26. El retorno de los dragones
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El retorno de los dragones
Los días siguientes, muchos hombres que procedían de los reinos de Rubí, de Jade y de Berilo vinieron a engrosar las filas de los obreros, de forma que los trabajos se aceleraron. Al principio, los diferentes grupos no trataban de fraternizar, pero tras muchas horas trabajando codo con codo, terminaron por relacionarse. Surgieron amistades y se desarrollaron nuevas alianzas entre los reinos, lo que satisfizo enormemente a los caballeros.
El tiempo discurría demasiado de prisa al parecer de Wellan, que imaginaba los barcos del Emperador Negro acercándose con rapidez a la costa. Aquélla sería la última prueba de los caballeros de Esmeralda, el momento de la verdad. Por fin sabrían para qué había servido su entrenamiento de soldados magos.
Wellan sólo estaba tranquilo durante el día, sabiendo que los hombres insecto no soportaban la luz diurna. Mientras brillara el sol, no se arriesgarían. Para calmar sus nervios, trabajaba junto a los obreros, sacando continuamente cubos de agua de los viejos pozos del reino de Zenor para llevarlos a los hombres que cavaban bajo un sol de justicia. Al mismo tiempo participaba en el entrenamiento para el combate de los escuderos, aunque había convenido con sus colegas no permitirles enfrentarse de momento a los dragones y a sus jinetes. Cada uno de los caballeros montaba la guardia una noche.
Aquel día el cielo comenzó a oscurecerse por el horizonte. En aquella época del año las tormentas eran frecuentes en la zona costera. Wellan confió en que las alteraciones climáticas no les impidieran terminar su trabajo. Unas horas después, caía la lluvia sobre Zenor y la furia del viento llegaba a levantar las tiendas de campaña de los obreros. Los hombres las sujetaban con toda su fuerza, esperando que Vatacoalt, el dios de los vientos, calmara su cólera y les permitiera retornar a las fosas.
Dentro de su tienda, Wellan, con Bridgess sentada a su lado, veía caer la lluvia a ráfagas, y deseaba secretamente que la tempestad arrojara los barcos enemigos al otro extremo del mundo. Sus pensamientos no paraban. «Si el Emperador Negro quiere apoderarse de Kira, ¿dejará alguna vez de intentar conseguirla?», se preguntaba.
Aunque Wellan sabía que los dragones detestaban el agua, temía también que sus dueños aprovecharan la tempestad para desembarcar en la costa. Sólo se tranquilizó cuando el sol volvió a aparecer entre las nubes. Los hombres volvieron rápidamente a su trabajo y terminaron de cavar las fosas, chapoteando en medio del barro. Las trampas eran tan numerosas que hubiera sido necesario cortar todos los árboles de un bosque para cubrirlas de ramas. Wellan prefirió dejarlas al descubierto. De todas formas, si los monstruos desembarcaban por la noche, como lo habían hecho en Shola, no verían las fosas hasta que hubieran caído dentro.
Cuando terminaron los trabajos, Wellan agradeció personalmente su participación a todos los que se habían unido para defender Enkidiev antes de enviarlos a que velaran por sus familias y prometió mantenerles informados de los acontecimientos. Los hombres de Zenor se negaron a partir, porque no querían dejar solos a los caballeros a la hora de enfrentarse contra todo un ejército. La mayoría sabía manejar la espada, pero si los dragones conseguían franquear las trampas, no les serviría de nada.
Aquella noche le correspondió a Falcon montar la guardia. La luna estaba en cuarto menguante. Era el momento ideal para lanzar un ataque. Todos los caballeros dormían con su espada al lado. Los escuderos habían recibido la orden de correr hacia el recinto cercado en cuanto se advirtieran los primeros signos de un desembarco, para proteger los caballos. Como las preocupaciones no le permitían dormir, Wellan se levantó y fue a sentarse con Falcon junto al fuego.
—Sientes cómo se acercan, ¿no es verdad? —preguntó su compañero.
—No sé lo que siento, Falcon —confesó Wellan.
