sus trayectorias profesionales «limpios y sin ninguna tara». Y dejaba ir su ira hacia el dramaturgo Albert Boadella, que aquellos días estrenaba su obra Ubú President en el teatro Tívoli. Consideraba la obra de mal gusto y decía que «no tiene sentido reírse tantas horas de dos personas». Se refería a ella y a su marido, que era la pareja protagonista de la hilarante obra.

En 2001 le tocó el turno a los inmigrantes. El 20 de febrero de aquel año dio una conferencia en Caixa Girona y desató un vendaval de críticas. Arremetía contra las ayudas del gobierno que presidía su marido a la comunidad musulmana, pero no por ser musulmanes, sino porque «solo saben decir “buenos días, buenas tardes, dame de comer”». Fue a degüello. «Tienen poca cosa, pero lo único que tienen son hijos… Mi marido dice que hay que tener tres hijos, pero las ayudas solo son para esa gente que no sabe lo que es Cataluña. Solo saben decir “dame de comer”. Los pisos protegidos se los entregan a gente inmigrada que hace poco tiempo que está aquí. Mi marido está cansado de dárselos a magrebís y gente así (…). Si los catalanes no nos preocupamos de Cataluña, otros la destruirán. Todas las baterías apuntan contra Cataluña. Estamos retrocediendo no cinco, sino diecinueve o veinte años». Todo porque los inmigrantes «tienen una cultura distinta y una religión distinta y quieren que se les respete».

Unos días antes, cerca de la costa francesa había naufragado un barco con inmigrantes kurdos, que fueron auxiliados por la población costera. «Les ofrecieron comida, pero ellos dijeron: “No podemos comer eso”. No basta con acogerlos… ¡Tiene que ser con su comida! Como personas, debemos estar abiertos, pero ¡con estas imposiciones…!». Su obsesión era poner coto a las ayudas. «El problema es que las ayudas solo sirven para los inmigrantes que acaban de llegar». Pero lo peor era el inminente apocalipsis que estaba por llegar. «A lo mejor, en diez años, las iglesias románicas no sirven y sí las mezquitas».

La polvareda levantada por sus declaraciones la obligó a emitir una nota aclaratoria tres semanas más tarde. Decía: «Siempre he pedido que se explicase bien a los recién llegados cuál es el país que les recibe, que se
les facilitase la comprensión de qué es Cataluña. Y que toda nuestra sociedad actuase para hacer posible su incorporación, que todos tuviésemos claros nuestros deberes y nuestros derechos (humanos y cívicos) al respecto (…). No pretendía herir ninguna sensibilidad (…). Lo que sí ha pasado es que mi imagen y pensamiento se han asociado a la intolerancia y la xenofobia. Les aseguro que me ha disgustado mucho recibir una imagen que no se corresponde con la que yo tengo de mí misma ni con mi trayectoria personal».

Como de lo que se trataba era de hacer país, el rasgo más identitario es la lengua. Ahí entra en abierta confrontación con todo lo español. En el año 2011, ante la posibilidad apuntada por el secretario de Estado de Turismo, Joan Mesquida, de que el Barça podría promocionar Barcelona, Cataluña y España, doña Marta se mostró escandalizada. Estaba bien que promocionase Qatar, pero con España cambiaba la cosa. «Se quiere imponer la señal de España y el Barça representa a Cataluña», matizaba para terminar con el razonamiento de que sería «horroroso» que se pudiese llegar al extremo apuntado por Mesquida.

Con el idioma era intransigente al máximo. El catalán era su gran preocupación y todo lo que oliese a castellano estaba bajo sospecha. Admitía con desparpajo que se apeaba de los taxis si el conductor no le hablaba en catalán. En su conferencia de Caixa Girona terminó su intervención con una anécdota que también había dejado caer en otros foros: A veces, llevaba a sus hijos al parque y al rato volvían llorosos. «Madre, hoy no puedo jugar, porque todos los niños son castellanos», afirma que decían.

Dos días más tarde de su diatriba, sin embargo, recibió dos buenos e importantes apoyos. Primero fue el conseller en cap o consejero jefe, Artur Mas, que argumentó que los sentimientos de Ferrusola eran «compartidos por miles de personas». Luego fue el propio Jordi Pujol, quien públicamente alabó su valentía y subrayó que lo que dijo ella era lo que pensaban «la mayoría de los ciudadanos» y que no se podía dejar de lado «la opinión pública».

