A) Consistiendo el mantenimiento del orden en el núcleo por así decir de nuestro trabajo
(Reglamento interno, Preámbulo línea cinco)
en su triple vertiente preventiva, interventiva y reparativa, tarea compleja para cuyo pleno y satisfactorio cumplimiento nos faltaban no solo los recursos económicos sino también los medios humanos necesarios, lagunas que la jefatura insistía en obviar a pesar de los sucesivos memorandos que supongo duermen unos sobre otros
(seguramente no leídos, la fecha de entrada a lápiz en el ángulo superior derecho, el sello Archívese y la rúbrica de un jefe de sección anónimo)
en los ficheros del sótano de un ministerio cualquiera donde una gota regresa del suelo al tubo de donde vino para caer de nuevo, memorandos que el público lamentablemente desconoce exigiendo por nuestra parte un nivel de servicio imposible de satisfacer debido a las carencias existentes lo que me lleva a pensar que un día no demasiado lejano nos sepultan en un cajón de fichero también con un Archívese y una firma distraída en lo que queda de nosotros oyendo la gota y los crujidos de los muebles afirmando que están vivos, en la casa de mis padres la cantidad de llamadas que me llegan si por casualidad la visito creyendo que me acuerdo de ellos y los ayudo yo que nunca ayudé a nadie sobre todo a los difuntos y los olvidé hace siglos, paso el dedo por un bibelot y polvo, rozo una cortina y polvo, limpio un asiento para descansar en él y polvo bajo el polvo, ni ausencias ni añoranzas, un botón de chaleco o una aguja de ganchillo que no tengo ni idea de a quién perteneció
(¿a mi tía?)
allá en el rodapié, nada que reconozca ni me pueda servir en medio de la indiferencia de las cosas y entonces comprendí que más allá de ustedes muertos el muerto que fui con ustedes, el que soy hoy en la eventualidad de vivo sin relación con el pasado y por tanto qué casa es esta sino un piso de extraños que otros extraños comprarán y las llamadas resentidas conmigo callándose, mis padres callados, mi tía callada, mi boca callada, no volveré a hablar con el que ya no soy
B) consistiendo el mantenimiento del orden como he señalado más arriba en el núcleo por así decir motor de nuestro trabajo recibimos la indicación escrita, clasificada de Reservada, de que en un Barrio de construcciones clandestinas en la periferia de Lisboa, más concretamente el noroeste de la ciudad, habitada por mestizos y negros oriundos de las llamadas ex colonias, designación cuestionable, un grupo o banda de adolescentes de edades comprendidas entre los trece y los diecinueve años algunos ya identificados como problemáticos y con estancias más o menos largas en instituciones adecuadas se dedicaba a actos antisociales de carácter violento, provistos de una cantidad indeterminada de armas blancas y de fuego, en los centros urbanos y autovías que los unen, siendo que tales actos, como resulta fácil entender, empezaban a alarmar a las autoridades legalmente constituidas y a la población en general
(qué túmulo lleno de voces la casa de mis padres, pasando un dedo por las voces polvo, sílabas de polvo que mi gesto borraba
¿qué palabras serían?
en la habitación donde dormía no quedó ni la cama de modo que si por casualidad sueño ¿en qué sitio me acostaba?)
una o dos semanas después recibimos una segunda indicación, clasificada de Muy Reservada o Secreta, no lo tengo muy presente, a fin de que procediéramos al inmediato reconocimiento del lugar y posterior anulación por los medios juzgados necesarios del referido grupo o banda, y por el reconocimiento al que procedimos a partir de las cercanías del Barrio en maniobras centrípetas nos dimos cuenta de que era un conjunto de chabolas, cabañas y alojamientos de diversa índole que construidos a partir de fragmentos de edificios preexistentes tales como viviendas, almacenes y graneros albergaban a centenares de individuos de ambos sexos y de raza no blanca, casi todos sin profesión y por consiguiente no integrados en la sociedad civil, dedicándose a una vaga agricultura
(¡agricultura!)