—Yo estoy temblando de terror. Si no conseguimos detenerlos aquí, nuestro mundo desaparecerá. Es una responsabilidad tremenda la que cae sobre siete caballeros, ¿no te parece?
—Hemos sido elegidos entre todos los hombres porque tenemos cualidades especiales para defender Enkidiev. Los dragones no pasarán.
Le dio una cariñosa palmada en la espalda y se levantó, mirando en dirección al océano envuelto en sombras.
—Voy a caminar un poco —anunció Wellan.
Se alejó por la playa de los guijarros, sin atender las advertencias de Falcon, a quien le parecía una imprudencia aislarse de aquel modo de sus compañeros de armas, pero el caballero principal tenía necesidad de contrastar sus ideas.
—Volveré corriendo si descubro al enemigo —le respondió a Falcon esbozando una sonrisa, la primera desde hacía mucho tiempo.
Se dirigió hacia el ruinoso castillo escrutando el océano. Mediante sus facultades mágicas hizo un recorrido sobre el mar y sólo halló signos de la vida marítima normal. Ningún barco, ningún insecto.
Entró en la fortaleza y, en medio de la oscuridad, descubrió una terraza que sobresalía sobre el mar. Se sentó junto a uno de los muros y dejó que todos sus sentidos funcionaran a pleno rendimiento.
—Pronto estarán aquí —le advirtió una voz a su espalda.
En una fracción de segundo, Wellan se puso en pie y sacó su espada de la vaina dispuesto a combatir con el hombre que se había deslizado ocultamente tras él. No reconoció las vibraciones que emitía, pero su intuición le dio a entender que se trataba de un ser diferente. El desconocido abrió lentamente la mano y en ella apareció una esfera luminosa que desveló sus rasgos. ¡Un mago! Llevaba una simple túnica blanca sujeta por un cinturón de plata. Wellan lo examinó con atención, pero no lo reconoció. Al mismo tiempo, estaba sorprendido de que un hombre tan joven pudiese dominar la magia de aquel modo.
—No hay que fiarse nunca de las apariencias, señor Wellan —le dijo el hombre con una voz dulce y melodiosa.
—¿Quién sois? —preguntó bruscamente el caballero, sin retirar su arma.
—No tengáis miedo, no soy uno de vuestros enemigos. En realidad soy probablemente vuestro mejor aliado en la guerra que se avecina.
—¿Quién sois? —repitió Wellan, incisivo.
—Soy el mago de Cristal, pero podéis llamarme Abnar.
Su respuesta cogió al caballero desprevenido. Siempre había creído que el famoso mago era un venerable anciano que vivía en lo alto de la montaña y que tendría una edad parecida a Elund.
—¿Desde hace cuánto tiempo?
—Desde hace cientos de años, pero he tenido que decirle al mago de Esmeralda que sólo era un aprendiz, para no molestarle. Podéis guardar vuestra espada, señor, porque no os haré ningún mal.
El caballero sabía que el mago de Cristal era el protector del continente y que sin él los humanos hubieran sido exterminados cuando sobrevino la primera invasión. Volvió a guardar su espada en la vaina y se inclinó con respeto ante él. Abnar caminó hasta el murete, dejó en el suelo la esfera luminosa y se sentó. Wellan seguía atentamente todos sus gestos. Los ojos grises del inmortal eran claros y francos. También lo era su corazón, concluyó el caballero al sondearlo velozmente, porque estos seres especiales detestaban que se les examinara de aquella manera.
—Debiera haber bajado de mi retiro para conoceros hace mucho tiempo, pero he estado muy ocupado venerando a los dioses. No me lo toméis en cuenta.
—¿Cómo podría hacer eso, maestro? —replicó cortésmente el caballero—. Vos sois un inmortal.
—Permitidme que os hable un poco de mí. Vi la luz en el mundo de los muertos hace más de quinientos años. Mi madre era una inmortal y mi padre un gran rey de Enkidiev, de manera que los dioses me acogieron entre los magos que les sirven. Es un gran secreto que prefieren no compartir con los humanos, pero Fan os cree capaz de escucharlo.
