20
Fuentes de información diferentes
Carme Torrents había citado a Ari Kalu en el pequeño restaurante del pueblo donde solía ir a desayunar. El monje llegó puntual, sonriente y amable como siempre, pero, a diferencia de otras ocasiones en las que se habían encontrado, Carme Torrents tuvo la sensación de que Kalu traía un propósito concreto.
Carme Torrents inició la conversación:
—Me sorprendió mucho su llamada, Ari Kalu. Creía que ustedes, los monjes, vivían retirados en su albergue y que no les interesaba nada del resto del mundo —le dijo sonriendo—. Pero, por favor, no me haga caso y dígame en qué puedo ayudarle…
—Gracias, señora Torrents. Gracias por atenderme —Ari Kalu saludó con humildad—. Es sobre el accidente que está usted investigando. Cuando nos conocimos, me dijo que si recordaba algo más la llamara. Ese hombre, el que murió en el accidente… ¿Qué sabe usted de su muerte? El otro día me pareció que yo le había dicho algo que le extrañó y me quedé inquieto por ello.
—Bueno, Kalu, no se me permite hablar de un caso que aún estamos investigando… Pero le aseguro que puede usted estar tranquilo, que me ha ayudado mucho con sus declaraciones —respondió Carme Torrents intentando calmar al monje.
Ari Kalu hizo una profunda inspiración como para reunir fuerzas y hacer la siguiente declaración:
—Señora Torrents, es que creo que, si me lo permite, ahora puedo ayudarla un poco más.
El monje frenó en seco su discurso y miró a su interlocutora fijamente durante un segundo para volver a coger, con aire solemne, el hilo de la conversación.
—Señora Torrents, ¿tiene algún significado para usted la frase «Las aguas volverán a mi cauce»?
Carme Torrents dio un respingo involuntario… Le sorprendió oír por segunda vez, ahora en boca de aquel monje aparentemente ignorante del mundo, algo relativo a unas aguas en no sé qué cauce, y todo ello en relación con la muerte de Adrián Ripoll. «Esto empieza a ser muy raro», pensó.
Carme Torrents disimuló como pudo la sorpresa y, dirigiéndose al monje, replicó:
—Bueno, en todo caso querrá decir la expresión «Las aguas vuelven a su cauce», a su cauce… no el cauce de nadie más. Es así el dicho, ¿no? ¿Qué quiere decir? ¿Por qué me pregunta esto?
—Señora Torrents —continuó Ari Kalu con seriedad—, sé que usted vive en el mundo de fuera, inmersa en el ruido, en el mundo de la ilusión de las apariencias; para nosotros, los budistas, eso es el samsara, y nuestro objetivo es salir de él… Ya ve usted qué diferentes son nuestros caminos, tanto que quizá todo lo que le voy a decir le suene raro, pero, aun así, me gustaría compartir con usted una información.
«¿Algo relativo a las aguas?», pensó Carme Torrents sin responder con palabras, pero dejando que su cuerpo se inclinase hacia delante en señal de interés creciente… Puede que al final aquel monje le fuera a decir algo que le resultara útil… Puede, incluso, que le aportara alguna prueba de aquello que iba buscando.
—Y dígame, Kalu, ¿cómo obtuvo esa misteriosa información? —recalcó la inspectora con un suave tono de sorna en la voz.
—Muy sencillo. Por la vía más directa para comunicarse con los bardos: ¡desde otro bardo! —respondió Kalu resuelto.
—A ver, a ver… No entiendo nada. Quizá me haya perdido algo —respondió Carme Torrents.
—Un bardo es aquello que tiene principio y fin. Pasamos del bardo de la comida al de la meditación y después al del sueño o al de la muerte, y así sucesivamente a través de todas nuestras vidas… hasta que conseguimos alcanzar el estado de perfecta iluminación y entonces cesan las sucesiones de las existencias —explicó Kalu amablemente.
—Bueno, bien, bien —lo interrumpió la inspectora impaciente—. Pero… ¿qué quiere decir con todo eso? —Carme intentaba evitar caer de nuevo en aquellas conversaciones con Kalu que tanto la aturdían.
—Perdone si no he sido muy claro, señora. Quiero decir que una vía directa para comunicarse con el bardo de la muerte es hacerlo desde el bardo del sueño. ¡Eso es lo que me pasó a mí la otra noche! —terminó el monje poniendo énfasis en su conclusión.
Ahora sí. Ahora Kalu estaba convencido de haberse expresado con suficiente claridad y estaba preparado para esperar con calma la reacción de su interlocutora.
—Un momento, un momento… ¿Me está queriendo decir que usted puede comunicarse con los muertos? ¿Quiere usted decir que ha tenido alguna especie de contacto con Adrián Ripoll en su estado de muerto? ¿Es de esto de lo que me quiere hablar?
