6

Identidad robada

El payaso no ha vuelto a perseguirme tras la pesadilla. Lo metí en la basura bajo algunos papeles y revistas mientras mamá dormía. El juguete era más pesado de lo que imaginaba, pesaba casi como un niño pequeño, y parecía retorcerse en mis brazos.

Era incluso más inquietante porque, aunque no recuerdo dónde, lo he visto antes. Le dije a mamá que le diera el juguete a una enfermera para que lo llevara a la sala de pediatría, que era de un completo extraño.

Extraño. La descripción perfecta de Morfeo. Es más extraño que cualquier persona o criatura que haya conocido jamás. Y, madre mía, tengo una larga lista con la que comparar.

El miércoles por la mañana papá me dejó en el instituto veinte minutos antes.

Estoy exhausta. Después de que el martes me dieran de alta del hospital, me negué a tomar los sedantes que me recetó el médico de guardia. Entre el dolor de las heridas y que no dejaba de pensar en la clienta de Jeb y en que Morfeo ha llegado a mi vida diurna, no conseguí conciliar el sueño.

—Estás pálida incluso con el maquillaje. —Papá me pasa la mochila por el asiento cuando me bajo de la furgoneta—. Espero que no estés forzándote demasiado.

No puedo contarle la verdadera razón por la que tengo la cara lívida. Y su preocupación no es nada teniendo en cuenta cómo se siente mamá desde que salí del hospital. No ha dejado que nadie me visitara, insistía en que necesitaba descansar, así que no he podido ver a Jeb ni a Jenara. Como mi nuevo móvil no estaba cargado ni configurado, mantuve una corta y poco gratificante llamada por el fijo con los dos. Jeb respondió con evasivas cuando le pregunté por la clienta, insistió en que lo habláramos en persona. Evidentemente, eso no ayudó a calmar mis nervios.

Las últimas palabras de mamá cuando he salido esta mañana han sido: «No estoy segura de que ir al instituto tan pronto sea buena idea. Tal vez deberías tomarte un día libre mientras arreglan el pinchazo de tu coche».

De algún modo, me las arreglé para convencer a papá de que me llevara de todas formas y ahora no voy a amilanarme.

—Papá, por favor, no permitas que la paranoia de mamá te afecte. Perséfone me ha dado toda la semana libre. Me voy a aburrir en casa. Tengo exámenes y de ninguna manera voy a ir a la escuela de verano. Quiero graduarme con mi clase.

Planto los pies en una postura de terquedad. Tengo que ganar esta discusión. Si no encuentro a Morfeo hoy, vendrá a buscarme a casa. Eso es lo último que mamá necesita.

Papá tensa las manos en el volante. La luz del sol entra a través del parabrisas e ilumina su anillo de matrimonio y el logo de plata de su camisa de trabajo.

—Dale un respiro a mamá. Nos diste un gran susto. Tiene problemas de estabilidad.

Me muerdo la mejilla.

—Lo entiendo pero sus miedos son infundados. El peligro ya ha pasado. —Mentira. Está a la vuelta de la esquina—. Soy más fuerte de lo que pensáis, ¿vale?

Su expresión se relaja.

—Lo siento, mariposa. A veces olvido lo mucho que has crecido en el último año. —Me ofrece una sonrisa sincera—. Que pases un buen día y mucha suerte con los exámenes.

—Gracias. —Alargo la mano y aprieto la suya antes de cerrar la puerta. Sonrío, me despido con un gesto forzado. No puedo dejar de preocuparme sobre lo que Morfeo esconde bajo la manga de encaje.

Hay normas para las criaturas de las profundidades que penetran en el reino de los humanos. A menos que quieran que les vean como realmente son, con esos extraños rasgos sacados de un cuento de hadas, tienen que camuflarse en un cuerpo humano. Deben intercambiarse con uno. Y al mismo tiempo, el humano tiene que quedarse en el País de las Maravillas para que no haya dos personas iguales merodeando por el reino mortal y no puede volver hasta que su doble de las profundidades ya no necesite su cuerpo. Sólo entonces pueden continuar con su vida y con su identidad.

Lo que significa que Morfeo ha coaccionado a alguien para que baje por la madriguera del conejo. Y también quiere decir que puede que no reconozca a Morfeo, y eso le da una gran ventaja.

