Capítulo 27
Durante la última semana de Sara, la tensión en la casa era insoportable. Daniel y Armando no se hablaban; nadie sabía por qué porque ninguno había revelado el motivo de la pelea. Lo que sí estaba claro era que el ambiente era irrespirable, tanto así que incluso el pacífico Colin asomaba la nariz lo menos posible para no toparse con malas caras.
Las malas noticias nunca llegan solas dice el dicho y esa semana Sara le encontró razón cuando se enteró de que hacía mucho tiempo que Stephen le era infiel a Fran con una de las profesoras del departamento de literatura. Aunque odiaba ser la portadora de malas nuevas, supo que Fran no le perdonaría que le ocultara una cosa así.
Esa noche se encontró a su amiga en la cocina. Sara se sentó a su lado y comenzó a hablar de todo y nada, mientras buscaba el mejor modo de abordar el asunto.
–¿Me vas a decir qué te pasa? –dijo Fran echándole una mirada recelosa–. Desde que llegaste, pareces en las nubes y saltas de un tema a otro. ¿Ocurre algo malo? ¿Se trata de Armando y Daniel? ¿Acaso se pelearon nuevamente?
–No, no es nada de eso… Fran, tú eres mi amiga y sabes que siempre puedes contar conmigo, ¿verdad? –dijo con su tono de voz más cariñoso.
La cara de Fran se transformó con verdadero espanto.
–¿Pasó algo en mi casa? ¿Llamaron de Venezuela? ¡Dime ahora que me estoy aterrando!
–No, Fran, tranquila. No han llamado de tu casa. Es solo que hoy supe que la mujer con quien viste a Stephen besándose la noche de la tocata es una de las profesoras de mi facultad.
El susto desapareció del rostro de Fran y solo miró a Sara muy seria.
–Bueno, yo ya sabía que estaba con otra. No me sorprende que se haya buscado alguien tan aburrida como él.
–El caso es que todavía están saliendo –vio como Fran apretaba los dientes–. De hecho… llevan más de un mes juntos.
–¡Más de un mes! –exclamó Fran roja de rabia–. ¡Maldito desgraciado! ¡Más de un mes! ¿Y cómo es que recién me lo vienes a decir ahora?
–Te juro que recién me enteré hoy Fran, de verdad que no tenía idea.
–¡Bastardo! ¿Cómo es posible? –Fran se paró de un salto y se paseó de un lado a otro como una fiera–. ¡Cabrón! ¡Y todo este tiempo engañándome! ¡Haciéndome ver como una tonta! ¡Me dejó como una estúpida frente a todos!
Sara trató de calmarla, pero sus intentos solo parecían enfurecerla más, así que finalmente dejó que se desahogara y hablara de él todas las pestes que Stephen merecía. Finalmente, Fran se dejó caer en una de las sillas.
Sara la miró con preocupación.
–¿Puedo hacer algo? ¿Chocolates, películas?
–Whisky –dijo con voz rabiosa–. Creo que ha llegado el momento para el whisky.
Sara ni siquiera protestó y sacó la botella y un par de vasos del estante. Fran se sirvió un corto y se lo tomó al seco. Volvió a servirse más licor.
–¡Desgraciado! –apuró el contenido de otro vaso–. Te juro que me las va pagar.
Sara se sirvió un poco de whisky para ella misma y lo probó con recelo.
–¡Puaj!, de verdad que no sé cómo puedes beber esto.
–¿Beber qué cosa? –preguntó Colin que venía entrando.
–Whisky, es malísimo.
Él sonrió.
–A mí me gusta.
–Todo tuyo –Sara le tendió su vaso.
–No, gracias, hoy no puedo. Tengo una tocata más tarde, ¿no quieren ir?
Fran negó y se sirvió otro corto.
Colin suspiró con pesar.
–Nadie quiere ir. Invité a Armando y me dijo que no, Daniel hizo lo mismo; por cierto, ¿supieron que se va?
El corazón de Sara se detuvo.
–¿Adónde se va?
–A su viaje a Australia, se va dentro de una semana más; me lo comentó el otro día.
–¡Pero pensé que se iba a ir dentro de seis meses! –exclamó Sara sin creerlo.
–Sí, pero decidió adelantarlo, ya compró su pasaje y todo –la miró con atención–. ¿Estás bien?
–Lo estará –Fran le tendió un vaso lleno de whisky.
Sara miró el vaso con asco; pero de todos modos se lo bebió al seco.
