Capítulo 14
–¡Sara! –Antonio la abrazó fuertemente y le plantó un beso en los labios–. ¡Sorpresa!
El impacto de tener a Antonio frente a ella, la paralizó y no atinó a reaccionar, solo se quedó quieta como un conejo asustado, mientras él la estrechaba bajo la mirada de desprecio de Daniel.
–¿Es que no dices nada? –Antonio la besó nuevamente, esta vez en la mejilla –.¿No me invitas a entrar?
–Sí, sí, claro, pasa –ella abrió la puerta con dedos temblorosos e hizo pasar a Antonio a la cocina con Daniel pisándoles los talones–. Estoy… estoy sorprendida, Antonio. ¿Qué estás haciendo aquí?
–Quise venir a Dublín a darle una sorpresa a mi futura esposa.
El rostro de Daniel se desencajó.
–¿Se van a casar?
Antonio se puso alerta con su expresión y adoptó una actitud desafiante.
–Así es, cuando Sara vuelva a Chile.
–Eso es en tres meses –dijo Daniel como si no lo creyera.
–Daniel, no… –intentó decir Sara, pero Antonio la interrumpió.
–No tiene sentido esperar más; después de todo hemos estado juntos cuatro años.
–¡Cuatro años! –los ojos de Daniel se agrandaron del impacto, pero luego se llenaron de desprecio al mirar a Sara–. Cuatro años… eso aclara muchas cosas –le dijo con acidez antes de abandonar la habitación.
Sara quiso salir corriendo detrás de él, pero primero era preciso aclarar las cosas con Antonio.
–¿Qué estás haciendo realmente aquí?
–Ya te dije –el rostro de su ex novio se endureció–. Vine a verte.
–¿Por qué? Nosotros ya no estamos juntos.
–No estabas hablando en serio. Te confundiste; eso fue todo. Entendí el mensaje, Sara. No te presionaré ni te descuidaré más. En verdad lo siento.
Parecía tan arrepentido que a Sara se le rompió el corazón por lo que estaba a punto de decirle.
–Antonio, escúchame, no estoy enojada, ni dolida contigo. Cuando te dije que era mejor para los dos que termináramos, lo decía en serio. Eres muy importante para mí, realmente sí, pero yo ya no puedo estar contigo. No hay forma fácil de decirte esto, pero yo ya no siento lo mismo por ti.
Antonio mantuvo su expresión triste.
–Confundirse es normal, amor. La distancia enfría muchas relaciones; por eso mismo, nunca quise que vinieras aquí. Regresa conmigo, Sara. No tires cuatro años al cubo de la basura simplemente por un viaje tonto.
–Es que no se trata solo de este viaje. Tú y yo queremos cosas completamente distintas de la vida, ¿no te das cuenta? Tú quieres ascender en tu empresa, casarte y quedarte a vivir en la misma ciudad. Yo en cambio, quiero recorrer el mundo y aprender otras maneras de entender la vida.
Antonio agrandó los ojos con enojo e incredulidad.
–¿Me estás diciendo que quieres seguir moviéndote de un lado a otro, de un país a otro sin construir nada? ¿Es que tienes la cabeza llena de pajaritos?
A ella se le llenaron los ojos de lágrimas e inspiró hondo para armarse de valor y revelar lo que realmente sentía.
–No tengo la cabeza llena de pajaritos y sabes que no es solo eso… creo que me sentía confundida sobre mis sentimientos hacia ti desde antes de viajar.
La rabia transformó el rostro de Antonio.
–¿Por qué no me dijiste algo entonces? ¿Cómo fuiste capaz de irte sin decirme nada? ¡Y ahora simplemente me lanzas que todo termina aquí, después de que atravesé medio mundo por ti!
La culpa la aplastó.
–Lo siento.
–¡Ni siquiera me das la opción de arreglar cualquier cosa que haya hecho mal! –dijo gritando.
Los gritos de Antonio llegaron al piso superior y, pese a que el desengaño lo carcomía, Daniel decidió bajar para asegurarse de que no le estaba haciendo daño a Sara. Cuando llegó al final de la escalera, escuchó la voz acongojada de ella. Estaba llorando, pero no parecía en peligro, sin embargo, de todos modos se quedó en la escalera, desde donde podía escucharla sin que lo vieran.
–¿Es que no lo entiendes? –Sara sollozó–. No es nada que hayas hecho tú, Antonio. El problema no eres tú. Tú no has hecho nada malo; es solo que yo ya no siento lo que sentía antes.
–Dime la verdad; creo que después de cuatro años, me merezco algo mejor que el típico “no eres tú, soy yo”… –hubo un instante de silencio antes de que él preguntara–. ¿Es que estás con alguien más?