Como si necesitara más de la que ya tiene.

El cielo está despejado y el sol me calienta la espalda. Esta vez he sido yo quien ha ganado la discusión con mi madre sobre la ropa y llevo una minifalda de tul de color rosa añejo, un pañuelo, un corsé gris, mallas estampadas y unas botas negras acordonadas hasta las rodillas. Me dirijo hacia la puerta del porche e intento convencerme de que estoy lista para plantarle cara.

Cuando me abro camino a través de los coches —algunos están ocupados y con la música a todo volumen y otros están vacíos— el Chevy Sidestep naranja y oxidado de Corbin aparece ante mí. Él y Jenara están aprovechando para darse tórridos besos antes de que suene el timbre.

En cualquier otro momento me habría alejado y les hubiera dado privacidad pero hoy necesito información sobre el nuevo estudiante de intercambio. Jen siempre está al tanto de todos y de todo lo que sucede en el instituto Pleasance.

La balada country se escapa por la ventana rajada del lado del copiloto. Me aclaro la garganta y golpeo la ventanilla con la palma, amortiguando el sonido con los guantes sin dedos.

Corbin abre los ojos y casi se le salen de las órbitas, empuja a Jen y me señala. Jen chilla, abre la puerta y me arrastra al asiento con ella para abrazarme mientras echa a un lado a Corbin para hacer espacio. El busca a tientas el vaso para que no quede aplastado entre su cadera y la puerta.

—Lo siento —le digo por encima del hombro de Jen.

Corbin inclina la barbilla en respuesta y ofrece una tímida y expectante sonrisa. No hay duda de que está esperando a que lo salude como normalmente hago, chinchándolo por el colegueo que se llevan él y Jeb. Comparten la afición por los coches y han estado discutiendo sobre las reparaciones del Chevy de Corbin. Qué pena que Jeb no tenga tiempo para él. Bienvenido a mi mundo, Corb.

—Estoy tan contenta de que estés aquí —chilla Jenara, abrazándome con fuerza. El aroma de su champú me envuelve—. Verte en el hospital, con todos esos cables, tubos y máquinas a tu alrededor… —Se separa para estudiarme con expresión lastimera—. Era como si tus peores pesadillas se hubieran hecho realidad.

Se refiere a los miedos que me acechaban en el pasado: estar atada e indefensa en un psiquiátrico, pero me viene a la mente la destrucción del País de las Maravillas que Morfeo me mostró mientras estaba inconsciente. Pienso en las telarañas envolviendo mis sueños provocados por el sedante y no tiene ni idea de hasta qué punto ha dado en el clavo.

—Ya estoy bien. —Le doy palmaditas en la muñeca.

Ella me aparta un mechón de pelo de la frente.

—No vuelvas a hacer algo así, ¿vale?

—Vale, vale —sonrío—. Te pareces a tu hermano. Por cierto, ¿te ha dicho algo sobre la cita con la heredera? Estaba muy callado anoche cuando hablamos por teléfono.

Jen entrecierra los ojos maquillados con perfilador negro y me mira.

—Deja de preocuparte. Eres su mundo… su musa, ¿verdad, Corbin?

—¿Eh? —Corbin despega la boca de la pajita que sobresale de la tapa de Coca Cola—. Oh, claro —dice con su profundo acento sureño—. Sólo tiene ojos para ti. —Sonríe de un modo alentador y las pecas de la nariz se alinean como si fueran una constelación pigmentada.

Suena el timbre que avisa de que quedan diez minutos y nos alejamos rápidamente de la furgoneta. Jen se enrolla un tirabuzón de cabello rosa alrededor del dedo y se lo sujeta sobre la oreja con un pasador de perlas que va a juego con la falda de red marfil que lleva por encima de los vaqueros estrechos. Le pasa la mochila a Corbin. Seguimos a una multitud de estudiantes que están encerrados en nuestra propia conversación.

—Entonces, ¿os ha hablado Jeb del chico que lo ayudó a llamar a la ambulancia? —pregunto—. Dijo que iba a matricularse aquí…

—Sí. —Corbin responde después de tomar otro sorbo de Coca Cola—. Se inscribió ayer. Un estudiante de último curso de Cheshire, Inglaterra.

