capítulo

Y entonces un hombre que andaba por allí a la entrada de la iglesia haciendo preguntas y escribiendo las respuestas en un bloc dijo en el momento en que introducían en las andas los ataúdes y las flores ése es el hijo de Soraia, de modo que cinco o seis fotógrafos se juntaron de inmediato frente a mí con máquinas y lámparas que les cubrían la cara, uno de rodillas ordenó no te muevas, chaval, así sales guapo en el periódico, sacaban carretes de la máquina y los guardaban en una bolsa, sacaban carretes de la bolsa y los encajaban en la máquina anunciando sólo un minutito más, chaval, agitando en el aire la bandera al viento de la mano, pidiéndome levanta el mentón como si no estuviésemos aquí y mira aquellos edificios al fondo, edificios sin nada de especial que no merecían ser mirados, ropa a secar ya se sabe, jaulas cuyos pájaros huyeron o murieron

ya se sabe

una vieja observaba el entierro mientras le ponía calcetines de lana a un gato, uno de los payasos, creo que Marlene, me enderezó la corbata no vas a aparecer en las revistas con la corbata torcida, el de rodillas tenga paciencia vuelva a enderezarle la corbata para sacarlos a los dos, señorita, Marlene le mostraba los dientes mientras me apretaba el cuello y el fotógrafo retorcido a más no poder, con un pedazo de barriga al aire entre la camisa y los pantalones, excelente excelente ahora déle el brazo, señorita, Vânia abandonó el cortejo para apoyar el guante de encaje negro en mi hombro, el fotógrafo enseñando más barriga perfecto, Marlene bajito para Vânia sin dejar de mostrar los dientes desaparece, puta, el brazo enredado en mi brazo atrayéndome hacia ella y polvo de arroz, perfume, una marca de carmín en la oreja, el guante de Vânia sujetándome la nuca con la frente pegada a la mía, girando las caderas y realzando la cintura, desaparezca, zorrona, los empleados de la funeraria se esforzaban por colocar uno al lado del otro los ataúdes de mi padre y de Rui aplastando cintas moradas y coronas de flores mientras yo contemplaba obediente los edificios al fondo, es decir, los del atrio de la iglesia y los tejados de la calle siguiente donde me pareció que mi madre

claro que no, sólo el mastín con lazo vagando sin destino, los fotógrafos

cada cual con su cara ahora

desmontaban las máquinas olvidados de mí, cinco o seis mastines con lazo ladrando un último disparo en la dirección de los ataúdes o de la tía de Rui que años antes lo había ahuyentado desde el extremo de las escaleras con el índice enorme, Rui se despidió de la jirafa en la piscina y la jirafa con una pena que se le notaba en la expresión

—¿Nunca más nos veremos, amigo?

pensó en llevarla, se acercó al borde de azulejos, desistió, se limitó a pincharle la barriga con la jeringuilla con la idea de hacerla callar y la jirafa adelgazó con un silbidito, la frase interrumpida

—Nunca más nos

callándose hecha un harapo que el jardinero depositaría en la basura junto con las hojas, si yo pudiese le pegaría un parche en el agujero, inflaría el animal y lo colocaría en las andas encima de las flores, el flotador indicaría el cementerio

—Por aquí, por aquí

Marlene y Vânia me acompañaban en el taxi con la esperanza de más periódicos y fotógrafos, era la mejor amiga de la difunta, señores, no escuchen a mi compañera, no pierdan tiempo con ella que sólo miente, yo les cuento, tan distraídas, tan ciegas

—¿Una jirafa dónde?

incapaces de ver la piscina la mañana en que Rui se marchó, sin ningún equipaje, ninguna bolsa, ninguna maleta, la tía lo tuyo es no dar golpe ¿no?, cierra el portón, malcriado, y al llegar a la avenida miré hacia atrás por casualidad

¿por casualidad?

y qué extraño que no haya luz en mi habitación, el despacho de mi tío iluminado, mi tía seguro que al teléfono en la sala gracias a Dios que nos hemos quitado ese peso de encima, Pilar, cuando la amiga la visitaba

—Ésta ni se te pasa por la cabeza, hija

asombros, indignaciones

—¿Estás segura?

me llevaron con mi abuela en el momento en que mi padre murió, fíjate en mi mala suerte, Pilar, mi cuñada encinta y después el marido, el chico se levantaba a cualquier hora y entraba en nuestro cuarto no llorando, sin lágrimas, esto en la época en que mi suegra ya lo confundía todo, yo

—Hola, madre

y ella a Pedro

—¿Quién es ésta, João?