de huertezuelas confusas y a la crianza de gallinas y cabritos, actividades por las que no parecían preocuparse sobremanera agachados aquí y allá con una indiferencia blanda, encontrándose
C) el conjunto de chabolas y cabañas atravesado por callejones al azar que terminaban en un montón de piedras o formaban placitas inesperadas donde unos perros babeaban, limitado al norte por un vertedero, entre olivos resecos y la carretera de Sintra, al sur por el cámping que ocupaba la antigua zona y los terrenos vecinos reducidos a hierba y zanjas de lo que fuera la carretera militar que se dirigía de Benfica a los solares de Reboleira, al oeste por un apeadero fuera de servicio igual a todos los apeaderos fuera de servicio es decir una balanza y una construcción ruinosa con jinetas decían, más allá del apeadero
(¿tal vez con las jinetas nidos de mochuelo?)
un bosque de cabrahigos y al este por una colina que servía de cementerio con un arroyo al fondo, más sumidero que arroyo, llenándose en invierno de desperdicios y trapos y habiendo procedido a la elaboración de un primer mapa necesariamente incompleto
(Figuras 1, 2 y 3)
del lugar en actividad así como a la tentativa de profundización biográfica, psicológica y física de los componentes del grupo o banda en cuestión, comprobamos con sorpresa que se trataba en su mayoría, excepto un negro gordo cargado de pulseras y anillos, no de adolescentes saludables sino de niños de diez u once años no desarrollados como los nuestros, esmirriados, con chaquetas demasiado holgadas y sombreros ridículos que se reunían un poco antes del anochecer bajo los cuervos de una hilerita de hayas tan esmirriadas como ellos, cuervos que se nos antojaban construidos de harapos y alambre por un lisiado con muleta que los lanzaba al aire y allí seguían ellos en medio de un crascitar afligido
—Me voy a caer
intentando descifrar los misterios del viento e intentando alertar a los niños de nuestra presencia sin producir más que grititos difusos, el jefe a nosotros
—Vaya agobio
corrigiendo el mapa con trazos de varios colores y concluyendo con la necesidad de un agente en el Barrio que nos permitiese un planeamiento más eficaz de la operación interventiva mediante informaciones precisas
(como si una persona lograse informaciones precisas en aquel revuelo de miseria, mejor fuera que nos pusiesen el sello Archívese en el ángulo superior derecho, nos sepultasen en el sótano y nos olvidasen)
acerca de la geografía del lugar y de la forma de actuación del grupo o banda y mientras el jefe hablaba yo con la casa de mis padres en mente
D) tal como la recuerdo hace treinta años sin polvo ni la llamada de las tristezas difuntas, mi madre haciendo la solicitud del empleo en la mesa del comedor y mi padre con una corbata nueva y los zapatos y el pelo que brillaban sacando el dinero de la caja de lata, volcándola para que las últimas monedas le cayesen en la palma y contándolas una a una con decepciones lentísimas, las farolas aumentaban los árboles de la calle haciéndolos inclinarse en saludos sin fin, mi madre sin interrumpir la solicitud
—¿Vas a salir otra vez?
con la nariz abierta absorbiendo el perfume y mi padre bajando las escaleras se peinaba el bigote con el dedo mojado en la lengua, después de salir él mi madre me miraba por encima de los papeles con los pómulos descoyuntándose y no sé qué en los ojos que me obligaba a tener miedo sin que quisiese tener miedo, coloquen polvo sobre esto lo más deprisa posible haciendo que todo quede oscuro y sobre el polvo más polvo y aún más oscuro no me recuerden la rinconera, no me recuerden el cuadro
(una represa colorida)
quédense solamente los árboles
(moreras creo yo, por lo menos en los tiempos que corren moreras, antiguamente no sé y aunque moreras árboles solo porque no conocía su nombre, nadie me enseñó cómo llamarlas nunca)
por consiguiente los árboles en su adiós pausado distraídos de nosotros y los pómulos de mi madre descoyuntándose en la escritura, en la actualidad ninguna escritura, un botón de chaleco
(¿del dinero de la caja?)