Fue un preclaro Josep Ramoneda quien en un artículo de opinión titulado «La tentación del populismo xenófobo» teorizó al respecto:

Todos sabemos que CiU vive una crisis de fin de etapa (…). ¿En el vértigo de la pérdida del poder estará la clave de su empeño en dar naturalidad a las declaraciones de Ferrusola? (…). Dudo que sean mayoría los que piensan como Ferrusola. Tengo mejor opinión de mis conciudadanos. Pero si fuera así, la opinión de la mayoría no justifica nada cuando es xenófoba y, por tanto, antidemocrática (…). Pujol, a quien le gusta tanto la pedagogía política, tenía una buena oportunidad de practicarla explicando por qué su mujer está profundamente equivocada.11

Que Cataluña era su masía parecía fuera de toda duda. Cuando CiU fue desalojada del poder y llegó el tripartito, arrebatando la presidencia a Artur Mas por primera vez, se desesperó. «A pesar de que ganamos las elecciones, nos robaron el gobierno. Es como si entran en tu casa y llegas y te encuentras los armarios revueltos porque te han robado».

Su decepción alcanzó tamaño astronómico cuando José Montilla fue designado presidente de la Generalitat. A primeros de 2008, Justo Molinero la entrevistó para sus medios de comunicación y publicó una pequeña entrevista en la revista del Grupo Teletaxi, RTT.

—¿Usted ejercía el poder que tenía o no?
—Yo no he tenido nunca poder. Nunca influí en nada.
—¿Es una persona con opinión propia?
—Sí. Muchas veces no he estado de acuerdo con él, pero no era quién para decir nada.
—¿Le molesta que el presidente de la Generalitat sea andaluz?
—Un andaluz que tiene el nombre en castellano, sí. Mucho. Y, además, pienso que el presidente de la Generalitat ha de hablar bien el catalán.12

La apostilla no es gratuita, sino un torpedo en toda regla a la línea de flotación del gobierno elegido en las urnas.

Desde algunos sectores, siempre se señaló a Marta Ferrusola como la auténtica inspiradora del talibanismo dentro de Convergència. Fue la
loba de Rómulo y Remo, pero en catalán. Posiblemente sea una exageración. Sin embargo, es cierto que sus hijos formaron parte de la vanguardia del independentismo que caló en CDC, alentados y jaleados por su madre. No es ajeno a esa eclosión soberanista el clima que se vivía a finales de los años ochenta, con una Crida a la Solidaritat en pleno apogeo y copando las estructuras de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), como si aquello fuese una aventura épica, un cuento de caballería, con la salvedad de que quien dirigía el ejército era la «primera dama» y en la torre, encadenada y humillada, se hallaba Cataluña, no la princesa del cuento.

La reina del cava

Los Pujol fueron los primeros en muchas cosas. En 1981, Jordi Pujol, un entonces bisoño president, era investido primer Caballero Cofrade de Honor de Sant Sadurní d’Anoia. La cuna del cava, que incluso el malvado JR había bebido en Dallas, se rendía a los pies del pequeño mandatario. Al año siguiente, la pleitesía aumentó un grado y su hija Marta Pujol Ferrusola, veintitrés años de edad, fue nombrada primera Reina del Cava. Los Pujol acababan de inaugurar una dinastía, como las sagas épicas de cuentos de hadas.

Marta acabó su carrera de arquitectura en los ochenta. Estuvo de becaria en el Instituto Tecnológico de la Construcción y pasó por varios despachos. Obtuvo el título en 1987 y ese mismo año entró a trabajar en el Ayuntamiento de Llavaneres. En los comicios de ese año, la Unió Independent de Llavaneres había obtenido 875 votos
y cinco concejales, pero CiU consiguió 588 votos y tres concejales y
Alianza Popular (AP), 556 votos y tres concejales. Por un pacto de convergentes y populares, fue elegido alcalde Víctor Ros, de AP. Era uno de los pocos ayuntamientos catalanes gobernados por la derecha española, pero fue en el que entró la hija del presidente catalán. A partir de entonces, comenzó a compaginar ese trabajo con la comercialización de flores en Galplant, la empresa que había creado junto a su hermano Pere y los amigos Vilà, y los encargos de arquitectura que le podían llegar de particulares, de otros ayuntamientos o incluso del gobierno que presidía su padre.

En 1996, nueve años más tarde, fue llamada por los responsables del Ayuntamiento de Sant Vicenç de Montalt, gobernado con mayoría absoluta por CiU desde 1979. El 3 de abril de ese año, la comisión de gobierno acordó contratarla como arquitecta. Firmó un contrato por seis años, con posible prórroga por otros cuatro. Su horario era de nueve horas semanales y su salario, de 175.000 pesetas mensuales (algo más de 1.000 euros). Por qué se la siguió contratando durante casi veinte años más es un misterio. Cuando los diputados catalanes le preguntaron sobre el particular en febrero de 2015, su respuesta fue que era «una situación contractual que está en manos del secretario del ayuntamiento y de la intervención y nadie la ha revocado».

