22

Un segundo vistazo

No puedo reprimir los sollozos que se atascan en mi pecho. Salto de la chaise longue y cruzo la habitación en dos zancadas. Me dejo caer al suelo junto a mamá con las alas plegadas a un lado. Ella abre los brazos y la estrecho entre los míos, agarrando la tela resbaladiza a la altura de sus costillas, con la cara apoyada contra su pecho y envuelta en su perfume.

—Está bien, cariño —susurra y me besa la sien dejando tras de sí una mancha caliente—. Todo saldrá bien.

La abrazo con fuerza. Debería ser yo quien la consuele a ella pero ahora mismo soy esa niña de cinco años que ve a mi madre marcharse al psiquiátrico.

—Pensaba que era por mí. —Me ahogo con las palabras—. Pero también te internaste por papá.

El cuerpo de mamá tiembla cuando respira de forma irregular.

—Después de que nacieras, todo cambió. Seguía metiendo la pata, empeorando las cosas. Él empezó a soñar con el País de las Maravillas… Su mente estaba filtrando recuerdos que ya no le pertenecían. —Me coloca el cabello tras la oreja—. Tu padre era especial para la Hermana Dos. De alguna manera, entró por su cuenta en el País de las Maravillas cuando era un niño. Ella lo encontró y, por primera vez, no tuvo que robar a una criatura humana para su cementerio. Nunca le ha gustado esa parte de su trabajo. No es que se sienta culpable. —La voz de mamá es amarga—. Simplemente es una molestia.

Me limpio las lágrimas que no he podido contener.

—¿Y no recuerda nada?

—Es como si nunca lo hubiera vivido. El día que te corté las manos… —Se le quiebra la voz, amortiguada con el sonido de nuestros sollozos— quería curarte pero no pude. No sin destrozar lo que lo mantenía en paz. Tenía que huir de ambos para manteneros a salvo.

Asiento.

—Siento tanto haber dudado de ti, haberte dicho todas esas cosas horribles. —Un torrente de lágrimas me recorre las mejillas.

—No —farfulla mamá con su aliento reconfortante sobre mi cabeza—. Soy yo la que lo siente. Tenía que haberte contado la verdad desde el principio, pero seguía esperando que la llamada de las profundidades pasara de largo y cuando no ocurrió… entré en pánico. No sabía qué hacer. Sólo sabía que no quería que te vieras atrapada allí.

La visión que Marfil me mostró de mi futuro se abre paso en mi mente. Es raro pero no me sentía atrapada en ese futuro. Me sentía feliz, poderosa y apreciada. Quiero compartir esa epifanía con mamá pero juré no decírselo a nadie. Tal vez sea lo mejor. Es el único secreto por el que nunca me sentiré culpable, porque no puedo permitirme perder mis poderes por romper un juramento de vida mágica.

La mano de mamá se desliza desde mi espalda hasta la base de mi ala derecha. Pasa rozando un dedo sobre la superficie de telaraña que envía un cosquilleo a mis omóplatos.

—¿Cómo se manifestaron? —pregunta. No me lo dice regañándome como en el pasado, es sólo curiosidad.

Me sorbo la nariz, que resuena mientras trato de averiguar cómo responder. ¿Qué puedo decirle sobre Morfeo? ¿Que me ha mentido y me ha manipulado y aun así logra persuadirme para que saque las alas? ¿Cómo respondo a eso cuando Jeb está al fondo del pasillo, atormentado por los momentos medio recordados que nunca vivió en esta realidad? Lo veo casi como una traición.

Aprieto los colgantes contra el pecho.

—No importa —respondo—. Son parte de mí, al igual que el mechón de pelo o la magia de mi sangre. Son características de tu parte de la familia. Es hora de que lo acepte. Es hora de que las dos lo hagamos.

Mamá me abraza fuerte.

—Puedo enseñarte cómo reabsorber las alas en tu piel, así como los tatuajes de los ojos. Es una habilidad que sólo tenemos los que somos mitad criatura de las profundidades. Hay un truco para ello.