De Cheshire.

—Claro —digo en voz baja. Hora de averiguar de quién es la vida y la identidad que tomó prestada para llevar a cabo esta locura—. ¿Cómo se llama? —insisto.

—M —responde Jenara.

—¿Qué? ¿Eme, diminutivo de Emmett?

—No. La letra del alfabeto.

No sé si reír o vomitar.

Entramos en el porche, las baldosas brillan bajo nuestros pies. Nuestro pequeño trío se ve rodeado de otros alumnos que me bombardean a preguntas: ¿Cómo es estar al borde de la muerte? ¿Viste algún fantasma cuando estuviste en coma? ¿El cielo es como en las películas?

Es raro pero, por una vez, ser el centro de atención no es tan malo. Que hablen de mí por otra cosa que no sea la forma en la que visto o de mis antepasados me hace sentir casi normal… aceptada.

Después de que los compañeros de clase se queden tranquilos con mis respuestas comedidas y sigan su camino, Jenara reanuda nuestra conversación.

—El segundo nombre del chico de intercambio es Rethen.

Frunzo el ceño y repito la palabra en mi mente. Rethen. Las mismas letras que nether, el comienzo en inglés de la palabra «profundidades». Es un anagrama. No hay nada sutil en Morfeo.

—Deberías ver el increíble deportivo que tiene —añade Corbin—. Se lo deja a todo el mundo. Ayer lo conduje para ir a almorzar.

Aprieto los dientes. El estúpido ni siquiera intenta pasar desapercibido. Está alardeando de lo cerca que puede estar de todos los que me importan, lo fácil que es adaptarse en mi mundo, como una advertencia.

Quiero decirles a los dos que se alejen de él pero, ¿cómo justifico la petición si se supone que todavía no lo he conocido?

—Y Al. —Jen sonríe—. Te va a encantar su estilo chic mata-bichos.

—Ya estamos. —Corbin pone los ojos en blanco.

Jen le da un codazo.

—Cállate. A Al le va eso. —Engancha un brazo alrededor de mi codo—. Quiere ser lepidopterista o entomólogo o como se llame eso. Me ha inspirado una nueva línea completa. Vaqueros desteñidos, botas de piel de serpiente y sombrero de cowboy con un cordel de…

—Mariposas alrededor del ala —termino por ella con el corazón saltándose uno o dos latidos.

Jen y Corbin se me quedan mirando sorprendidos.

—¿Cómo sabías eso? —pregunta Corbin.

—Jeb lo mencionó —miento y me aclaro la garganta para darle efecto.

—Ah. —Los ojos de Jenara (del mismo color verde musgo que los de su hermano) brillan bajo el velo de la sombra de ojos gris—. Bueno, diseñé algunos accesorios con bichos muertos ayer, a última hora. Vas a venirte con nosotros después de clase, ¿no?

Asiento.

—Te enseñaré los bocetos después. Usé como modelo a M. Es de esa clase de tíos buenos andróginos.

—Como yo, ¿no? —Corbin le da un golpecito a Jen en el culo con su mochila antes de pasársela. Con un brazo entrenado, lanza el vaso de Coca Cola vacío al cubo de la basura que hay a unos pasos y aterriza hábilmente dentro—. Seguro que tu cowboy inglés unisex no hace eso. El truco está en las manos. —Mueve los dedos en dirección a Jen—. Tengo habilidades de hombre, nena. Por eso soy quarterback titular.

Ella se enfurruña.

—¿De verdad? Yo diría que son habilidades de conserje —bromea.

Corbin se ríe y desaparece por la esquina. Jen me abraza y nos dirigimos a la primera clase del día.

Me siento en mi escritorio. Morfeo no da señales de vida aunque es el tema de casi todas las conversaciones y las notas escritas de las chicas. Consigo leer una sobre el hombro de alguien:

He oído que se metió en problemas con la familia y son tan ricos que lo enviaron para que viera cómo vive la gente normal. ¡Vivan los americanos ordinarios! La M viene de su padre, Mort, pero él es un rebelde. *babean*

Así que no sólo es rico, británico y excéntrico, también es un chico malo y un rebelde. Fantástico. Una vez más, está moviendo los hilos para influenciar a todo el mundo.