o una aguja de ganchillo allá en el rodapié, ustedes muertos, el que fui muerto con ustedes y el que soy en el caso de estar vivo sin relación con el pasado y por tanto ni un paso en la escalera
—Ya vuelvo
(y no volvía además el
—Ya vuelvo
se entendía enseguida que significaba que no volvía)
volvían los árboles en el lugar de mi padre y yo sin entenderles el lenguaje, qué pretenden los árboles, entendía que mofándose de nosotros, necesitábamos a alguien en el interior
(hace tiempo compré un libro sobre árboles y memoricé los nombres en portugués y en latín, los tapo con la mano, verifico lo que dice el pie y acierto, roble, laurel, la página del roble despegada y con un defecto en las letras)
del Barrio que nos permitiese un planeamiento más eficaz de la acción interventiva a través de informaciones precisas
(más o menos precisas)
acerca de la geografía del lugar
(para ser sincero bastante poco precisas)
como si alguien consiguiese informaciones precisas en medio de un revuelo
(ahí está)
de desperdicios y miseria al que se añadían constantemente nuevas chabolas, nuevas cabañas y nuevos callejones y de la forma de actuación del grupo o banda en el caso de que esas caricaturas de adultos tengan una forma de actuación siquiera y en esto
E) reparé en mis compañeros mirándome en el despacho del jefe
(ningunos árboles en la ventana que yo pudiese decir cuáles eran tapándoles el nombre, solo el patio para estacionar los coches y el garaje donde el mecánico con el cucurucho del almuerzo sobre las rodillas y el mango del tenedor vertical en la tartera)
que me miraba en medio de ellos
—¿No has oído lo que he dicho?
estirándose el alzacuello con el dedo como el hermano de mi madre de pie en medio de la sala sin bigote ni perfume enrojeciéndole el pescuezo
—¿Tu marido qué?
de modo que al principio creí que el jefe no a mí
—¿No has oído lo que he dicho?
a mi madre
—¿Tu marido qué?
solo que no con el pescuezo rojo ni de pie inclinado en el escritorio en una actitud de sapo y encogiendo las mejillas antes de saltar a un charco
—¿Tu marido qué?
y mi madre logrando que no se le descoyuntasen los pómulos ni un pelo
—Mi marido nada
y por favor traigan el polvo de vuelta y háganla callar, no soy capaz de decir si fui feliz en aquella casa y debí de haberlo sido, todo el mundo fue feliz alguna vez o para no tener que apiadarse de sí mismo piensa que fue feliz en algunas Navidades, en algunas Pascuas, unas mañanas en la playa, insignificancias que nos hacen sonreír, disponemos las memorias en fila y contamos uno a uno los tesoros perdidos, en lo que a mí se refiere los olores de la despensa, el sabor que me dejaba en la boca la confitura de frambuesa y de vez en cuando regresa, con la confitura un brazo que me ajustaba las sábanas y dándome golpecitos en el hombro
—Era un sueño no hagas caso
mi padre alzándome por encima de la cabeza y la tierra entera, incluso un diente que se movía, abajo, el bigote sin alisar que me rascaba en la frente al besarme
(los labios por contraste con los pelos tan desnudos)
me colocaba en el suelo y la vida inalcanzable, el asiento de las sillas, los pomos de cerámica
(la mayor parte rajados)
y las discusiones de los adultos, el tiempo parado porque solo de puntillas llegaba a las esferas y hasta en los relojes solo los números más altos de manera que debido a la no existencia del tiempo me quedaba con cuatro años asistiendo al envejecer de la familia, me acuerdo de mi abuelo en el sillón articulado, lo levantábamos a giros de manivela, a sacudidas, la nuca, la espalda, los tobillos estrechitos o hinchados, con calcetines, que hasta hoy me intrigan
(¿estrechitos o hinchados abuelo?)
con dos pares de gafas en el cuello y creo haber comprendido en esa época que la muerte comienza en las mejillas, la única parte viva de la cara entre los ojos que se hunden y los papelitos transparentes de los labios, los dedos buscaban las gafas en la manta, en el momento en que las agarraban desistían
—Es difícil ¿sabías?
y el
—Es difícil ¿sabías?
tan ahogado como la voz de mi madre mientras el perfume seguía con nosotros
—Mi marido nada
mi madre o un sapo adelantando la pata musgosa y los compañeros observándome sintiendo lástima
—¿No has oído lo que han dicho?
como en la época en que no respondía a una pregunta de doña Eulália en el colegio
—¿Quién dobló el cabo de Buena Esperanza ignorante? y no sé qué
(¿pómulos que se descoyuntaban?)