Es raro estar hablando con ella sobre rasgos de las profundidades como si estuviésemos hablando de moda o maquillaje.

—Tal vez luego. Ahora mismo me gusto así.

Presiona sus labios en mi cabeza, sostengo la cerradura con forma de corazón y la llave entre mis dedos, y desprenden una canción metálica, raspante. La ironía me golpea: debe haber sido muy difícil para ella aprender a aceptar su lado humano, al igual que para mí aceptar mi lado de las profundidades.

Pongo distancia entre las dos para poder mirarla. Hace poco que ha utilizado su magia. Su piel brilla y su cabello se mueve como una planta bajo el agua. Toco un mechón rubio platino.

—No lo entiendo. Hiciste un juramento de vida mágica a la Hermana Uno y lo rompiste. ¿Cómo es que todavía tienes tus poderes?

—Nunca rompí el juramento —sonríe—. El truco está en las palabras. Le dije cuando vuelva para reclamar la corona. Técnicamente, nunca lo hice.

Me sorprende su habilidad con las palabras. Piensa exactamente como ellos, de forma literal, moldeando las palabras de una forma u otra hasta que significan lo que ella quiere. Morfeo tenía razón. Habría sido una magnífica Reina Roja.

—Dejaste la corona por papá. —Apenas puedo mirarla sin imaginármela como de la realeza—. Le diste la espalda a algo que querías con todo tu corazón por un chico que ni siquiera conocías.

Me da golpecitos en el hoyuelo de la barbilla, lo único que siempre le ha recordado a papá.

—Eso no es cierto. En el instante en que vi sus ojos, lo conocí. Y después, cuando se despertó en mi cama confundido y asustado, me miró tranquilo y me tendió la mano como si siempre hubiera estado esperándome. Como si él también me conociera.

—Así que fingiste que ya te conocía.

Su sonrisa se atenúa.

—Me inventé una historia sobre su pasado para que pudiera tener un futuro pero fue él quien me dio un futuro. Me aceptó, me amó de manera incondicional. Él siempre ha sido mi hogar. Algo que no he sentido nunca en ningún otro sitio. El resto palidece a su lado. Incluso la magia y la locura del País de las Maravillas.

Las lágrimas vuelven a quemar mis ojos.

—Es como un cuento de hadas.

Desvía la mirada hacia los topos de su falda.

—Tal vez. Y tú eres nuestro final feliz. —Me devuelve una mirada llena de amor. Me seca las lágrimas de las mejillas.

Entrelazamos las manos y el momento se prolonga. Nunca permitiré que este recuerdo sea dañado… nunca olvidaré cómo me siento ahora mismo mirándola, conociendo y entendiendo hasta lo más profundo de su alma. Por fin, después de tantos anos.

Ahora quiero entender también a papá.

—¿Te arrepientes de no haber buscado el pasado de papá? ¿De no haber encontrado a su familia?

Mamá se mueve inquieta.

—Oh, Allie, sí que lo hice.

—¿Qué?

—Cuando estaba embarazada de ti miré algunos de sus recuerdos. Al final entendí la verdadera importancia de la familia porque yo sí tenía una. Y quería devolvérsela a tu padre. Estaba incluso dispuesta a decirle que sufrió amnesia cuando nos conocimos, que en realidad era la primera vez que me veía. Sólo para que se reuniera con su familia.

Se queda en silencio.

Le toco la mano.

—Mamá, dime lo que viste.

Se sorbe la nariz.

—Tu padre tenía nueve años cuando cayó en manos de la Hermana Dos. Así que miré un año antes esperando ver la típica vida de un niño pequeño. Esperaba averiguar su apellido, su ciudad, algo. —Sacude la cabeza y su mano se crispa bajo la mía.

Espero, temerosa de animarla a que continúe. Insegura de querer saber más.

—No debí haber mirado lo suficientemente lejos —continúa— pero nunca volveré a hacerlo. Ha estado en lugares, Allie… Con sólo ocho años. Lugares humanos a los que se supone que no hay que ir y lugares de las profundidades a los que nunca se espera ser enviado.