Permanezco sentada durante tres insoportables horas —dos exámenes y revisión de ejercicios— sin verlo ni una sola vez. Supongo que ha organizado su horario de forma totalmente opuesta al mío para que me preocupe por dónde está y lo que está haciendo. Otro artificio para desestabilizarme.

Cuando voy por el sótano de camino a la cuarta clase, decido abandonar el pasillo y echar un vistazo por las puertas de todas las clases de último curso para encontrarlo, decidida a verlo antes del almuerzo. Lo último que quiero es enfrentarme a él en una cafetería llena de gente.

Me deslizo en el baño de chicas a esperar a que suene el timbre y a que se vacíe el pasillo. Hay un pequeño hueco gris justo debajo de las taquillas de la primera planta. Tuberías defectuosas recorren el techo blanco y sucio. Manchas oxidadas se ramifican como venas de color marrón-amarillento y el olor a moho se extiende en el aire.

Es sólo cuestión de tiempo que las tuberías causen una fuga en el gimnasio situado en la planta de arriba y lo arruinen todo, motivo por el cual el dinero recaudado por nuestra clase se utilizará para instalar nuevas tuberías de cobre este verano.

Suena el tardío timbre. Espero que se acallen las voces y que se cierren las puertas. Los rayos de sol se filtran por un tragaluz que hay en el lugar donde la pared se une con el techo. El cristal con bisagras está levemente abierto y deja entrar un poco de aire fresco, el suficiente para hacer el ambiente soportable.

Un coro de insectos y plantas susurran, entremezclándose en un murmullo sin sentido. Telarañas cubren las hojas de las ventanas y se mueven con la brisa como si me saludaran unos pañuelos fantasmales.

Observo mi reflejo en el espejo cubierto de polvo, centrándome en el mechón de cabello rojo, y lo imagino moviéndose como las telarañas, una cadena invisible preparándose para bailar. Cuando me concentro, empieza a enroscarse y desenroscarse.

Se me tensan los músculos. No es seguro utilizar mis poderes en el instituto. Mezclar las dos partes de mi vida que he intentado mantener separadas durante meses. Si no voy con cuidado, el resultado podría ser incontrolable.

Ignoro el temor que siento y me concentro más hasta que resurgen oleadas de magia. El cabello se balancea y gira hasta que se posiciona en ángulo recto con las hebras rubio platino que lo rodean. Se parece tanto al horrible sueño del hospital, a la espada de sangre…

Como si los recuerdos lo desencadenaran, una imagen empieza a formarse detrás de mi reflejo. La concentración empieza a flaquear y el mechón de pelo cae sin fuerzas. Hay una masa de dibujos a cuadros blancos, rojos y negros en el cristal que se va convirtiendo en el payaso del hospital. Ahí aparece, con proporciones más grandes, como si estuviera mirando un espejo de la casa de la risa. Agita una bola de nieve en sus manos y sonríe con los dientes plateados y afilados como clavos. Me tiemblan las rodillas pero me mantengo firme, repitiéndome a mí misma que es producto de mi imaginación.

Si me doy la vuelta, se habrá ido.

Por favor; que no esté ahí… por favor, por favor, por favor

Reúno coraje y me giro.

No hay nada más que paredes y sillas. Respiro hondo y vuelvo a enfrentarme al espejo. El payaso del reflejo ha desaparecido.

Quizás papá tuviera razón. Tal vez me estoy forzando demasiado…

Se escucha un portazo procedente del pasillo, lo que me recuerda la razón por la que estoy escondiéndome aquí. Morfeo.

Esto tiene que ser uno de sus trucos.

Espero a que se haga el silencio y me aventuro a salir. Sólo he dado dos pasos cuando la risa burlona y familiar de Taelor Tremont rompe el silencio.

Alguien la hace callar y le siguen diversas risitas tontas de niñas y una risa perversa que conozco mejor que las cicatrices de las palmas de mis manos.

Enrosco las manos alrededor de las correas de la mochila y echo un vistazo por la esquina.