impidiéndome la respuesta, el mentón o el miedo a que mi padre no volviese a subir las escaleras, gracias a Dios que a la mañana siguiente lo encontraba afeitándose y sonriéndome frente al espejo
—Lombriz
el
—Lombriz
trayendo consigo el cabo de Buena Esperanza y la indignación de doña Eulália
—Ignorante
mi padre a quien el cabo de Buena Esperanza parecía no interesarle me ponía espuma en las mejillas fingiendo afeitarlas
—Te corto el bigote vas a ver
y yo con pánico de llegar a la altura de los relojes y paralizarme como mi abuelo
(¿qué misterio serían mis tobillos un día?)
las gafas difíciles de coger con la incertidumbre de los dedos y en consecuencia alejarme de mi padre impidiéndole que me sujetase la cara
—Déjeme
el jefe retrayendo la pata musgosa
—¿No te sientes bien?
polvo bajo el polvo, si cayese en el error de limpiarlo espero que nadie por debajo
necesitando de un
(nadie por debajo)
agente en el interior del Barrio que nos permitiese
(cómo me cuesta repetir esto señores)
un mejor planeamiento de la acción interventiva
(¿acción o precaución?)
a través de informaciones precisas
(como si alguien consiguiese informaciones precisas en medio de un revuelo de miseria siempre aumentando y alterándose y la sombra de las hayas que el movimiento del sol diluía por no mencionar a los cuervos mecánicos)
acerca de la geografía del
F) lugar y de la forma de proceder del grupo o banda (me cuesta designar como grupo o banda a un puñado de niños raquíticos que se disfrazaban de hombres con la solemnidad de un juego)
el jefe en lugar de preguntar
—¿Quién dobló el cabo de Buena Esperanza ignorante?
se movió de lado en el escritorio con una lentitud húmeda la barriga arrugando el mapa y mencionó qué verbo
(unas motitas de polvo deprisa)
una mestiza del Barrio trabajando cerca del sitio donde vivo a veinte metros de la plaza en la que una chimenea y las palmeras por no hablar de los edificios antiguos con estatuas de cerámica en el ápice
(ninfas con guirnaldas vanidosas)
y de la presencia del río tiñendo la muralla y empecé a entender apartando el sillón de mi abuelo que ningún tullido quiso comprar y se quedó una semana
(nueve días, los conté)
a la entrada de la puerta hasta que el camión del Ayuntamiento que llena el sueño de estruendos decidió llevárselo junto con la manta
(si se me permitiese no escribir el presente texto pero una voz
—Adelante
impidiéndome el consuelo de una mota en el meñique y por intermedio del polvo mi madre conmigo)
empecé a entender que el jefe me había elegido por un capricho idéntico al que llevaba a doña Eulália a elegirme
—¿Quién dobló el cabo de Buena Esperanza ignorante?
para ayudarlos con la geografía y tal en el interior del Barrio utilizando para tal efecto
(no me apetece contar las cosas así me apetece mi tío estirándose el alzacuello con el dedo dispuesto a defender a la hermana enrojeciéndosele el pescuezo
—¿Tu marido qué?
me apetece aplazar lo que exigen que relate e introducir episodios antiguos antes del crepitar de las palmeras, hablar de las cigüeñas que no tenemos y de las gaviotas que raramente veo escapando de la muralla en las mañanas de frío, todo menos la mestiza, el Barrio, los ni
G) ños, si me permitiesen distraerme, olvidar pero los jefes y mis compañeros a la espera
—¿Y?
pero el comando en el piso de arriba
—¿Y?
pero mi propio sentido del deber
—¿Y?