En esa comparecencia, el 2 de marzo de 2015, su horario había sido ampliado a quince horas y el salario era de 2.264 euros. Pero, en realidad, Marta Pujol hacía otros muchos trabajos para la Generalitat. En total, se calcula que cobró de las arcas públicas del gobierno de su padre unos 50 millones de pesetas, o sea, unos 300.000 euros.

La suerte, que nunca había abandonado a los Pujol hasta hace poco, le sonrió tempranamente: en 1988, al año siguiente de ser contratada en Llavaneres, el Departamento de Política Territorial y Obras Públicas la contrató para modificar las normas de la comarca de la Cerdanya. A partir de entonces, trabajó en un puñado más de proyectos… incluso un archivo en Manresa.

La reina del cava comenzó a sacar beneficio de sus apellidos muy pronto. Aquel encargo de la Consejería de Política Territorial y Obras Públicas fue el principio de una bonita amistad entre la arquitecta y la Administración catalana. A partir de ahí, hubo una docena más de encargos. En 1990 trabajó para el ICASS (Instituto Catalán de Asistencia y Servicios Sociales), proyectando una residencia de ancianos en Vilafranca del Penedès. En 1991 hizo un centro de residencia asistida en Barcelona. En 1992, una escuela en Lliçà d’Amunt. En 1994 la contrató el Institut Català del Sòl (Incasol) para realizar un bloque de 102 viviendas y cuatro locales comerciales en Calella. En 1995 trabajó de nuevo para este organismo, que puso en sus manos el proyecto de 72 viviendas, también en Calella. En Blanes, en 1997, también construyó viviendas.

Hubo polémica con alguna de sus obras. El primer proyecto que hizo del Archivo Comarcal del Bages fue rechazado por el Ayuntamiento de Manresa por errores de bulto en los cálculos de kilos por metro cuadrado. No hay mal que por bien no venga: eso le sirvió para que le encargasen un segundo proyecto.

No fue solo la Administración autonómica quien la contrataba. En su comparecencia del 2 de marzo de 2015 ante la Comisión Pujol del Parlamento catalán hizo su propia escenificación. De hecho, cada miembro de la familia hizo la suya, articulando siempre un discurso exculpatorio y victimista. Marta Pujol había sido interpelada por el ecosocialista Marc Vidal, que le echaba en cara que el clan había acabado por considerar normal actitudes y procedimientos —incluidos los contractuales— que, «cuando se generalizan, abres las puertas de par en par a aquellas personas que se quieren aprovechar». La arquitecta recurrió al ataque a sus ancestrales rivales:

—Todo esto viene de la campaña electoral del año 99. En el año 99, estamos en plena campaña electoral, Pasqual Maragall contra Jordi Pujol por la Presidencia de la Generalitat y es cuando salen todos estos temas. Al mismo tiempo, hay un listado de arquitectos que apoyan la petición que hace un miembro del Colegio de Arquitectos para que apoyen la candidatura de Pasqual Maragall. Si repasan esta lista de arquitectos, que los quiero mucho y que son unos grandes profesionales, repasen cuántos proyectos tienen ellos en el Ayuntamiento de Barcelona. Solo me defiendo. Se lo explico porque me ha dicho como si tratásemos el país como el patio de mi casa. No es verdad.

Blandía Marta Pujol un sobre blanco en la mano y las miradas de todos los miembros de la comisión iban del sobre a la cara de enfado de la joven y de esta al sobre. ¿Estaría a punto de descubrirse otro gran escándalo, atesorado hasta la fecha en aquel sencillo sobre? Acto seguido, la arquitecta lo guardó en una carpeta como si nada hubiera pasado.

Minutos después era la diputada de la CUP Isabel Vallet quien la interrogaba.

—¿Podría usted dar este listado de arquitectos que dice que se han beneficiado de contratos a dedo en el Ayuntamiento de Mataró o en el Ayuntamiento de Barcelona? ¿Nos lo podría dar a la comisión para que pudiésemos mejorar nuestros trabajos? Porque, en el caso de mi grupo parlamentario, a nosotros no nos importa, o no vamos contra CiU solo porque sea CiU. Es decir, queremos que todas estas actividades ilícitas afloren igualmente. ¿Nos podría ceder, por tanto, ese listado que usted ha mostrado?

—No. Yo no he mostrado un listado de arquitectos con adjudicaciones a dedo ni he dicho en ningún momento la palabra «adjudicaciones a dedo». Esto lo dijo el señor diputado. Yo he dicho que toda esta gente había trabajado para estas administraciones de acuerdo con la ley…

—No, usted ha dicho…

—Yo no he dicho «a dedo».

—No. Usted ha dicho, literal… ha dicho: «¿Qué he de hacer para ponerme en la lista de los repartos?».

—Sí. De contratos.

—Reparto de contratos que, en todo caso, son las licitaciones…

—Sí…

—Que se hacen siguiendo unas determinadas normativas de contratos.

