Capítulo 12
Apenas Daniel y Armando abandonaron la casa, Sara se fue a su dormitorio. Cerró la puerta tras de sí y se apoyó en ella con el corazón desbordado y el cuerpo encendido. Después se dejó caer en la cama, suspirando.
Si Armando no los hubiera interrumpido, lo más probable es que ahora hubiese estado en la cama con Daniel. La invadió la excitación al pensarlo, pero también se inquietó porque no sabía con exactitud qué pasaba entre ambos. ¿Sería el rollo de una noche solamente? No le parecía posible, al menos para ella no lo era, pero el fuego se había encendido entre ambos tan rápidamente que tal vez esa era la impresión que había dado. ¡Ay, no! ¿Y si Daniel la consideraba un ligue ocasional, un polvo rápido? Justamente por esa preocupación, nunca se había precipitado en irse a la cama con alguien.
A duras penas, decidió aguantarse un poco hasta no saber mejor qué estaba ocurriendo de verdad entre ambos. Se acostó temprano tratando por todos los medios de dormirse antes de que llegara Daniel y se sumió en un sueño ligero del cual se despertó brevemente cuando horas más tarde él llamó con suavidad a su puerta. No contestó y se hizo la dormida como una gran cobarde.
Pasó todo el día siguiente arrepintiéndose de no haber hablado con Daniel y volvió a casa apenas pudo, desesperada por verlo. Por desgracia, solo había llegado Fran que estaba en el salón viendo la televisión. Lucía desganada.
–¿Estás bien? –dijo Sara sentándose en el otro sofá.
Fran resopló.
–Volví a pelearme con Stephen.
–¿Es algo grave?
–No, no lo creo. Solo me molestó algo que dijo.
–¿Qué fue lo que dijo?
–Dijo que todas las telenovelas eran basura y que había que ser tonto o estúpido para que a uno le gustara.
Sara recordó lo mucho a Fran le gustaban esa clase de programas.
–Bueno, esa es su opinión. No deberías dejar que te afecte.
–Sí, lo sé; es solo que a veces siento que Stephen siempre está fijándose en lo malo. Como criticando todo, ¿no crees?
–Tal vez –comentó Sara sin atreverse a negarlo ni a desmentirlo, aunque pensando que Stephen no tenía mucho en común con su amiga–. ¿Qué estás viendo?
–Un capítulo de “The Mindy Project”. Me encanta. Espera a que aparezca ese estupendo inglés que hace de doctor.
Sara se acomodó a ver la serie junto a Fran, sobresaltándose cada vez que escuchaba un sonido imaginando que era Daniel. Solo tuvo que esperar diez minutos más antes de verlo aparecer antes de su hora habitual de llegada, como si él también se hubiera apresurado a volver a casa.
Sara alzó la vista con timidez hacia él.
–Hola –le dijo tratando de no revelar lo cortada que estaba.
–Hola chicas –él las saludó con la misma naturalidad que siempre y sentó junto a Sara–. ¿Qué ven?
–“The Mindy Project” –contestó Fran sin despegar la vista del televisor–. Muy bueno.
–Pues veamos qué tal –dijo y se concentró en el programa.
Sara lo miró de reojo. Daniel se veía absorto en la serie. No quedaba ni la más mínima señal del hombre apasionado de ayer. Ese que le encendió la piel con sus besos y que con sus susurros íntimos logró hervirle la sangre. El solo recuerdo de lo que había ocurrido entre ambos hizo que se desatara el mismo anhelo insatisfecho en su interior y clavó la vista en la televisión, completamente sonrojada.
Daniel sacó su móvil y se puso a revisar algunos correos con toda la calma del mundo. ¿Cómo era posible que estuviera como si nada después de lo que había ocurrido entre ambos? ¿Es que eso había sido todo? ¿Solo unos cuantos besos clandestinos? Sara se removió inquieta en el asiento, desilusionada y sin saber qué hacer a continuación. De pronto, su móvil sonó avisándole que tenía un nuevo mensaje: era de Daniel. Su corazón dejó de latir, cuando leyó:
“No he podido dejar de pensar en ti”.
Esperó que su rostro no revelara hasta qué punto sus palabras la afectaban. Lo miró y se encontró con Daniel dedicándole una sonrisa llena de promesas. Él empezó a teclear otra vez y en apenas unos instantes le llegó un nuevo mensaje.
