19
Se hallaban en la habitación más alta de la torre. Yuri estaba sentado ante una mesa redonda, con los ojos fijos en una humeante taza de té chino.
El té lo había preparado el condenado a muerte. Yuri ni siquiera lo había probado.
Durante los años que había vivido en la orden de Talamasca, Yuri mantuvo siempre un estrecho contacto con Stuart Gordon. Había comido en numerosas ocasiones con Gordon y Aaron. Habían paseado juntos por el jardín y juntos habían acudido a los retiros espirituales en Roma. Aaron se había sincerado con Gordon: Las brujas Mayfair, las brujas Mayfair y las brujas Mayfair. Y ahora le tocaba el turno a Gordon.
Había traicionado a su amigo.
¿Por qué no acababa Ash con Gordon de una vez? ¿Qué podía ofrecer ese hombre que no estuviera contaminado, pervertido por su locura? Era casi seguro que sus ayudantes eran Marklin George y Tommy Monohan. Sin duda, la Orden acabaría descubriendo la verdad. Yuri se había puesto en contacto con la casa matriz desde la cabina telefónica del pueblo, y al oír la voz de Elvera se le habían empañado los ojos. Elvera era leal. Elvera era buena. Yuri sabía que la sima que se había abierto entre la Orden y él había empezado a cerrarse. Si Ash estaba en lo cierto, si se trataba de una conspiración de pequeña envergadura y en la que no estaban implicados los Mayores tal como parecía, lo único que podía hacer Yuri era mantener la paciencia. Debía prestar atención a lo que dijera Stuart Gordon, pues tenía que regresar a Talamasca con toda la información que pudiera recabar esa noche.
Paciencia. Eso es lo que le habría pedido Aaron. Aaron habría querido que el asunto saliera a la luz, que todos lo supieran. En cuanto a Michael y Rowan, ¿acaso no tenían derecho a conocer los pormenores? Luego estaba Ash, el misterioso Ash. Fue él quien había descubierto la traición de Gordon. De no haber aparecido Ash por la calle Spelling, Yuri habría creído la fingida inocencia de Gordon, así como las absurdas mentiras que éste le había contado en el café.
¿Qué estaría pasando por la mente de Ash? Era un personaje que irradiaba una fuerza increíble, tal como había dicho Yuri. Ahora habían podido comprobarlo personalmente; habían contemplado su extraordinario rostro, su mirada serena y amable. Pero no debían olvidar que representaba una amenaza para Mona, para cualquier miembro de la familia Mayfair.
Yuri borró esos pensamientos de su mente. Lo cierto es que necesitaban a Ash. Éste se había convertido en el jefe de la operación. ¿Qué ocurriría si Ash se retiraba y los dejaba con Gordon? No podían matar a Gordon. Ni siquiera lograrían intimidarlo, al menos eso creía Yuri. Era imposible calcular el odio que sentían Michael y Rowan hacia Gordon. Eran brujos y, por tanto, nadie podía adivinar su pensamiento.
Ash se hallaba sentado al otro lado del círculo, sus monstruosas manos sujetas al borde de la tosca mesa de madera, observando a Gordon, que se sentaba a su derecha. Era evidente que odiaba a Gordon. Yuri lo advirtió por la ausencia de compasión y misericordia en el rostro de Ash; la ausencia de ternura que manifestaba hacia todos los demás, sin excepción.
Por fortuna, Rowan Mayfair y Michael Curry flanqueaban a Yuri, pues éste no habría soportado la proximidad de Gordon. Michael se mostraba más enojado y receloso que Rowan. Ésta aparecía claramente subyugada por Ash, tal como había supuesto Yuri. Michael, sin embargo, no estaba impresionado por nadie.
Yuri era incapaz de tocar la taza de té. Le producía tanto asco como si contuviera orines.
—Apareció en las selvas de la India —dijo Stuart, bebiendo un trago de té al que había añadido unos dedos de whisky—. No sé el lugar exacto. No conozco la India. Sólo sé que los nativos dijeron que la habían visto siempre por allí, vagando de una aldea a otra, que había aparecido antes de la guerra, que hablaba inglés, que nunca envejecía y que las mujeres de la aldea le tenían miedo.
La botella de whisky se encontraba en el centro de la mesa. Era evidente que a Michael Curry le apetecía tomarse un trago, pero también se resistía a aceptar las bebidas que les había ofrecido Gordon. Rowan Mayfair estaba sentada con los brazos cruzados. Michael Curry apoyaba sus codos sobre la mesa. Estaba sentado cerca de Stuart, observándolo y tratando de descifrar sus pensamientos.
—Según creo, lo que la perdió fue una fotografía. Alguien había tomado una fotografía de todos los habitantes de la aldea; un intrépido aventurero armado con un trípode y una vieja cámara. Y ella aparecía en la foto. Un joven la descubrió entre las pertenencias de su abuela, cuando ésta falleció. Era un joven culto y educado, al que yo había impartido clases en Oxford.
—Y que, sin duda, conocía la existencia de Talamasca.
—Sí. No solía revelar a mis alumnos demasiados detalles sobre la Orden, salvo a los que…
—Como esos chicos —dijo Yuri.
Stuart se sobresaltó. Yuri observó un frío destello en sus ojos.
—Pues sí.
—¿Qué chicos? —preguntó Rowan.
—Marklin George y Tommy Monohan —respondió Yuri.
El rostro de Stuart estaba tenso. Levantó la taza de té con ambas manos y bebió un trago.
El whisky tenía un olor medicinal que a Yuri le producía náuseas.
—¿Fueron ellos quienes te ayudaron en este asunto? —preguntó Yuri—. ¿El genio de los ordenadores y el experto en latín?
—Yo soy el responsable absoluto —respondió Stuart, sin mirar a Yuri ni a ninguno de los presentes—. ¿Queréis oír la historia o no?
—Ellos te ayudaron —insistió Yuri.
—No haré ningún comentario sobre mis cómplices —replicó Gordon, mirando fríamente a Yuri. Luego fijó de nuevo la vista en las sombras que se proyectaban sobre los muros.
—Fueron esos dos jóvenes —dijo Yuri, pese a que Michael le indicó que guardara silencio—. ¿Y qué nos dices de Joan Cross, Elvera Fleming o Timothy Hollingshed?
Al oír aquellos nombres Stuart hizo un gesto de impaciencia e irritación, sin darse cuenta de que los otros podían relacionarlo con los chicos.
—Joan Cross no es un espíritu romántico —contestó Stuart—, y a Timothy Hollingshed siempre se le ha sobrevalorado debido a sus aristocráticos orígenes. Elvera Fleming es una vieja estúpida. No me hagáis ese tipo de preguntas. Me niego a hablar acerca de mis cómplices. No me obligaréis a traicionarlos. Me llevaré el secreto a la tumba, podéis estar seguros.
—De modo que ese amigo —dijo Ash, mirando a Gordon con expresión paciente pero gélida—, ese joven que estaba en la India, te escribió.
—Me llamó y me dijo que tenía un misterio para mí. Me dijo que podía trasladarla a Inglaterra, siempre y cuando aceptara hacerme cargo de ella. Dijo que necesitaba ayuda, que no podía desenvolverse por sí misma. A veces parecía estar loca, y otras no. Nadie era capaz de analizarla. Hablaba sobre épocas que nadie conocía. Cuando el joven realizó algunas indagaciones, con el fin de enviarla a su casa, comprobó que constituía una leyenda en aquella región de la India. Conservo toda la correspondencia que mantuvimos. Todas las cartas están aquí. En la casa matriz hay unas copias, pero los originales están aquí. Todo cuanto valoro está en esta torre.
—¿Intuiste lo que era cuando la viste por primera vez?
