19

Dulce veneno

Un grito sale de mi garganta.

La adrenalina me invade y arranco los fríos dedos de mi muñeca. Morfeo vuela a mi lado. Intercambiamos una mirada, después examina las telarañas en forma de capullo de la pared. Juntos, las rasgamos y despojamos a la presa de su caparazón.

Una mujer se desploma en los brazos de Morfeo. Tiene un olor afrutado y delicado, como las peras. Su piel reluce como el brillo de la luna sobre un lago helado y unas alas blancas gigantes muy ligeras se pliegan detrás de los hombros.

Es una mezcla de cisne de hielo y reina. La reconocería en cualquier parte.

—Marfil —susurro. No puedo imaginar por qué está aquí, atrapada así.

Morfeo palidece. La levanta y la lleva al colchón, apartando una lámpara por el camino. La acuesta con dulzura. Encajes blancos sobresalen de las telarañas que se aferran a su vestido. El cabello rubio platino, que le llega hasta la cintura, se envuelve alrededor de su largo y elegante cuello.

Sentado al borde de la cama, Morfeo le despega un fragmento de telaraña pegajosa que le cubre la nariz y la boca. Respira con dificultad. Sus cejas y pestañas blancas se mueven, brillando como cristales.

Me dejo caer de rodillas frente a los pies de Morfeo, cogiéndole la mano cuando tose, ya despierta.

—No hables, Majestad —insiste Morfeo aunque siento la tensión de la preocupación en su voz—. Alyssa, ¿podrías traerle algo de beber? Seguro que tienes agua o algo en tu coche.

—No. —Frunce el ceño a Morfeo, entonces se centra en mí. Las marcas negras de sus sienes brillan con la luz del sol, nervadas como las alas de una libélula—. Reina Alyssa, perdóname.

—Sus irises de color azul apagado están casi grises.

Aprieto sus dedos para consolarla.

—¿Por qué?

—Por poner en peligro a tu caballero mortal. Nunca pensé que las cosas se me irían de las manos. Lo encontraremos… lo traeremos de vuelta.

Obviamente está confundida. No se sabe cuánto tiempo ha estado atrapada en esa telaraña. Echo un vistazo por la barandilla. Jeb está tendido en el suelo. Chessie vuela a su alrededor vigilándole.

—No está perdido. Está abajo, durmiendo.

—¿La Hermana Dos no se lo ha llevado? —pregunta.

—¿La Hermana Dos? —Morfeo parece tan impresionado como yo. Entonces gruñe—. El pomo de la puerta. La misteriosa mujer de los mosaicos de Alyssa, la que se esconde en las sombras…

—Claro —susurro, rememorando la imagen. Las ocho enredaderas vivientes conectadas a la parte baja de su torso no eran tentáculos, eran patas de araña. El pomo de la puerta no era por las cicatrices de las palmas de mis manos, era un tributo a sus manos tijeras.

—¿Por qué estaría la Hermana Dos involucrada? —razono en voz alta—. ¿Por qué estaría en la misma casa donde Roja estaba escondida? Ella desprecia a Roja por haberse escapado del cementerio el año pasado.

—Roja nunca ha estado aquí —responde Marfil.

Morfeo se aclara la garganta y sus miradas se encuentran en un silencio de comprensión.

—Entonces, ¿la Hermana Dos tenía prisionero a Jeb? —pregunto—. ¿Ella le dio el zumo de tumtum y lo obligó a pintar durante toda la noche? ¿Por qué haría eso?

Marfil intenta responder pero vuelve a toser.

Morfeo me toca el hombro con suavidad.

—El agua, Alyssa.

Marfil traga y tensa sus dedos alrededor de los míos cuando me dispongo a levantarme.

—Eso no será necesario. Sus preguntas merecen respuestas.

Morfeo frunce el ceño.

—No creo que este sea el momento.

—¿Cuándo entonces, Morfeo? —reprende Marfil—. Está más involucrada que cualquiera de nosotros. La Hermana Dos dejó ese pomo como una advertencia para vosotros dos. Sabe que su gemela la traicionó hace muchos años. —Los ojos de Marfil se fijan en mí—. Y sabe que Alison también la traicionó.

Lucho para darle sentido a sus palabras crípticas.

—¿Te refieres a cómo mamá intentó convertirse en reina? ¿Por qué le importaría eso a la Hermana Dos?