—¿Ella os visita? —dijo con extrañeza Wellan, mordido por los celos.
—No temáis nada, no tengo con ella la intimidad que tenéis vos. Digamos que nuestra relación es de tipo informativo. Mis poderes son grandes, es cierto, pero soy incapaz de ver lo que se trama en el continente de los hombres insecto, ya que los dioses me han asignado concretamente la tarea de velar por la suerte de los humanos. Pero como Fan no tiene esas restricciones, ha aceptado espiar al enemigo para informaros. Tranquilizaos un poco, caballero, y venid a sentaros cerca de mí. Tenemos muy poco tiempo.
Wellan venció sus últimas dudas y fue a situarse junto a la esfera luminosa observando el rostro extrañamente juvenil del inmortal.
—¿Cuándo llegarán aquí? —preguntó, prefiriendo hablar del enemigo más que de la reina de Shola.
—Si los vientos continúan siendo favorables, desembarcarán mañana por la noche.
—¿En Zenor?
—Sí. Vuestro razonamiento es oportuno y corresponde a vuestra reputación.
—¿Sabéis lo que buscan exactamente? —preguntó Wellan a fin de averiguar lo que el mago conocía del conflicto.
—El emperador Amecareth quiere recuperar a su hija. Cree que su sangre humana le permitirá reinar en otros continentes además del suyo. Yo he ofrecido mis servicios a Elund para velar personalmente sobre Kira, pero todo el mundo ignora la verdadera razón de mi presencia en el palacio de Esmeralda. Espero que vos no habléis de ello.
—Os doy mi palabra. Pero, decidme, ¿qué pensáis hacer con la niña? ¿Permitiréis que Esmeralda I la sacrifique como hizo su antecesor, que ordenó matar al primero de los niños malvas?
—Conocéis bien vuestra historia —admitió Abnar, impresionado—. Sabed que el rey actuó en contra de mis consejos. Al sacrificar aquel niño, empujó al emperador a concebir nuevos hijos. Hubiéramos conseguido liberarnos de él entonces, pero la naturaleza humana hizo fracasar mis planes. Vos, por el contrario, tenéis una visión más clara.
—No me alabéis tan pronto, maestro Abnar —le rectificó Wellan—. Estuve a punto de inmolar a Kira en su cuna antes de salir del reino de Esmeralda.
—Pero no lo habéis hecho, porque en el fondo comprendéis la importancia de la profecía.
Wellan hizo rápidamente memoria. Había leído todos los documentos que contenía el viejo armario de la biblioteca, pero ninguno mencionaba la menor profecía.
—La destrucción del imperio de los dragones depende de una sucesión de acontecimientos —explicó entonces el mago, advirtiendo su confusión—. Kira debe vivir a fin de proteger a un caballero de Esmeralda que tendrá el poder de derrotar a Amecareth. No podemos permitirnos dejarla caer en sus manos.
—¿Cuál es el nombre de ese caballero? —quiso saber Wellan con la mirada llena de esperanza.
—Aún no ha nacido, pero cuando llegue al palacio de Esmeralda para aprender a dominar sus poderes mágicos, estaré allí para velar por su seguridad.
—¿De qué forma puedo ayudaros, maestro Abnar?
—Haciendo lo que mejor sabéis hacer, caballero: combatir. Debéis impedir a cualquier precio que los dragones invadan Enkidiev. Esto pondrá al emperador furioso y renovará sus esfuerzos para recuperar a su hija, pero no debe conseguirlo nunca.
—El desenlace de este enfrentamiento os es desconocido entonces —dijo Wellan.
Abnar sacudió levemente su cabeza.
«Es estimulante saber que la suerte de los hombres no está por completo en manos de los dioses y que nuestros esfuerzos pueden cambiar el curso de los acontecimientos», pensó Wellan. Pero al mismo tiempo comprendió que para ello debía salir victorioso.
—¿Y si fracasamos? —preguntó el caballero.
—Como último recurso, esconderé a Kira en la montaña de Cristal.
—Cuando desembarque el enemigo en Zenor, ¿estaréis a mí lado para combatirlo?
