19. Los remordimientos de un gran rey

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Los remordimientos de un gran rey

Por su parte, Jasson llegó al reino de los Elfos al día siguiente. Su joven escudero le seguía en silencio desde que iniciaron la ruta. El caballero supo que le asaltaban numerosas preguntas, pero decidió esperar a que llegaran antes de responderle. Cuando finalmente arribaron a la aldea de los elfos, en un claro del bosque, la hallaron desierta. Jasson sacó lentamente su espada de la vaina y el joven Nogait le imitó. La última vez que los elfos se habían ocultado de ese modo coincidió con la tremenda desgracia que se abatió sobre sus vecinos del norte. Montado en su caballo, recorrió Jasson la aldea, poniendo sus cinco sentidos en la exploración. Su aprendiz, notablemente nervioso, le seguía detrás.

Un niño pequeño bajó entonces de un árbol y se puso a sus pies. Jasson reconoció a Djen, el joven elfo que les había conducido al rey Hamil cuando lo visitaron por primera vez.

—¿Por qué se oculta tu pueblo ahora? —le preguntó Jasson.

—Porque no confían en los hombres de la coraza verde —respondió el niño manteniendo las distancias.

—Di a tu rey que el caballero Jasson de Esmeralda quiere entrevistarse con él. Lo esperaré aquí.

El niño dudó un momento, dirigió a los dos humanos una mirada desafiante y luego desapareció raudo entre los árboles.

—Maestro —dijo entonces Nogait con inquietud—, ¿sentís algún peligro?

—No —le respondió Jasson, acercándose a él con la espada dispuesta—. Únicamente soy prudente. Cuando una aldea está desierta por completo, hay que desconfiar. Pero los elfos son seres temerosos. Les hemos de dar tiempo para que se avengan a encontrarse de nuevo con nosotros.

—No confían en nosotros a causa del caballero Wellan, ¿no es cierto?

—Digamos que nuestro gran jefe su mostró bastante agresivo en nuestra anterior visita. Tenía razón al estar enfadado con el rey de los elfos, pero no debió castigarle él mismo. Eso va en contra de nuestras normas.

—¿Por qué lo hizo entonces?

—Cada uno de nosotros tiene algún defecto que corregir, Nogait. Para Wellan es la cólera. Para mí es la negligencia.

—¿También nosotros tenemos defectos? —preguntó el muchacho refiriéndose a los escuderos.

—Por supuesto. Uno de nuestros deberes, como maestros, es el de detectarlos rápidamente para eliminarlos.

En ese momento salieron varios elfos del bosque. Jasson reconoció al rey Hamil en la primera fila. Descendió inmediatamente del caballo y se inclinó ante él. Nogait se apresuró a imitar a su maestro.

—¿Por qué volvéis, caballero? —preguntó el rey en tono retador.

—Los caballeros de Esmeralda creen con fundamento que el enemigo está a punto de atacar Enkidiev y que descenderá hacia el sur, probablemente atravesando vuestro reino.

—¿Y sólo os han enviado a vos para protegernos? —preguntó con extrañeza.

—No somos lo suficientemente numerosos por ahora como para asegurar la protección de todo el continente —respondió Jasson—. En consecuencia, hemos optado por un sistema de defensa natural.

Mientras Jasson le explicaba cómo iban a proceder, Hamil le observaba pensativamente. Luego, le dijo que debía primero consultar a su gente. El caballero aceptó esta exigencia y el rey de los elfos desapareció en el bosque. Tendrían que hacer noche allí y el caballero recordó que en aquel extremo del continente las noches eran frías. Así que recogió leña con su escudero e hicieron una buena hoguera en el círculo de piedra que había en el centro de la aldea. A continuación se ocuparon de sus caballos, les dieron de comer y de beber, y se colocaron junto al fuego para alimentarse y estar calientes. A Jasson le sorprendió que viniera el rey de los elfos en medio de la velada. Se sentó junto a él, sin más ceremonias, mostrando un rostro preocupado. Estaba solo, pero Jasson percibió más de un centenar de miradas invisibles posadas sobre ellos.