—¡Maldición! —Morfeo se levanta rápidamente de la cama y se agacha a mi lado en el suelo. Apoya los codos en el colchón y se masajea las sienes con sus dedos—. Entonces las Gemesas están peleadas… lo que deja el cementerio vigilado sólo a medias. Si Roja logra entrar, tendrá su ejército de espíritus. Entonces vendrá aquí. Se suponía que eso no iba a pasar.

Los labios y las mejillas de Marfil pasan del blanco al rosa palo.

—Deberías haberte quedado en el País de las Maravillas… haberte enfrentado a Roja, como ella quería.

—Sabes que no podía. —Un temblor sacude su barbilla de forma casi imperceptible—. Entonces, ¿quién te contó el secreto de la Hermana Dos? Sólo lo sabíamos tres de nosotros.

Marfil frunce el ceño.

—No, cuatro. Roja lo sabía. La Hermana Uno tiene el estúpido hábito de confesar secretos a sus espíritus muertos y eso no entraba en nuestro juramento, ya que no eran almas vivientes.

—Perfecto —gruñe Morfeo.

—Roja ha intentado invadir el cementerio esta mañana —continúa Marfil—. Las hermanas la capturaron y estaban a punto de expulsar su espíritu de la flor humanoide para encerrarla en un juguete para toda la eternidad, pero Roja le contó a la Hermana Dos el secreto de Alison. La Hermana Dos se volvió en contra de su hermana con rabia y Roja aprovechó para escapar. La Hermana Dos ha venido a buscar un reemplazo de lo que la familia de Alyssa le ha robado. Esas fueron sus últimas palabras cuando me atrapó en la telaraña.

Sacudo la cabeza.

—No entiendo. ¿Todavía está enfadada por lo de la sonrisa de Chessie o por cómo ayudé a escapar a Roja el año pasado? Pero, ¿eso qué tiene que ver con mi madre?

—Lo que la Hermana Dos busca es una compensación por lo que considera un agravio —responde Marfil—. Y el coste será alto. Pretende tomar a tu caballero mortal como indemnización.

Todavía sigo sin entender qué ocurre exactamente, pero el miedo me atenaza el corazón y domina cualquier curiosidad.

—Jeb estaba fuera cuando llegué aquí —digo, intentando hablar a pesar del terror que siento—. Eso debe haberle salvado. Habrá creído que ya no estaba.

—Sí —dice Morfeo—. El chico escapó para cazar a un conejo blanco. Hay una ironía poética en eso, ¿no?

Ambas lo miramos al mismo tiempo.

—Simplemente estoy intentando quitarle hierro al asunto.

—Su expresión se agria.

—No hay nada insignificante en las amenazas de la Hermana Dos —protesta Marfil—. Ahora el caballero mortal de Alyssa está en serio peligro.

—¿Ahora? —me enfurruño—. Hemos estado en peligro por culpa de Roja desde hace una semana. Ha estado acechándonos. En el instituto, en el hospital. Y ha estado haciéndose pasar por una coleccionista de arte, que es la forma en la que consiguió que Jeb llegase aquí.

Nadie responde.

Miro a uno y a otro alternativamente. Hay algo que no me dicen y estoy cansada de revelaciones ambiguas.

—Es mi mundo el que habéis invadido, habéis destrozado mi vida y las personas que amo están en medio de todo. Tengo el derecho a saber qué está pasando.

—Tiene razón —accede Marfil.

—Sabe todo lo que necesita saber —contesta Morfeo.

—Maldita sea, Morfeo —Marfil responde exactamente lo que estoy pensando—. Hemos jugado con esas vidas humanas y ahora hay que pagar por ello. —Se gira de lado con un frufrú de encaje y satén para que no podamos ver su expresión—. ¿Nunca aprenderé? Una y otra vez… Me ofreces destellos de amor y compañerismo y soy demasiado débil para ignorarte.

Morfeo me rodea con sus brazos e inclina la barbilla de ella hacia sí.

—Eso no es del todo cierto. Has sido tú quien ha ofrecido destellos de amor esta vez. —Seca sus lágrimas de hielo con un nudillo.

Otro momento privado entre ellos, una mirada que no logro descifrar, como si estuviera transmitiéndole un mensaje mentalmente. Estoy tan acostumbrada a ser la receptora de sus mensajes silenciosos que es inquietante verlo desde fuera.

—¿Qué hay entre vosotros dos? —La sospecha vacila en mis cuerdas vocales.

—Se supone que estás trabajando en esa falta de confianza —me recuerda.