—Temo que no. El emperador debe ignorar mi implicación en este conflicto. De otro modo, sería yo su objetivo y si me alcanzara, todos estaríamos perdidos. Es preferible que trabajemos en dos frentes diferentes por el momento.
Wellan movió su cabeza pensativamente, indicando que comprendía la estrategia. Los caballeros formaban la primera línea de defensa del continente, y Abnar la segunda.
—Tengo que volver al palacio de Esmeralda antes de que se preocupen por mi ausencia —concluyó el inmortal levantándose—. Estoy encantado de haberos conocido, señor Wellan.
—El placer es mío, maestro Abnar —aseguró el caballero.
—Olvidaba deciros… Fan de Shola me ha pedido que os diga lo siguiente: ella no puede materializarse con tanta frecuencia como quisiera, pero no deja de pensar en vos…
Este mensaje encendió el corazón de Wellan. ¡Su reina no le había olvidado!
Abnar se desvaneció ante sus ojos y con él desapareció la fuente luminosa. El caballero permaneció durante un largo rato sentado sobre el murete, reflexionando en la oscuridad. Cuanto más trataba de concentrarse en la mejor estrategia defensiva, más le asediaba el rostro de Fan. Abandonó las ruinas del castillo y volvió a la playa.
—El enemigo atacará Zenor mañana por la noche —anunció Wellan a Falcon, sentándose cerca del fuego.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó extrañado su compañero.
—El mago de Cristal se me ha aparecido en las ruinas del castillo para informarme. Avisaré a los demás mañana, cuando despierten.
—¡El mago de Cristal! —exclamó Falcon, maravillado—. Si está de nuestra parte, las cosas nos irán bien, ¿no te parece?
Wellan le dio una palmada amistosa en la espalda y se metió en su tienda, al lado de Bridgess, que dormía a pierna suelta.
Al amanecer del día siguiente, contó a sus compañeros su encuentro con Abnar.
—¿Por qué se te ha aparecido a ti el mago de Cristal? ¿Por qué no a nosotros? —exclamó Jasson, contrariado.
—Porque vosotros dormíais —respondió esquivo Wellan, que no tenía ningún deseo de enfrentarse nuevamente a su compañero.
—Wellan es nuestro jefe, Jasson —le recordó Dempsey—. Es normal que sea él quien reciba las instrucciones de los inmortales.
Pero esta respuesta no satisfizo del todo a Jasson, que se alejó con su aprendiz bajo el pretexto de darle una lección de esgrima. Wellan le siguió con la mirada pensando que aquel tipo de comportamiento era el que había causado probablemente la pérdida de los primeros caballeros. Rogó al cielo que la historia no se volviera a repetir.
A continuación fue caminando a lo largo de las fosas y decidió que cada caballero cubriera al menos cinco de ellas a la vez. Cuando los dragones cayeran dentro, los caballeros utilizarían su magia para quemarlos. En cuanto a sus jinetes, quienes no perecieran con sus monturas en las fosas, serían pasados a cuchillo. Los hombres de Zenor se colocarían tras los caballeros, delante de los escuderos, impidiendo al enemigo alcanzar a los niños.
Cuando el sol comenzó a declinar, Wellan reunió a todos los escuderos en el cercado para que ensillaran los caballos y estuvieran atentos al desarrollo de los acontecimientos. Un buen comandante preveía todas las circunstancias posibles de un combate. Si los dragones conseguían franquear su línea de defensa, los aprendices debían retornar al palacio de Esmeralda a la mayor velocidad posible. Los escuderos no habían ni siquiera parpadeado al escuchar las órdenes del caballero principal, aunque su expresión lúgubre denotaba su bajo estado de ánimo, pero Wellan supo que obedecerían.
Volvió junto a sus compañeros reunidos alrededor del fuego, que se apagaba lentamente. Todos estaban silenciosos y adivinó que habían entrado en estado de meditación, preparando sus cuerpos y sus espíritus para el combate.