Se me seca la garganta.

—¿Qué quieres decir?

—El mundo del espejo, CualquierOtroLugar. ¿Te ha hablado Morfeo de eso?

—No lo suficiente. —Obviamente.

—Es el lugar al que son desterrados los exiliados del País de las Maravillas, donde se suponía que iba a ir la Reina Roja antes de que escapara. Hay una cúpula de hierro que los mantiene cautivos con dos caballeros apostados en cada puerta, una Roja y otra Blanca. Es como un País de las Maravillas con esteroides. —Su rostro palidece—. Las criaturas y los paisajes son indómitos, mutados más allá de lo que puedas imaginar. No es sorprendente que los sueños de tu padre fueran tan cautivadores para las almas desesperadas. Lo que vivió en ese lugar seguramente alimentaba el hambre de violencia hasta dejarlos saciados. Por no mencionar lo formidables que debían ser sus pesadillas. La madriguera del conejo nunca estuvo tan segura como cuando él proporcionaba los espectromomios.

Un malestar se desliza por mis huesos cuando pienso en los espectros que domé en el gimnasio. Imaginar que las pesadillas de papá eran más espantosas que esas me pone la piel de gallina.

—¿Cómo pudo encontrar el camino hacia el mundo del espejo cuando era niño? Pensaba que sólo se podía entrar a través del País de las Maravillas, del bosque turgal.

—Morfeo me dijo una vez que en el reino de los humanos había otra entrada. Hay una manera de abrir los espejos sin llave, un antiguo truco que sólo conocen los caballeros ungidos.

Me levanto porque necesito moverme para no vomitar.

—Entonces, ¿crees que cuando papá era un niño, atravesó un espejo y terminó cruzando CualquierOtroLugar hasta llegar a la puerta que da al bosque turgal… en el interior del País de las Maravillas?

Mamá se encoge de hombros.

—Eso explicaría cómo cayó en manos de la Hermana Dos. La respuesta está en sus recuerdos perdidos pero no puedo volver a mirarlos. Me sentía como si lo estuviera traicionando. Ver partes de su vida a las que él nunca tendrá acceso. No es justo, pero tenemos que pasar página. Ahora somos su familia y eso es suficiente.

Me siento otra vez e intento digerir todo lo que acaba de decirme. El silencio se hace insoportable. Soy plenamente consciente de que el tiempo pasa y de que Jeb está en la habitación de al lado llenándose la cabeza con recuerdos perdidos. No hay nada que pueda hacer ahora por el pasado de mi familia pero todavía hay un mosaico que encontrar y una batalla en la que luchar.

—Tienes razón —respondo, retomando la conversación—. Tenemos que pasar página. ¿Por qué estás aquí? ¿Te ha dicho papá lo que ha pasado en el instituto?

Mamá asiente con la cabeza y juega con las asas del bolso.

—Sabía que me estaba escondiendo algo. Al final conseguí que me lo dijera. Me dijo que fuera con él a buscarte porque no quería dejarme sola pero insistí en quedarme por si volvías a casa. Cuando se marchó, llamé a Chessie. El me trajo aquí.

—Pero no tenemos espejos en casa y tú no conduces.

—Tengo un espejo en el ático, Allie. Una criatura de las profundidades siempre tiene un plan de huida. Seguro que esa es una de las primeras lecciones que te enseñó Morfeo.

Sonrío con tristeza. Espero que se acuerde de sus lecciones. Espero que tuviera un plan de huida para escapar de la telaraña de la Hermana Dos.

Valoro si contarle a mamá que me mintió, que todo este estropicio en el reino de los humanos lo causó él, pero después de ver lo que hizo por mi padre para que después mi madre lo traicionara —sin importar lo feliz que me siento por que tomara esa decisión— no me parece justo provocar la ira de mi madre hacia él.

Ahora entiendo por qué necesitaba que viera los recuerdos de papá. Sabía que no le habría creído si me lo hubiera dicho. Me resulta muy difícil aceptar que tiene un lado bueno.

Aunque eso está empezando a cambiar.