—Estoy hablando de hace tiempo, ¿eh? Y ya tiré la toalla, con el tema del Ayuntamiento de Mataró. En este caso, ya les he explicado. Me dijeron: «No, no… no hace falta que lo intentes porque no». Pues ya está, a otro sitio, buscamos trabajo en otro lugar. No tengo una lista de arquitectos ni estoy diciendo que lo han hecho a dedo; seguro que lo han hecho con los contratos vigentes y legales, ¿eh?

—Entonces, ¿qué nos pretendía decir con esta lista?

—Yo les pretendía decir, cuando se me dijo que solo recibíamos y que… como si fuese… repartíamos los trabajos, digo que las tareas se han repartido para muchos arquitectos de la misma manera y que yo soy una arquitecta más, a pesar de mis apellidos.

Del sobre nunca más se supo.

En la manga guardaba muchas cartas. La mayoría de los contratos logrados con la Administración catalana fueron adjudicados por el procedimiento negociado, directamente, sin pasar por concurso público. Solo uno de sus trabajos con la Generalitat, en el año 1997, fue conseguido mediante un procedimiento concursal. Los demás fueron adjudicados de manera espurea.

Y no eran los únicos. En 2005, el Ayuntamiento de Orrius le encargó el proyecto de construcción del Centro Cultural Manel Cusachs, una obra de casi 2,2 millones de euros. En el año 2007, fue el Ayuntamiento de Premià de Dalt, donde su padre tiene su segunda residencia, el que la contrató para el proyecto de reordenación y urbanización de una avenida, con un presupuesto de más de 230.000 euros. Y en el año 2009 fue el Ayuntamiento de Vic quien le pagó por el proyecto de «aprovechamiento de agua freática y reordenación del parque de Pascual Blanca». Todos los consistorios eran de CiU, aunque en el caso de Premià compartió legislatura con ERC.

Pero de lo que no cabía duda es de que su situación irregular en el Ayuntamiento de Sant Vicenç de Montalt se prolongó en el tiempo hasta que, en 2015, tras su comparecencia en el Parlamento, la formación Nou Sant Vicenç la denunció y la Fiscalía decidió abrir investigación sobre su contratación, al sospechar que ocupa una plaza sin haber accedido a la misma por concurso.

Marta Pujol Ferrusola se casó en octubre de 1988 con el arquitecto mexicano José María Esperalba. Fue el precedente de la «conexión mexicana» del clan. Se casaron, como Dios manda, en la iglesia de Santa María del Mar, en una ceremonia íntima, y luego celebraron el banquete en el Palacio de la Llotja. Junto a José María, crearía después Esperalba Pujol Arquitectes Sociedad Civil Privada, un estudio en Mataró, la capital de la comarca del Maresme, donde también reside el matrimonio y de la que era originaria la familia del novio antes de que emigrase al otro lado del Atlántico. De hecho, Esperalba es descendiente del primitivo indiano vuelto a la tierra de sus ancestros. Aprovechando la regularización fiscal que realizó la familia Pujol en julio del 2014, José María también presentó una complementaria ante Hacienda, aflorando 250.000 euros que no había declarado. Un desliz sin apenas importancia.

Un informe de la Udef, fechado el 11 de septiembre de 2012, detalla que Esperalba fue el arquitecto que dirigió las obras del hotel El Encanto, que Jordi Pujol Ferrusola levantó en el país norteamericano.

La Administración ha sido siempre amiga del clan. La hermana pequeña, Mireia, no obtuvo adjudicaciones ni prebendas aparentes de la Generalitat. Pero también sacó provecho de los apellidos. O a pesar de ellos.

En el año 2002 tuvo acceso a un piso de protección oficial de 127 metros cuadrados, en primera línea de mar y con una plaza de parking de 14 metros cuadrados. Mientras Marta Ferrusola se quejaba de que los pisos de protección oficial se les daban a inmigrantes desagradecidos, que encima no conocían Cataluña ni sabían hablar catalán, resulta que una de sus hijas, con cuenta millonaria secreta en Andorra, accedía a una de estas viviendas. Mireia jamás quiso aclarar ninguno de los datos que se conocen sobre esta vivienda, pero el hecho de que haya accedido a ella con un patrimonio oculto como el que tenía representa otro duro golpe ético al clan Pujol.

10 Su objeto social cambia de inmobiliaria a «jardinería exterior e interior, natural y artificial, cultivos, venta, investigación, etc.». El domicilio se fija en la calle Balmes 397. Jepo aumenta el capital en 785.000 pesetas y suscriben Joaquim Brugué (5.000), M. Eulàlia Torruella (5.000), M. Cristina Llacer (5.000), AGVI S. L. (400.000), Marta Ferrusola Lladós (305.000) y Jordi Pujol Ferrusola (80.000).

11 El País, 27 de febrero de 2001.

12 RTT, marzo de 2008.