Fábula-prólogo del autor de las fábulas

Me encadenas a un ritmo, a una medida,

pero mi libertad no sufre daño.

No eres, al fin y al cabo, un dueño extraño:

tu tiranía me es muy conocida.

Aceptas toda idea contenida,

pero con lo excesivo eres huraño.

Siendo tan reducido, en tu tamaño

a todo, bueno o malo, das cabida.

Me pongo tus grilletes porque sé

que en ellos está el alma de un anciano

que puede ser jovial, sereno o vano,

herético o cegado por la fe.

Mas tu mayor verdad no me es ajena:

que acabo siendo yo quien te encadena.