Ahí está, de espaldas, a sólo unos pasos. Alto y ágil. Con un chaleco de cuero y una camiseta ajustada que marca sus anchos hombros. También lleva unos vaqueros estrechos. De quienquiera que sea el cuerpo que ha robado, se parece mucho al suyo aunque su pelo es más corto. No veo flequillo bajo la parte trasera de las alas del sombrero de cowboy.

Levanta un póster para pegarlo en la pared que dice:

JUGUETES PARA UN FINAL DE CUENTO DE HADAS;

DALE HOY A LOS NIÑOS ENFERMOS UN «VIVIERON

FELICES Y COMIERON PERDICES»

Es un recordatorio del evento de caridad que la clase de último curso organiza desde hoy hasta el viernes. Para poder entrar a la fiesta de graduación, todos los asistentes tienen que contribuir con un juguete nuevo para los niños del hospital local. En la pared hay una caja para donaciones que ya está medio llena.

Cuatro chicas del consejo de estudiantes de último curso rodean a Morfeo y le dan su opinión sobre el lugar idóneo donde colocar el póster. Taelor y Twyla discuten sobre quién debe pegarlo. Aunque afirman ser las mejores amigas, pasan la mayor parte del tiempo discutiendo y compitiendo. Es como una relación simbiótica entre un hongo parásito y su huésped. Pero todavía no he averiguado quién es el hongo. Kimber y Deirdre completan el cuarteto, las portadoras de las cintas adhesivas.

Las cuatro babean por Morfeo como si fuera un miembro de la realeza. Tan sólo es su segundo día aquí y ya ha hecho más progresos que yo en toda mi vida estudiantil. Contengo una oleada de envidia.

Como si pudiera sentir que lo estoy mirando, se da la vuelta. Por un momento, parece otra persona, un extraño. Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, es Morfeo con los tatuajes que rodean sus ojos y las joyas en los extremos que reflejan sus estados de ánimo.

Gimoteo cuando extiende las oscuras alas detrás de sus hombros, ensombreciendo a mis compañeras de clase. Ahogo un grito y me vuelvo a esconder en la vuelta de la esquina, aplastada contra la pared, con la mochila apretujada entre mi espalda y los fríos azulejos.

Creía que estaba preparada para verlo en mi mundo, pero me paraliza ver cómo trastorna todo lo que alguna vez fue normal, sacando a la luz lo que tanto me he esforzado por esconder… Contengo la respiración, las orejas me arden y espero los gritos horrorizados de las chicas cuando se den cuenta de lo que es, lo que soy.

En vez de eso, sólo llegan a mis oídos más susurros coquetos y risitas tontas.

Me recompongo y vuelvo a mirar. Taelor y las otras, que van de femme fatale, están subiendo las escaleras.

—Recuerda —le dice Taelor a Morfeo con su voz más provocativa— que me has prometido dejarme conducir tu coche sexy en el almuerzo.

Las chicas desaparecen de la vista.

¿Cómo se han podido perder lo que yo he visto con tanta claridad?

Morfeo se vuelve hacia mí con las alas totalmente desplegadas. No hay nadie más en el pasillo pero el corazón me aporrea las costillas como si estuviéramos exponiendo mi secreto y el suyo al mundo entero.

Me echo hacia atrás y me escondo una vez más en el baño.

Antes de que la puerta se cierre, aparece en el umbral. Los rayos de sol que entran por la ventana destacan sus ojos oscuros delineados elegantemente. Es la única parte de él que reconozco en este momento. La cara y el cuerpo se parecen sorprendentemente a los suyos pero pertenecen a algún chico humano que jamás he visto.

Es como un vaso roto, delicadamente angular con luna fina cicatriz que va desde la parte izquierda de la sien hasta la mejilla, dañado pero precioso. Tiene la piel dorada, muy diferente a la tez de alabastro de Morfeo. También un hoyuelo similar al mío. Debe de tener mi edad aproximadamente y parece que va al instituto.

Morfeo se quita el sombrero, lo que revela un cabello muy corto teñido de un azul tan intenso que casi brilla.

—Alyssa. —La voz es la suya, sin lugar a dudas. Profunda y sensual con un toque de malicia—. Estás mucho mejor que la última vez que te vi, aunque debo admitir que la ropa mojada que llevabas te quedaba muy bien.