—El fuego es la única manera de destruir a los dragones —recordó paseando su mirada helada sobre cada uno de ellos—, pero en lo que concierne a sus dueños, os dejo elegir la forma de eliminarlos. Esta noche hay que hacer comprender al Emperador Negro que no puede desembarcar aquí a su capricho.
—Sólo somos siete, Wellan —indicó Falcon.
—Es cierto, pero no somos hombres ordinarios. Somos caballeros de Esmeralda, unos adversarios temibles que no sólo se saben defender con sus armas, sino que además poseen un gran dominio de las fuerzas de la naturaleza.
—La cosa estará mucho más clara para el emperador si sólo siete hombres consiguen rechazar su ejército —añadió Dempsey.
—O más insultante —estuvo de acuerdo Jasson—. Y querrá vengar ciertamente esta humillación.
—En efecto, sería muy imprudente por nuestra parte pensar que no reaccionará —admitió Wellan—. Pero el Emperador Negro no es un ser humano. El tiempo no significa nada para él. Antes de que regrese, habremos aumentado en número.
—¿Es el mago de Cristal quien te ha dado toda esa información? —preguntó Jasson con la mirada desafiante.
—Sólo en parte —respondió con calma Wellan—. Y la utilizaremos con cuidado. Sobre todo no hay que dejarse llevar por el pánico cuando el enemigo desembarque en la playa.
—¿Por qué íbamos a hacer una cosa semejante? —se extrañó Bergeau.
—Porque nos enfrentaremos a bestias y a seres que no se parecen en nada a lo que existe en nuestro mundo —explicó el gran jefe.
—Un enemigo es un enemigo —comentó Sento alzando los hombros.
—Exactamente —concluyó Wellan, satisfecho.
En cuanto la oscuridad se apoderó de la costa, los caballeros y los hombres de Zenor se dirigieron hacia las fosas. Armados hasta los dientes, los zenorianos tomaron posiciones tras los soldados vestidos de verde. Si en algún momento los dragones o sus jinetes conseguían superar las trampas y atacaban a los caballeros, aquellos valientes darían su vida para vengar a sus antepasados.
Wellan se colocó tras una fosa. Dos más allá, a la derecha, se encontraba Jasson, a su lado Sento y a continuación Dempsey A la izquierda, Chloé, Falcon y Bergeau ocupaban las mismas posiciones. No querían echar mano de su espada, al contar más con su magia que con su habilidad guerrera para vencer a los tremendos monstruos.
Pasaron las horas sin que los caballeros oyeran otra cosa que el murmullo de las olas que lamían los guijarros. La oscuridad era total, de modo que tenían que servirse de sus sentidos invisibles para explorar el océano. Nada se divisaba. Cuando la niebla se cernió sobre la costa, Wellan supo que había llegado el momento de la verdad. Advirtió por telepatía a sus compañeros para que estuvieran alerta. Luego, percibió el deslizamiento de un casco de madera sobre la playa, seguido de otros, de un tercero y de un cuarto.
Unas pesadas planchas se abatieron sobre el suelo y a continuación pudo captar los pasos de unas enormes bestias. No eran esqueletos inofensivos como el de la aldea, sino dragones vivos que debían estar muertos de hambre tras aquella larga travesía. Un agudo grito desgarró la noche. Una de las bestias debía de haber olido carne humana.
Dejad que caigan varios en cada trampa antes de quemarlos, porque, si no, los demás se batirán en retirada y no podremos matarlos, dijo Wellan a sus compañeros. Sintió el miedo de Falcon, pero la intensa concentración de los demás caballeros le tranquilizó. He contado ya doce, añadió Wellan preparándose para el enfrentamiento.
El primer dragón se hundió delante de Bergeau, que apenas tuvo tiempo de ver su horrible cabeza y sus ojos sanguinolentos. La bestia hizo temblar el suelo al tocar fondo y lanzó un grito de terror. Un segundo animal sufrió la misma suerte ante Falcon, que pronto vio como su miedo se disipaba. Las trampas funcionaban. Muchos otros reptiles fueron desapareciendo en el fondo de las fosas. Wellan no perdía la cuenta, a pesar de sus mugidos y del estruendo que causaba el castañeteo de las mandíbulas de sus jinetes, que se hundían con ellos.