Comprendo por qué me escondió tantas cosas sobre las pruebas el verano pasado. Por qué quiso que continuara a ciegas mientras seguía su plan paso a paso. Fue honesto con mamá desde el principio, y ella le convenció de que sería la única que lo ayudaría. Entonces, en el último momento, se echó atrás.

No quería que hubiera ninguna posibilidad de que yo hiciera lo mismo, no con su eternidad espiritual en peligro. Aunque no es excusa para todo lo que ha hecho, hace que sus motivaciones sean comprensibles. Más humanas de lo que él jamás admitiría.

—¿Qué hay en el bolso? —pregunto cuando mamá tira de las asas arrastrándolo hacia nosotras.

Saca tres mosaicos.

—Chessie dijo que encontraste los demás pero no me dijo dónde. —Espera a que responda, pero como no hablo, continúa—. Estos son los que había escondido.

Se me acelera el pulso y me arrodillo para ayudarla a tenderlos.

—Mamá, eres la mejor.

Ella sonríe.

Todavía queda en ellos algo del cieno brillante de Chessie.

Imito a Marfil y embadurno el residuo en el mosaico que me queda por descifrar.

La animación muestra algún tipo de celebración. Una multitud de criaturas se abre camino hacia los árboles estériles. Unas cuantas tienen coronas; otras, picos o alas. Todas llevan máscaras. Algunas se deslizan y flotan como si estuvieran sobre alfombras mágicas. El caos estalla cuando la imagen se hace borrosa. Miro a mamá, que lo observa todo por encima de mi hombro.

—Roja —murmuro.

Vuelve a meter los mosaicos en el bolso apretando los labios en una línea de preocupación.

—Estaba equivocada —me mordisqueo el labio—. Pensaba que el que me quedaba por ver era el del final de la guerra pero ese fue el primero que elaboré, mamá. Es el catalizador. Has estado en el País de las Maravillas, has visto lugares que yo no he visto todavía. ¿Puedes decirme dónde es la fiesta?

—Parecía un bosque —responde con la voz temblorosa—, pero no lo he reconocido. —Se frota las sienes—. No entiendo cómo Roja se las ha ingeniado para liberar a las almas desesperadas. La Hermana Dos no baja la guardia, especialmente desde que perdió a tu padre.

Trago saliva. Mamá no sabe que la Hermana Dos ha descubierto quién robó su tesoro.

Cubro sus manos con las mías intentando adoptar una expresión de valentía para que no vea mi miedo.

—La Hermana Dos no está en el País de las Maravillas vigilando su parte del cementerio. Está aquí. Sabe que le robaste a papá.

Mamá palidece. Relaja los dedos y, por un instante, creo que va a desmayarse.

—¿Va tras Thomas? —susurra.

—Papá está a salvo. Nadie sabe en quién se convirtió el chico soñador, excepto Morfeo y Marfil. La Hermana Dos sólo quiere venganza. —Trato de que no me flaquee la voz—. Quiere a Jeb.

—No. —El rostro de mamá se desencaja aún más—. Te ayudaré a protegerlo.

Su ofrecimiento significa mucho para mí considerando que siempre ha tratado de separarnos. Creo que ahora la entiendo. Le recuerda demasiado a papá: un joven mortal de noble corazón a merced del cruel País de las Maravillas.

—Está bien —digo—. Jeb está aquí, en el tren. Tiene la oportunidad de revivir el verano pasado. Estará más seguro con los recuerdos intactos.

—Nunca debería haber pasado esto. —Está a punto de romper a llorar otra vez. No tenemos tiempo para arrepentimientos. Me levanto y le tiendo la mano.

—Creo que Morfeo esperaba que te perdonara si veía los recuerdos de papá. Esperaba que te perdonaras a ti misma y trabajáramos unidas. Es la única forma de detener a Roja y enviar a la Hermana Dos a casa. ¿Estás preparada para eso?

Aferra mi mano y asiente con la cabeza. A medida que se levanta, el miedo y el temor desaparecen de su rostro. Parece decidida, regia. Su confianza alimenta la mía y salimos por la puerta cogidas del brazo.