—No. Fue algo extraordinario. Quedé cautivado por ella. Un instinto egoísta presidía todos mis actos. La traje aquí. No quería llevarla a la casa matriz. Fue muy curioso. No sabía con exactitud lo que hacía ni por qué, salvo el hecho evidente de que me sentía hechizado por ella. Hacía poco tiempo que el hermano de mi madre, un arqueólogo que había sido mi tutor, me había legado esta torre. Me pareció el lugar ideal para ella.
»Durante la primera semana apenas salí de aquí. Jamás había gozado de la compañía de una persona como Tessa. Su carácter transmitía una alegría y sencillez que me hacía muy feliz.
—Estoy seguro de ello —respondió Ash suavemente, con una pequeña sonrisa—. Por favor, continúa.
—Me enamoré de ella. —Stuart se detuvo de repente, como asombrado ante sus propias palabras. Era como si acabara de tener una revelación—. Me enamoré loca y perdidamente de ella.
—¿Y la retuviste aquí? —preguntó Yuri.
—Sí. Ha vivido siempre aquí. Jamás abandona la torre. Tiene miedo de la gente. Sólo habla cuando ya llevo un rato con ella, y entonces me relata unas historias extraordinarias.
»Rara vez se expresa de forma coherente o, mejor dicho, de forma cronológica. Sus pequeñas historias siempre tienen sentido. Guardo centenares de grabaciones de sus relatos, listas de palabras en inglés antiguo y latín que ella suele utilizar.
»Lo que comprendí casi de inmediato era que ella se refería a dos vidas distintas: una muy larga, que estaba viviendo en el presente, y otra que había vivido con anterioridad.
—¿Dos vidas? ¿Te refieres a que se ha reencarnado?
—Al cabo de un tiempo me lo explicó —contestó Gordon. Se hallaba tan inmerso en su apasionante historia, que parecía haber olvidado el peligro que corría—. Me dijo que todos los de su especie tenían dos vidas, o más. Que nacían sabiendo todo cuanto necesitaban para sobrevivir, y luego regresaba paulatinamente a ellos una vida anterior, junto con fragmentos de otras vidas.
—Deduzco que a esas alturas ya habías intuido que no era humana —observó Rowan—. Yo no me habría dado cuenta.
—No. Yo creía que era humana. Por supuesto, poseía unos rasgos bastante desconcertantes, como su piel translúcida, su exagerada estatura y sus extrañas manos. Pero no se me ocurrió pensar que no fuera un ser humano.
»Fue ella misma quien me reveló que no era humana. Me lo dijo en repetidas ocasiones. Dijo que su especie había habitado la Tierra antes que la de los seres humanos. Vivieron pacíficamente durante miles de años en unas islas situadas en los mares septentrionales. Dichas islas habían sido caldeadas por unos manantiales volcánicos que brotaban de las profundidades, unos géiseres de vapor y unos plácidos lagos.
»Todo eso lo sabía no porque ella hubiera vivido esa época sino porque otros seres que ella había conocido durante su primera existencia recordaban haber gozado ese paraíso. Así era como los de su especie llegaban a conocer su historia, a través del inevitable y singular recuerdo de otras vidas.
»¿No lo comprendéis? Es increíble, todos aparecían en este mundo con una memoria histórica de inmenso valor. Ello significa que los de su raza poseían unos conocimientos sobre ellos mismos infinitamente superiores a los de los humanos. Conocían sus orígenes a través de una experiencia de primera mano, por así decirlo.
—Y si consiguieras que Tessa se uniera con alguien de su especie —dijo Rowan—, el resultado sería una criatura que recordaría una vida anterior, y quizá otra y otra más.
—¡Exactamente! Se establecería una cadena de memoria que nadie sabe hasta dónde llegaría; cada uno de sus hijos, al recordar una existencia anterior, recordaría las historias de los seres que había conocido y amado en su época, los cuales, a su vez, tenían recuerdos de otras existencias anteriores.
Ash escuchó las palabras de Stuart sin mover un músculo ni hacer el menor comentario. Nada de lo que decía éste parecía causarle asombro o indignación. Yuri casi sonrió ante esa sencillez que ya había observado en Ash en el hotel Claridge’s, cuando se conocieron.
—Puede que otro en mi lugar no hubiera creído a Tessa —dijo Gordon—, pero yo reconocí las palabras en gaélico, en inglés antiguo y en latín que solía emplear, y cuando leí una vez unas palabras que había escrito según la grafía rúnica, comprendí que decía la verdad.
—Supongo que no se lo dirías a nadie —dijo Rowan con frialdad, como si quisiera sofocar la desbordante emoción que embargaba a Stuart y obligarlo así a centrarse en el tema que les ocupaba.
—Naturalmente. Aunque me sentí tentado de contárselo a Aaron. A medida que Tessa iba perdiendo su timidez, me hablaba sobre las tierras altas de Escocia, los primitivos ritos y costumbres célticos, sus santos e incluso de su iglesia.
»Supongo que sabréis que en aquellos tiempos nuestra iglesia en Inglaterra era céltica, britana o como queráis llamarla, y que había sido fundada por los propios Apóstoles, los cuales se habían desplazado de Jerusalén a Glastonbury. No manteníamos ninguna relación con Roma. Fueron el papa Gregorio y su compinche, san Agustín, quienes implantaron la Iglesia Romana en Inglaterra.
—Entonces ¿no se lo dijiste a Aaron Lightner? —preguntó Ash, alzando ligeramente la voz—. Estabas diciendo…
—Aaron había viajado a América para averiguar más datos sobre las brujas Mayfair y abrir otras vías en la investigación de los fenómenos psíquicos. No era el momento de interrogarlo acerca de sus primeras indagaciones. Por otra parte, yo había cometido un grave error, al acoger en mi casa, en calidad de miembro de la Orden, a una mujer que habían dejado a mi cargo y tenerla casi prisionera. Por supuesto, jamás le impedí a Tessa que se marchara; lo único que se lo impedía era su temor a la gente. Pero eso no justifica el que yo la mantuviera encerrada aquí, sin informar a la Orden.
—¿Cómo llegaste a relacionar a Tessa con las brujas Mayfair? —preguntó Ash.
—No fue difícil. Como he dicho, las historias de Tessa estaban repletas de referencias a arcaicas costumbres escocesas. Me habló en repetidas ocasiones sobre los círculos de piedras que había construido su gente y que posteriormente fueron utilizados por los cristianos para sus extraños y frecuentes rituales, celebrados por sus sacerdotes.
»Imagino que conocéis nuestra mitología. Los antiguos mitos ingleses están repletos de míticos gigantes. Nuestras leyendas afirman que fueron unos gigantes quienes construyeron esos círculos, y Tessa lo confirmó. Nuestros gigantes pervivieron largo tiempo en tenebrosos y remotos lugares, en unas cuevas junto al mar, en las cuevas de Escocia. Pues bien, los gigantes de Tessa, perseguidos por los humanos, prácticamente extinguidos, también consiguieron subsistir en lugares ocultos. Y cuando se atrevían a hacer aparición entre los seres humanos, inspiraban a un tiempo veneración y temor. Lo mismo sucedió con los seres diminutos, según dijo Tessa, cuyos orígenes nadie recordaba. Por una parte eran reverenciados y, por otra, temidos. Los primitivos cristianos de Escocia solían danzar y cantar en el interior del círculo de piedras, conocedores de que los gigantes habían hecho con anterioridad lo mismo —es más, construyeron los círculos con ese propósito—, y a través de su música atraían a los gigantes, quienes abandonaban sus escondrijos para unirse a ellos para bailar y cantar. Entonces los cristianos, con objeto de complacer a sus sacerdotes, los asesinaban, no sin antes haberlos utilizado para satisfacer a sus antiguos dioses.
—¿Qué significa que los «utilizaban»? —preguntó Rowan.
Los ojos de Gordon se iluminaron levemente y su voz adoptó un tono más profundo, casi agradable, como si ese tema no pudiera por menos que evocar en él un inmenso respeto y admiración.