João difunto, claro, Pedro con mucha paciencia que para su madre nunca le falta paciencia

—No soy João, soy el mayor, soy Pedro

ella perpleja y en eco

—Pedro

por momentos tropezaba con un episodio distante puesto que una dulzura en la que se adivinaban ferias, abejas en el cerezal, el columpio de la quinta y mi suegra con sombrero blanco y empujar el columpio

—Pedro

y luego los dedos en el sombrero que no había, las gafas admiradas porque no nacían raíces en el suelo, por un adulto sin babi cerca de ella

—¿Qué Pedro?

Pedro en un arranque le sacudía los huesos se acuerda de las abejas a nuestro alrededor, madre, se acuerda de Alenquer, no me robe ese tiempo, padre iba los sábados

—Déjenme, tengo sueño

y toda la tarde acostado, se acuerda de que encontramos un gorrión en la chimenea y le curamos la pata con palitos y cuerda, el tío importante, con éxito, sin hijos, gritando se acuerda de que le curamos la pata con palitos y cuerda, un gorrión de hace cuarenta años que no valía un comino más decisivo que la empresa, la subida de las acciones, los negocios, la existencia entera, imagínese, dependiendo de un gorrión, el puño erguido que se transformaba en un sollozo infantil

—No me robe ese tiempo

en el lugar de la quinta edificios y no obstante, según él razonaba, los cerezos, Pilar, a veces incluso con visitas y en medio de la cena se acerca casi corriendo a la salamandra, revuelve las cenizas con el atizador con alegría primero, con desilusión después, yo

—¿Qué ha pasado, Pedro?

él siempre tan cuidadoso suelta el atizador sobre la alfombra que cuesta un dineral limpiar sin hablar de las brasas, aquel agujero por ejemplo, ese volante del sofá, fíjate, mira a los invitados como si los odiase y hasta que el pomar desapareció juraba que los odia, me odia

—No ha pasado nada

en una ocasión en que inspeccionaba su ropa en busca de huellas de amantes, números de teléfono, misivas, una frase en la agenda, me encontré con media docena de palitos y una cuerda enrollada, si lo supiese me mataría, pagamos a una enfermera para que se hiciese cargo de la madre que no nos reconoce siquiera, muda en el sillón, y sin embargo Pedro arrastrando un banco al lado de la infeliz

—¿Quién soy yo, madre? Dígame quién soy yo

de modo que si prestases atención escucharías a las abejas, verías las flores de los cerezos que caen a tierra, notarías la vibración del columpio que necesita aceite, la garganta de mi marido en el oído de la enferma que asusta a Campo de Ourique entero

—Dígame quién soy yo, madre

las gafas de mi suegra lo miran, dejan de mirarlo, con suerte

—¿Quién eres tú?

con suerte

—¿Madre?

volviendo a duras penas de un viaje inútil, perdidos, exhaustos

—No lo sé

mientras por allí, compartiendo caramelos con la desgraciada, la prolongación de Alenquer, del hermano y del sombrero blanco en la quinta, el idiota del sobrino, Pilar, a quien no le interesaba quién era a pesar de que mi suegra a nosotros, aceptando un caramelo que Pedro le pelaba y señalándolo con el mentón, perpleja

—¿Y éste?

este que trajimos con nosotros y no hacía caso a los gorriones, habituado al piso de mi suegra en el que un febrero perpetuo se añadía al polvo, un jardincito adornado continuaba la cocina, un tilo, hierbas, me dio la impresión de que un automóvil con pedales y alguien que podaba un arriate

las manías que nosotros, ¿no es verdad?, las fantasías que tenemos

y en el instante en que estaba a punto de llamarlo

—Pedro

Pedro atento al automóvil también, observé mejor y solamente un cubo oscurecido por el óxido, ninguna muchacha con sombrero blanco en los marcos, brigadieres, un adolescente en la marina