Lo miro sin parpadear hasta que me escuecen los ojos.

Marfil me da unas palmaditas en la mano.

—Nos has malinterpretado. Le ofrecí a Morfeo un destello de su futuro. Algo que vi en una visión.

—Ya es suficiente, Marfil —dice con un tono amenazador que hace que el aire me ponga los vellos del cuello de punta.

Parpadea dos veces.

—En gratitud por mi ayuda, Morfeo me ofreció el regalo del compañerismo, pero no con él. Sino con un joven hombre de tu mundo que necesita mi amor tanto como yo necesito el suyo.

—Finley. —Casi había olvidado el peón que Morfeo robó del mundo real—. ¿Está bien?

Ella asiente con la cabeza.

—Está a salvo en mi palacio bajo tutela de mis caballeros, aunque me lo trajo con una condición. Estoy aquí porque le debía a Morfeo un favor. Con él nada es gratis, nada.

—Por eso mismo tenemos este problema de confianza —le respondo pero lanzo una mirada cargada de intención a Morfeo.

Él recorre con el dedo una abertura en el colchón, ignorándome.

Marfil le da la mano y la ayuda a sentarse. Me coge de los codos, instándome a unirme a ella al borde de la cama.

Cuando Marfil acaricia las puntas de mi cabello, su voz se vuelve dulce.

—Hay una cosa en la que puedes confiar. Morfeo te es leal. El deseo de estar contigo es lo que le lleva a esas medidas desesperadas.

Morfeo se levanta con una ráfaga de alas y ropas susurrantes. Sus hombros se inclinan cuando nos da la espalda.

—No hay nada desesperado en conseguir la ayuda de Alyssa. Es su lugar. Es la portadora de la corona de rubí. El País de las Maravillas es su hogar al igual que el nuestro, no importa cuánto lo niegue. Tenía que hacérselo ver.

Me levanto del colchón.

—¿Mintiéndome?

Morfeo no responde, ni siquiera me lanza una mirada por encima del hombro para reconocérmelo.

La sangre se me agolpa en las mejillas. Estoy más furiosa conmigo misma por creer en él que por cualquier otra cosa. Me dirijo hacia la barandilla del desván y miro de forma significativa a Marfil mientras una horrible teoría va tomando forma.

—La verdadera Ivy Raven. Ella nunca ha visto la obra de arte de Jeb, ¿no?

Marfil sacude la cabeza.

—No necesitabas su marca para obtener glamour. Sólo necesitabas un nombre verdadero en caso de que la buscásemos. Fuiste tú la que apareció en la reunión de Jeb en la galería de arte. —Aprieto los dientes. Ninguno lo niega—. Estaba fascinado por tu increíble «disfraz» y resulta que no llevabas ninguno. Lo retuviste aquí anoche, ¿por qué?

Marfil mira el encaje y las telarañas que se extienden por el suelo bajo sus pies con las largas pestañas velando sus ojos como si fueran una cortina blanca.

—Sólo los que tienen sangre real pueden ver a través del filtro de Chessie y descifrar las visiones. Morfeo me necesitaba para leer tus mosaicos. Y como tu madre escondió los otros, tuve que encargarme de hacer réplicas. Nos estábamos quedando sin tiempo.

Se me cae el alma a los pies.

—¿Por qué corre tanta prisa? Acabas de decir que Roja no está aquí.

Los músculos de Morfeo se tensan ante la declaración pero se mantiene en un silencio exasperante.

Marfil responde:

—Morfeo necesitaba saber si el País de las Maravillas podría salvarse si ignoraba las amenazas de Roja. Ella le había dado un ultimátum: rendirse a ella y morir u observar a su amado Reino de las Profundidades desmoronarse a sus pies.

Pienso en lo que me dijo el lazo de la Reina Granate en mi dormitorio: La Reina Roja vive y quiere destruir lo que la traicionó.

—Iba tras Morfeo, no tras de mí. Es él quien cree que la traicionó.

Estoico, Morfeo le da una patada a la garrafa que contenía el zumo de tumtum. Rueda por el suelo y se detiene junto a mis mosaicos robados.

—Escapé de su Lengua de la Muerte sin que ella consiguiese el trono. Según ella, me retracté de nuestro trato y debo morir por ello —explica Morfeo.

Echo un vistazo al cuerpo dormido de Jeb en la planta de abajo y aprieto los puños.

—Me juraste decirme la verdad sobre los mosaicos.