—Estamos hablando de brujería, de las primitivas y sangrientas prácticas hechiceras en las que la superstición, bajo el yugo del cristianismo, se aferraba al pasado pagano a fin de cumplir sus rituales mágicos, sus maleficios, para adquirir poder o, simplemente, para asistir a un siniestro rito secreto que les subyugaba en la misma medida que los actos criminales han cautivado siempre a la humanidad. Yo estaba impaciente por corroborar las historias de Tessa.
»Sin revelar a nadie mi secreto, bajé a los sótanos de la casa matriz, el lugar donde se conserva un material muy antiguo e inexplorado del folklore británico. Se trataba de unos manuscritos que eran calificados de “fantasiosos” e “irrelevantes” por los miembros de la Orden, como Aaron, el cual se había pasado años traduciendo viejos documentos. Ese material no aparecía consignado en el inventario actualizado ni tampoco en los modernos bancos de datos. Tenías que pasar las viejas y frágiles páginas con tu propia mano.
»Lo que hallé, resultaba increíble. Unos tomos y libros en cuarto de pergamino maravillosamente ilustrados, obra de los monjes irlandeses, benedictinos y cistercienses, y en los que éstos se lamentaban de la insensata superstición del populacho. Relataban historias de gigantes y seres diminutos, y de cómo la plebe persistía en creer en ellos, obligándolos a abandonar sus escondrijos y utilizándolos de diversas formas.
»Y entre esos textos reprobatorios, había unas historias de santos gigantes. ¡Caballeros y reyes gigantes!
»Aquí, en Glastonbury, a escasa distancia de donde nos hallamos sentados, habían desenterrado antiguamente a un gigante que medía más de dos metros y, según decían, era el rey Arturo. ¿Era éste uno de los gigantes de Tessa? Esos seres han sido hallados en toda Inglaterra.
»Mil veces me sentí tentado de llamar a Aaron. A él le habrían entusiasmado esas historias, especialmente las que provienen directamente de Escocia y de sus misteriosos lagos y valles.
»Pero sólo existía una persona en el mundo en quien yo podía confiar: Tessa.
»Cuando le expliqué las viejas historias que había logrado desempolvar, ella reconoció al instante los ritos, los esquemas, los nombres de los santos y los reyes. Como es lógico, no empleaba palabras sofisticadas, sino que se expresaba de forma más bien tosca, pero me contó que los suyos se habían convertido en codiciadas presas sagradas y que sólo podían salvarse de la tortura y la muerte adquiriendo poder y ejerciendo su influencia sobre los cristianos, o bien ocultándose en las impenetrables selvas que cubrían las montañas por aquella época, en cuevas o en los valles secretos a fin de vivir en paz.
—Y jamás le revelaste eso a Aaron —dijo Yuri.
Gordon no le hizo caso, y prosiguió:
—Luego, con voz apenada, Tessa me confesó que había sufrido indecibles tormentos a manos de los campesinos cristianos, que la apresaron y la obligaron a copular con multitud de hombres de las aldeas circundantes. Confiaban en que daría a luz otro gigante como ella, un gigante que nacería sabiendo hablar y razonar, que alcanzaría la madurez al cabo de pocas horas, un ser que los aldeanos habrían matado ante los ojos de la propia Tessa.
»Para ellos, aquello se había convertido en una religión: atrapar al Taltos, obligarlo a reproducirse, sacrificar al niño. Y la Navidad, la época de viejos ritos paganos, se había convertido en la época del año favorita para practicar su juego sagrado. Tessa logró escapar de ese cruel cautiverio, sin haber parido una criatura destinada al sacrificio, sufriendo sólo una hemorragia cada vez que un hombre la fecundaba.
Gordon se detuvo y frunció el ceño. Después miró con tristeza a Ash.
—¿Es eso lo que lastimó a mi Tessa? ¿Es eso lo que secó su fuente? —No era tanto una pregunta como una constatación de lo que había sido revelado con anterioridad. Pero Ash, quien no parecía sentir la necesidad de confirmarlo, se abstuvo de responder.
Gordon se estremeció.
—Tessa me contó cosas terribles —dijo—. Me habló sobre los machos a los que atraían hacia los círculos, así como de las jóvenes aldeanas que les eran ofrecidas. Si esas jóvenes no parían un gigante, eran asesinadas. Después de que hubieran muerto un sinfín de muchachas y la gente empezara a dudar del poder del gigante macho, éste era quemado en la hoguera. Moría siempre en la hoguera, tanto si engendraba un hijo destinado al sacrificio como si no, pues la gente temía a los machos.
—Pero no temían a las mujeres, porque éstas no provocaban la muerte de los hombres humanos con los que yacían —añadió Rowan.
—Exactamente —respondió Gordon—. Sin embargo —prosiguió, alzando el índice y sonriendo—, en algunas ocasiones el gigante o la giganta conseguían engendrar un hijo mágico de su misma raza, y entonces todos contemplaban con admiración al gigante recién nacido.
»La época más propicia para esa unión era la Navidad, el veinticinco de diciembre, la festividad del antiguo dios solar. Cuando nacía un gigante, se decía que el cielo había copulado de nuevo con la tierra y que de esa unión había nacido algo mágico, como ocurrió en tiempos de la Primera Creación. Después de grandes celebraciones y algarabías y de cantar las canciones navideñas, se llevaba a cabo el sacrificio en nombre de Jesús. En ocasiones, un gigante o una giganta engendraba muchos hijos, y los Taltos contraían matrimonio entre sí, y el fuego del sacrificio invadía los valles y el humo se alzaba hasta el cielo, propiciando la llegada de una temprana primavera y cálidos vientos y lluvias que beneficiaban a las cosechas.
Gordon se detuvo y se volvió muy emocionado hacia Ash.
—Tú debes saber todo esto. Podrías proporcionarnos los eslabones que faltan en la cadena de la memoria. Tú también debes haber vivido una existencia anterior. Podrías revelarnos cosas que los humanos aún no hemos logrado descubrir. Podrías explicarlas con toda claridad, pues eres fuerte y potente, y no una vieja decrépita como mi pobre Tessa. Nos harías un inmenso favor.
Ash guardó silencio. Su rostro mostraba una expresión fría y cruel, aunque Gordon no pareció percatarse de ello.
«Es un necio —pensó Yuri—. Puede que los grandes proyectos violentos requieran siempre la participación de un necio».
Gordon se volvió hacia los demás, incluyendo a Yuri, al cual se dirigió en tono implorante:
—¿Es que no lo comprendes? ¿No comprendes lo que esas posibilidades significan para mí?
—Lo único que sé —contestó. Yuri—, es que no informaste a Aaron. Ni tampoco a los Mayores, ¿no es así? Los Mayores no estaban enterados de ello. Tus hermanos y hermanas no sabían nada.
—Ya os lo he dicho, no podía confiar a nadie lo que había descubierto y, con franqueza, tampoco quise hacerlo. Eso sólo me pertenecía a mí. Además, ¿qué hubieran dicho nuestros estimados Mayores, si es que podemos emplear el verbo «decir» para describir sus silenciosas comunicaciones? Me habrían enviado un fax, ordenándome que condujera de inmediato a Tessa a la casa matriz… No, este hallazgo me pertenece por derecho propio. Fui yo quien halló a Tessa.
—No, te mientes a ti mismo y a los demás —terció Yuri—. Todo cuanto eres se lo debes a Talamasca.
—¡Qué absurdo! ¿Acaso no he aportado yo nada a la Orden? Jamás tuve la intención de lastimar a nuestros compañeros. Reconozco que accedí a que liquidaran a los médicos implicados en el asunto, pero no fui yo quien lo propuso.
—¿Mataste al doctor Samuel Larkin? —preguntó Rowan con tono frío e inexpresivo, tratando de llegar al fondo de la verdad pero sin alarmarlo.