¿mi suegro?

un príncipe cualquiera con un resto de fecha y una dedicatoria

Con mi estima Afonso

borrada, Pedro agitando un libro de grabados

Pharmácias de Portugal

con la ilusión inútil de encontrar lo que le robaron, mi suegra en el sillón apretando durante horas el mismo muelle de lentes entristecidas por un disgusto sin causa, cuando nosotros a Rui

—Dale un beso a la abuela

un alboroto de periquito que agita sus alas barrosas

—¿Y éste?

después de las alas el desinterés que se confundía con las cortinas y las tinieblas, sin quinta, sin cerezos, sin abejas, Rui ni siquiera parecido al hermano de Pedro que se levantaba a cualquier hora y entraba en nuestra habitación con los ojos semejantes a las gafas de mi suegra en el caso de las gafas desiertas, dos círculos que

—No lo sé

entre un leve carraspeo y un suspiro, mi marido enfadado porque nunca las colmenas o la revelación de quién era, únicamente un niño

no João, no él, un intruso

entraba en nuestra habitación, no me dejaba ayudarlo a vestirse, llevarlo al colegio

—No es João, no te preocupes por él

encontraba al chico en la despensa con las criadas o en el borde de la piscina hablando con la jirafa hasta que hace siete u ocho años mi suegra se enderezó en el sillón, le descubrí un sombrero blanco que inició el movimiento de coger un gorrión y en el instante en que mi marido sacaba del bolsillo los palitos, la cuerda, en el instante en que el columpio comenzaba a danzar

ahora sí, unos cuantos cerezos en el pomar y la brisa de las colmenas, mi hermano cogiendo un sapo

—Un regalo para ti, Pedro

yo con las manos detrás de la espalda

—Son venenosos, no quiero

el herrero lejísimos y el martillo tan cerca, se veía al hombre golpear, nosotros a la espera del sonido y pasado un rato el sonido a nuestro lado como si nosotros

explíquenme el motivo

a la entrada del taller, Alenquer a tres kilómetros, el pozo cubierto de tablas donde nos prohibían jugar,

se alzaba una plancha y ecos, se arrojaba un ladrillo y el brillo del agua en el centro del mundo tragaba el ladrillo, el ahijado del guardés aseguraba que su prima se ahogó y al pescarla con una vara, dilatada de limos, los labios azules de ella

—Me suicidé

mi madre dispuesta a entregarme ese tiempo al desplazar el columpio, yo afirmándome en la sillita sujetando las cadenas

—¿Y?

convencido de mover las copas con las sandalias, noté el olor a las medicinas, el nerviosismo de la enfermera

—Señora

y ella, la egoísta, sin ningún amor por mí que la mantenía, le pagaba el alquiler, le compraba los medicamentos, deslizándose del sillón, el herrero

lejos

martillaba mi sangre y pasado un ratito

explíquenme el motivo

el sombrero blanco remolineó en el pomar y lo perdí de vista, las abejas poseídas, yo poseído, de rodillas junto a ella

—No tiene derecho a marcharse sin decirme quién soy

en el entierro los empleados de Pedro dándole la mano se sorprendían de encontrar deditos infantiles y un pedazo de cuerda, cerezos en lugar de chopos, colmenas en vez de cruces, mi suegro vestido a la antigua

abrigo con cuello de terciopelo, polainas

—Déjenme, tengo sueño

irrumpiendo en la capilla en busca del diván de las siestas, Alenquer a tres kilómetros, mi cuñado con un sapo en la palma

no difunto, con un sapo en la palma

—Hermano

en cuanto anochecía la quinta repleta de fantasmas y de aullidos de perros, Pedro, pobre, huía del cementerio protegiéndose con las mangas de los empleados, de su padre, del hermano que regresaba para atormentarlo con bichos

—Llévame a la quinta deprisa

no tienes derecho a atormentarme sólo porque moriste antes que yo, sólo porque madre te separaba las espinas del róbalo y a mí

—Ya tienes edad suficiente para comer por tu cuenta el pescado

sólo porque no eras rico, no estudiaste, trabajabas en un banco

¿trabajabas en un banco?