de modo que a regañadientes abandono a mi tío que fue siempre bueno conmigo, me regaló una navaja de tres hojas y un álbum para los sellos, cierro sin ganas el paréntesis que me duele como una despedida y continúo)
por tanto una mestiza que trabajaba como limpiadora en la tienda de ropa pegada a la chimenea y a las palmeras, a las cigüeñas que varios
(no estoy al tanto de cuántos)
desearían que hubiese y a las pocas gaviotas que solo con la lluvia por aquí en giros enardecidos sobre los canalones, una tienda de ropa en cuyo escaparate un maniquí sin pelo polvoriento como nuestra casa vacía y el dueño y la mujer o sea un hombre con el cigarro apagado y la esposa de luto no solo en el
vestido, principalmente en la cara, sonándose de vez en cuando un disgusto discreto mientras la mestiza llegaba a las cinco y media o a las seis menos cuarto acusando a los transportes
(—El autobús señor)
y empezaba a lavar la tarima bajo el crujir de las palmas que me afectan en octubre la materia de los sueños transportándome a donde mi padre
—Te corto el bigote lombriz
con el peso de la noche engrosándole los párpados y las manos habituándose a ser manos de nuevo, mi madre ya completa examinando la caja del dinero vacía en la que protestaban las facturas
—No nos has pagado qué vergüenza
y las mangas del pijama poblándose de gestos que me devolvían a un padre sin perfume que secaba la navaja respetándome el bigote mientras yo vigilaba a la mestiza
(la chimenea se dilataba)
siguiéndola hasta el Barrio y deteniéndome en los cabrahigos sin atreverme a hablar recordando a doña Eulália que abandonaba el dictado marcando el libro con el lápiz
—¿Quién dobló el cabo de Buena Esperanza ignorante?
y ni una carabela navegándome en la cabeza con su cortejo de heroísmos y desgracias, solo el recuerdo de mi abuelo incapaz de sujetar las gafas respondiendo por mí
—Es difícil ¿sabías?
con las mejillas viviendo a duras penas en el centro de las facciones muertas dispuestas a agruparse con los parientes en los marcos de la cómoda
(mi abuela, mi bisabuela, un primo uniformado a quien nuestra sorpresa lo impacientaba
—¿Tengo que repetir eternamente que el arma se disparó sola?)
de vez en cuando mi abuelo sonreía como si ya fuese difunto
H) (ahora que todo acabó es muy probable que una cigüeña se pose en las palmeras sin que necesite de ella)
I) y antes del sillón articulado paseaba por el patio amenazando a los gatos que no le hacían ningún caso ovillándose más adelante cerrando todo el hocico para cerrar los ojos y al cerrar los ojos muy distantes de nosotros
(¿ni con los gatos puedo quedarme un momento?)
mientras yo me lastimaba entre los cabrahigos viendo a la mestiza en el Barrio, se notaba que tejones por la inquietud de las jaras y las piedras a las que dan lugar los lagartos aguardando la mañana tal como los muebles se transforman en personas si no encendemos la luz y los dejamos solos
(en caso de que les sobre polvo les agradecería un poco es un asunto menos grave, no me hace falta mucho)
de modo que no encendía la luz con la esperanza de que la silla o el armario
(con una cortina ajada sustituyendo la puerta)
fuesen la mestiza sin reparar en mí en la acera, una mujer
(si es que puede llamarse mujer a una negra es evidente, si es que puede llamarse niños a unos crios delgaduchos en sus trajes de hombre)
en este quinto piso a la altura del pico de la chimenea que me ayudaba a olvidar
(como si un pico de chimenea ayudase a olvidar sea lo que fuere y yo creyese en eso y no obstante uno se agarra a lo primero que encuentra, me gusta la expresión a lo primero que encuentra, me hace no sé por qué pensar en mi abuelo a quien nunca se la oí, si lo busco es el
—Esto es difícil chaval
lo que viene y por tanto uno se agarra a lo primero que encuentra y yo fingiendo que creo)
J) como la mestiza me ayudaba a olvidar
K) doña Eulália pregunta en ristre en mi busca de pupitre en pupitre
—¿Dónde está el ignorante?
mi madre que comenzaba el trabajo y mi padre bajando las escaleras que yo imaginaba que no acababan nunca, la mestiza interesándose
—¿Aquel es tu padre?
una presencia aun siendo mestiza a la que yo pudiese llamar en secreto y se hiciera cargo de mí cuando miro hacia dentro y renuncio a las palabras como tantas veces sucede
(véase ahora que escribo esto aunque no lo parezca)
L) porque siento más que ellas, algo que no tiene que ver con la muerte
(¿no tiene que ver con la muerte?)
y no obstante es la muerte la de mi abuelo instantánea en el vacío de la cara y los dos pares de gafas iba a decir conmovedoras aunque no me sintiese conmovido, no me sentía nada, me quedé observando los calcetines vacilando
—¿Se los quito o no se los quito?