—Nuestros bosques son densos —declaró el rey volviendo la cabeza hacia el caballero.

—No creo que eso impida a las bestias cruzar vuestro territorio, alteza —indicó Jasson.

—¿Puedo decir algo, maestro? —preguntó entonces Nogait.

El rey de los elfos miró con interés al muchacho de cabellos castaños y ojos azules sentado junto al caballero, que llevaba una manta sobre la espalda.

—Por supuesto —respondió Jasson.

—Majestad, he leído en la biblioteca del palacio de Esmeralda que los elfos pueden captar el terror de los demás y saber la causa de ese terror.

Jasson observó que el rey entraba en tensión. ¿Había dado el chico en la diana? Antes de que pudiera interponerse, Nogait continuó:

—Alguno de vuestros súbditos pudo ver a los dragones durante los minutos que precedieron a la masacre de Shola. Esa persona podría haber transmitido esa imagen a los demás elfos para que comprendieran la gravedad de la invasión que nos amenaza.

—¿Por qué motivo tendríamos que revivir aquella horrorosa noche? —murmuró Hamil desviando su mirada hacia las llamas.

—Para que vuestro pueblo comprenda que los dragones deben ser destruidos antes de que alcancen las regiones habitadas de Enkidiev —insistió el muchacho.

—Y para que eso refuerce vuestra decisión de detenerlos en la frontera —añadió Jasson.

El rey ocultó súbitamente su rostro entre las manos y sollozó. A la vista de ello, Nogait se volvió hacia Jasson, convencido de ser la causa de aquella situación. El caballero le colocó una mano tranquilizadora sobre el brazo, asegurándole que no y pidiéndole silencio.

Hamil lloró durante un rato y Jasson supo que era él quien había percibido la masacre. Entrando en los pensamientos del monarca, el caballero percibió en medio del gran patio helado del palacio de Shola a una inmensa bestia cubierta de brillantes escamas negras cuyos ojos enrojecidos brillaban en la oscuridad. Durante unos instantes creyó distinguir un hombre revestido de una armadura oscura cabalgando sobre la bestia, pero el dragón alargó el cuello con la velocidad de una serpiente. Jasson vio cómo sus blancos colmillos caían sobre él y sintió un terrible dolor en el pecho.

El caballero se sobresaltó y volvió a tomar contacto con la realidad, observando cómo temblaban todos sus miembros. La voz de su escudero le llegó como a través de una espesa niebla.

—Maestro…

—Tranquilo, Nogait, no ha sido nada —le dijo para calmarle.

El rey de los elfos le miraba compasivo. Le había dejado voluntariamente sondear sus pensamientos para que pudiera darse cuenta de su impotencia.

—Viví todas esas muertes con mucha intensidad la noche que atacaron Shola. No era necesario que el caballero Wellan viniera a reavivar mi dolor —declaró Hamil.

—Lo que yo he visto —murmuró finalmente Jasson— ¿era un dragón?

—Sí, y los hombres insecto poseen centenares de ellos.

Jasson dirigió su mirada a las llamas, intentando imaginar de qué forma milagrosa un puñado de hombres, aun animados de la mejor voluntad, iban a poder impedir que se reprodujera una masacre de aquellas dimensiones en el continente.

—Cavaremos los fosos donde nos digáis —señaló el rey Hamil antes de retirarse.

Nogait colocó la manta sobre la espalda de su maestro, aunque sabía muy bien que no era el frío el que le hacía temblar de aquel modo, sino la visión proyectada sobre su cabeza por el rey de los elfos. Como todos los caballeros estaban unidos mentalmente, sus compañeros de armas habían captado también su sufrimiento y le habían enviado todos simultáneamente una oleada de serenidad. Jasson se tumbó sobre su espalda y cerró los ojos muy reconfortado.

—Gracias —musitó, dirigiéndose a sus hermanos de profesión.

Antes de abandonarse al sueño, cruzó su mirada con la del muchachito que se había convertido en su escudero. Sabiendo que Nogait velaría su descanso, se dejó llevar hacia la inconsciencia.