—Larkin… Larkin… No lo sé. Estoy confundido. Mis colaboradores sostenían unos criterios muy distintos a los míos respecto de lo que debíamos hacer para mantener el asunto en secreto. Digamos que acepté los aspectos más audaces del plan. Lo cierto es que no concibo matar a un ser humano.
Gordon miró a Ash con expresión acusadora.
—¿Cómo se llaman tus colaboradores? —preguntó Michael con un tono semejante al de Rowan, frío y pragmático—. ¿Invitaste a los hombres que enviasteis a Nueva Orleans, Norgan y Stolov, a compartir esos secretos?
—No, por supuesto que no —contestó Gordon—. En realidad no eran miembros de la Orden, como tampoco lo es Yuri. Actuaban para nosotros en calidad de investigadores, de intermediarios. No sé lo que sucedió. Creo que el asunto… se me escapó de las manos. Sólo sé que mis amigos, mis confidentes, creyeron poder controlar a esos hombres por medio de secretos y dinero. Los secretos y el dinero lo corrompen todo. Pero no merece la pena remover todo eso. Lo importante es el hallazgo, una cosa pura, que lo justifica todo.
—¡No justifica nada! —exclamó Yuri—. Ocultaste lo que sabías. Te comportaste como un vulgar traidor, saqueando los archivos en provecho propio.
—No es cierto —protestó Gordon.
—Deja que prosiga, Yuri —terció Michael suavemente.
Tras unos minutos Gordon consiguió calmarse, mostrando un admirable dominio de sí mismo. Acto seguido apeló de nuevo a Yuri de una forma que enfureció a éste.
—¿Cómo puedes creer que perseguía otros fines que no fueran espirituales? —le increpó—. Yo, que he vivido siempre a la sombra de Glastonbury Tor, que he consagrado toda mi vida a los conocimientos esotéricos con el único propósito de enriquecer e iluminar nuestro espíritu.
—Quizá fuera en beneficio del espíritu —respondió Yuri—, pero no deja de ser un beneficio personal. Ése fue tu delito.
—Estás agotando mi paciencia —le advirtió Gordon—. Quizá convendría que abandonaras la habitación. Quizá sería preferible que yo no dijera nada más…
—Acaba de una vez —le instó Ash—. Estoy impaciente por conocer el final de tu historia.
Gordon se detuvo, clavó la vista en la mesa y arqueó una ceja, como para dar a entender que no tenía por qué aceptar ese ultimátum.
Luego miró con frialdad a Ash.
—¿Cómo llegaste a relacionar todo esto con las brujas Mayfair? —preguntó Rowan.
—Me di cuenta enseguida de que ambas cosas estaban relacionadas. Tenía que ver con el círculo de piedras. Yo conocía la historia de Suzanne, la primera bruja Mayfair, la bruja de las tierras altas de Escocia que había invocado a un diablo en el círculo de piedras. También había leído la descripción de Peter van Abel sobre el fantasma y la insistencia con que éste la perseguía y atormentaba, demostrando una tenacidad muy superior a la de cualquier fantasma humano.
»El relato de Peter van Abel fue el primer documento sobre las brujas Mayfair que tradujo Aaron y, como es natural, éste acudía a mí para consultarme ciertos vocablos en latín antiguo. En aquella época Aaron recurría a mí con frecuencia para que lo ayudara en sus trabajos.
—Eso fue lo que le perdió —observó secamente Yuri.
—Como es lógico, se me ocurrió que tal vez ese Lasher fuera el alma de un ser de otra especie, que trataba de reencarnarse. Encajaba perfectamente con el misterio. Aaron me había escrito hacía mucho desde América para decirme que la familia Mayfair se enfrentaba a un grave peligro, pues el fantasma amenazaba con reencarnarse.
»¿Acaso se trataba del alma de un gigante que pretendía vivir una segunda existencia? Mis hallazgos habían adquirido una dimensión que escapaba a mi control. No tenía más remedio que compartirlo con alguien. Tenía que revelárselo a alguien de mi más absoluta confianza.
—Pero no a Stolov ni a Norgan.
—¡No! Mis amigos… mis amigos eran muy distintos. Estás tratando de confundirme. En aquel entonces ellos aún no estaban implicados en el asunto. Déjame continuar.
—Pero tus amigos pertenecían a Talamasca —dijo Rowan.
—No diré una sola palabra sobre ellos excepto que… eran unos jóvenes en los que confiaba ciegamente.
—¿Los trajiste aquí, a la torre?
—Por supuesto que no —respondió Stuart—. No soy estúpido. Les mostré a Tessa, pero en un sitio que yo elegí para tal fin, en las ruinas de la abadía de Glastonbury, en el mismo lugar donde había sido desenterrado el esqueleto de un gigante de más dos metros y que, posteriormente, se volvió a enterrar.
»La conduje hasta allí por motivos sentimentales, para verla de pie sobre la tumba de un ser de su propia especie. Una vez allí, dejé que quienes me ayudaban en mi trabajo le rindieran pleitesía. No podían sospechar que el lugar donde residía Tessa se hallara a menos de dos kilómetros de distancia. Jamás lo supieron.
»Sin embargo, eran unos jóvenes decididos y totalmente entregados a su labor. Fueron ellos quienes propusieron que le hiciéramos unas pruebas científicas a Tessa. Me ayudaron a obtener con una jeringuilla una muestra de su sangre, que fue enviada a varios laboratorios, de forma anónima, para ser analizada. Aquello confirmó nuestras sospechas de que Tessa no era humana. Yo no entendía nada sobre enzimas ni cromosomas, pero ellos me lo explicaron.
—¿Eran médicos? —preguntó Rowan.
—No. Simplemente unos jóvenes extraordinariamente brillantes —respondió Gordon con tristeza, mirando a Yuri con rencor.
«Sí, eran tus acólitos», pensó Yuri. Pero no dijo nada. Si volvía a interrumpir a Gordon, sería para matarlo.
—En aquellos días todo era muy distinto. No se dedicaban a urdir planes para matar a la gente. Pero luego las cosas cambiaron.
—Continúa —dijo Michael.
—Mi siguiente paso era obvio: regresar a los sótanos, desenterrar los viejos documentos abandonados de nuestro folklore e investigar tan sólo a los santos de estatura exagerada. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir un montón de manuscritos hagiográficos, que se habían salvado de la destrucción en los tiempos en que Enrique VIII ordenó la supresión de los monasterios y habían ido a parar a nuestros archivos junto con otros muchos centenares de textos antiguos.
»Y… entre esos tesoros había una caja de cartón en cuya tapa un antiguo secretario, ya difunto, había escrito: Vidas de los santos escoceses, apresurándose a añadir el siguiente subtítulo: “Gigantes”.
»A continuación hallé un ejemplar de una obra anterior a aquélla escrita por un monje de Lindisfarne, del siglo VIII, quien narraba la historia de san Ashlar, un santo de tal carisma y poder que había aparecido entre los escoceses en dos regiones, habiéndolo hecho regresar Dios a la Tierra como profeta Isaías, y el cual estaba destinado, según la leyenda, a regresar una y otra vez a este mundo.
Yuri miró a Ash, pero éste no dijo nada. Yuri no recordaba si Gordon había comprendido el nombre de Ash. Gordon también observaba fijamente a Ash.
—¿Acaso es éste el personaje en cuyo honor ostentas su nombre? —preguntó Gordon, con mirada febril—. ¿Es posible que conozcas a ese santo a través de tus recuerdos o los recuerdos de otros, suponiendo que hayas tenido contacto con otros miembros de tu especie?
Ash no contestó. En la habitación reinaba un silencio sepulcral. Ash cambió de nuevo de expresión. ¿Era odio lo que sentía hacia Gordon?
Gordon reanudó al cabo de unos minutos su relato. Tenía la espalda encorvada y no cesaba de gesticular.
—Sentí una intensa emoción al averiguar que san Ashlar había sido un ser gigantesco, de más de dos metros, que provenía de una raza pagana a cuyo exterminio él mismo había contribuido.