El corazón de Daniel se encendió con una remota esperanza. “Dile que sí, Sara”, pidió en silencio mientras aguardaba su respuesta casi sin respirar.
–No. No estoy con nadie más –soltó ella finalmente.
–Sara –la voz de Antonio era una amenaza–. No me mientas, no soy imbécil. Vi la reacción de ese tipo con el que llegaste. Si estás con él, dímelo ahora.
–No, Antonio, no estamos juntos –escuchó Daniel que ella lo negaba una vez más– no siento nada por él; es solo un compañero de casa.
Las palabras de Sara mataron el último vestigio de ilusión de Daniel. Decidió que ya había oído lo suficiente y se encerró en su cuarto con el corazón hecho pedazos.
Mientras tanto, en el piso inferior, Sara volvió a dirigirse a Antonio:
–La verdad es que siento que nos comprometimos apresuradamente y ahora me doy cuenta de eso… lo siento Antonio, pero ya no estoy enamorada de ti.
Creía que Antonio lo intuía, pero eso no lo hacía más fácil de confesar. Ella había dicho en voz alta las temidas palabras que ponían punto final a cuatro años juntos.
–Podrías haberme dicho eso hace mucho tiempo –dijo él con voz enrabiada y dolorida– me hubieras evitado venir hasta acá a hacer el ridículo.
Lágrimas de culpabilidad nublaron los ojos de Sara.
–Perdóname por favor. No quería hacerte daño, solo…
–No… –él la cortó– ya no digas nada… Fui un imbécil por venir aquí, creyendo que podría cambiar las cosas… No quiero volver a saber de ti. Adiós, Sara.
Él caminó hacia la salida y desde la puerta, le dirigió una última mirada vacía antes de cerrarla tras de sí.
Tan pronto Antonio salió, Sara se derrumbó sollozando en una de las sillas, con la angustiosa certeza de que aún faltaba lo peor: enfrentarse a Daniel. Hizo varias respiraciones profundas para serenarse lo suficiente antes de subir. Cuando logró un resultado aceptable, se dirigió a su habitación.
–Daniel –tocó la puerta con suavidad–. Necesito hablar contigo.
Desde el otro lado de la madera, le llegó su voz rabiosa.
–¡Lárgate de aquí!
–Por favor, escúchame –suplicó–. Lo que acaba de pasar no es lo que tú crees, puedo explicártelo.
–¡Que te largues!
–¡No voy a irme a ninguna parte hasta que me escuches!
Sara giró el pomo de la puerta y entró en la habitación con el corazón encogido. Alcanzó a ver a Daniel derrumbado en la cama, pero apenas él la vio, se levantó de un salto y se plantó frente a ella.
–¿Quién demonios te dio permiso para entrar? ¡Sal de aquí ahora!
–¡No hasta que me escuches!
–¿Y qué se supone que tengo que escuchar? ¿Cómo van tus preparativos de boda?
–¡Antonio y yo ya no estábamos juntos!
La mirada de Daniel estaba llena de rabia y desconfianza.
–¿Y por qué diablos entonces él se apareció aquí?
–¡No lo sé! ¡Yo terminé con él antes de empezar contigo!
–¿Ah sí? ¿Y por qué dejaste que te besara?
–¡Me bloqueé! ¡Jamás esperé que viniera a Dublín!
–¿Y tú crees que yo soy tan estúpido como para creerte eso? Él dijo que ustedes llevaban juntos cuatro años. ¡Cuatro años, maldita sea! ¡Y además te ibas a casar! ¿En qué jodido momento pensabas decírmelo?
Sara se angustió infinitamente.
–Es cierto que estuvimos comprometidos, pero un día después de una pelea, creí que habíamos terminado. Te juro que es cierto; de hecho, ni siquiera le conté que me venía a Irlanda porque pensé que ya no estábamos juntos.
El rostro de Daniel adoptó una marcada expresión de censura.
–¿Te viniste sin decirle nada a tu novio de cuatro años? ¿Aún cuando te ibas a casar?
–Yo… sí –reconoció ella enrojeciendo– pero ese es solo un lado de la historia. Verás, él y yo estábamos mal desde…
Daniel le quitó la palabra.
–Estás demente si piensas que me importa una mierda escuchar acerca de tu relación con él. Vete de mi habitación.
–Daniel, por favor déjame explicarte –suplicó llorosa–. Es cierto que oculté mi relación al principio porque no quería que pensaras mal de mí; pero después cuando pensé en contarte jamás encontré el momento adecuado.
–¿Mientras estábamos cenando? –preguntó con furia–. ¿Cuándo estábamos en un bar? ¿Hoy? Cualquier jodido momento durante estos dos meses hubiera servido. ¡Tuviste miles de oportunidades!