Me lanzo contra el pecho firme de Jeb, que está apoyado en la pared al otro lado de nuestra puerta. Con una sola mirada sé que lo ha recordado todo.

No se mueve, no reconoce a mamá, simplemente observa mis alas y los tatuajes de las profundidades que rodean mis ojos.

Mamá me aprieta el brazo.

—Mantendré ocupado al revisor pero no tardes, tenemos que averiguar dónde planea Roja enviar a su ejército.

Antes de salir del pasillo toca el hombro de Jeb.

Él se encuentra con su mirada y se intercambian un mudo entendimiento. Después continúa andando hacia la parte frontal del vagón de pasajeros y le susurra algo al revisor, convenciéndolo para que salga.

Sin una palabra, Jeb coge mi mano y me lleva a su habitación. Con la expresión esculpida en piedra, me deja pasar y cierra la puerta tras de sí. Es idéntica a la habitación en la que estaba, sólo que la colonia de Jeb se mezcla con el aroma a almendras, y su plato de galletas está vacío, excepto por algunas migajas. Las cortinas del escenario todavía están abiertas, como si estuviera preparado para reproducir de nuevo los recuerdos.

Lo miro y me estremezco por su silencio. Por mucho que lo intento, yo tampoco logro pronunciar palabra. ¿Qué puedo decir? ¿Cómo explico que llevo un año mintiéndole sobre algo que puede cambiarle la vida?

Él se acerca, recorre los tatuajes que me rodean los ojos de forma suave y me sorprende cuando me da la vuelta. Toca mis alas, arreglándolas con una dulce veneración, como si fueran la cola de un vestido de boda de reliquia. Me acerca a su pecho y me acaricia el cabello enmarañado.

—Nunca llegué a tocarlas —dice en voz baja—. Ni una vez, pero él sí, ¿verdad?

¿Cómo respondo a eso? Me alegro de estar de espaldas, de que no pueda verme el rostro porque temo lo que mi expresión podría decir.

Me acaricia las alas con suavidad, como una pluma, y su tacto hace que me cosquilleen todos los poros de la piel.

—Dime que eso es lo único que tocó, Al. —Abre las palmas de las manos y las desliza a lo largo de la zona transversal en forma de venas, rozando las joyas.

Mi corazón da un brinco con un doloroso pálpito.

—Lo besé. —Es cruel admitirlo en voz alta pero no puedo mentir más—. Estaba intentando que me devolviera el deseo para poder salvarnos.

Jeb emite un sonido de angustia, entre un gruñido y un gemido. Tengo que mirarlo a los ojos, aunque él pueda verme la expresión.

Se aleja de mí, dejándome la espalda y las alas frías. Me vuelvo y se le tensan los músculos. Con un gruñido, empuja la chaise longue a lo largo de la pared que choca con la mesa tirándola junto al plato vacío que se hace añicos. Se me agarrotan todos los músculos del cuerpo ante el sonido.

Morfeo —masculla el nombre como si intentara masticarlo—. Visita tus sueños y vuela contigo. ¿Cómo puede competir un humano con eso?

—No es una competición —digo—. Tomé una decisión.

—¿Por eso has estado mintiendo durante tanto tiempo? —No me devuelve la mirada, está concentrado en sus botas—. ¿Porque tomaste una decisión? —Aprieta tanto la mandíbula que veo los músculos moverse bajo la piel—. No, mentiste porque soy un simple patinador, un simple artista. No tengo nada que ofrecer. Él puede darte un mundo de magia y belleza. —Lentamente posa sus ojos en los míos. Son como un bosque azotado por una tormenta—. Un mundo que estabas destinada a gobernar.

Las palabras se amontonan en mi interior. Estoy tan furiosa que quiero zarandearlo.

¿Cómo es posible que lo haya visto todo y haya pasado por alto la parte más importante de nuestra aventura? ¿Lo que aprendimos sobre nosotros, el uno del otro?

No. Volverá a ver los recuerdos por segunda vez y me aseguraré de que ve lo que yo veo.