“¿Tú has pensado en mí?”
Sara comprobó que Fran seguía hipnotizada con la televisión y escribió con dedos temblorosos.
“Sí. Todo el día”.
Lo oyó suspirar cuando leyó la respuesta, luego él volvió a escribirle.
“¿Solo el día? Porque yo tampoco pude alejarte de mi mente durante la noche. Me acordé de tantas cosas…” –Daniel dejó el resto en suspenso.
Sara tecleó con prisa:
“¿De qué te acordaste?”.
“De lo increíble que fue besarte… de lo suave que es tu piel…”
El pulso de Sara se aceleró y no alcanzó a responder antes de que llegara otro mensaje.
“Recordé tu perfume y la forma en que me envolvió cuando besé tu cuello… Pero por sobre todo, pensé en otra cosa…”
“¿En qué?”
“En todo lo que siento cuando estoy contigo”.
Una felicidad que no cabía dentro del pecho la inundó. Lo miró rendida y vio en el semblante de Daniel franqueza y algo tan tierno que le fundió el corazón.
Él movió sus dedos sobre el teclado nuevamente.
“¿Por qué no me esperaste anoche?”.
Sara se quedó mirando la pantalla sin saber qué contestar. Como la respuesta no llegaba, él volvió a escribirle.
“No podía esperar a besarte; a tocarte otra vez”.
Ella tragó con fuerza y su rostro reflejó el fogoso sentimiento que reprimía. Él tecleó un nuevo texto.
“Me muero de ganas de tocarte ahora mismo. ¿Quieres que lo haga?”.
Sara se ruborizó intensamente antes de escribir la verdad que no podía ni quería ocultar.
“Sí”.
Daniel respiró con fuerza, tomó un enorme cojín y lo puso en el regazo de ambos. Aprovechando que el almohadón los ocultaba, tomó la mano de ella y le acarició suavemente el dorso con el pulgar.
Sara se derritió con su contacto y lo miró totalmente entregada. El ardor que traslucían sus ojos avivó el propio fuego de Daniel, que giró la mano femenina para dejar boca arriba la muñeca. Comenzó a describir lánguidos círculos en su piel y el pulso de ella se disparó, la respiración masculina también comenzó a acelerarse.
Los dedos de Daniel abandonaron la muñeca e iniciaron un cadencioso descenso hasta el centro de su palma, rozándola apenas, en una sensual invitación a imaginarse cómo sería si realmente la tocara. Ella soltó un sutil gemido de protesta para incitarlo a continuar su placentera exploración y él comenzó a dibujar círculos, al principio con lentitud y luego cada vez más rápido a medida que la exhalación de Sara se convertía en jadeos reprimidos.
Como si no pudiera contenerse más, Daniel soltó la palma de Sara y posó una de sus manos en el muslo femenino. Algo febril y líquido se desató en ella y ya no fue capaz de sentir nada más que no fuera el calor de su palma. Él subió su mano con lentitud, acercándose peligrosamente hacia la parte interior. Sara no pudo contener dentro de sí su excitación, por lo que se mordió el labio para no gemir.
«Al cuerno con esperar», se dijo a sí misma. Se paró de un salto y se fue a su habitación. Desde ahí le escribió un nuevo mensaje:
“Quiero verte. Ven a mi pieza en 15 minutos”.
La respuesta llegó de inmediato. “¿Por qué no subo ahora mismo?”
“Tengo algo que hacer antes”, tecleó. “Ven en quince”.
“Quince minutos entonces, pero te cobraré a besos esta espera interminable”.
Sara tembló de anticipación frente a la sensual reprimenda y escribió de vuelta:
“Estoy contando con eso”.
Se dio la ducha más rápida de su vida y se puso un sencillo, pero sexy conjunto de lencería negro. No habían transcurrido más de diez minutos cuando golpearon la puerta. Todo su ser se estremeció de anticipación.
–Sara, soy yo –la voz de Fran del otro lado de la puerta fue como un balde de agua fría.
No le abrió.
–¿Fran? ¿Qué estás haciendo aquí?
–Necesito un consejo, ¿puedo entrar?
–¿Qué? ¿Ahora?
–Sí, ahora. Para eso se supone que están las amigas, para dar consejos ¿no? –dijo algo enfadada–. ¿Me vas a dejar entrar?