Todas las células de mi cuerpo quieren zarandearlo hasta que su interior esté tan confuso como el mío. Justo cuando pensaba que tenía la oportunidad de ser normal, vuelve y lo arruina todo. Dejo caer la mochila con un ruido sordo.

—No quiero… —Se me traba la lengua—. No quiero ni preguntar.

Hace una mueca, esboza una sonrisa pícara, desconocida en esos nuevos labios carnosos, pero igual de exasperante.

—Entonces déjame que pregunte por ti. —Alterna su mirada entre el techo manchado de óxido y yo—. ¿Qué está haciendo una preciosa reina como tú —arruga la nariz— en un lugar apestoso como este?

—Déjalo ya. —Frunzo el ceño—. Lo que has hecho no tiene ninguna gracia. El chico al que le has robado el cuerpo… ¿Quién es?

Morfeo se coloca el sombrero en la cabeza y lo inclina. Una línea de cadáveres de mariposas de color blanco grisáceo se mueve en el ala.

—Se llama Finley. Es un chico solitario, un músico acabado. Lo encontré drogado y fuera de sí en Grimsby, una antigua ciudad pesquera de Inglaterra.

—¿Fuera de sí? ¿Así es como lo convenciste para ir al País de las Maravillas?

—No tuve que hacerlo. Era infeliz con su vida. Mira cuántas veces ha intentado quitarse la vida.

Vuelve los brazos. Debajo de cuatro pulseras de cuero trenzado hay dos serpientes tatuadas que se extienden por su piel desde los codos hasta las muñecas. Los tatuajes logran disimular parte de las marcas de los intentos de suicidio y de las agujas, pero también esconden la marca de las profundidades de Morfeo, la única parte de él que todavía permanece, incluso mientras adquiere la apariencia de otro chico.

Pienso en la marca que llevo bajo la bota, en el tobillo izquierdo, y en cómo siempre será una parte de mí sin importar cuántos tatuajes o mallas me ponga para cubrirla.

Se me cierra la garganta, dificultándome la respiración.

—¿No aprendiste nada con Alicia? No puedes simplemente alejarlo de aquellos a quienes les importa. Habrá reacciones, consecuencias.

Morfeo da un golpecito en el galón de cuero que lleva cuidadosamente atado al cuello.

—Lo elegí con mucho cuidado. No tiene a nadie que lo quiera. Le hice un favor. Posiblemente incluso le haya salvado la vida.

Me laten las sienes.

—No, no, no. No eres quién para decidir algo así. Él tiene una vida que se supone que debe vivir aquí, no importa lo miserable que sea. Algo podría haberlo hecho cambiar, haberlo sacado de su depresión. Le has quitado la oportunidad de redimirse…

—Un alma dañada a cambio de miles de vidas siendo una criatura de las profundidades. Es un trato justo.

El ceño se hace más profundo. Por mucho que odie su despreocupación y sus turbias tácticas, comprendo su lealtad por el País de las Maravillas y por sus amigos. Entonces, ¿por qué él no puede empatizar con mi lealtad hacia este mundo?

—Deja de preocuparte por Fin —dice con voz suave—. Lo están atendiendo bien. Se lo entregué a la Reina de Marfil para que jugara con él.

Aprieto los dientes.

—Marfil no haría eso.

—¿No? ¿Has olvidado cuánto anhela un compañero? Le expliqué su situación, que se estaba muriendo de soledad en el reino humano, que necesitaba que lo curara el amor. Cuando conoces la debilidad de alguien, es más fácil de manipular. Pero tú conoces muy bien esa estrategia, ¿no?

Recuerdo el sueño del hospital —los gritos de Jeb resuenan en mi cabeza— y hago un gesto de dolor.

Morfeo se me acerca.

—Uno debe hacer lo necesario para proteger a los que ama. —Su expresión es sincera y algo ilegible acecha tras su mirada impenetrable. Esa afirmación va más allá de la referencia al País de las Maravillas. Desafortunadamente estoy demasiado distraída por su dominante presencia como para analizarlo.

Coloco la mano en su pecho para que haga de barrera.

