Spanker
Después de que Harry Staunton eyaculara en su propia mano, su polla se volvió demasiado fláccida para seguir dándole placer a la señorita Birchem; y cuando la institutriz liberó a Julia de la posición boca abajo en la que la había tenido, todos se levantaron del suelo.
Insatisfecha con la cantidad de placer que él le había dado —si hubiesen estado solos lo habría obligado a follarla violentamente de nuevo—, pero viendo que Julia no había satisfecho el deseo despertado por los azotes en el culo, prometió que la joven recibiría más placer.
La institutriz colocó entonces a Julia sobre sus piernas, asegurándose de que su carne desnuda estuviese en contacto con ella, le levantó el vestido despacio y pidió a Harry que se arrodillase delante de la bella muchacha.
Entonces esta lujuriosa mujer puso la cabeza del joven caballero entre los muslos desnudos de Julia y le enseñó exactamente cómo tenía que acariciarla. Harry obedeció, sosteniendo a la encantadora damisela por los muslos, mientras su lengua entraba y salía, tocando con la punta el clítoris.
La boca del joven se metió en el conejo de su amante con gran placer y deseo, explorando con la lengua los dulces rincones y pliegues rosados. Tanto deseaba follarla que le llenó el coño con su enorme lengua. Y jugó con el lado interior de sus muslos, moviendo los dedos como si tocara un instrumento musical. Julia se retorcía y apretaba el conejo contra la cara de Harry con tanta lujuria que no podía pensar más que en el orgasmo.
Pronto llegó a un éxtasis celestial, y apretó la cabeza del joven contra el conejo ardiente con todas sus fuerzas, mientras el cuerpo le temblaba de emoción, casi cegada por las lágrimas que le inundaban los ojos; su intención de correrse era clara.
Mientras Harry estaba ocupado en darle placer a Julia, la señorita Birchem le bajó los pantalones, y usando con destreza los dedos, pronto le provocó una erección que aumentó el ardor con que él vorazmente chupaba el coño joven y húmedo de Julia.
Julia pronto echó la cabeza hacia atrás. Sus ojos se cerraron y todo su cuerpo tembló, mientras su dulce licor manaba entrando en la boca de su amante. El jugo salió en el mismo momento en que sentía una enorme explosión sexual interior. En cuanto se hubo recuperado, la ávida institutriz cogió la polla de Harry entre las manos y la guio hasta el blanco: el agujero abierto y hambriento de Julia.
La cabeza descansó un momento en la mojada abertura mientras buscaba el camino. Harry empujó, despacio, hasta que llegó a mitad del camino; pero Julia, loca de deseo, lo quería todo y ya, e imploró a la institutriz que la ayudase a perder la virginidad. Con una fuerte y dura palmada en el trasero, la malvada seductora impulsó la polla de Harry a las profundidades del coño de Julia. La muchacha chilló mientras su vaina virgen se partía en dos, y Harry gimió de puro placer al verse tan profundamente clavado en la almeja de su amada. Sin entrar en intrincados preliminares, empezó a bombear y a follar a la muchacha; ella hacía girar las caderas, levantaba el cuerpo y hacía todo lo que podía para aprovechar ese momento. Su clítoris se frotaba contra el vello púbico del joven mientras la follaba, y pronto el cremoso rocío de la lujuria le explotó en el útero. Cuando los músculos del coño empezaron a apretar la herramienta, Harry disparó su carga en las profundidades de la muchacha. Por los muslos de ella corrieron unas gotas de sangre virgen, que también mojaron la polla. La institutriz miraba la escena con orgullo y excitación, lo que la impulsó a estimularse hasta correrse mientras aquellos dos follaban hasta lograr lo mismo.
Al tiempo que se desarrollaba toda esa acción, el señor Spanker, un galante vendedor de caballos, paseaba por los prados, pensando en la madre de Julia, cuya belleza desnuda acostumbraba disfrutar en el retiro de su propia habitación.
Desde detrás del seto que daba sobre el terraplén donde se había sentado la señorita Birchem mientras el joven Harry chupaba a Julia, el señor Spanker había sido testigo de cómo Harry estimulaba y luego follaba a la cachonda joven, guiado por la fogosa institutriz.
La escena le había resultado demasiado fuerte; pues mientras Harry taladraba el coño de la damisela con la lengua, y después con la polla, el señor Spanker había eyaculado por obra de su propia mano. Por lo tanto temía que se notase su presencia, pues sospechaba que su polla no secundaría sus deseos.
El vendedor de caballos los dejó solos y se fue a casa. Pero antes de llegar, el recuerdo de lo que había visto le endureció la polla; y al entrar, tuvo urgencia de buscar a su esposa, a la que halló vistiéndose.
