13

Un nuevo contacto

Ari Kalu se sentó frente a un espejo en el albergue. Meditaba así: «No hay nada fuera de la mente. Los colores que se reflejan en el espejo no lo ensucian. Así mismo, las apariencias se reflejan en el espejo de la mente sin ensuciarla. Porque no existen. Son apariencias».

El monje estaba absorto en sus meditaciones cuando, repentinamente, sintió con violencia el calor del aliento de otro en su cuello. Se volvió. Allí estaba Adrián Ripoll, de pie detrás de él. El miedo se apoderó de Ari Kalu cuando al mirar de nuevo hacia el espejo solo atinó a distinguir el reflejo de la figura solitaria de un monje. El cuerpo de Adrián Ripoll no se reflejaba en él.

Ari Kalu, asustado, recitó tembloroso:

—El agua toma la forma de los recipientes que lo sostienen, pero no es su naturaleza. El hielo adopta otra forma y, sin embargo, es agua… Como el hielo se disuelve en el agua, así se disolverán las apariencias en el espacio…

Mientras recitaba de memoria aquellas reflexiones, Ari Kalu alargó la mano para coger el ejemplar del libro de los muertos que le había entregado el lama e iniciar su lectura.

Adrián Ripoll, AR, AR, Noble hijo, escucha, escucha sin distracción. Aunque te asuste y te espante la aparición del estado intermedio de la verdad en sí, no olvides estas palabras. ¡AR, AR! Repite conmigo: «¡Ay de mí! Cuando aparece el estado intermedio de la verdad en sí misma y he rechazado el miedo y la angustia, he de reconocer ahora como proyecciones mías todo cuando se me aparece y veo. Esta es la manifestación del bardo».

Adrián Ripoll, AR, Noble hijo, llegado este momento no has de temer a las legiones de las divinidades pacíficas e iracundas que son tus propias proyecciones y has de reconocer la luminosidad, la clara luz de la verdad en sí, perfectamente pura, que aparecerá ante ti. ¡Debes reconocerla! Es pura vacuidad. Reconócelo, pero ¡escucha!, tu mente no es solo vacuidad, también es conocimiento no obstruido, luminoso y resplandeciente. ¡Luz infinita! No nace ni muere…

¡Oh, noble amigo, AR! La aparición de la luminosidad primordial amanece para ti. Reconócela como tal. Te lo ruego. ¡Penetra en esa claridad!

Mientras Ari Kalu recitaba ese último ruego, una luz tenue se dibujó con dificultad en el espejo para borrarse a continuación, como una llama que el viento amenaza apagar.

Adrián Ripoll lo miró extrañado, pero, a la vez, interesado en la plegaria de Ari Kalu. Su mirada reflejaba cansancio y melancolía.

—No sé a qué te refieres ni qué quieres de mí… solo sé que estoy confundido y solo… He vuelto de nuevo a mi casa… Todo sigue igual, salvo que yo no estoy. La mirada desolada de mi mujer y los gestos de mi hija por consolarla me revelan que yo ya no estoy allí… pero yo siento que sí lo estoy. Ellas no me ven… Por algún extraño motivo, tú eres la única persona con la que puedo comunicarme. ¿Quién eres? ¿Qué es esto? Me veo obligado a volver a ti…

Ari Kalu cogió de nuevo el libro de las plegarias.

Adrián Ripoll, AR, Noble hijo, date cuenta de que estás en el proceso de los estados intermedios. El de la hora de la muerte recién ha pasado, y ahora entras en el de la verdad en sí y el devenir que le sigue. Hace cuatro días estabas en el bardo del momento de la muerte, y, aunque se te apareció la luminosidad de la verdad en sí, quizá no la reconociste o no la retuviste y ahora tienes que vagar por ahí…

Noble hijo, AR, lo que llamamos muerte ha llegado para ti. Tienes que ir más allá de este mundo. Esto no solo te ocurre a ti. Es el destino de todos. No te agarres a esta vida. Aunque te agarres a ella no tienes poder para permanecer aquí. No te queda sino errar en el ciclo de las existencias.

—Pero… entonces… ¿es verdad que estoy muerto? —gritó Adrián Ripoll repitiendo la mueca de terror.

No olvides estas palabras, AR, AR, repite conmigo: «¡Ay de mí! Cuando aparece el estado intermedio de la verdad en sí misma y he rechazado el miedo y la angustia, he de reconocer ahora como proyecciones mías todo cuando se me aparece y veo. Esta es la manifestación del bardo».

No lo olvides, el propósito de esta enseñanza es que reconozcas en cada una de las apariciones, por amables o terribles que te parezcan, la manifestación de tu estado mental.

Cuando Ari Kalu terminó de pronunciar estas palabras, el aire de la habitación se llenó con un ruido atronador.

—¡Ese es el sonido de la verdad en sí, terrible y vibrante como mil truenos! ¡No temas nada, no te asustes! Es el ruido que retumba en el centro de la luz —dijo Ari Kalu con firmeza.

Adrián Ripoll se tapó los oídos con gesto de angustia y su figura se desvaneció lentamente mientras Ari Kalu continuaba recitando su plegaria:

Pero, por el contrario, si no lo reconoces, tendrás miedo de las luces y te espantarán los sonidos y vagarás sin fin en el ciclo de las existencias.

En el espejo, la luz que titilaba luchando por encenderse se apagó al fin.