trabajabas en el banco durante una semana de remordimientos entre viajes a España, coristas, ruletas, me buscabas en la oficina sin esperar a que la secretaria me avisase, escuchaba su negativa no puede entrar no puede entrar y tú haciendo ademán de acariciarle la nalga no estoy entrando, querida, nadie ha entrado, me mostrabas un papelucho cualquiera consciente de que yo entendía que me mostrabas un papelucho cualquiera pedido al conserje, a la telefonista, a un tercer oficial que reunía parcelas rodeado de sellos o sea una factura arrugada, una página de bloc con garabatos al azar sabiendo que yo no la leería, que fingía no ver, tú me quitabas un pelo de la chaqueta, elogiabas a la secretaria

—Guapa la chica, ¿no te parece?

cambiabas de lugar mi cuchillo de marfil, mi tintero labrado

—Aválame esta letra y sálvame de este aprieto, hermanito

observabas la acuarela en la pared del despacho

—Bonito óleo, Pedro

pesabas el caballo de bronce que mi mujer en Navidad

—Tienes aquí un montón de pasta, ¿no?

guardabas el dinero mientras me alisabas la solapa y tirabas la factura sin rasgarla

qué fastidio rasgar

en el cesto de los papeles

—Eres mi salvador, me has librado de la cárcel

y no obstante, ¿sabes?, aunque mi mujer no lo crea sería capaz de asegurar que me querías

es tan importante asegurarme de que me querías

al contrario de ti tu hijo no me mentía con páginas de bloc, no me quitaba de la chaqueta pelos inventados, se metía en la cocina

arisco, huraño

a conversar con las criadas o en el borde de la piscina a recibir confidencias de la jirafa, tan diferente de ti, le mostré Alenquer y no conocía el pueblo, lo orienté en el laberinto de edificios en que se había convertido la quinta y él asqueado de la quinta

—Casi no nos hemos perdido ninguna Pascua aquí

no se conmovió con la mitad del portón, es decir, el pilar de piedra caliza que insistía en un ángulo de la plaza

—Atravesábamos el portón y nosotros radiantes

igualito a la madre que encontraste nunca descubrí en qué sitio

no en España, no una corista, no nada, una empleada de tres al cuarto, tontorrona, inerte, de modo que antes una española, una corista, una prostituta siempre que esté viva, João, me la trajiste a la Compañía guiando su obediencia de oveja con un cayado invisible

—Te presento a mi hermano millonario, Ofélia

del mismo modo que podrías haber dicho

—Te traigo este sapo, Pedro

y yo con las manos detrás de la espalda

—Son venenosos, no quiero

una mujer que se encogió en el sofá atormentando el asa del maletín, denle la jirafa de la piscina o las conversaciones de las criadas para que se entretenga con los de su ralea

—No eres mi sobrino, eres el hijo de la empleada de tres al cuarto, desaparece

y Rui de inmediato bajo la mesa pelando caramelos, por qué no te levantas, no tienes el valor de mostrar un papelito cualquiera, una factura arrugada, una página de bloc con garabatos al azar

—Aválame esta letra y sácame del aprieto, tío

por qué no trabajas de vez en cuando en un banco y en los intermedios del trabajo tu índice agujereándome la barriga, tal vez burlándote de mí y sin embargo camarada, sin embargo agradecido

—Eres mi salvador, me has librado de ir a la cárcel, mi compinche

por qué motivo te recuerdo siempre grave tú que nunca fuiste grave, tumbado en la colcha con un crucifijo en la camisa asegurándome

—Se acabó, hermanito

con una solemnidad que no te conozco, levántate, sal de debajo de la mesa, deja los caramelos en paz, te acuerdas de la viuda que nos recibía en Alenquer en la casita pegada a la propiedad del señor Machado, un pellizco en la mejilla y

—Desnúdense

daba cuerda a la gramola, salía de su ropa oliendo a violetas, pequeñita, redonda, jovial y qué hago ahora, no estropearle el edredón

nosotros sólo zapatos y calcetines

sobre todo no estropearle el edredón

—Disculpe, doña Clarisse, le hemos estropeado el edredón

y el pecho de ella

mi madre con un pecho tal vez igual

—Lo has estropeado, lo has estropeado, eres un niño feo, ven aquí para que te castigue

no, mi madre no se desnuda, mi padre siempre durmiendo y mi madre vestida, la música de la gramola una ópera con una señora enfadada con nosotros insistiendo entre violines, edredones, y los olmos del señor Horácio, niño feo niño feo