Morfeo gruñe.

—Nunca especificaste qué verdad, así que te conté la verdad sobre sus orígenes… sobre su poder. Además, nunca dije que los tenía Roja. Tú fuiste la que proporcionó su nombre.

Las piernas me tiemblan. Me deslizo hacia el suelo con la columna pegada a la barandilla.

—Entonces Roja te llamó —llamó a un matón de patio de escuela— y tú huiste. Trajiste tu lucha a mi mundo.

—Tu mundo —resopla Morfeo. Me hace frente con sus exquisitos rasgos endurecidos en un ceño desafiante—. Te mostré la verdad en tus sueños, la destrucción que estaba aconteciendo pero como esta pequeña laguna humana a la que llamas hogar no estaba implicada, me ignoraste. No hiciste caso. Te convenciste a ti misma de que no era cierto. Yo sabía que no te importaría nada lo que me pasara, pero esperaba… esperaba que lucharas por el País de las Maravillas.

Quiero decirle que habría luchado por él porque se lo debo. Porque recuerdo lo que hizo por mí. Porque a una parte de mí le importa mi amigo de la infancia, incluso el hombre egoísta, carismático y exasperante en el que se ha convertido. Pero no habría tenido que ir al País de las Maravillas para rescatarlo el año pasado si él no me hubiera arrastrado hacia allí con falsos pretextos. Y me pregunto, ¿realmente me habría enfrentado a la criatura que más me aterroriza para salvar a alguien a quien una vez le importó muy poco mi propia vida?

—No te atrevas a echarme la culpa —digo, tanto para mí como para Morfeo—. Se trata de ti, de lo que tú has hecho.

—He hecho lo único que podía hacer para que reaccionaras. Los mosaicos robados, los frascos de sangre, la enfermera hechizada y el payaso embrujado…

—¡Ajá! —Lo señalo—. No puedes negar esa mentira. Me dijiste que nunca me habías enviado un juguete.

—Samuel Sombrerero no es un juguete. Es un actor del más alto nivel, gracias a su rostro cambiante, y no lo envié; fue a ti por su cuenta, haciéndome un favor.

Entierro el rostro entre mis manos. Eso explica el sombrero raro y pesado del payaso; era el conformador de metal que es parte del cráneo del sombrerero.

—Supongo que Cornelio también te estaba ayudando. —Esa posibilidad me duele más que cualquier otra.

—No —responde Morfeo—. Su lealtad hacia ti es sincera. Su participación en esto ha sido meramente accidental.

—¿Qué hay de la pesadilla? —pregunto, alzando la vista.

Morfeo sacude la cabeza.

—Tu subconsciente se manifestó con la ayuda de los alucinógenos que pusimos en tus sedantes.

—¿Por qué? —gruño.

—Tenía que hacerte creer que Roja estaba poniendo a tu novio en peligro para que volvieras conmigo a salvar el País de las Maravillas. La única forma de llamar tu atención es poner tu juguete mortal en peligro. Estaba funcionando de fábula hasta que, una vez más, el humano lo ha estropeado todo.

—¡Imbécil! —Se me crispan los músculos dispuesta a abalanzarme sobre él y descargar mi furia. Espero que extienda un ala entre los dos para frenarme pero, en vez de eso, da un paso adelante con las alas altas y abiertas. Me tiende los brazos, retándome a atacarle, alentándome; Marfil me atrapa por la cintura y me lanza a su lado una vez más.

Lucho por escapar de su abrazo pero me sostiene con una fuerza sorprendente para alguien tan delicado como una escultura de hielo.

—Hoy te has presentado aquí fingiendo ser el héroe —digo colérica—. Cuando Jeb estaba así por tu culpa, y ahora está en peligro de verdad.

—Sólo fueron unas cuantas pinturas en el cristal —responde Morfeo con voz nerviosa—. Se suponía que el zumo iba a ayudarle a concentrarse hasta que terminara. Jamás pensé que se volvería loco o que tú encontrarías la manera de venir hasta aquí y te pondría las manos encima… —Hay un leve cambio en sus rasgos, algo amenazador—. Nunca imaginé que si Marfil lo dejaba durante unas cuantas horas, él se saldría por la tangente y pintaría tus recuerdos, los que él había perdido. Está atrapado en un infierno elaborado con sus propias manos. —Morfeo entrecierra los ojos—. O mejor dicho, con las tuyas, ¿no es así? Has tenido un año entero para contárselo todo. Si lo hubiera sabido, no habría sido un objetivo tan fácil para mí y quizás ahora no sería el blanco de la Hermana Dos.