–Sí… sí, claro… dame un segundo…
Se cubrió con un feo pijama de polar, que fue lo primero que encontró e hizo pasar a su amiga. Mientras Fran le contaba lo confundida que estaba con respecto a su relación con Stephen, Sara la escuchaba apenas, pendiente de la llegada de Daniel.
Él llamó a su puerta cinco minutos después. Fue Fran quien le abrió.
–¿Qué quieres, Daniel? –dijo enojada por la interrupción–. Estamos en conversación de chicas.
–Eh… pues… yo… –su rostro confuso denotaba que esa no era la bienvenida que esperaba– yo solo quería saber si van a volver al salón, porque si no voy a poner una película.
–Haz lo que quieras; Sara y yo tenemos mucho de qué hablar.
Sara alcanzó a darle una disimulada mirada de disculpa a Daniel antes de que Fran le cerrara la puerta en la cara.
Tal como Sara temía, la conversación se alargó por casi dos horas. Cuando su amiga al fin se fue, Sara partió directo a la habitación de Daniel; entró y aseguró la puerta tras sí.
–Hey, ya pensé que hoy tampoco te veía… como anoche –dijo Daniel.
Aunque habló en tono despreocupado, Sara lo sintió como un reproche merecido. Se sentó en el borde de la cama junto a él y trató de explicarse:
–Lo siento por Fran, no supe cómo sacármela de encima antes… también lo siento por lo de anoche –añadió ruborizándose–… no sé qué me pasó. Quería esperarte, pero… bueno… yo…
Daniel la miró con ternura y buscó la mano de Sara para entrelazarla con la suya.
–Sé por qué no me esperaste anoche, Sara.
–¿Ah, sí?
–Sí –asintió con preocupación–. Piensas que esto que está pasando entre los dos va muy rápido... ¡Vamos, prácticamente me abalancé sobre ti ayer en la tarde! ¿Fui muy intenso para ti, verdad?
«No, para nada. La que se abalanzó fui yo», pensó Sara.
–Bueno, en realidad algo tiene que ver con eso… –respondió evasiva.
–Lo siento… –Daniel parecía sinceramente arrepentido–. No quería asustarte.
–¿Asustarme? –Sara agrandó los ojos porque el lujurioso frenesí que la invadió difícilmente podría calificarse de susto–. Nada que ver, Daniel; en realidad, fui yo la que…
–Tú no eres para mí un rollo de una noche –la interrumpió.
Ella cerró la boca de golpe.
–¿Ah, no?
–¡Dios, Sara! ¡Por supuesto que no! –le acarició los dedos que sostenía–. ¿Cómo has podido planteártelo siquiera?... Claro, por mi culpa, por la forma en que te besé ayer.
–A mí me gustó –confesó.
«Me gustó… Me encantó… ¡Hagámoslo nuevamente! ¡Ahora mismo!».
En los ojos de Daniel fulguró un destello apasionado.
–A mí también me gustó… Diablos, es que apenas te toco, es como si no pudiera dejar de tocarte. Quiero sentir mis manos en cada uno de los rincones de tu cuerpo y besarte hasta que ninguno de los dos pueda respirar…
Una corriente de excitación comenzó a fluir desde el centro de Sara. «Si Daniel sigue hablando así, no voy a poder evitar tirármele encima y romperle la camisa».
–Pero no –dijo él cortando el tórrido rumbo de sus pensamientos.
–¿No? –ella arqueó una ceja.
Daniel se acercó a aún más a ella y acunó su rostro entre las manos.
–No, Sara. No quiero apurar las cosas entre nosotros y mucho menos quiero presionarte para hacer nada que no quieras.
«Pero yo quiero», lo pensó pero no lo dijo.
Daniel continuó.
–Por eso, creo que debemos ir lentamente. Estoy dispuesto a esperar todo lo que sea necesario… Lo que menos deseo es estropearlo todo entre ambos.
Sara leyó la inquietud en sus ojos y el descubrimiento la sorprendió.
–¿Eso te preocupa? ¿Estropear las cosas?
–¡Por supuesto! –Daniel se pasó la mano por el pelo inseguro–. Es que yo jamás había sentido… –se interrumpió y la miró directo a los ojos–. Esto es nuevo para mí, Sara. Quiero hacer todo correctamente, no quiero arruinarlo.
–¿Y por qué crees que podrías arruinarlo? –le preguntó acariciando su mejilla.