—Prosigue —solicitó Ash con suavidad—. ¿Cómo llegaste a relacionar eso con las brujas Mayfair? ¿Por qué murieron unos hombres a consecuencia de la investigación?
—De acuerdo, contestaré a tus preguntas —respondió Gordon—, pero supongo que concederás a este hombre que está a punto de morir un último deseo.
—Ya veremos —replicó Ash—. ¿Qué deseo es ése?
—Que me digas si conoces estas historias, si tú mismo recuerdas esos tiempos remotos.
Ash hizo un gesto para indicarle a Gordon que continuara.
—Eres cruel, amigo mío —dijo Gordon.
Ash estaba visiblemente enojado. Su espeso cabello negro y su juvenil y casi inocente boca hacían que su expresión resultara aún más temible. Parecía un ángel enfurecido. No respondió a las palabras de Gordon.
—¿Revelaste esas historias a Tessa? —preguntó Rowan.
—Sí —contestó Gordon, apartando los ojos de Ash para mirarla. De pronto esbozó una pequeña sonrisa, con la que parecía decir: «Respondamos antes de nada a la hermosa dama sentada en primera fila»—. Durante la cena le conté a Tessa lo que había descubierto. Ella me dijo que conocía la historia del santo. Conocía a Ashlar, uno de los suyos, un gran líder, un rey entre los de su especie, el cual traicionó a los suyos al convertirse al cristianismo. Yo me sentía eufórico. Ya tenía un nombre en el que apoyarme para proseguir mis investigaciones.
»A la mañana siguiente regresé a los archivos y me puse manos a la obra de inmediato. Al cabo de un rato descubrí algo de enorme importancia, algo por lo que los eruditos de Talamasca hubieran pagado cualquier precio.
Gordon se detuvo y observó los rostros de los presentes, incluyendo a Yuri, mientras sonreía con orgullo.
—Se trataba de un libro, un códice en pergamino, muy distinto a cualquier otro de los que yo había visto en toda mi larga vida profesional. Jamás hubiera soñado con ver el nombre de San Ashlar grabado en la tapa de la caja de madera que lo protegía. ¡San Ashlar! Era como si el nombre del santo hubiera saltado de entre las sombras y el polvo mientras yo recorría las estanterías con mi linterna.
Otra pausa.
—Debajo de ese nombre —prosiguió Gordon, mirando a los otros fijamente con objeto de dar mayor énfasis a su relato— aparecía, con caracteres rúnicos, las siguientes frases: «Historia de los Taltos de Inglaterra», y en latín: «Gigantes sobre la Tierra». Tal como me confirmaría Tessa aquella noche con un simple gesto de cabeza, había dado con la palabra crucial. «Taltos. Eso es lo que somos», y eso es lo que dijo Tessa.
»Abandoné de inmediato la torre. Regresé a la casa matriz y bajé al sótano. Siempre había examinado los otros archivos dentro del edificio, en las bibliotecas o en cualquier otro lugar, una costumbre que nunca extrañó a nadie. Pero en esta ocasión tenía que hacerme con el documento.
Gordon se levantó, apoyando los nudillos sobre la mesa. Miró a Ash temeroso de que éste intentara detenerlo. Ash lo observaba muy serio, con frialdad implacable.
Gordon retrocedió y se dirigió a un enorme armario de madera tallada que había contra la pared, y sacó una caja con forma rectangular.
Ash lo observó con calma, sin sospechar que Gordon tratara de escapar o, en todo caso, seguro de poder impedírselo.
Ash contempló la caja fijamente cuando Gordon la depositó en la mesa, frente a ellos. Daba la impresión de que en su interior se agitara una violenta emoción que podía estallar en el momento más inesperado.
«Dios mío —pensó Yuri—, el documento es auténtico».
—Aquí lo tenéis —dijo Gordon, apoyando levemente los dedos en la pulida superficie de madera como si se tratara de un objeto sagrado—. San Ashlar.
Luego siguió traduciendo el resto del texto.
—¿Qué creéis que contiene esta caja? ¿No lo adivináis?
—Continúa, por favor —dijo Michael con impaciencia, sin apartar los ojos de Ash.
—Muy bien —contestó Gordon, bajando la voz. Abrió la caja, extrajo de ella un enorme tomo encuadernado en piel, lo depositó ante él y apartó la caja a un lado.
A continuación abrió el libro y mostró la página de la portada en pergamino, maravillosamente ilustrada en rojo, oro y azul pavo real. Unas diminutas miniaturas salpicaban el texto en latín. Gordon pasó la página con cuidado y Yuri vio unas preciosas letras adornadas con otras diminutas ilustraciones, cuya belleza sólo podía ser apreciada con ayuda de una lupa.
—Fijaos bien, pues vuestros ojos jamás han contemplado un documento como éste. Fue escrito por el propio santo.
»Este tomo recoge la historia de los Taltos, desde sus orígenes; la historia de una raza extinguida; así como la confesión de que él —sacerdote, hacedor de milagros y santo— no es humano, sino uno de los míticos gigantes a los que me he referido. Es un alegato destinado a convencer a san Columba, el gran misionero de los pictos, abad y fundador del monasterio céltico de lona, de que los Taltos no son monstruos, sino unos seres con alma inmortal, unas criaturas creadas por Dios y capaces de alcanzar la gracia de Jesús. Es una obra magnífica.
De pronto, Ash se levantó y le arrebató el libro a Gordon de las manos. Gordon permaneció inmóvil, intimidado por el gesto de Ash, el cual se hallaba junto a él.
Los otros se levantaron lentamente. «Cuando un hombre está tan furioso como lo está Ash, hay que respetar su furia, o al menos reconocerla», pensó Yuri. Todos lo observaban en silencio, mientras que Ash seguía mirando a Gordon como si deseara matarlo en aquellos precisos momentos.
Contemplar el amable rostro de Ash desfigurado por la rabia, era un espectáculo sobrecogedor. «Éste es el aspecto que deben de tener los ángeles —pensó Yuri— cuando se nos aparecen blandiendo sus espadas flameantes».
Gordon había pasado lentamente de la indignación al terror.
Cuando por fin Ash habló, lo hizo casi en un murmullo. Su voz sonaba tan suave como antes, pero suficientemente clara y enérgica para que todos oyeran lo que decía:
—¿Cómo te atreves a apoderarte de esto? —le increpó a Gordon—. Además de asesino, eres un ladrón. ¡Canalla!
—¿Serás capaz de arrebatármelo? —replicó Gordon, mirándolo con tanto rencor como el que Ash mostraba hacia a él—. ¿Serás capaz de arrebatármelo y después matarme? ¿Quién eres tú para adueñarte de él? ¿Acaso sabes lo que yo sé sobre tu especie?
—¡Yo escribí este libro! —declaró Ashlar, con el rostro congestionado—. ¡Me pertenece! —masculló, casi como si no se atreviera a decirlo en voz alta—. Escribí cada una de las palabras que contiene, pinté cada una de sus ilustraciones. Lo escribí para Columba. ¡Es mío! —repitió. Ash retrocedió, estrechando el libro contra su pecho, temblando de ira. Al cabo de un momento añadió en tono más suave—: Y tú… tú sólo eres capaz de hablar de investigaciones, de vidas recordadas, de cadenas de memoria…
Su ira traspasó el silencio que reinaba en la habitación.
—Eres un impostor —dijo Gordon, sacudiendo la cabeza.
Todos guardaron silencio.
Gordon permaneció impasible, mirando a Ash con una expresión insolente que resultaba casi cómica.
—Un Taltos, sí —dijo—. San Ashlar, ¡jamás! Eres tan viejo que resulta imposible calcular tu edad.
Nadie pronunció palabra. Nadie se movió. Rowan observaba fijamente a Ash. Michael los miraba a todos, al igual que Yuri.