Me zafo de Marfil pero no puedo moverme de la cama. Morfeo tiene razón. La vulnerabilidad de Jeb es culpa mía.

—¿Cómo haces eso? —pregunto—. ¿Cómo puedes darle siempre la vuelta a todo y echarle la culpa a los demás? ¿Cómo puedes hacer que todos, incluso los que te conocen bien, te hagan caso?

Morfeo se encoge de hombros.

—Ese es mi poder. Mi don. La persuasión.

—No. Tu poder es el veneno. —Alzo la cabeza con orgullo—. Como ya sabes, hay algo que nunca me persuadirás de hacer.

Me estudia, petulante.

—¿Y qué es?

—Amarte.

Las joyas de Morfeo se vuelven de azul pálido, el color de la angustia y me deleita comprobar que lo he herido.

—Nunca digas nunca —murmura.

Le devuelvo la mirada y la rabia hace que me escuezan los ojos.

Él aparta la vista, se dirige hacia la escalera y baja en picado con las gráciles alas negras extendidas. Aterriza suavemente en mitad del suelo. Les hace una señal a las mariposas, las reúne en su sombrero y se pone de rodillas para colocarse a Jeb sobre el hombro.

Me pongo en pie de un salto y salgo corriendo hacia la barandilla.

—¡Bájalo! —chillo.

—Aquí no está a salvo —responde Morfeo recogiendo la camiseta de Jeb las botas con la mano que le queda libre—. Debemos encontrar un espejo y llevarlo al tren. ¿Prefieres llevártelo fuera y meterlo en el coche tú sola?

Me trago la objeción. Por muy arrogante que sea, está en lo cierto: necesito su ayuda para encontrar el tren.

—Las llaves —insiste.

Con el ceño fruncido, se las lanzo. Chessie vuela hacia arriba y las atrapa en el aire.

Marfil se levanta con todo su encaje y elegancia y se coloca tras de mí con las alas plegadas, como una capa de plumas.

Morfeo la mira por encima de mi hombro.

—Vuelve a la madriguera del conejo y protege tu castillo. Avisa a la Hermana Uno de que su gemela ha cruzado al reino de los humanos. Necesitará mantener vigilado el lado oscuro del cementerio. Alyssa y yo iremos pronto. No hay tiempo que perder.

—Claro —digo—. Ahora que has logrado atraer a una de las criaturas de las profundidades más espeluznantes y venenosas de tu mundo al de los pobres humanos indefensos no tenemos mucho tiempo, ¿no?

Morfeo recoloca a Jeb en el hombro.

—No estamos en completa desventaja, Alyssa. La Hermana Dos tiene una debilidad, como todos. Tiene un punto ciego. Una vez que ha acorralado a su presa, no se da cuenta de nada de lo que la rodea. Así que, como somos dos, podemos derrotarla trabajando en equipo y enviarla de vuelta al País de las Maravillas.

—Bien —respondo—. Y entonces volverás a ser el gran héroe por deshacer el lío que tú mismo has causado.

Morfeo no responde. Se dirige a grandes Zancadas a la puerta. Chessie nos mira y luego lo sigue.

—Tal vez has sido un poco dura con él —opina Marfil.

Con los brazos en jarras, me enfrento a ella.

—Jeb es el objetivo de una viuda negra lo bastante grande como para comerse a un caballo y ahora está catatónico y ni siquiera puede defenderse. Por no mencionar a todos los humanos que casi salen ardiendo hoy, todo por culpa del estúpido plan de Morfeo.

—Él nunca imaginó que la Hermana Dos se vería involucrada. Y no tiene nada que ver con lo que ha pasado en el instituto. Los bichos averiguaron lo de la alianza de la Reina Roja con las flores zombis por el viento. Temían que dirigiera su ejército a tu mundo después de destruir el País de las Maravillas, donde se alimentarían de insectos y de humanos. Liberaron los espectros en un esfuerzo por proteger su hogar de los invasores del País de las Maravillas.

—Tecnicismos —respondo. Sus razonamientos tranquilos sólo consiguen enfadarme más—. ¿No te molesta que siempre se salga con la suya? Como no podía usar la magia haciéndose pasar por humano, te tenía a ti, a Samuel Sombrerero y a la enfermera para hacerle el trabajo sucio. Eso quiere decir que cada vez que negó estar haciendo todas esas cosas, me estaba mintiendo a la cara y sin ningún sentimiento de culpa porque en el País de las Maravillas eran verdades.