La exuberante propietaria de la casa quedó rápidamente sin vestido y sin corsé. Acosada en la cama, rodeó con los muslos el cuello de su marido, que frenéticamente le metió la lengua en el ojete.
Después, el señor Spanker se liberó del abrazo de su esposa, en el mismo momento en que ella empezaba a mojarse de la excitación que le producía ese voluptuoso proceder. A continuación le enterró la polla en el coño y la folló furiosamente; ella disfrutaba tanto del inesperado ataque que lo ayudó todo lo posible.
Cuando terminó de correrse, el libertino dejó a su insatisfecha esposa por los brazos de la señora Wynne, cuyo cuerpo deseaba más que nunca, después de ver la belleza desnuda de su hija y la alegría amorosa que había experimentado. La señora Spanker tuvo por lo tanto que satisfacerse con un criado que estaba en la casa y al que decidió seducir quedándose en el mismo estado en que su marido la había dejado.
Después de estimularse, se levantó con la intención de vestirse y buscar a Augustus para llevarlo a su dormitorio con el pretexto de que tenía que arreglar algo, hasta que pudiese seducirlo y tenerlo entre sus piernas.
Entonces esta desvergonzada matrona estimularía la polla del hombre y finalmente se la sacaría. Levantándose las ropas por encima del vientre, metería dentro la tiesa herramienta y lo excitaría despiadadamente hasta obligarlo a abrazarla y apretarla y follarla hasta el fin.
Ocurrió que el momento de esos lascivos pensamientos de seducción coincidió con el momento en que la señora Spanker oyó a Augustus pasar por delante de su puerta. La abrió de prisa, casi desnuda como estaba, con los pechos blancos completamente al aire, la espalda y los hombros cubiertos sólo por el largo cabello, las piernas desnudas hasta más de la mitad, y lo llamó.
En unos minutos la fogosa mujer estaba en la cama, sin camisa y rodeando con las piernas al guapo y fornido criado, con la polla de él enterrada en el coño, y los dos cuerpos vibrando con palpitante éxtasis celestial…, hasta que ella lo obligó a sacar la polla y lo estimuló despiadadamente, masturbándose el conejo pero prohibiéndole tocarlo. Eso enloqueció al hombre de lujuria. Tanto lo martirizó que él cogió la polla y la frotó furiosamente hasta eyacularle encima de la pierna. Luego se negó a follarla a pesar de sus súplicas. Los planes de la mujer se habían frustrado, y el sirviente siguió virgen, pero por poco tiempo. Ya le llegaría su hora.
Mientras tanto, el señor Spanker estaba en la casa de la señora Wynne; pero ella, que no lo esperaba, había salido a cumplir una cita con otro amante, en cuya compañía pasaba las horas, entre las sábanas de una cama blanda. Pero su hija Julia había llegado a la casa un rato antes.
Cuando llegó, el señor Spanker encontró a Julia en el salón, apenas recuperada de la confusión de los sentidos provocada por la nueva y deliciosa función de amor y lujuria en la que había participado. Como eran viejos amigos, la ahora radiante veinteañera pronto se le sentó en las rodillas.
Al sentir algo duro contra la pierna, la joven, más informada que antes después de la lección que la institutriz la había enseñado, tocó con la mano y dijo con naturalidad: —¡Oh! ¿Qué es? ¿Tienes un ratón dentro del bolsillo?
—Pon aquí la mano, y toca el ratón —dijo el vendedor de caballos.
Le ayudó a meter la mano dentro de los pantalones. Cuando los dedos desnudos de Julia tocaron la ardiente polla, la apretó y después sacó la mano.
—No es un ratón, pues no tiene nada de pelo —dijo la muchacha, siguiéndole el juego.
—Sólo le tocaste la nariz, querida. Mira aquí.
Y sacó toda la verga. Ella se bajó de las rodillas, con los ojos chispeantes como si sintiera una gran curiosidad por ver y tocar y hasta probar aquella cosa. El señor Spanker se levantó, se desabrochó todos los botones y mostró no sólo la tiesa polla sino las pelotas cubiertas de vello.
—¡Dios mío! ¿Qué puede ser esto? —dijo la recién desflorada Julia.
—Te lo mostraré, querida —dijo el señor Spanker. Y sentándose de nuevo con las piernas abiertas, la metió entre ellas.
Entonces, con poca dificultad, consiguió que ella aplicase la ávida boca a su ardiente polla.
Cuando iba a llegar al punto de ebullición, el señor Spanker sintió un loco deseo de poseer aquel conejo.