—Niños desobedientes, niños malos

nosotros preguntándonos con la frente ¿y ahora?, angelitos de porcelana revoloteando en la cómoda, uno de nosotros quién sabe por qué

—Disculpe, padre

o sea creo que sé pero no lo sé, un reloj con números romanos en una caja de cristal

tenemos uno en la sala

quién soy yo, díganme quién soy yo

una horquilla del pelo que se me clava en la espalda

tú a la derecha y yo a la izquierda de la viuda, queridos míos, mis hijitos tan bien educados que no me besan los brazos, bésenme los brazos, me daba impresión la marca de la vacuna

yo del lado de la marca de la vacuna qué mala suerte, la viuda ensordeció años más tarde, yo de regreso de la mili y la casita con falta de revoque, el reloj con números romanos en una hora perdida, mi madre a ella

—Mi hijo Pedro

no redonda, no jovial, encorvada, tardando en acordarse

—Tenía dos hijos, señora, ¿no?

cómo decirle esto a Rui

a João

cómo culparlo de estar yo siempre al lado de la vacuna, obligarme a cerrar los ojos debido a la cicatriz, cómo pedirle

—Hoy ponte en mi lugar

compré angelitos de porcelana para que revoloteasen en la cómoda y mi mujer

No vas a creerlo pero compró angelitos de porcelana para que revoloteasen en la cómoda, Pilar

Pilar incrédula

sea quien fuere incrédulo

—Qué horror

un edredón de falso satén, una de esas gramolas de desván, mandó al chófer construir un gallinero al lado del garaje, lo contempló un instante, se enfureció con el pobre del chófer

creo que Alberto en esa época

llamó a Rui de testigo

—No era así en Alenquer, ¿verdad que no?

ordenó a Alberto

¿Alberto o Amadeu?

Amadeu

ordenó a Amadeu que rompiese el aseladero, arquease la red, le quitase una chapa al tejado, se serenó

—Ya está bien, ahora te puedes ir

el chófer pasmado, yo pasmada, se encerró en el despacho menospreciándonos

—No pueden entender

dejaba la puerta entornada para que Rui entrase y no entraba, Pedro se quejaba de que el sobrino era como su madre tal para cual, una inerte

—Antes una española una corista una prostituta pero viva

y Rui en la cocina con las criadas pidiendo un limón, la primera vez que le encontré una jeringuilla en la habitación y se lo dije a mi marido mi marido destacó su delgadez con un tartamudeo ofendido

—¿Has decidido imitar a tu padre y te me vas a morir también?

João del que no hablaba nunca, si yo por casualidad lo mencionaba me traspasaba con la mirada y se perdía en un columpio más allá de mí, insistía en que no tenía familia, me prohibía referirme a él

—¿Crees que tuve un hermano?

mi cuñado que se burlaba todo el tiempo de mí, me levantaba la falda con una vocecita cómica sin ninguna educación, niños feos niños malos nos castiga nos castiga, ponía una ópera en el tocadiscos y hacía ademán de quitarme la blusa sonriéndole a Pedro

y Pedro, te lo aseguro, de acuerdo

la viuda tal cual, hermano, pequeñita, redonda, si nuestra madre lo supiese, mi suegra que no sabía nada de nada confundiéndole los nombres

—No lo sé

si yo me hubiese quedado embarazada Pilar y mi cuñado palpándome la barriga

—Nadie daba un pimiento por ella, hermanito, y al final

si yo hubiese sido capaz y por culpa de mis pecados yo seca, reducida a teléfonos y tés, João con una pirueta de burla

—Ya, hermanito

siempre que no se encerraba en la habitación Rui entretenido con los limones y la jirafa, me acercaba a la piscina capaz de soltarle vete de esta casa nadie te quiere aquí, mi marido callado, la jirafa callada, incluso temí que la jirafa