—No estaba libre de culpa. Te ha estado atormentando. No fue su plan original utilizar a tu caballero mortal.

—Claro. Estoy segura de que el plan original era sacrificar su vida por todo el País de las Maravillas, porque es un mártir de la vieja escuela.

Frunce el ceño con los labios rosa palo brillando como pétalos de flores a la luz del sol.

—Ese era su plan.

Quiero reírme pero la sinceridad en sus ojos de cristal me detiene. Una cosa que he aprendido de Marfil es que siempre es honesta cuando se le planta cara.

—Está bien. Convénceme.

—Una semana antes de que Morfeo empezara a visitar tus sueños de nuevo, vino a mi castillo y me habló del ultimátum de Roja. Me pidió que utilizara la magia de mi corona para ver su futuro, para asegurarse de que si hacía lo que ella le pedía y se sacrificaba para Roja, ella quedaría saciada y tú y el País de las Maravillas estaríais a salvo para siempre. Lo que vio… lo cambió todo.

Extiende la palma de su mano y aparece una burbuja. Es del tamaño de una pelota de softball, luminosa y brillante.

—Júrame que nunca le dirás a nadie lo que estoy a punto de mostrarte.

Me quedo en silencio mirando la burbuja cuando una imagen borrosa empieza a formarse en su interior.

Júralo —insiste Marfil.

Pronuncio el juramento. Dos juramentos por mi vida mágica en un mismo día. Me estoy volviendo una experta en negociaciones de las profundidades sin habérmelo propuesto.

Todavía sosteniendo la burbuja, se agacha junto a mis mosaicos y saca un pequeño residuo de polvo gris dejado por la nube brillante de Chessie. Lo espolvorea por la burbuja cristalizada y da vida a una escena que me resulta asombrosamente familiar. No sólo la veo sino que también la oigo, huelo, siento y saboreo.

Estoy coronada y sentada en un trono presidiendo una mesa en un festín. Llevo la maza en la mano y estoy preparada para golpear el plato principal hasta causarle la muerte. El olor a vino de trébol, galletas de rayos de luna y fruta confitada se extiende en el aire, desde los platos relucientes y los vasos de cristal.

Reunidos alrededor hay un batiburrillo de criaturas, algunas vestidas y otras desnudas, pero todas más bestias que humanoides. Son mis súbditos y mi corazón rebosa de afecto por ellos por su rareza, su locura y su lealtad.

Hablamos, bromeamos y negociamos con el primer plato. Las risas maníacas resuenan en los pasillos de mármol, dulces a mis oídos.

Se aprecia un movimiento en la entrada del pasillo hacia el banquete. Un niño con mis mismos ojos se cae, todo alas, cabello azul y risitas inocentes. Agarrando su mano está Morfeo, con una corona de rubí.

El Rey Rojo. Mi rey.

La burbuja explota y se lleva la visión, sin dejar nada excepto el sonido de mi grito ahogado y volutas de humo gris.

—Ves —dice Marfil—, una vez que Morfeo supo que algún día serás suya y él tuyo, que compartiréis un niño, no podía sacrificarse para salvar al País de las Maravillas. Pero tiene dudas sobre tus sentimientos hacia él. Temía que te negaras a ayudarlo. Así que elaboró un nuevo plan, sin embargo fue imperfecto.

Recuerdo lo que me dijo el primer día en el baño del instituto:

«Uno hace lo que tiene que hacer para proteger a los que ama».

Sabía que había algún significado entre líneas; simplemente no tenía ni idea de su profundidad.

No puedo respirar.

—Un hijo —digo, recordando cada detalle del hermoso rostro del niño.

La sonrisa de Marfil es deslumbrante.

—La criatura más excepcional. El primer niño nacido de dos criaturas de las profundidades que han compartido una infancia. El País de las Maravillas fue fundado en el caos, la locura y la magia. Durante mucho tiempo, la inocencia y la imaginación no han tenido lugar allí. Como resultado a todo ello, no hemos tenido niños, al menos no como se definen en tu mundo y por ello hemos perdido la habilidad de soñar. Pero Morfeo experimentó esas cosas a través de ti cada vez que jugabais juntos en tus sueños. A través de vuestro hijo, el País de las Maravillas prosperará con nueva magia y fuerza. Nuestros hijos se convertirán en verdaderos niños una vez más; aprenderán a soñar otra vez y todo volverá a ir bien en nuestro mundo.