para examinar finalmente los tobillos, la muerte de mi madre más larga, un gorgoteo
(¿será la vida líquida?)
que aún hoy oigo y me asusta, si dependiese de mí cerraría todos los desagües y mi madre no volvería a
M) morir
N) la de mi padre bajando las escaleras que proseguían después de la puerta de la calle y no era un sótano ni un subterráneo ni una gruta, eran docenas centenares miles de escalones que vigilábamos desde el pasamanos reparando en el bigote y los zapatos brillantes, mi padre que sigue bajando no sé adonde
(no me hace falta el polvo pueden guardárselo en el bolsillo)
apresurado, feliz y no es justamente así, he renunciado a las palabras y lo que digo son ecos de silencio pero espero que el jefe y mis compañeros descifren como espero que descifren las informaciones precisas
(qué Policía consigue informaciones en este revuelo de desgracia, más chabolas, más cabañas, más callejones, más gallinas feroces y más perros moribundos)
para un resultado eficaz de la acción interventiva mediante un mejor conocimiento de la geografía del lugar
(además sin geografía alguna)
en sus diversos accidentes y de la forma de proceder del grupo o banda, la mestiza primero en Marvila conmigo
—¿Doña Eulália es aquella?
porque una regla creció hacia mí dispuesta a comprobar mi idiotez absoluta
—Pregúntele quién dobló el cabo de Buena Esperanza y ya verá y después en el Barrio bajo los pájaros del lisiado que se alzaban de las hayas a golpes de azar (yo a ella apenas el
—Pregúntele quién dobló el cabo de Buena Esperanza y ya verá confirmando con una seña
—Aquella es doña Eulalia)
y tomando nota de cada cabaña, cada chabola, cada callejón con la idea de favorecer un resultado más eficaz de la acción interventiva que el comando exige en sus propios términos
(fotocopia adjunta)
sea definitiva y a pesar de las dudas de doña Eulália en lo que se refiere a mis capacidades iba a sugerir intelectuales y faltó poco para que lo sugiriera, ejemplar
—Pregúntele quién dobló el cabo de Buena Esperanza y ya verá
yo solo útil para limpiar la pizarra con un paño húmedo y he dicho húmedo, no he dicho mojado, ahí estás tú llenándome el aula con gotas, vaciando el cesto de los papeles en el cajón a la entrada del patio del recreo
(un día hablaré del recreo)
abrir las ventanas con los cerrojos atascados
(no hablo del recreo, para qué, todos los recreos se asemejan, uno o dos bancos sin pintura, las plantas deshechas y el trastero con un jabalí disecado que olía a moho)
y otras tareas simples tales como esperar a la mestiza a la salida de la tienda
Ñ) (le faltaba el ojo izquierdo que era un círculo metálico al jabalí asentado en una base de madera con una chapa que anunciaba Jabalí y cuya cola se mantenía horizontal con la ayuda de alambres)
O) yo por tanto a la espera de la mestiza en el punto donde Marvila y Chelas se cruzan bajo la forma de edificios con azulejos, hiedra, sombras que la luz evita en los ángulos de las paredes, yo en la acera bajo el crepitar de las palmeras guiándome por el cigarro del dueño de la tienda hasta que la mestiza aparecía en la puerta y se dirigía conmigo en silencio como una pareja de desconocidos por el cámping desierto donde los arbustos empezaban a crecer en el lugar de las tiendas oíamos a las primeras gallinas y a los primeros perros que nos odiaban al unísono y el rumor de los cabrahigos donde mis compañeros se agrupaban la mestiza cuyo nombre nunca supe ni me preocupé a decir verdad por saberlo
(no se trata de una blanca téngase en cuenta, en el caso de ser una blanca pregun, en el caso de ser una blanca sería en serio)
P) y no obstante, cómo expresar esto, fue la única persona
(he vacilado antes de escribir persona así como cualquier blanco vacilaría en la manera de referirse a un negro)
la única persona
(sea persona aunque el comando no lo admita)
en relación a la cual, por la cual, con la cual
(elijan lo que les venga en gana cuando censuren el memorando porque han de censurar antes de la fecha a lápiz, del sello Archívese y de la firma del jefe de sección, antes de los ficheros en el sótano y de la gota
Q) regresando al tubo de donde vino para caer otra vez, persistente, lodosa)
la mestiza la única persona
(¿me tacharán la palabra persona?)