–No lo sé… Es solo que tú eres tan hermosa y yo desde que te conozco que… –dejó la frase inconclusa y trazó sus labios con los dedos–. Quiero hacer las cosas bien contigo. Salir a comer, recorrer la ciudad… en fin, pasar tiempo juntos, pero ya no como amigos…
–¿No?
–No –había determinación en su voz profunda–. No quiero ser tu amigo nunca más. Quiero ser mucho más que eso para ti –dijo y la besó.
El beso estaba cargado de una dulzura exquisita. Había ternura, había deseo, pero por sobre todo había algo mucho más profundo que la cautivó. Olvidándose de todo, respondió con todo su ser. Estuvieron así por mucho tiempo hasta que de pronto, ya no fue suficiente para ninguno de los dos. Se apoderó de Sara la imperiosa necesidad de tocarlo y metió las manos bajo la camisa de Daniel para acariciar su espalda. Él suspiró y echó su cuerpo hacia adelante para dejar a Sara recostada en la cama. Cuando la tuvo así se acomodó a su lado y volvió a besarla aún con más desesperación.
Daniel succionó con delicadeza su labio inferior. Todo el ser de Sara vibró con ese sublime toque y movió con urgencia sus manos hacia los abdominales masculinos, deleitándose al sentir su cuerpo sólido y caliente. Él gimió y se movió hasta quedar completamente arriba de ella, volviendo el beso aún más húmedo y ávido.
El sutil sonido de sus respiraciones entrecortadas se juntó con los ruidos del exterior. Las risas de Fran y Armando llegaron desde el pasillo con estruendo.
Daniel rodó hacia un lado de la cama, se puso boca arriba y exhaló todo el aire de sus pulmones.
–Dios… realmente no puedo resistirme a ti…
La sinceridad en su voz provocó un vuelco al corazón a Sara.
Ambos se quedaron mirando el techo mientras sus alientos se aquietaban. Al cabo de un rato, él se giró hacia ella y le tomó la mano.
–Vamos a alguna parte.
–¿Adónde?
–Adonde tú quieras –Daniel le besó los dedos–. No importa. Necesito estar a solas contigo; en esta casa es imposible, siempre hay alguien interrumpiéndonos. Sal conmigo mañana sábado.
–Daniel O’Brien –ella curvó sus labios en una sonrisa coqueta–. ¿Me estás pidiendo una cita?
–Sí, así es –se acercó a ella y le besó el cuello seductoramente–. Una segunda cita.
–¿Segunda? –cerró los párpados abandonándose al deleite–. ¿Y cuál fue la primera que no me enteré?
–Cuando fuimos al lago –Daniel levantó la cabeza y la miró–. ¿Es que acaso no era obvia mi intención?
–En absoluto. Yo no sabía que estaba en una cita y tú tampoco lo dejaste claro.
–¿Y qué debería haber hecho para dejarlo claro?
–No lo sé… –titubeó imaginándose las posibilidades–. Tal vez si hubieras tomado mi mano.
Daniel se apresuró a capturar sus dedos.
–¿Cómo? –le besó el dorso con suavidad–. ¿Así?
–Mmm… –ronroneó–. Sí… y tal vez si me hubieras besado.
–¿Un beso así? –Daniel deslizó sensualmente sus labios por la boca femenina–. ¿O tal vez así? –inició un incitante vaivén hasta arrancarle un gemido.
Sara atrapó su rostro con una necesidad cada vez mayor de él. Le mordisqueó la mandíbula y trató de profundizar el beso pero él se detuvo a duras penas.
–Ah, no… no más besos para ti hasta que no contestes mi pregunta.
–¿Qué pregunta? –Sara trató de unir sus labios otra vez, pero Daniel la evadió.
–¿Quieres salir conmigo mañana?
–¿Qué tengo que decir para que me sigas besando? –musitó Sara llenando sus mandíbula de besos incitantes.
Daniel cerró los ojos casi a punto de rendirse a ella.
–Que sí –susurró con voz ronca.
–¡Sí, Daniel! Sí a todas las citas que tú quieras, sí a todo lo que tú quieras, pero sígueme besando.
Él reclamó sus labios con un gemido y siguieron el delicioso intercambio por un tiempo que a los dos se les hizo corto, hasta que Sara haciendo uso de toda su fuerza de voluntad, se fue a su propia habitación, emocionada frente a las excitantes posibilidades de su cita de mañana.