Ash lanzó un profundo suspiro e inclinó ligeramente la cabeza, sosteniendo todavía el libro contra su pecho. Sus dedos, que lo sujetaban por los bordes, se relajaron un poco.
—¿Y qué edad crees que tiene esa patética criatura que está sentada ante su telar? —preguntó con tristeza.
—Pero ella se refería a la vida que recordaba, y a otras vidas recordadas de las cuales le habían hablado otros…
—¡Calla, viejo necio! —exclamó Ash. Respiraba con dificultad, como si de pronto lo hubieran abandonado las fuerzas—. Así que esto fue lo que le ocultaste a Aaron Lightner —prosiguió al cabo de unos instantes—. A él y a los más brillantes eruditos de la Orden, a fin de que tú y tus jóvenes amigos pudierais tramar un asqueroso plan para apoderaros del Taltos. Sois peores que los ignorantes y salvajes campesinos escoceses que atraían al Taltos hacia el círculo para matarlo. Es como si se hubiera vuelto a reproducir la caza sagrada.
—¡No, jamás pretendimos matarlo! —protestó Gordon—. ¡Jamás! Sólo pretendíamos unirlo con una hembra, hacer que Lasher y Tessa se unieran en Glastonbury Tor. —Gordon rompió a llorar, casi asfixiado, incapaz de proseguir. Al cabo de unos minutos continuó—: Queríamos contemplar la ascensión de vuestra raza sobre la montaña sagrada en la que apareció Jesús para propagar la religión que cambió la faz del mundo. ¡Jamás pretendimos matarlo, sino devolverle la vida! Han sido las brujas Mayfair quienes lo han asesinado, quienes han destruido al Taltos como si de un vulgar fenómeno de la naturaleza se tratara. Lo destruyeron de forma fría y cruel, sin importarles quién era ni en qué podía convertirse. ¡Ellas son las culpables, no yo!
Ash meneó la cabeza, asiendo el libro con fuerza.
—No, lo hiciste tú —dijo—. Si le hubieras contado la historia a Aaron, si le hubieras hecho partícipe de tu hallazgo…
—Él se hubiera negado a colaborar —replicó Gordon—. Jamás habría participado en nuestro plan. Ambos éramos demasiado viejos. Pero mis jóvenes amigos, que poseían valor y visión de futuro, trataron de unir al macho y a la hembra Taltos sin causarles ningún daño.
Ash suspiró y guardó silencio, como si dosificara su aliento. Luego miró de nuevo a Gordon y preguntó:
—¿Cómo supiste de las brujas Mayfair? ¿Qué fue lo que te condujo hasta ellas? Quiero saberlo. Responde inmediatamente o te arrancaré la cabeza y la arrojaré sobre el regazo de tu amada Tessa. Su horrorizado semblante será lo último que veas antes de que tu cerebro se extinga.
—Aaron. Fue el propio Aaron. —Gordon temblaba de modo violento, como a punto de desmayarse. Retrocedió unos pasos, mirando a derecha e izquierda. Luego dirigió la vista hacia el armario de madera del que había sacado el libro—. Sus informes desde América —añadió, acercándose al armario—. El Consejo fue convocado. La información era de suma importancia. Rowan, la bruja Mayfair, había parido un ser monstruoso el día de Nochebuena; un niño que al cabo de unas horas había alcanzado el tamaño de un hombre. Se envió una descripción de ese ser a todos los miembros de la Orden repartidos por el mundo. Enseguida comprendí que se trataba de un Taltos. ¡Sólo yo lo sabía!
—Eres perverso —murmuró Michael—. Mezquino y perverso.
—¡Y tú te atreves a llamarme perverso! Tú, que mataste a Lasher con tus propias manos y aniquilaste el misterio como si se tratara de un vulgar delincuente al que hubieses liquidado durante una reyerta callejera.
—Tú y los otros —intervino Rowan— lo hicisteis por iniciativa propia.
—Ya he confesado mi culpa —respondió Gordon, avanzando otro paso hacia el armario—. Pero no os diré quiénes eran los otros.
—Así pues, los Mayores no participaron en ello —dijo Rowan.
—Las excomuniones eran falsas —contestó Gordon—. Creamos un sistema de interceptación. Yo no lo hice. Ni siquiera sé cómo se hace. Pero lo creamos, permitiendo que pasaran únicamente las cartas remitidas por los Mayores y las destinadas a ellos que no guardasen relación alguna con el caso. Sustituimos tanto las comunicaciones entre Aaron o Yuri y los Mayores, como las que se producían en sentido inverso, por las nuestras. No fue difícil; los Mayores, con su tendencia al secretismo, nos facilitaron el camino.
—Gracias por habernos contado todo esto —dijo Rowan, imperturbable—. Quizá Aaron lo sospechara.
A Yuri le repugnaba la amabilidad con que Rowan se dirigía a ese canalla, casi como si quisiera tranquilizarlo en vez de estrangularlo allí mismo.
—¿Qué otra información puede proporcionarnos? —preguntó Rowan, mirando a Ash—. Creo que hemos terminado con él.
Gordon comprendió de inmediato lo que pasaba. Rowan estaba autorizando a Ash a que lo matase. Yuri se limitó a observar cómo Ash, lentamente, depositaba el libro sobre la mesa y se volvía hacia Gordon, con las manos ya libres, para ejecutar la sentencia que él mismo le había impuesto.
—Aún no sabes nada —dijo Gordon de pronto—. Las palabras de Tessa, su historia, las cintas que grabé. Sólo yo sé dónde están.
Ash se limitó a mirarlo fijamente, con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido.
Gordon se giró, mirando a derecha e izquierda.
—Tengo algo muy interesante que deseo mostraros —indicó.
Se dirigió apresuradamente al armario y después se volvió, apuntando con una pistola que sostenía con ambas manos a Ash, a Yuri, a Rowan y a Michael sucesivamente.
—Os mataré —dijo Gordon—. Brujas, Taltos. ¡A todos! Puedo atravesaros el corazón de un balazo y acabar con vosotros.
—No puedes matarnos a todos —replicó Yuri, dando un paso hacia delante.
—¡No te muevas o disparo! —gritó Gordon.
Ash salvó rápidamente la distancia que lo separaba de Gordon. Pero éste se volvió hacia él, apuntándolo con el revólver. Ash no se detuvo, pero el arma no se disparó.
Con un rictus de amargura, Gordon acercó la pistola a su pecho y agachó la cabeza, mientras su mano izquierda se crispaba en un puño.
—¡Dios mío! —exclamó, dejando caer la pistola al suelo—. ¡Bruja! —gritó, volviéndose hacia Rowan Mayfair—. Sabía que lo matarías. Se lo dije a los otros, lo sabía… —Gordon cerró los ojos y se apoyó en el armario. Parecía que iba a caer de bruces, pero se desplomó con todo su peso sobre el suelo. Durante unos instantes luchó inútilmente por incorporarse. Luego se quedó inmóvil y sus párpados se cerraron como si estuviera muerto.
El cadáver de Gordon permaneció tendido en el suelo, en una postura grotesca.
Rowan no hizo el menor gesto de estupor o disgusto, como si nada tuviera que ver con la muerte de Gordon. Pero Yuri sabía que ella había sido la causante, y también Michael. Yuri se dio cuenta por la forma en que Michael miró a su mujer, sin censurarla pero con cierta aprensión. Al cabo de unos instantes Michael suspiró, sacó el pañuelo del bolsillo y se enjugó la cara.
Luego se volvió de espaldas al muerto, sacudiendo la cabeza, y se refugió en la penumbra, junto a la ventana.
Rowan permaneció impasible, con los brazos cruzados y los ojos clavados en Gordon.
«Quizá —pensó Yuri— ve algo que nosotros no vemos, o presiente algo inadvertido para nosotros».