En cuanto comprobó que los doce dragones habían sido cazados, el caballero principal dio orden a sus colegas de utilizar su magia. Extendieron sus manos, y sus palmas se hicieron luminosas. Unos rayos brillantes salieron de ellas, incendiando cada una de las fosas como si fueran gigantescos fuegos de artificio.
Los gritos agónicos de las bestias llenaron la noche, pero Wellan permaneció impasible. De repente, en medio de la niebla que se había vuelto más espesa por el humo que se desprendía de aquellas hogueras gigantes, surgieron algunos hombres insecto que habían evitado las trampas. Tenían forma humanoide, pero su piel se parecía al caparazón de los escarabajos. Su rostro puntiagudo terminaba en unas mandíbulas perpetuamente en movimiento. Sus enormes ojos saltones parecían estar animados por una luz interior de color rojo brillante. Sus manos acabadas en largas uñas blandían lanzas plateadas que parecían no haber sido utilizadas nunca.
Wellan oyó los primeros choques de las espadas de sus compañeros contra las armas de los invasores. Los zenorianos se lanzaron inmediatamente en su ayuda. Los caballeros de Esmeralda y sus aliados atacaron al enemigo y, a pesar de que los insectos eran diez veces más numerosos, dieron rápidamente buena cuenta de ellos. Los caballeros, rodeados de cadáveres tendidos en el suelo, se quedaron quietos jadeando y examinando atentamente el entorno. Wellan no conseguía oír otra cosa que su corazón latiendo intensamente. Poco después, sintió la presencia de otra bestia… a su derecha.
—¡Jasson! —bramó saltando por encima de los cuerpos mutilados.
El joven caballero estaba tan seguro de su victoria que ni siquiera reaccionó cuando el dragón surgió de la niebla luminosa. Pisando sobre uno de sus congéneres que agonizaban en la fosa, envueltos en llamas, la bestia había conseguido salir y alcanzar la línea defensiva de los humanos. Colocando sus patas delanteras sobre la tierra firme, lanzó un grito agudo y proyectó bruscamente su cuello, parecido a una serpiente, hacia delante.
En aquel momento, Jasson revivió el terror que le provocó su visión en el país de los elfos, y observó cómo la boca llena de dientes caía sobre él sin que pudiera mover ni un solo músculo. Una fuerza brutal le golpeó en un lado, por la izquierda, y cayó violentamente al suelo.
Apareciendo de improviso, Wellan le había empujado justo a tiempo, evitando que la bestia le arrancara el corazón. Las mandíbulas ávidas del animal chocaron con el vacío y se oyó una especie de mugido de rabia. Replegó el cuello y lo lanzó una vez más sobre aquellos humanos que se atrevían a resistir. Los caballeros rodaron por el suelo evitando sus dentelladas.
—¡Utiliza tu poder de levitación para obligarle a retroceder! —gritó Wellan a su compañero.
Jasson se colocó en posición y extendió los brazos ante él, con las palmas dirigidas hacia la bestia. Un viento violento surgió a su alrededor y una fuerza invisible empujó al dragón a la fosa. Logró situar sus patas delanteras en el suelo firme y con sus garras arañar la tierra, pero sin éxito. Jasson había conseguido arrojarlo sobre otro monstruo. Wellan saltó junto al borde y sus manos lanzaron lenguas de fuego dentro de la fosa, que incendiaron al animal. Luego, vio cómo los demás caballeros corrían en su auxilio.
—¡Wellan! ¡Jasson! ¿Cómo va todo? —gritó Bergeau.
—¡Muy bien, muy bien! —les aseguró el caballero principal.
Jasson bajó los brazos y se dejó caer de espaldas, agotado. Sento se precipitó sobre él y se quedó tranquilo al ver que no había sido herido.
—Echad todos los cadáveres de los insectos a las fosas, salvo uno —les gritó Wellan mientras se alejaban.