—No lo mortifique, señora

pero se limitó a adelgazar con un silbidito de viento hasta transformarse en un harapo que el jardinero recogió del agua junto con las hojas, si mi cuñado no se me apareciese de vez en cuando incluso hoy que estamos solos y bien lo veo con la pierna cruzada en la silla inglesa como si la casa le perteneciese, la huésped fuese yo, el dinero no viniese de mis padres, métase en su cabecita que todo a mi nombre, ¿comprende?, su hermano es mi empleado, ¿comprende?, si me da la gana los echo a los dos, ¿comprende?, y el desvergonzado le preguntaba a Pedro

—¿No estás harto de ella, hermanito?

invitándolo a una casa

una barraca de Alenquer pegada a la propiedad del señor Machado en la que una viuda y una gramola y gritos de ópera y un pellizco en la mejilla y

—Desnúdense

con la viuda él desnudo, conmigo en bata, Pilar frotándose las palmas en las rodillas

—¿Rui?

y yo advirtiendo que la boca de él

—¿João?

la boca de él todo el tiempo

—¿João?

João a quien madre prefería, le separaba las espinas del róbalo mientras que a mí ya tienes edad suficiente para comer el pescado solo, le empujaba el columpio más tiempo, me tocaba la vez y estoy cansada, cuando él se acercaba al pozo y tantas abejas, Dios mío, avispas a las que mareaba el olor del agua, las flores de los cerezos como nunca las he visto tan bonitas

millares de flores tan bonitas

aquellos hilos de semillitas que navegaban en la hierba, las cosas malas

sopa, aspirinas, lavarse los dientes

no existían, cuando él se acercaba al pozo no le pegaba casi nunca y si hubiese sido yo ¿quieres un cachete en el culo?, quise darle el brazo en el funeral y me negó el brazo o sea no tienes vergüenza de haber sido tú el que se quedó, mi secretaria no puede entrar no puede entrar y João fingiendo que le acariciaba la nalga, divertido, contento, bajaba a la tumba, hacía señas para que lo cubriesen de tierra, se desnudaba

—Hasta luego, hermanito

João a la secretaria no estoy entrando, querida, qué manía la suya, nadie ha entrado, hasta que una losa lo enmudeció o ni siquiera una losa puesto que en medio de las reuniones te me apareces en el despacho

—Cucú

interrumpes a los ingleses de las máquinas agrícolas, te bebes mi café, propones

—¿Nos vamos?

me alteras el orden de los dossiers

—No te dejes engañar, hermanito, eres tan ingenuo

la mesa de ping-pong combada en el cobertizo de la quinta, el baúl en el que yo suponía que estaban los huesos del abuelo notario, el respeto de la familia frente al marco de un individuo delgadito a quien dignificaban los elogios

—Tu abuelo firmó más de mil escrituras en Coimbra

y el individuo delgadito que escribía su nombre con una estilográfica a la que le faltaba la pluma exhibida con pompas de reliquia

—La estilográfica del abuelo

la mesa de ping-pong, los ingleses a la espera, el abuelo notario desde el interior del baúl, impaciente

—¿Y?

más de mil escrituras en Coimbra y ahora los huesos limpios de carne tintineando en el arcón, al forzarlo con un pie de cabra ningún abuelo, cortinas enmohecidas y cajas de galletas vacías, no me acuerdo de que lloviese, me acuerdo de mi madre plegando el abanico y quejándose del calor

—Qué calor

me acuerdo de la viuda mis queridos mis hijitos, los ingleses a la espera mientras yo cogía la raqueta de ping-pong y la bola

mientras yo cogía la estilográfica a la que le faltaba la pluma

mientras yo sacaba mi estilográfica de la chaqueta y en lugar de mi estilográfica regalada por la Asociación Industrial la estilográfica de firmar escrituras, mi hermano se servía de los cigarrillos del jefe de los ingleses y me echaba el humo en la cara

—Sorpresa

coger mejor la raqueta, concentrarme a fin de que la bola al otro lado de la red, mi padre dormía en una mecedora y a pesar de estar él elegantísimo, brillantina, traje, anillo

deseé tanto el anillo

lo que se notaba eran los zapatos de charol cerca de la cabecera por la noche, el logotipo de la fábrica en la plantilla