Pero en el fondo aquello carecía de importancia. El cabrón había muerto. Por primera vez, Yuri comprobó que podía respirar hondo y lanzó un suspiro de alivio, muy distinto a los penosos murmullos que había emitido Michael.
Está muerto, Aaron, muerto y bien muerto. Los Mayores no habían participado en el plan. Sin duda descubrirán la identidad de sus colaboradores, sus jóvenes y orgullosos novicios.
Yuri estaba convencido de que aquellos dos jóvenes —Marklin George y Tommy Monohan— eran los culpables. Es más, todo el asunto parecía obra de unos jóvenes impulsivos, implacables y llenos de rencor. Tal vez fuese cierto que al anciano se le había escapado la situación de las manos.
Nadie se movió. Nadie dijo nada. Todos permanecían de pie, como si presentaran sus respetos al cadáver del anciano. Yuri hubiera deseado sentirse tranquilo, pero no lo estaba.
Ash se acercó a Rowan de forma lenta y solemne, la sujetó levemente por los brazos con sus largos dedos y la besó en ambas mejillas. Ella lo miró a los ojos, como si estuviera soñando. Mostraba una expresión de profunda tristeza.
Acto seguido, Ash se volvió hacia Yuri y aguardó sin decir nada. Todos estaban a la espera de algo. ¿Qué podían decir? ¿Qué podían hacer?
Yuri trató de idear algún plan, pero le resultó imposible.
—¿Regresarás a casa, a la Orden? —le preguntó finalmente Ash.
—Sí —respondió Yuri, asintiendo con un movimiento de cabeza—. Regresaré a la Orden —murmuró—. Ya les he informado de todo. Les llamé desde la aldea.
—Te vi telefonear desde la cabina —dijo Ash.
—Hablé con Elvera y Joan Cross. No me cabe la menor duda de que fueron George y Monohan quienes le ayudaron, y no tardarán en ser descubiertos.
—¿Y Tessa? —preguntó Ash, lanzando un pequeño suspiro—. ¿Podéis haceros cargo de ella?
—Si tú no te opones —respondió Yuri—, por supuesto que la acogeremos bajo nuestro techo. Le daremos cobijo y velaremos siempre por ella. ¿Es eso lo que deseas?
—¿En qué otro lugar se hallaría a salvo? —contestó Ash, visiblemente triste y cansado—. No vivirá mucho tiempo. Su piel es tan frágil como las hojas de pergamino de mi libro. Sin duda morirá pronto, aunque no puedo precisar cuándo. No sé cuánto tiempo de vida nos queda a ninguno de nuestra especie. Hemos sufrido muertes violentas en repetidas ocasiones. Al principio, incluso creímos que era la única forma en que se moría la gente. No sabíamos lo que era una muerte natural…
Ash se detuvo, malhumorado. Sus cejas dibujaban una airosa curva entre su ceño fruncido y el extremo de los ojos.
—Llévatela —dijo—. Confío en que os mostréis amables con ella.
—Ash —dijo Rowan suavemente—, si permites que se la lleve les estarás ofreciendo una prueba irrefutable de la existencia de los Taltos. ¿Por qué quieres hacer eso?
—Es lo mejor que podía suceder —terció Michael. Su vehemencia asombró a Yuri—. Hazlo en memoria de Aaron. Condúcela a la casa matriz, junto a los Mayores. Hiciste cuanto pudiste por poner al descubierto la conspiración. Dales la información que precisan.
—Si estuviéramos equivocados —dijo Rowan—, si no se tratara únicamente de un puñado de individuos… —Tras estas palabras se detuvo, vacilante, contemplando el pequeño y desolado cadáver de Gordon—. ¿Qué tendrían entonces?
—Nada —respondió Ash suavemente—. Un ser que pronto morirá y que se convertirá de nuevo en una leyenda, por muchas pruebas científicas a que la sometan con su dócil consentimiento, por muchas fotografías que le hagan y muchas cintas en las que aparezca grabada su voz. Llévala a la casa matriz, Yuri, te lo ruego. Preséntala a los miembros del Consejo. Preséntasela a todos. Rompe el secretismo del que Gordon y sus amigos hicieron un cruel uso en beneficio propio.
—¿Y Samuel? —preguntó Yuri—. Me salvó la vida. ¿Qué hará cuando descubra que la tienen en su poder?
Ash reflexionó unos instantes y arqueó las cejas. Los rasgos de su semblante aparecieron suavizados por una expresión pensativa y se mostraron tal como Yuri los vio por primera vez: unos rasgos amables e incluso quizá más humanos que los de los propios humanos.
Yuri pensó de pronto que quien vive por siempre se vuelve más compasivo. Un hermoso pensamiento, pero no era verdad. Ese ser ya había matado, y sin duda habría acabado con Gordon si Rowan no hubiera hecho que al anciano se le parara el corazón. Ese ser era capaz de remover cielo y tierra con tal de dar con Mona, la joven bruja, que podía parir otro Taltos.
¿Cómo podía Yuri proteger a Mona?
De pronto se sintió confundido, abrumado. Por supuesto, se llevaría a Tessa; les llamaría enseguida para rogarles que fueran a recogerlos. Ya de regreso en casa, hablaría de nuevo con los Mayores; ellos serían sus guardianes y sus amigos. Lo ayudarían a comprender lo que debía hacer. Lo liberarían del peso de tener que tomar él solo una decisión.
—Y yo protegeré a Mona —dijo Rowan con suavidad.
Yuri se quedó estupefacto. La inteligente bruja le había adivinado el pensamiento. ¿Era también capaz de adivinar el pensamiento y los sentimientos de los otros? ¿Era capaz de dejarse seducir y engañar por el Taltos?
—No soy enemigo de Mona Mayfair —dijo Ash, como si intuyera el tema de su conversación—. Has estado equivocado desde el principio. Soy incapaz de poner en peligro la vida de una niña. Soy incapaz de violar a una mujer. Ya tienes suficientes problemas. Deja que estos dos brujos cuiden de Mona Mayfair. Deja que se ocupen de la familia. Eso es lo que los Mayores te aconsejarán, sin duda, cuando consigas comunicarte con ellos. Deja que los Mayfair se curen ellos mismos sus heridas. Deja que la Orden se purifique a sí misma.
Yuri deseaba responder pero no supo qué decir, quizá porque deseaba fervientemente que eso fuera cierto.
De pronto Ash se acercó a Yuri y le cubrió suavemente el rostro de besos. Yuri lo miró conmovido, lleno de amor, y luego agarró a Ash por la nuca y lo besó en los labios.
Fue un beso firme pero casto.
De improviso Yuri recordó vagamente las palabras de Samuel, cuando éste dijo que se había enamorado de Ash. No le importó. Eso era lo bonito de confiar en alguien. La confianza proporciona una gran sensación de tranquilidad, un maravilloso sentimiento de conexión con el otro, lo cual provoca que uno baje la guardia y, en ocasiones, resulte destruido.
—Me llevaré el cadáver de aquí —dijo Ash—. Lo ocultaré en un lugar donde no puedan encontrarlo fácilmente.
—No —objetó Yuri. Su mirada se cruzó con la serena mirada de Ash—. Tal como he dicho, ya he hablado con la casa matriz. Cuando te hayas alejado unos kilómetros, llámalos. Te daré el teléfono. Diles que vengan a recogernos. Nosotros nos ocuparemos del cadáver de Stuart Gordon, así como de todo lo demás.
Yuri se apartó de Ash y se detuvo a los pies del cadáver, que yacía como un pelele. Qué diminuto parecía el cuerpo sin vida de Gordon, el erudito al que todos admiraban, el amigo de Aaron, y el mentor de los jóvenes. Yuri se agachó y, procurando no mover el cuerpo, introdujo su mano en el bolsillo de la chaqueta de Gordon y extrajo un puñado de tarjetas de visita.