Chloé, Bergeau, Falcon y Dempsey comenzaron a hacerlo mientras Sento ayudaba a Jasson a levantarse. Este último, bastante trastornado, estaba tembloroso.
—Vete junto a los escuderos y descansa —le sugirió Sento colocándole una mano amistosa en la nuca.
—Wellan nos ha dado una orden —protestó Jasson, manteniéndose a duras penas sobre sus piernas.
—No estás en situación de hacer lo que nos ha pedido, hermano mío —se opuso Sento—. Puedes caer en medio de las llamas. Sigue mi consejo, te lo ruego.
Jasson dirigió a su compañero de armas una mirada envuelta en lágrimas. Había sentido un miedo enorme cuando la terrible bestia se lanzó sobre él y tenía el temor de que Wellan no lo estimara lo suficiente. ¿Pero acaso no acababa de salvarle la vida? Sento le empujó con suavidad pero al mismo tiempo con firmeza en dirección a las tiendas. Esperó a que Jasson se hubiera alejado lo suficiente para echar una mano a sus compañeros.
Wellan se agachó junto al último cadáver y lo examinó atentamente a la luz de las llamas. ¿Cómo podían existir en el universo seres tan diferentes? El caballero principal observó detenidamente el rostro triangular del hombre insecto, sus ojos apagados y sus mandíbulas inmóviles. Tocó la piel rígida con el extremo de su espada y constató que era mucho más dura que la epidermis humana. Se fijó luego en las orejas puntiagudas y la imagen de Kira cruzó su mente.
Un estremecimiento de horror le recorrió la espina dorsal cuando recordó que un monstruo semejante a aquél era el que había agredido a su reina. Se levantó de golpe y lanzó el cadáver a la fosa infernal dándole una patada.
El caballero principal, resistiéndose todavía a proclamar la victoria, ordenó a sus colegas que vigilaran al borde de las fosas hasta que su contenido se hubiera reducido a cenizas.
Poco después, los primeros rayos de sol acariciaron el reino de Zenor y disiparon la bruma. Entonces pudo ver Wellan las enormes barcas de madera que yacían sobre la playa. Su primera idea fue examinarlas para asegurarse de que no ocultaban ningún superviviente, pero el pestilente olor que surgía de ellas le disuadió. Decidió entonces darles fuego y lanzarlas al mar.
El caballero principal continuó su ruta hacia el castillo, repasando todos los detalles del combate. El Emperador Negro disponía de un gran ejército. ¿Por qué había enviado en aquel caso tan pocos hombres insecto al asalto del continente?
—Porque no tiene la intención de invadir Enkidiev —le informó una voz femenina.
Wellan giró su cabeza y descubrió el agraciado fantasma de la reina de Shola.
—Sólo quena averiguar el lugar donde se oculta su hija, antes de hacer desembarcar al resto de sus tropas —prosiguió ella—. Los combates no han hecho sino comenzar, mi valiente caballero.
La visión se disipó antes de que Wellan pudiera preguntar a la reina lo que sabía respecto a las intenciones de Amecareth. «Este ataque no ha sido entonces más que una escaramuza entre los caballeros y un grupo de exploradores», concluyó mientras regresaba junto a sus compañeros.
Al ver las barcas incendiadas, los escuderos se habían acercado a la playa gritando alegremente. Al mismo tiempo habían echado una ojeada a las fosas humeantes y luego habían rodeado con admiración a los caballeros y a los hombres de Zenor, grandes vencedores de aquel combate.
Pero ningún signo de felicidad iluminaba el rostro de Wellan de Esmeralda. Por el contrario, una profunda inquietud crispaba sus rasgos. Sento fue el primero en darse cuenta. Se abrió camino entre los hombres y se acercó a su jefe.
—¿Wellan? —dijo ansioso.
—No era su ejército —musitó el caballero principal frunciendo el ceño—, sino una pequeña tropa que intentaba infiltrarse en nuestros territorios.
Dicho esto, Wellan giró bruscamente sobre sus talones bajo las miradas alarmadas de sus colegas. El combate nocturno había sido sólo un preludio… ¿Pero un preludio de qué?