Zapatería Mimosiña

que lo transportaban por las habitaciones con una lentitud sonámbula

—Déjenme

las cerezas que picoteaban las aguzanieves, la propiedad del señor Machado, manzanos, vides, el doctor Elói que tocaba la guitarra

o banjo, o viola

los días de fiesta, inauguraciones, bodas, usaba una condecoración, visitaba a la viuda con una botellita de licor, salía a peinarse alisando la chaqueta, la viuda me dio a probar el líquido amarillo en el que giraban virutas incandescentes bajo la luz

—Prueba el licor del abogado, niño

pronunciaba licuor

la loción de afeitar del doctor Elói por todas partes

y después de probar me apetecía desperezarme sin interés por los angelitos, la gramola, el mundo, me hundía en una jalea azucarada con la cicatriz de la vacuna que me taladraba la mejilla, los ingleses de las máquinas agrícolas interrogándose, nuestro economista señalaba la línea en la que se rubricaba el contrato

tu abuelo o sea las cortinas mohosas y las cajas de galletas firmaron más de mil escrituras en Coimbra, el nombre de él firme, decidido, exacto

Orlando Borges Cardoso

mi secretaria con un agua de colonia que yo desconocía, dime quién te la ha comprado, no inventes excusas

—Pedro

no podemos casarnos pero podemos el resto si te portas bien, yo que siempre le recomendé que tuviese cuidado con tantos buitres y mentirosos sueltos

—En tu apartamento soy Pedro o lo que te dé la gana, pero en la empresa señor arquitecto, no te olvides

nuestro economista se estremecía con el

—Pedro

y muchas lamparitas de juego americano resonaban en su cabeza, intentando apagarlas antes de que yo me diese cuenta

Zapatería Mimosiña

—¿Hay algo que quiera agregar, señor arquitecto?

y por consiguiente cogí la estilográfica sin pluma y escribí Orlando Borges Cardoso, comencé a escribir Orlando Borges Cardoso con una caligrafía antigua, un individuo delgadito de Coimbra con más de mil escrituras firmadas, admíralo, la bola de ping-pong afortunadamente en el lado opuesto de la mesa, lo logré, los ingleses aliviados, mis óleos

acuarelas

calmándose en los ganchos, mi madre soltaba el columpio aclarándoles

—No se le puede comparar con su hermano, nunca confié mucho en él

las acuarelas que pertenecieron a mi suegro y nunca simpatizaron conmigo

—Ya

no podemos casarnos pero podemos tener el resto si te portas bien, las tardes de los viernes, viajes de trabajo a Londres, el bolso del que me hablaste anteayer, nuestro economista llamando al compadre de mi suegro con la intención de ocuparme el lugar vacante, copias de cartas, un informe de los servicios internos

—¿Tenía conocimiento de que el arquitecto, señor Simas?

el señor Simas se cambiaba las gafas de lejos por las gafas de cerca, se equivocaba, las guardaba junto con el pañuelo y un tercer par que se me antojó el de la chica de la contabilidad

—¿Esto es verdad, João?

—No soy João, soy el mayor, soy Pedro

el señor Simas extrañado en un eco

—Pedro

es decir, el señor Simas reparaba en el tercer par de gafas, lo escondía en los pantalones, se volvía hacia mí con un mensaje que no me acordaba de haberle mandado, Mañana en el nido después del dentista

—¿Esto es verdad, Pedro?

la bola de ping-pong demasiado deprisa hacia mi lado de la mesa donde la madera torcida la desviaba, mi hermano no falles, no pierdas el juego, explica al señor Simas que no es tu letra, tu letra no tiene trazos gruesos y finos, consonantes barrocas, una exageración de comas y la familia admirativa en aquel tiempo sí, es del notario Orlando Borges Cardoso tan alabado en Coimbra, examine el papel descolorido, la tinta casi lila, el entusiasmo de mi madre, de mi padre, del tío jubilado del algodón de Angola que se ocupaba de libros, alzando el mensaje hacia la lámpara con una unción de hostia exhortándome a venerar el ejemplo

—Tu abuelo, João

—Me llamo Pedro

—Tu abuelo, Pedro

un delgadito insignificante con una naricita de mirlo, conquistó a tu abuela

y sabe Dios lo exigente que era tu abuela

con mayúsculas que le ablandaron el corazón

—Hoy en día ni eso aprenden en la escuela

mis padres al señor Simas que me pareció que no llegaba a verlos, exhortándolo a venerar la perfección de la tilde