—Mira, si vas a estar en mi mundo, hay unas pautas sociales que debes seguir. Primero, hay una cosa que se llama espacio personal; Así que, cuando te encuentres con alguien, yo incluida, tienes que imaginarte que están rodeados por una burbuja impenetrable. —Señalo líneas invisibles a mi alrededor con la mano libre—. No traspases los límites de la burbuja. ¿Está claro?

Los músculos del pecho se mueven bajo mi palma; entonces da un paso atrás con las botas de cowboy raspando el suelo lleno de arena.

—Aparentemente, tus amigas, esas de risa fácil, se han olvidado de ponerse las burbujas hoy.

Le lanzo una mirada de disgusto.

—No son mis amigas, y ¿qué hay de ese truco que has hecho allí, enseñando tu verdadera naturaleza para que la viera todo el mundo? Eso no está bien. No entiendo cómo no se han dado cuenta pero, ¡no puedes volver a hacerlo!

Resopla.

—¡Ah, bendita Alyssa! Sólo tú puedes ver esa parte de mí.

Atrapa la correa de mi mochila, que está en el suelo, con la punta del pie y la arrastra hacia él. Trato de arrebatársela pero es demasiado rápido. Morfeo abre la cremallera de la mochila y busca entre los libros y papeles.

—Si hubieras estudiado lo esencial del País de las Maravillas en vez de estas tonterías sin sentido de cerebro mortal sabrías cómo funciona la esencia. —Saca el libro de biología, hojea algunas páginas y llega a un diagrama del cuerpo humano. Lo gira hacia mí—. Para convertirme en Fin tuve que imprimir su forma sobre la mía antes de traspasar el portal hacia este mundo. Llevar esta máscara, me quita la mayor parte de mi poder. Si hubiera tenido que dejar de lado mi esencia, aunque fuera por un instante, me habría esperado hasta que hubiera podido volver a visitar a Fin para realizar otra impresión. —Cierra el libro de golpe con una mano—. ¿Pero tú? Hay momentos en que puedes distinguir atisbos de realidad, que puedes penetrar a través de las grietas de mi máscara y verme tal como soy. Porque has aprendido a mirar a través de las lentes de las profundidades.

Ojalá fuera tan fácil verle con tanta claridad en vez de estar preguntándome constantemente qué está tramando.

—Terminemos ya con esto. Estoy cansada de juegos.

Inclina la cabeza como un cachorro que intenta entender los deseos de su amo.

—No he estado jugando a nada.

—Claro. —Me planteo sacar a colación al payaso pero no hay razón para perder el tiempo esperando a que lo reconozca. Es mejor fingir que voy a cooperar para que me cubra las espaldas—. Dime, exactamente ¿cómo se supone que debo ayudarte con la Reina Roja para que puedas devolver a Finley —lo miro de arriba abajo— a su vida?

Suena el timbre y se me ponen los nervios de punta. Charlas y risas se filtran a través de la ventana y se vislumbran sombras en movimiento en la parte inferior de la puerta cuando la gente pasa.

Morfeo guarda el libro y cierra la mochila.

—Tengo una cita para el almuerzo. Hablaremos mañana. En algún lugar, en algún momento. Tienes hasta entonces para reunir ingenio y recoger tus mosaicos. Te están intentando decir algo y con un poco de ayuda mágica puedo ayudarte a descifrarlo. Después de eso nos vamos al País de las Maravillas.

¿Veinticuatro horas para despedirme de todos y de todo lo que quiero? Eso no va a pasar.

—Espera, Morfeo. Tenemos que hablar de esto.

—M —corrige—, y no hay nada de lo que hablar.

Sacudo la cabeza disgustada no sólo por su tono desdeñoso sino por el estúpido nombre que insiste en usar.

—¿Por qué no utilizaste el nombre de Fin?

—¿Y que alguien lo reconozca?

—¡Ajá! —Apunto a su nariz—. Así que tiene familia.

Me coge rápidamente de la muñeca.

—Prácticamente todo el mundo tiene familia en tu mundo, Alyssa. Por desgracia para Fin, a la suya ya no le importa demasiado dónde esté, pero un tipo como él es dado a tener enemigos. No necesito problemas, así que sólo tomé su apariencia, no su identidad.