–Yo… en verdad lo siento –Sara estaba tan afligida que no hallaba la forma de disculparse–. Necesitaba tiempo.
–¿Tiempo para qué, maldita sea? ¿Para hacer tu despedida de soltera? ¿Para experimentar con alguien por última vez antes de casarte? ¿Por eso querías acostarte conmigo?
–¡No! ¡Claro que no! Daniel, por favor… Sabes que no fue así.
Él continuó hablando furioso sin hacerle ningún caso:
–Todo el tiempo que pasamos juntos en realidad estabas con otro y me mentiste desde el primer día… en el lago, cuando salimos a comer, en el bar… hoy mismo –le lanzó una mirada de profundo desdén.
–Daniel, yo no sabía que las cosas iban a ser así… No sabía qué hacer… Lo llamé antes de empezar contigo, le dije que terminábamos –se explicó al borde de las lágrimas.
–Debes pensar que soy un completo imbécil si crees que me voy a tragar esa mentira... ¿Con quién estabas jugando? ¿Con él o conmigo? ¿Con ambos? ¿Por eso querías mantener lo nuestro en secreto? –hizo una pausa para preguntarle con la voz quebrada, como si aún no pudiera creerlo–. ¿Cómo pudiste Sara?
–Yo no estaba jugando con nadie. Mucho menos contigo, tú a mí en verdad me importas.
–¿Ah sí? –dijo con ironía–. ¿Y por qué le dijiste a él que no estabas conmigo? ¿Por qué le aseguraste que yo no significaba nada para ti? Así es, te escuché negarme no una, sino dos veces, ¿qué explicación tienes para eso?
–¡Antonio estaba hecho una furia! Temí que si le contaba lo que había pasado entre tú y yo, se te echaría encima a golpes.
–¡Mira que eres tierna! –sus palabras rezumaban sarcasmo–. ¡Tan preocupada por mi seguridad!
Sara resopló agotada.
–Tampoco quería hacerle más daño a Antonio, si quieres saberlo.
–¿Pues sabes qué? Creo que en realidad la única que no quería quedar mal con nadie, eras tú. Tú solo pensabas en ti misma. Eres una egoísta y una mentirosa.
La acusación de Daniel le perforó lo más profundo del alma y ya no pudo contener el llanto. Él no pareció conmoverse en lo más mínimo y volvió a hablar con la voz teñida de amargura.
–Creí que eras distinta, Sara. Yo pensé que tú… que nosotros –se interrumpió–. Me engañaste totalmente. Bien hecho, has demostrado que soy un completo idiota… Lo que no entiendo era qué diablos era todo esto conmigo. ¿Qué querías de mí? ¿Querías una última aventura antes de casarte y entonces te parecí un tonto al que podías utilizar?
–¡Por favor no digas eso! Jamás te consideré así.
Daniel bufó.
–Ya ¿y entonces qué soy yo para ti? ¿El tipo de rebote que usas para pasar la pena? ¿El tipo de transición hasta que llega otro mejor?
–No, claro que no –Sara lo miró con los ojos llenos de lágrimas–. Tú no eres eso para mí, Daniel. Tú eres… eres…
Se quedó en silencio sin saber qué decir, ¿cómo explicarle a él lo que ella misma aún no tenía claro? La mirada de Daniel reflejó una profunda tristeza antes de endurecerse por completo.
–¡Dilo! –la urgió–. ¿Qué diablos entonces soy yo para ti?
Sara lo observó con los ojos muy abiertos y no supo qué contestar.
–Tú no tienes una puñetera idea de lo que quieres –dijo Daniel con voz cansada y dolida– y yo no soy tu maldito juguete... Haz de cuenta que lo que ocurrió entre nosotros nunca pasó.
El corazón de Sara se rompió en mil pedazos.
–Daniel, por favor no digas eso. Te juro que las cosas no son como tú crees. ¡Por favor, déjame explicarte! Te estás haciendo una idea completamente equivocada.
Daniel sacudió la cabeza con determinación.
–No, Sara. Ahora ya no…. Antes estaba completamente equivocado en muchas cosas, especialmente con respecto a ti. Ahora que realmente te conozco, no quiero nada más que ver contigo. Y ahora lárgate de mi pieza y jamás vuelvas a entrar.
Sara miró su rostro invadido por la rabia. El dolor la atravesó cuando comprendió que él no iba a cambiar de opinión. Completamente derrotada, hizo lo que él exigía y se marchó a su propia habitación. A los pocos minutos, lo escuchó abandonar la casa, azotando con estruendo la puerta al salir. Las lágrimas se agolparon otra vez en sus ojos. Echó el cerrojo a su puerta y lloró el resto del día.