—No —murmuro. Hago a un lado a mi hipotético hijo. No estoy preparada para hacer ese sacrificio. Lo único que puedo pensar es en Jeb, en mi familia y amigos y en mi futuro en el reino de los humanos—. Eso no puede ser verdad. Elegí quedarme aquí. —Miro hacia abajo al lugar donde antes estaba Jeb y que ahora está vacío.

Marfil me coge las manos con fuerza.

—Todavía puedes tener un futuro con tu caballero mortal.

Puedes casarte con él, tener familia e hijos aquí.

La cabeza me da vueltas. Nada de esto tiene sentido.

—¿Cómo?

—Quizás tengas dos opciones, dos futuros potenciales. Un día, los mortales a los que amas se harán mayores y morirán. Tú también envejecerás y tendrás que pasar por la ilusión de la muerte, pero tu corona te garantiza una eternidad en el País de las Maravillas. Volverás a tener la edad que tenías cuando te coronaron. Tu segundo futuro, tu Reino de las Profundidades inmortal en el reino Rojo, comenzará. Y como has visto, Morfeo representará un papel fundamental.

Me siento como si alguien me hubiera golpeado a traición.

—No puedo estar con alguien en el que no confío. Alguien que no confía en mí.

Posa una mano en mi hombro.

—Aprenderéis a entenderos el uno al otro, a comprender cómo piensa el otro. Morfeo rara vez es honesto con sus palabras. Se muestra sincero con sus acciones. Pueden pasar muchos, muchos años entre el presente y la visión. Algo hará que cambies de parecer. Quizás sean pequeñas cosas o posiblemente otro gran gesto que nunca habrías pensado que fuera capaz de hacer. Sea lo que sea, alterará vuestra relación para siempre. —Marfil da un paso atrás—. Alyssa, te han dado la oportunidad de vivir dos vidas y dos amores. Eso es un milagro. Valora el regalo por lo que es. Te veré pronto en el País de las Maravillas.

Sus alas se extienden sobre su cabeza, altas y hermosas. Las pliega y después, en una nube de polvo brillante y luz blanca, se convierte en un cisne y se eleva con elegancia hacia la puerta.

Aprieto la mandíbula, los sentimientos me abruman. El corazón se me rompe al pensar que sobreviviré a Jeb y a toda la gente que amo: mamá, papá, Jenara y los hijos que tenga con Jeb. Es algo que no podría comprender ni siquiera en el mejor de los días y hoy ha sido el peor día de mi vida.

Entonces, más allá de la tristeza que ensombrece mi futuro, se halla la terrible confusión de mi presente.

¿Cómo puedo estar con Jeb sabiendo que algún día me casaré con Morfeo? ¿Cómo puedo darle a Morfeo el día que le prometí y ser sincera con Jeb, sabiendo lo que Morfeo sabe?

Me siento en el colchón. Morfeo negoció esas veinticuatro horas porque no quiere que tenga mi vida mortal. No quiere esperar a que esté con otro. Planea empezar nuestro futuro inmediatamente.

Sujeto la cerradura del corazón que llevo al cuello, luchando por separar la cadena de la llave con el rubí. No voy a dejar que se lleve mi tiempo con Jeb. Me niego.

Se escucha un crujido procedente de la puerta de entrada; Me levanto y miro hacia abajo, Morfeo está en el umbral.

—Deberíamos irnos —dice.

—No —contesto bruscamente, demasiado conmocionada para decir nada más. Quiero odiarle por todas sus mentiras pero sigo imaginando al hijo de la visión de Marfil. Morfeo tenía sus motivos. Eran puros a pesar de las mentiras y engaños de los que se valió para justificarlos. No existe nada blanco y negro en él. Es un retrato caótico hecho de todos los tonos de grises.

Con una floritura de alas oscuras aparece a mi lado en el desván.

—¿A qué te refieres con «no»? No tenemos tiempo para tonterías, Alyssa.

—Libérame de mi promesa —le pido forzándome a encontrarme con su mirada.

—Ambos sabemos que nunca sentiré nada por ti. Así que, ¿para qué jugar a esto? No hay nada entre nosotros. —Si puedo decírselo a la cara, tal vez sea verdad.

Se inclina para que sus alas nos den sombra con las joyas parpadeando de un color rojo cegador.

