Una carta
Dos días después David se sentó a escribir una carta para su padre.
26 de diciembre
Granja Groosham
Isla Cadavera
Norfolk
Querido padre:
Ésta es una carta muy difícil de escribir…
Tan difícil que, de hecho, había tachado tres veces la primera frase antes de sentirse satisfecho, y aun así no estaba muy seguro de haber escrito bien «difícil».
… Ya sé que siempre te he decepcionado. Nunca me ha interesado la bolsa de valores y me expulsaron del Colegio Beton. Pero ahora me doy cuenta de que estaba equivocado. He decidido conseguir trabajo de cajero en el Banco de Londres; si el Banco de Londres no me contrata entonces lo intentaré en el Banco de Alemania. Estoy seguro de que te sentirías orgulloso de mí si fuera banquero pagador.
Borró también la última frase. Entonces sonó la campana para anunciar la hora de la comida y pasó una hora antes de que pudiera sentarse a escribir el siguiente párrafo.
… Pero hay algo que quiero pedirte: POR FAVOR SÁCAME DE LA GRANJA GROOSHAM. No es que no me guste (aunque no me gusta ni tantito). Lo que pasa es que no tiene nada que ver con lo que tú esperas de una escuela. Si realmente supieras cómo es, nunca me habrías inscrito en ella.
Creo que están metidos en cosas de magia negra. El señor Tragacrudo, el subdirector, es un vampiro. El señor Oxisso, maestro de cerámica, estudios religiosos y matemáticas, es un muerto, y la señorita Pedicure, maestra de inglés e historia, ¡debe tener por lo menos seiscientos años de edad! Vas a pensar que estoy loco cuando leas esto…
David leyó lo que había escrito y pensó que era muy probable que estuviera loco. ¿Realmente le estaba sucediendo todo eso?
… Pero, te lo aseguro, te estoy diciendo la verdad. Creo que quieren convertirme en una especie de zombi como hicieron con mi amigo Jeffrey. Ya no me habla. Ya ni siquiera me tartamudea. Y estoy seguro de que, si me quedo más tiempo aquí, seré el próximo.
David respiró hondo. Le dolía la mano y se dio cuenta de que estaba apretando demasiado la pluma, tanto que era un milagro que la tinta llegara hasta la plumilla. Obligándose a relajarse, se acercó la hoja y comenzó otra vez:
No puedo explicarte todas las cosas que me han pasado desde que llegué aquí. Pero me han herido, me han drogado, amenazado y asustado a muerte. Ya sé que el abuelo acostumbraba a hacerte todo eso cuando eras joven, pero no me parece justo que me pase lo mismo a mí, sobre todo cuando no he hecho nada malo y además no quiero ser un zombi. Por favor, por lo menos visita la escuela. Así te darás cuenta de lo que te digo.
No puedo mandarte por correo esta carta porque no hay correo en la isla y si me has escrito no he recibido nada. Voy a dársela a una amiga mía, se llama Julia Green. Planea escaparse mañana y me prometió enviártela. También le di tu teléfono y te va a hablar (por cobrar). Ella te dirá todo lo que me está pasando y espero que la creas.
Debo terminar aquí la carta porque es hora de nuestra clase vespertina: química. Nos están enseñando el secreto de la vida.
¡Auxilio!
Tu hijo,
David
Por lo menos nadie entró en la biblioteca mientras escribía. David había garabateado las palabras viendo con un ojo la puerta y con el otro espejo, de modo que las líneas quedaron torcidas y leerlas le mareó. Dobló la hoja por la mitad y luego otra vez por la mitad. No tenía sobre, pero Julia le había prometido comprar uno —además de la estampilla— tan pronto como llegara a tierra firme.
Si todo salía de acuerdo con lo planeado, el capitán Malasangre llegaría a las diez de la mañana del día siguiente. Julia no acudiría a la segunda clase matutina y se escondería cerca del muelle. Tan pronto como Gregor descargara las provisiones y llevara al capitán a la escuela, ella se escurriría dentro del bote y se escondería debajo de los trapos. La lancha partiría a las once y, para mediodía, Julia estaría viajando rumbo al Sur.
Julia tenía que huir. Era su última esperanza. Pero ésa no era la única preocupación que David tenía en la cabeza de camino al laboratorio de química. Julia mandaría la carta. Su padre la leería. ¿Pero creería una palabra de lo que le decía en ella? ¿Habría alguien que le creyera?
David ni siquiera estaba seguro de creerlo él mismo.