–Otro –pidió tosiendo.
Colin las observó con preocupación.
–¿Chicas? ¿Están bien?
–Perfectamente –respondió Fran tomándose un nuevo corto sin siquiera pestañear.
Colin no se mostró para nada convencido.
–Es solo que… bueno, nunca las había visto tomar así y menos whisky, ¿de verdad que está todo bien?
–¿Qué tiene de malo un par de tragos en la casa? –lo encaró Fran desafiante–. ¿Y tú no ibas a una tocata? ¿No tienes que empezar a preparar todo en otra parte?
–Sí, claro; tengo que afinar los instrumentos y salgo. Nos vemos en un rato.
Apenas se quedaron solas, Sara se derrumbó.
–Se va, Fran, Daniel se va.
–¿Y qué? Tú ya te ibas a ir de todos modos; de hecho, tú te vas en dos días.
–Sí, pero no sé… París está al lado; en cambio, Australia… –los ojos se le pusieron llorosos –es tan lejos. Ahora todo es tan real.
Sara era consciente de que las cosas ya no habían funcionado entre los dos. Aún así, enterarse de que Daniel se iba al otro extremo del mundo por un año entero, era la estocada final a cualquier mínima oportunidad entre ambos. Apoyó la cabeza entre las manos y se echó a llorar.
–No llores –dijo Fran con sus propios ojos anegados–. Ningún hombre vale las lágrimas, son todos unos imbéciles, como Stephen, infieles y mentirosos –dijo comenzando a lloriquear también.
–Al menos tú no tienes que ver a Stephen todos los días –dijo Sara llorando y rellenando los vasos; se bebió el suyo de golpe–. Ni te imaginas la tortura que es tratar de olvidar a alguien con quien vives bajo el mismo techo.
Fran le dio una mirada significativa.
–Yo también lo sé.
Sara la miró llena de curiosidad mientras Fran servía otros dos tragos.
–Armando –dijo Fran simplemente y echó la cabeza hacia atrás para beber hasta la última gota de otro vaso.
Sara se quedó de una pieza.
–¿Qué? ¿Estás enamorada de Armando?
Fran negó con la cabeza.
–No, ahora no, pero lo estaba… creo que casi lo estaba.
–¿Y qué pasó?
–¿Qué crees que pasó? –Fran comenzó a arrastrar las palabras–. Armando es Armando. Cuando lo conocí, me quedé fascinada con él; lo seguía por la casa como una tonta y juraba que todo su coqueteo era en serio conmigo. Un día que había decidido llegar y lanzarme, lo pillé acostándose con la otra compañera de casa, Inga. Después de eso, jamás se me volvió a pasar por la cabeza la idea de tener nada con él y sí, me costó mucho superarlo, pero después lo hice. Por suerte, él nunca se enteró de mis sentimientos.
Fran sirvió dos vasos más y Sara tomó el suyo de golpe. Con cada nuevo trago, el asco iba desapareciendo y se acostumbraba más al whisky.
–¿Y cómo diablos lo hiciste, Fran? Porque yo he intentado olvidarme de Daniel y hasta ahora es un rotundo fracaso –se sirvió otro vaso y lo vació hasta el fondo tratando de aliviar el nudo que se había formado en su garganta.
–¿Qué crees que hice? Busqué el clavo que saca al otro clavo y ahí fue cuando empecé con Stephen –Fran tomó todo el licor de un golpe y curvó sus labios en una mueca irónica–. ¿Te puedes creer lo tonta que soy? Elegí a Stephen porque me pareció un hombre que no me iba a hacer daño y resultó que al final era el peor de los dos.
–Tú no eres tonta –Sara rellenó nuevamente los vasos–. Yo soy la tonta… yo soy la que se enamoró de un tipo que me dijo mil veces que no quería tener una relación con nadie, que después me dijo en todos los tonos que no quería estar conmigo y que aún así me pongo a llorar cuando me entero de que se va… ¡eso sí que es ser tonta! –apuró otro corto de whisky.
Fran soltó un sarcástico bufido.
–¡Já! ¿Y qué me dices de Armando? Porque hay que estar enferma de la cabeza para enamorarse de un tipo como él y después, para olvidarlo, cambiarlo por otro que es aún un mayor desgraciado –se tomó el alcohol de un plumazo–. Si eso no es ser estúpida, entonces no sé qué es.