—Yo tampoco necesito problemas. —Me libero de su agarre de un tirón, cojo la mochila y me dirijo hacia la puerta—. No estoy preparada para volver al País de las Maravillas. Tengo cosas que hacer aquí.

Despreocupado, se vuelve al espejo para ajustarse el sombrero.

—Ah, así que estás ocupada. Tal vez mientras encuentras tiempo para el País de las Maravillas me pueda entretener con la pequeña y encantadora Jen. Me gusta su pelo rosa y sus ojos verdes y brillantes. —Su voz es baja y provocativa—. Son como los de su hermano.

El temor se anuda en la base de la garganta y, con un golpe, aparto la mochila a un lado.

—Mantente alejado de la gente que quiero, ¿me oyes?

Como no contesta, le agarro del codo para obligarlo a mirarme.

Antes de que pueda reaccionar, atrapa mi cintura y me coloca el trasero sobre el borde frío del lavabo. Me retuerzo encontrándome frente a su pecho. Me inmoviliza con su cuerpo, agarrando el lavabo de porcelana que hay detrás de mí. Demasiado cerca para sentirme cómoda.

—Vaya —se burla—. Parece que tu burbuja se ha encogido.

Miro hacia atrás pero no puedo retroceder sin caerme en el lavabo.

—Si de verdad deseas proteger a los que amas —continúa con el mismo tono burlón—, vas a prestar atención a lo que estoy diciendo. ¿Vale más tu comodidad que su seguridad?

La comprensión me atraviesa de forma violenta y amarga.

—No estabas hablando de Finley, ¿no? Yo soy el alma que estás dispuesto a sacrificar por el País de las Maravillas, ¿verdad? Mis ojos se encuentran con los suyos y la determinación que veo confirma mi temor.

Hace un mohín mientras juega con la bufanda que llevo al cuello.

—La guerra nunca es bonita, Alyssa.

Contengo un sollozo. La advertencia que escuchó mamá de las flores y los bichos era cierta. Morfeo me está castigando.

—Entonces, ¡sabes que no tengo ni la más remota posibilidad pero aun así me envías tras ella! —Lo empujo pero no se mueve.

—O vas tras ella o ella vendrá a por ti. Será mejor que guardes tus fuerzas para el País de las Maravillas, donde tienes la ventaja de mantener a tu familia y amigos tras la línea de fuego. —Observa mi cuello donde la cerradura del colgante en forma de corazón de Jeb y la llave descansan sobre la bufanda—. Recuerda lo que casi le sucedió a tu novio la última vez que se vio involucrado, lo cerca que estuvo de…

—No lo digas —ruego.

Morfeo se encoge de hombros.

—Sólo estaba señalando un hecho. Si tuviera que enfrentarse con el País de las Maravillas de nuevo, puede que esta vez no tenga tanta suerte.

El borde del lavabo se me clava en las caderas.

—Bájame. —Mi voz resuena en el vacío del baño aunque con un tono suave y plano.

Con expresión seria e intensa, me baja del lavabo, me da la vuelta, coge la mochila y me coloca las asas por los hombros como una madre que prepara a su niño para ir a preescolar.

—Tenemos mucho trabajo por delante. Tengo que prepararte para tu enfrentamiento con Roja —dice con el aliento cálido contra mi nuca—. Todavía no estás lista para luchar contra ella, pero lo estarás. Eres lo mejor de los dos mundos, por si acaso lo olvidas. Lo único que necesitas es tener fe en ti misma.

Sin decir otra palabra, sale del baño y la puerta se cierra tras él.

Observo las telarañas que ondean en la ventana. Considerando el truco de pacotilla que hice antes con mi cabello, sé que tiene razón. No estoy lista para ningún tipo de batalla mágica.

Pero, ¿qué pasa si se equivoca? ¿Cómo puede ser mejor la mitad de algo que un ser completo? Ni todo el trabajo ni la fe del mundo puede prepararme para enfrentarme con la Reina Roja y sus poderes reforzados.

Un mal presentimiento trepa por mi corazón. Este viaje al País de las Maravillas va a ser mi final. Si corro el riesgo otra vez, perderé algo más que mi vida cotidiana y normal.

Esta vez perderé la cabeza junto con todo lo demás.