no mi padre, no mi madre, ni mi abuelo siquiera a pesar de finados y por consiguiente más conscientes de nosotros dado que he captado su atención en los retratos en que solo existen los ojos siguiéndonos a pesar de fijos sobre una ropa confusa donde se mezclan collares, lazos y faldas con fondos de ramas y columnas con tiestos, el universo pálido desde el que nos vigilan igual que los cuervos en las hayas
(me pregunto si grajos con ellos porque no solo balidos, maullidos también)
la mestiza la única persona conmigo cuando el jefe y mis compañeros debidamente instruidos acerca de la geografía del lugar para un planeamiento más blablablá eficaz blablá de la acción interventiva bla y conocedores de la forma de proceder del grupo o banda dieron comienzo al cerco extendiéndose hacia el norte hasta el vertedero y los olivos del camino de Sintra
R) del que nos llegaban vapores de mar y aunque alguien dude aseguro que un faro girando en los tejados
y ocupando el apeadero y las primeras chabolas donde asomaban cabritos, me acuerdo de cuando las matas y los bojes comenzaron a arder, del lisiado de la muleta intentando salvar a sus palomas dándoles cuerda para alcanzar el Tajo y el viento removiéndolo todo, confundiéndolo todo, destruyéndolo todo, un niño mostrando la
S) escopeta a mis compañeros y soltando la escopeta, me acuerdo de doña Eulalia entrando en el tranvía camino de casa de repente sin autoridad, desprotegida, la gabardina con ese brillo ajado, doña Eulália como mi madre, como yo, quizá vaciando una caja y las facturas
—No nos has pagado qué vergüenza
el cabo de Buena Esperanza sin importancia y un hombre bajando las escaleras con zapatos que brillaban en los escalones
—Acércate para que te afeite lombriz
doña Eulália jugando con el salero
(el salero representaba un patito y el pimentero que representaba también un patito se perdió hecho añicos hace siglos)
al corregir las pruebas y yo mirándola desde la acera, parecía llamarme sin llamarme en realidad, parecía susurrar sin que distinguiese sus palabras
—No salgas de aquí
tal como mi madre fijándose en mí en el linóleo y yo asegurando en silencio
—Tranquila que no salgo
casi rozando su silla y tocándole las piernas y mis compañeros un cañón de pistola contra la cerradura, voces en el rellano
—¿Está ahí dentro esa negra?
la
T) mestiza mostrándome el espacio entre dos ladrillos más allá del cual un sendero y llamándome
—Señor
U) (la única persona en relación a la cual, por la cual, con la cual, impídanme completar la frase con el polvo, vamos)
yo levantándome y no obstante quedándome para pedir
—Espera
V) sin querer que esperase en un sótano en el que nosotros dos, en el que nosotros, en el que yo
(una negra, no lo escribas)
en el que yo
(necesito escribir, no puedo dejar de escribir, me siento a gusto aunque sea una mestiza entienden, aunque sea una pobre, no hagan caso a lo que digo, exageraciones, mentiras)
W) casi bien, casi sin remordimientos, casi
(el polvo que borre las páginas si le viene en gana)
con ella, yo en la acera bajo el crepitar de las palmeras
X) viéndola llevar los cubos y la botella de jabón hacia el sótano, viéndola volver del sótano, yo que tenía miedo a perderla
(gracias a Dios no la perdí)
Y) viéndola sonreír
(los negros no sonríen)
diciéndome hola
(no dicen hola)
dispuesta a cogerme del brazo
(no cogen del brazo)
y deseando que me cogiese del brazo, cógeme del brazo, viéndola
Z) caminar conmigo hacia el Barrio sin sonreír, sin decir hola, sin cogerme del brazo
(¿por qué no me cogiste del brazo?)
y no obstante nosotros una pareja de tal modo que en el momento en que mis compañeros
—¿Está ahí dentro esa negra?
o sea el cañón en la cerradura y las voces en el rellano fui yo quien, soy yo quien, seré yo quien abrirá la puerta, no ella, le dije
—No abras la puerta
le dije
—Yo abro la puerta
con la esperanza de que ella huya hacia los olivos de Sintra dispersando con las manos abiertas los harapos de las palomas.