Estuvieron un buen rato criticándose a sí mismas, hasta que Fran decidió que ya había sido suficiente.
–¡Dios! Míranos, parecemos tontas tratándonos mal, cuando en realidad la culpa la tienen un par de desgraciados. ¡Los estúpidos son ellos, así que cortémosla con el maldito funeral! Sara, pon algo de música.
Mientras Fran rellenaba los vasos, Sara encendió su ipod, evitando deliberadamente cualquier canción romántica. Puso “Rolling in the Deep” de Adele. La canción transmitía exactamente como ella se sentía: llena de rabia. Rabia porque Daniel nunca hubiera querido escucharla ni arriesgarse con ella… rabia, porque si le hubiera importado un cuarto de lo que a ella le importaba él, sí hubiera deseado estar a su lado. Se le cerró la garganta y para despejarla, tomó su whisky hasta el fondo. Apoyó el vaso con fuerza en la mesa y empezó a cantar a todo pulmón, dejando salir toda la ira que sentía; al poco tiempo Fran también se unió.
La canción fue una especie de catarsis para ambas, a las que le siguieron muchas más melodías de despecho y luego otras de auto afirmación femenina. Durante el improvisado recital no dejó de correr el whisky y Sara ya se lo tomaba como agua, no acordándose en lo más mínimo de por qué no le gustaba.
Cuando Colin entró nuevamente a la cocina, las pilló en plena performance. Sara había agarrado el escobillón como micrófono y cantaba a todo pulmón, mientras que Fran se tambaleaba peligrosamente arriba de una silla en una especie de danza. La vista de Colin cayó en la botella de whisky casi completamente vacía.
–¿Cuánto han tomado, chicas?
–Unas cuantas copitas nada más –respondió Fran en español.
Colin frunció el ceño.
–No puedo entender nada de lo que dices si no hablas en inglés.
–¿Te hablé en español?
Fran miró a Sara y ambas rompieron a reír.
–Le hablaste en español –se carcajeó Sara–. No me di ni cuenta.
–Ya pues, chicas, inglés por favor –las reprendió Colin–. Sara tú también, a ti tampoco te entiendo nada.
Fran se bajó de la silla, perdiendo de tal modo el equilibrio, que si no hubiera sido por Colin que se apuró a afirmarla, hubiera aterrizado directamente al piso.
–Lo… lo que pasa –balbuceó Fran como contándole un secreto– es que Sara está borracha.
–Yo diría que no es la única que lo está –dijo él con reprobación.
–Ja, ja, ja, te pillaron –Sara se acercó a él en zigzag–. ¡Colin! Ven a brin… brindar con no… nosotras.
Fran alzó su vaso.
–Un salud, por nosotras… un par de mujeres libe… liberadas y solteras. ¡Salud!
–¡Salud! –Sara entrechocó su vaso con el de Fran y casi se va de bruces; inmediatamente estalló en carcajadas.
–¿No creen que ya ha sido suficiente de tomar? –preguntó Colin mirándolas con preocupación.
–¡Psss! Solo un par de tra… tragos al ritmo de la música –a Sara se le enredaba la lengua–. ¡Música!... Deberíamos ir a una kara… karaoke.
Fran alzó los brazos entusiasmada.
–¡Vamos ahora!
–¡No pueden salir así! –exclamó Colin–. ¡Están totalmente ebrias!
Fran se acercó tambaleándose a él y le clavó el índice en el pecho.
–¡Ningún hombre nos va a de… decir lo que tenemos que ha…hacer. Somos mu… mujeres solteras.
–¡Y liberadas! –Sara rellenó otra vez los vasos, derramando gran parte del contenido afuera–. Además, solo vamos al bar de la es… esquina. Ven, con nosotras.
–No puedo, tengo una tocata –dijo Colin–. Por favor, no salgan, ¿es que no se dan cuenta de es peligroso que se vayan así?
–Buf, ya te pusiste aburrido –se quejó Fran–. So… solo es ir a la esquina. ¿Nos vamos?
Ambas hicieron un brindis final antes de salir de casa, dejando a un inquieto Colin en el interior. Él sacó su celular y marcó el número de Daniel.
–Hola, soy Colin… Sí, te llamo porque las chicas salieron completamente borrachas… ¡No es mi culpa, traté de detenerlas, pero no me hicieron caso!... ¿Qué?... No puedo, tengo una presentación con mi grupo… No, Armando tampoco está… Al bar de la esquina… De acuerdo, suerte.