—Voy a demostrarte que estás equivocada. En cuanto la guerra termine, cuando pases veinticuatro horas conmigo, nunca volverás a cuestionar lo que hay entre nosotros.

—No. Ya no hay trato.

—Vale. Rompe tu juramento. Pierde tus poderes. Entonces no podrás culpar a nadie más que a ti misma cuando la Hermana Dos envuelva a Jebediah en su telaraña.

La pesadilla me atormenta de nuevo: el cadáver de Jeb atrapado.

Gruño y salgo disparada hacia él. Morfeo me detiene poniéndome contra la pared, donde las telarañas son más densas. Me da vueltas como un trompo hasta que los brazos se me pegan al cuerpo con la manta pegajosa. Lucho pero la telaraña de la Hermana Dos es tan fuerte como una cuerda.

Morfeo se arrodilla para que nuestros ojos estén al mismo nivel.

—¿Por qué insistes en encerrar tu corazón con esas cadenas? Por una vez, estate quieta y escucha. Escucha la llamada de las profundidades.

Antes de que pueda preguntar a qué se refiere, me roza la frente con sus labios con aroma a regaliz —casi con timidez— y su cálido aliento recorre el tatuaje de mi ojo izquierdo, después desciende por las mejillas hasta la boca. La comisura de mis labios hormiguea cuando pasa por ahí; entonces su aliento se detiene en mi barbilla.

Las palmas de sus manos se apoyan en la pared a cada lado de mi cabeza. Deja que la telaraña sirva como sus manos y su aliento como sus labios, manteniéndome inmóvil y besándome sin siquiera tocarme. Mis ojos cerrados se agitan cuando sus labios pasan a escasa distancia de mis párpados. Su familiar nana surge en mi mente pero hay un verso nuevo:

Florecilla entre los dos atrapada, con tu malicia

de reina sonada; ocultas la verdad, eres cruel y

mordaz, y aun así gobiernas mi corazón voraz.

Trato de hacerlo callar pero la canción me arrastra al País de las Maravillas, a paisajes ahora destrozados y desolados.

Las lágrimas me queman tras los párpados cuando soy testigo de la decadencia.

La inquietud despierta en mi interior y estalla en mi cabeza. Cuanto más intento resistirme, más me quema la sangre, siento rabia por el cielo y la tierra enferma del País de las Maravillas y compasión por sus almas desoladas.

Finalmente Morfeo me toca devolviendo mis pensamientos al desván. Ahueca sus manos en mi rostro y me insta a que abra los ojos con las puntas de los dedos. Retrocede, su mirada se encuentra con la mía y manda un mensaje a lo más profundo de mi corazón.

Despréndete de tus cadenas, Alyssa. Libera tu magia.

Como respuesta a su ruego silencioso y a mi furia por el saqueo de Roja, el picor vuelve, las alas me pellizcan hasta que la presión es insoportable.

Grito por la sorpresa cuando salen de mi piel, rajándome la camiseta y cortando las telarañas que se aferran a mi pecho, pliegues de densas telarañas que sustituyen a la camiseta que ahora yace despedazada en el suelo.

Ya libre, me aparto de la pared con las alas pesadas y luminosas.

Morfeo me observa. Sus joyas son del púrpura más profundo que jamás he visto, el color del triunfo y el orgullo. Su boca se curva en una sonrisa arrebatadora.

—Qué hermoso, mi Reina —dice, dando un paso atrás y colocándose el sombrero—. Estás espléndida cuando dejas de resistirte a lo que llevas en la sangre. —Camina hacia los mosaicos y se detiene junto a ellos, mirándome—. Una cosa más: el País de las Maravillas y yo somos lo mismo. Si amas a uno, amas al otro. Tú también eres el País de las Maravillas. Lo que significa que encajamos a la perfección, más de lo que te puedas llegar a imaginar. Durante nuestro día juntos, será un placer para mí demostrártelo.

Mi corazón se acelera tanto que no puedo hablar.

Morfeo recoge los mosaicos y se dirige al extremo del desván. Lanza las llaves de Gizmo a mis pies.

—No tardes demasiado. La memoria de tu chico mortal necesita un empujoncito y el País de las Maravillas está esperando.

Se echa hacia atrás desapareciendo tras la cornisa y me deja allí parada, con el cuerpo rebosante de poder: una reina de las profundidades de pleno derecho, liberada de la jaula de telarañas y maravillada por el casi-beso de un demonio.