Me hago a un lado y giro el dial de la pared para atenuar la luz. Se enciende la pantalla. Esta vez, soy arrastrada hacia su punto de vista, viendo las cosas desde la perspectiva de Jeb. Luchando contra las flores humanoides, derrotando al octobeno y averiguando cómo despertar a los invitados de la fiesta del té.

Hay cosas que son nuevas para mí, como cuando me da la vuelta hacia él mientras dormía en el bote a remos, me acaricia el cabello y me promete mantenerme a salvo. O cómo las hadas lo mecen hasta dormirlo mientras estábamos separados en la mansión de Morfeo, cómo intentaron que me olvidara, pero mi rostro seguía apareciendo en sus sueños. Lo mucho que luchó por escapar cuando Morfeo lo encogió y lo metió en una jaula mientras yo me veía obligada a conseguir la corona.

Entonces aparece la escena más aterradora, la que sólo he imaginado en mis pesadillas más oscuras.

Sedosa entra en la jaula de Jeb, es del mismo tamaño que él. Se sienta sobre una rodaja de pera que se balancea hacia un lado y le cuenta mi destino. Siento su terror e impotencia cuando salta, tan desesperado por llegar a mí que da cabezazos contra la jaula hasta que se rasga la piel.

¿Morirías por ella, caballero mortal? —Las palabras de Sedosa lo detienen.

Aprieta las barras con las manos y la mira con los ojos inyectados en sangre, ardiendo.

Si eso la envía a casa, sí.

Sedosa le devuelve la mirada, sin pestañear.

¿Estás dispuesto a ir más allá de la muerte? ¿A estar perdido para todos, incluso para ti mismo, en un lugar donde los recuerdos se los lleva una marea tan negra como la tinta? Para liberar a Alyssa, tienes que tomar el lugar de la Reina Marfil en la galimajaula.

Hay un momento en el que duda. Noto el latido de su corazón, luchando por la supervivencia, y a su mente intentando encontrar otra manera. Entonces, se le ralentiza el pulso, decidido.

Sí. Lo haré.

Entonces así será.

Sedosa lo saca volando de la jaula y lo dirige hacia una caja de peltre del tamaño de un armario.

Jeb acaricia las rosas gigantes de color blanco, que están situadas fuera de la caja, mientras observa el rostro de Marfil que cabecea en la superficie. Saca un cuchillo del bolsillo, se sube la manga y pasa el lado plano de la hoja por su brazo mientras observa las rosas. Su lienzo. Los hombros le caen, derrotados.

Necesitará cada gota de mi sangre.

¿No es ese el verdadero significado del sacrificio? ¿Dar más de lo que alguna vez pensaste que tenías para salvar a la persona que amas? —pregunta Sedosa a su espalda.

Se le tensa la mandíbula.

—¿Hay algún pincel?

El hada le pasa uno.

Se concentra en sus manos que se mueven inquietas.

No… No puedo dejar de temblar.

Sedosa le aprieta la muñeca.

Tú puedes. Eres un artista y ésta es la obra más importante que vas a crear.

Jeb se limpia las gotas de sudor que le descienden por la frente.

Mi padre nunca creyó que lograría algo con mi arte.

Sedosa sonríe con tristeza y se mantiene suspendida en el aire para darle espacio.

Entonces, con cada pincelada le demostrarás que estaba equivocado.

Jeb rechina los dientes de dolor cuando con cada pincelada las rosas blancas como la nieve se vuelven de color rojo.

La imagen se hace borrosa, cae el telón y la lámpara se enciende.

Jeb y yo nos miramos.

—Dime —empiezo a hablar soportando las emociones que se apilan en mi garganta como si fueran rocas—, ¿cómo puede alguien competir con eso? —Las lágrimas se amontonan en mis ojos pero las mantengo a raya—. Sólo un artista. Pintaste mi libertad con tu sangre. Sólo un patinador. Volaste por una sima en un monopatín hecho con una bandeja de té para ponerme a salvo. No necesitas magia, Jeb. —Le toco el rostro e inclina su mejilla con la barba de tres días raspando mi palma. Todo su enfado y su dolor han desaparecido—. Tú te encargaste de todo lo que nos sucedía, ayudándote del ingenio y valor humanos.