—La perfección de la tilde, señor Simas

claro que no es la letra de João

de Pedro

pues, de Pedro, claro que no es la letra de Pedro, Pedro evidentemente, siempre tan torpe, incapaz de esta armonía, el señor Simas convencido de haber sido yo quien habló

—¿Qué historia es ésa de la perfección de la tilde?

pasando el mensaje de las gafas de cerca a las gafas de lejos, probándose las de la chica de la contabilidad, subrayando la ola del acento con la uña, la mano se apartaba de él, solitaria, independiente, cabalgando el aire y dibujando jorobas de camello por el despacho

—¿La perfección de la tilde?

recuperaba la mano así como yo recuperé la bola, aferrarla de prisa en la manga, encogía y enderezaba las falanges comprobando si era de hecho la suya, mis padres lo ayudaban, mi madre por añadidura con sombrero blanco, con el vestido sin cinturón de pasear por la quinta, los zapatos de charol

Zapatería Mimosiña

crujiendo en la alfombra del despacho

—No se preocupe que es su mano, señor Simas, tranquilo

el señor Simas se liberaba a duras penas de la perfección de la tilde, distribuía las gafas por los bolsillos con una morosidad perpleja, despertaba a duras penas

la bola de ping-pong del lado de él qué suerte, conseguimos que la bola del lado de él, madre, una opinión caía desde lo alto subrayada por una palmadita, la complicidad de los hombres que madre nunca ha de aceptar, la fraternidad en el pecado

—Esas cosas se hacen con cautela, mozo

el último consejo con la mano derecha

volver a encoger y enderezar los dedos, no hay engaño, es mía

en el picaporte de la puerta

—Y por favor cámbiese de zapatos de prisa que el charol cruje que no se aguanta

sin notar que yo no con él, yo en la iglesia con mi sobrino en el momento en que introdujeron en las andas los ataúdes y las flores y un hombre que hacía preguntas y escribía las respuestas en un bloc

—Es pariente del marido de Soraia

de manera que cinco o seis fotógrafos de inmediato frente a mí con máquinas que les cubrían la cara no te muevas así sales guapo en el periódico, sacaban carretes de la máquina y los guardaban en una bolsa, sacaban carretes de la bolsa y los encajaban en la máquina sólo un minutito más, caballero, agitaban en el aire la bandera al viento de la palma levante el mentón como si no existiésemos y mire aquellos edificios allá atrás, no Alenquer, no la casita de la viuda pegada a la propiedad del señor Machado, edificios sin nada de especial que no merecían ser mirados, ropa puesta a secar ya se sabe, jaulas cuyos pájaros murieron por falta de alguien que los curase con palitos y cuerda y en esto una mujer

¿mi secretaria?

me enderezó la corbata no va a aparecer con la corbata torcida en las revistas, señor arquitecto, el fotógrafo más a la izquierda encendía y apagaba muy deprisa la luz tenga paciencia, señorita, vuelva a enderezarle la corbata para sacarlos a los dos, mi secretaria le enseñaba los dientes y el fotógrafo con un pedazo de barriga al aire entre la camisa y los pantalones excelente excelente ahora déle el brazo, señorita, mi mujer abandonó el cortejo para colocarme el guante de encaje negro en el hombro desaparece so puta y mi hermano radiante

—Tu esposa, hermanito, quién lo diría

polvo de arroz, perfume, una marca de carmín en mi oreja, el fotógrafo enseñaba más el ombligo perfecto, el guante me sujetó la nuca con la frente pegada a la mía girando las caderas y realzando la cintura, mi secretaria desaparezca zorrona, yo que contemplaba obediente los edificios allá atrás, el atrio de la iglesia, los tejados de la calle siguiente donde me pareció que mi madre

—¿Quién es Pedro?

mi madre es obvio que no, mi madre enferma, alguien más pequeño, tal vez yo en un columpio

no, más pequeño, creo que el flotador de una jirafa en la piscina y yo tranquilizándola

—Rui está a punto de llegar, cálmate

mientras ella se me vaciaba en las manos con un silbidito de viento.