—Aquí tienes el número de la casa matriz —dijo Yuri, incorporándose y entregando a Ash una de las tarjetas. Luego contempló de nuevo el cuerpo y añadió—: No existe nada que nos relacione con el cadáver de este hombre.
Después, comprendiendo que, efectivamente, aquello era cierto, sintió deseos de echarse a reír.
—Es maravilloso —declaró—. Está muerto, sin la menor marca de violencia. Sí, llama a ese número para que vengan a recogernos.
Yuri se volvió y miró a Rowan y a Michael.
—Dentro de unos días me pondré en contacto con vosotros.
Rowan mostraba una expresión triste; Michael parecía preocupado.
—Y si no lo haces, sabremos que estábamos equivocados —señaló Michael.
Yuri sonrió y sacudió la cabeza.
—Ahora creo entender cómo sucedió; comprendo las debilidades, la atracción.
Yuri miró a su alrededor. Por una parte detestaba aquella habitación, pero por otra la consideraba una especie de santuario romántico y, si bien no soportaba la idea de esperar a que acudieran a rescatarlos, se sentía demasiado cansado para pensar en otra solución o resolver el problema de otro modo.
—Iré a hablar con Tessa —dijo Rowan—. Le explicaré que Stuart está muy enfermo y que te quedarás con él hasta que llegue alguien a socorrerlo.
—Eres muy amable —respondió Yuri. Luego, por primera vez, comprendió que estaba extenuado y se sentó en una de las sillas que había alrededor de la mesa.
Su mirada se tropezó con el libro o códice, según lo había denominado Stuart con precisión o, acaso, con pedantería.
Yuri observó cómo los largos dedos de Ash sujetaban el libro por ambos lados y lo levantaban.
—¿Cómo puedo ponerme en contacto contigo? —le preguntó Yuri.
—No puedes —contestó Ash—. Pero dentro de unos días prometo llamarte.
—No olvides tu promesa —dijo Yuri, sintiéndose cada vez más cansado.
—Debo advertirte algo —dijo Ash con voz queda y aire pensativo, sosteniendo el libro como si fuera un escudo sagrado—. Durante los próximos meses y años verás mi imagen aquí y allá, en numerosos lugares, cuando hojees un periódico o una revista. No trates nunca de ponerte en contacto conmigo. No intentes llamarme. Dispongo de total protección contra los intrusos. No conseguirás llegar hasta mí. Díselo de mi parte a tus compañeros de la Orden. Jamás reconoceré, ante ninguno de ellos, las cosas que os he revelado. Y, sobre todo, adviérteles que no acudan al valle. Es posible que los seres diminutos se estén extinguiendo, pero siguen siendo muy peligrosos. Adviérteles que no se acerquen allí.
—¿Me autorizas entonces a contarles lo que he visto?
—Sí, no tienes más remedio que ser sincero con ellos. De lo contrario, no podrías regresar a la casa matriz.
Yuri miró a Rowan y a Michael. Ambos se acercaron a él. Yuri sintió la mano de Rowan acariciarle el rostro mientras lo besaba. Luego notó la mano de Michael sobre su brazo.
Yuri no dijo nada. No tenía palabras para expresar lo que sentía, y quizá tampoco le quedasen lágrimas.
Sin embargo, la alegría que sentía era tan inesperada, tan maravillosa, que sintió deseos de hacerles partícipes de ella. La Orden acudiría a recogerle. La desastrosa historia de muertes y traición había llegado a su fin. Sus hermanos y hermanas acudirían a rescatarlo, y él les revelaría los horrores y misterios que había presenciado.
Cuando se marcharon, Yuri ni siquiera alzó la vista. Oyó cómo bajaban la escalera de caracol y el sonido de la puerta principal al cerrarse. También oyó unas suaves voces en el piso inferior. Lentamente, se incorporó y bajó al segundo piso. Tessa se hallaba de pie junto al telar, en la penumbra, como un árbol gigantesco, con las manos unidas y asintiendo con movimientos de cabeza mientras Rowan le hablaba en voz baja. Yuri no oyó lo que decía. Luego, Rowan se despidió de la mujer con un beso y se dirigió apresuradamente hacia la escalera.
—Adiós, Yuri —dijo Rowan suavemente al pasar junto a él. Después se volvió, con la mano apoyada en la barandilla, y añadió—: Cuéntaselo todo. Asegúrate de que el informe de las brujas Mayfair queda cerrado, como debe ser.
—¿Todo? —inquirió él.
—¿Por qué no? —replicó Rowan, con una enigmática sonrisa. Acto seguido, desapareció.
Yuri miró a Tessa. Durante unos instantes se había olvidado de ella. Yuri supuso que cuando viera a Stuart se llevaría un enorme disgusto. ¿Cómo podía él impedirle que fuera arriba?
Tessa se hallaba sentada de nuevo ante el telar o, mejor dicho, ante el bastidor, bordando y canturreando una pequeña melodía que era la prolongación de su respiración normal.
Yuri se acercó a ella, procurando no sobresaltarla.
—Lo sé —dijo ella, mirándolo y sonriendo de forma dulce y alegre. Su rostro redondo aparecía radiante—. Stuart ha muerto, ha desaparecido, quizá ha ido al cielo.
—¿Te lo ha dicho Rowan?
—Sí.
Yuri miró por la ventana. No sabía con certeza lo que veía en la oscuridad. ¿Tal vez las relucientes aguas del lago?
Pero entonces distinguió con toda claridad los faros de un coche que se alejaba. Vio el breve destello de las luces al atravesar el oscuro bosque, y el vehículo desapareció.
Durante unos instantes se sintió solo y terriblemente vulnerable. No obstante, estaba seguro de que llamarían a la casa matriz para que fueran a recogerlo. Probablemente ya se habrían detenido para hacer esa llamada. Así no quedaría constancia de que hubieran efectuado una llamada desde el teléfono de la torre y, de ese modo, evitarían que alguien pudiese identificar a quienes se presentarían allí como las personas con las que la mujer y él se marcharían.
De pronto Yuri se sintió muy cansado. Hubiera deseado preguntar a la mujer si había una cama donde acostarse, pero se limitó a observarla mientras ella bordaba, cantando alegremente. Al cabo de un rato la mujer alzó la vista y dijo sonriendo:
—Sabía que acabaría así. Lo comprendía cada vez que miraba a Stuart. Siempre sucede lo mismo con los de vuestra especie. Más pronto o más tarde, os volvéis débiles, os encogéis y morís. Tardé muchos años en comprender que nadie escapaba a ese destino. El pobre Stuart era muy débil, y yo sabía que la muerte se lo llevaría el día menos pensado.
Yuri no respondió. La mujer le infundía una intensa repugnancia, que él intentaba disimular a fin de no ofenderla ni herirla. Pensó vagamente en Mona; la vio rebosante de vida, fragante, cálida y sorprendente. Yuri se preguntó si los Taltos verían a los humanos de esa forma o si, por el contrario, les parecían unos seres toscos y salvajes. ¿Acaso nos consideran unos animales sin domesticar, dotados de un singular y peligroso encanto, más o menos como nosotros a los leones y los tigres?
Yuri imaginó de pronto que cogía a Mona por el cabello en un gesto juguetón. Ella se volvió y lo miró con sus hermosos ojos verdes, sonriendo, mientras las palabras brotaban atropelladamente de sus labios con la vulgaridad y el encanto propios de los americanos.
En aquellos momentos Yuri estaba convencido de que jamás volvería a ver a Mona.
Sabía que él no era el hombre con quien ella compartiría su vida, que su familia la arropaba, que su compañero debía ser inevitablemente alguien de su misma clase, un miembro de su propio clan.
—No quiero subir —murmuró Tessa con aire confidencial—. Dejemos a Stuart solo. Es mejor, ¿no crees? Una vez muerto, no creo que le importe lo que hagamos.
Yuri asintió con un lento movimiento de cabeza contemplando la misteriosa noche que se extendía al otro lado de la ventana.