Eres mi caballero. No tienes que probar nada más. Ni a tu padre, ni a mi madre, ni a Morfeo ni a mí. Ya has demostrado que eres el chico que siempre supe que eras. El chico al que amo.

El apremio oscurece sus ojos. Me acerca bruscamente a él, besa los tatuajes de mis ojos y desliza sus labios por los míos con sus pulgares en mis sienes, acariciándolas de forma dulce. Sabe a galletas de rayos de luna, a almendras, azúcar y encantos.

Me estrecha entre sus brazos y me sujeta tan fuerte que apenas puedo respirar. Acaricio el vello suave que asoma por la chaqueta. Aun cuando nuestros sentimientos están a flor de piel, estar envuelta en sus brazos sigue siendo el lugar más seguro del mundo. No quiero apartarme nunca.

—¿Qué sucedió después de eso? —pregunta con la voz tan ronca que enfría la felicidad momentánea—. Necesito saber lo que hiciste para liberarme de la caja. Tuvo que ser más que un beso. —Coloca un brazo entre los dos para apartarnos—. Tienes que decírmelo, Al.

Lo llevo hasta la chaise longue volcada. Él la coloca en su posición y nos sentamos. Se lo cuento todo: cómo utilicé mi único deseo, cómo derroté a la Reina Roja y lo que Morfeo hizo por mí para que pudiera volver a casa. Después me derrumbo y le cuento la vuelta de Morfeo. Cómo me engañó, pero no puedo decirle por qué, ya que he hecho un juramento de vida mágica.

—Entonces Roja también ha vuelto —masculla Jeb.

—Planea destruir el País de las Maravillas. Soy la única que puede detenerla.

El pavor en el rostro de Jeb me hiela la sangre.

—¿Por qué tú? Deja que Morfeo se enfrente a ella.

—Morfeo no está aquí para enfrentarse a ella. Él se enfrentó a la Hermana Dos para que pudiera salvarte. —Una fuerte sacudida de preocupación me embarga. ¿Por qué no ha aparecido todavía?

Jeb se restriega el rostro con una mano.

—Vale. Sin tener en cuenta que ha hecho una o dos cosas nobles, te ha arrastrado a esto y me ha utilizado para hacerlo. Tú saliste de ese mundo. Elegiste nuestro lado de tu sangre. Elegiste quedarte aquí, pero él no respetó esa decisión y te ha manipulado para involucrarte en sus planes otra vez. No puedes volver allí. La primera vez estuviste a punto de morir haciéndote pasar por uno de ellos.

Todo lo que dice Jeb cae en saco roto cuando las palabras haciéndote pasar resuenan en mi mente como un gong.

Mi mosaico.

Las criaturas se abren paso por los árboles estériles, algunas con coronas y otras con picos o alas. Todas ellas llevan máscaras. Es un baile de disfraces. Las alas, los picos y las coronas son parte de los disfraces. Disfraces de cuentos de hadas. El bosque está hecho de atrezo, probablemente de los árboles que pudieron salvar del incendio que provoqué en el gimnasio. Las criaturas deslizándose en alfombras mágicas son personas patinando.

La Caverna.

Y la donación de la clase de último curso para el orfanato, el disfraz perfecto para un ejército de juguetes zombis.

Me arde la cara.

—Tengo que hablar con mi madre ya. —Agarro la mano de Jeb y obligo a que se levante, tirando de él hacia la puerta.

—¿Por qué?

Vuelvo a recordar las extrañas palabras del lazo de la Reina Granate: La Reina Roja vive y quiere destruir lo que la traicionó.

—Lo que la traicionó —digo, sopesando cada palabra—. Roja quiere vengarse de la vida que elegí vivir. Según ella, eso es lo que hizo que yo la traicionara. Mi vida de adolescente normal. ¡Planea atacar el baile de graduación!