—¡Ay, querida, tengo que follarte! —murmuró, y repitió la expresión con más énfasis.
Se acomodó hasta tener la cara de la muchacha a la altura de la suya y la polla cerca del coño. Abrió los dulces pétalos y apretó la polla contra ellos. Empezó a empujar, a clavar, a penetrar un poco más cada vez que ella levantaba las caderas. Finalmente logró meterla toda.
A Julia eso le producía sensaciones tan deliciosas que lo ayudaba apretando el coño contra la polla, aunque de vez en cuando, mientras él intentaba clavarse hasta las pelotas, exclamaba: «¡Ay, cómo me duele!». Después de todo, aquella misma tarde le habían robado la virginidad.
El lujurioso vendedor de caballos estaba realmente desesperado por poseerla, pero temía no poder hacerlo con ese coño tan tierno. Así que decidió llevarla arriba, bañarle el conejo herido y, una vez refrescada, follarla.
No había nadie en la casa más que la criada, y Julia estaba bastante segura, como muy bien sabía el señor Spanker. Así que le dijo a la deliciosa Julia: —Deja que te lleve arriba, querida, y te dé un baño. Eso te aliviará y entonces podré penetrarte con vigor, sin hacerte daño.
—Llévame, entonces —dijo Julia—, pues tengo muchas ganas de que me folles bien follada.
La llevó al cuarto de baño de la madre, dentro del dormitorio, y después de desnudarla y ponerla en la bañera, dejó que el agua corriera por su cuerpo. Por un momento no pudo resistirse y le chupó las encantadoras y palpitantes tetas.
Lavó con una esponja el semen y la sangre virgen de su día de sexo, le masajeó con suavidad el dulce y recién desflorado órgano sexual y lo acarició de manera lujuriosa y provocativa. Le frotó y acarició el clítoris hasta que se puso duro, y luego la ayudó a salir del baño y le echó un perfume seductor. Entonces le secó tiernamente el cuerpo con una toalla, la llevó a la cama de la madre y acostó a la belleza totalmente desnuda.
Con la dócil ninfa allí acostada, temblando de deseo, los ojos fijos en la tiesa polla a punto de perforarla, su adorador le puso una almohada debajo del culo y le levantó el coño hasta ponerlo a la altura de su polla.
Entonces, separándole los muslos y metiéndose entre ellos, el señor Spanker se acercó tanto que su polla le tocó el coño. Separó los labios rosados con el pulgar y el índice y apuntó con la vara ardiente al estrecho conejo, y entonces, apoyándose encima, empezó a follarla destruyendo cualquier rastro de virginidad que pudiese quedar en aquel dulce coño.
—Rodéame la espalda con las piernas, querida —exigió el lascivo vendedor de caballos.
Julia obedeció y ayudó a que sus muslos bonitos sirvieran de apoyo para la cabeza del señor Spanker; le apretaba el cuello con las rodillas, dejándole las piernas sobre la espalda. En esa posición estiró el coño al máximo, y cada empujón que daba ahora lo llevaba más y más adentro de aquella dulce cueva, que cada vez recibía con más facilidad la carne de la polla dura, caliente, penetrante. El señor Spanker, con la rampante vara contra el coño un poco estropeado, dio un fuerte empujón, y la maravillosa herramienta se hundió del todo en el conejo y resbaló entrando y saliendo entre las mojadas paredes del deseo.
Julia murmuraba:
—¡Ay! ¡Tu polla es tan grande y tan tiesa que hace daño, pero es un daño tan delicioso!
—Muérdeme el cuello, querida muchacha gritó su seductor—. Cada vez estoy más adentro, y con un solo empujón llegaré al fondo.
La damisela hizo lo que le pedían, y luego contuvo un grito mientras se hundía en ella hasta las pelotas y su coño se llenaba con la gran polla que tenía dentro. Agarrándola de las nalgas y levantándole las caderas contra su ingle, el señor Spanker clavaba una y otra vez la verga en ese nuevo amor, y los dos se mojaban abundantemente mientras sus órganos se frotaban expresando una honda lujuria.
Cuando su amante se retiró, Julia cerró los ojos y se quedó quieta; sólo sus nalgas hacían de vez en cuando movimientos espasmódicos, mientras la leche blanca le brotaba en preciosas gotas. Cuando se hubo recuperado, el señor Spanker se apoyó en las manos y las rodillas para lamer, chupar, y curar con la lengua aquel dulce conejo. Eso produjo otra cremosa y jugosa emisión.
Después Julia se incorporó y se echó sobre el brazo del señor Spanker, escondiendo la cara en su pecho, mientras su seductor continuaba acariciándole el ahora adulto coño.