Carme Torrents se sintió de nuevo desengañada y furiosa. ¡Así que estaba perdiendo el tiempo con un chalado!
Ari Kalu, por el contrario, respiró aliviado al escuchar cómo Carme repetía, con sus propias palabras, la información exacta que él quería transmitirle. «¡Por fin lo ha entendido!», pensó, aunque, en honor a la verdad, lo que dijo en voz alta fue:
—Justamente, de eso es de lo que le quiero hablar y, sobre todo, pedirle disculpas por no habérselo contado antes… No creí hasta ahora que esto tuviera importancia para su tarea… pero ahora estoy seguro de que sí —remató el monje sin un atisbo de duda en su voz.
—¿Mi… tarea? —repitió Carme en voz alta como una autómata, mientras en su cabeza se imponía otro pensamiento: «Otra vez este tipo me confunde…».
—Me refiero a la tarea que ha venido a hacer usted aquí —respondió un sonriente Ari Kalu.
—¿Que yo he venido a hacer? ¿Qué? ¿Aquí? —Carme se escuchó de nuevo insegura, dubitativa.
—Sí, sí, me refiero a su tarea, a la investigación de la muerte de ese diputado… ¿No es acaso eso lo que usted vino a hacer aquí? —respondió Ari Kalu con firmeza.
Carme Torrents sacudió la cabeza. De nuevo la invadía una sensación de confusión cuando hablaba con Ari Kalu.
—Sí, sí, claro. Claro que es eso lo que he venido a hacer aquí… claro que sí, esa es mi tarea. —Pero Carme Torrents no pudo evitar un pensamiento en paralelo: «¿Cuál otra podría ser?».
Ari Kalu prosiguió con su relato. Le contó lo que significaban los bardos y cómo en el caso de cualquier ser vivo, después de la muerte del cuerpo físico, el cuerpo mental tiene que atravesar los pasajes de los bardos hasta reconocer la clara luz. También le hizo notar que en el retiro espiritual que ahora estaban haciendo en el templo, el tema central era la lectura de la Guía para el viaje de la muerte. Llegado a este punto, Ari Kalu pasó a contarle su encuentro con Adrián Ripoll. Se detuvo para transmitirle con cuidadoso esmero cómo, en su momento, en aquel ya lejano primer encuentro, ni él mismo, Ari Kalu, ni siquiera el propio difunto sabían que Adrián Ripoll estaba muerto.
Carme Torrents sentía crecer su confusión ante ese trabalenguas sobre los muertos, igual que sentía crecer el incipiente dolor de cabeza que latía, amenazador, en sus sienes.
Ari Kalu continuó con su relato y describió ahora las ropas y un anillo en forma de alianza que llevaba Adrián Ripoll en el dedo medio de la mano izquierda. Carme se sorprendió cuando escuchó hablar al monje de la corbata de tonos verdes del diputado muerto. La descripción encajaba con la que le dio la mujer de Adrián Ripoll a Enric cuando este le preguntó cómo iba vestido su marido en el momento de su desaparición. El monje no dijo nada de detalles particulares como la mancha de color rosado que el diputado tenía en un lado del cuello. Pero, claro, Ari Kalu se podría haber enterado de la vestimenta por otros medios, y del anillo del que hablaba ella no sabía nada de nada.
Carme iba a dar por terminado aquel diálogo imposible cuando una pregunta cruzó por su mente: «¿Y qué persigue este fanático con todo esto?». No encontró una respuesta fácil, así que siguió escuchándolo cada vez con más atención.
Ahora Ari Kalu le hablaba de su pesadilla. El monje no entendía por qué le estaba costando tanto a un hombre como Adrián Ripoll encontrar la clara luz. Pudiera ser que su karma tuviera un importante poder sobre él. Tenía la convicción de que Adrián Ripoll estaba luchando ahora en no sabía qué oscuro pasadizo contra una legión de monstruos airados. «¡Qué infantil suena todo esto!», pensó Carme. Pero de nuevo se sintió obligada a prestar atención. Ari Kalu estaba seguro de que su sueño le mandaba un mensaje al soñador. Algo relacionado con que unas aguas volvieran a su cauce —aunque reconocía que no sabía a qué cauce— tenía que ver con la muerte de Adrián Ripoll. Le contó también sus otros encuentros con Ripoll, y en particular se detuvo en el último contacto. Le describió a un Ripoll muy asustado, casi desesperado.
Cuando estaba a punto de concluir su relato, Kalu se frenó de nuevo. Acababa de darse cuenta de otro detalle sorprendente. Adrián Ripoll solo recordaba la persecución de un coche con un número, el 18, enmarcado en una caja en el lugar de la matrícula. Kalu recordaba que el diputado le había insistido especialmente en que el resto de los números parecían borrados de forma intencionada.
—Señora Torrents, ¿le sugiere a usted algo todo esto?
—¿Un número enmarcado en una caja? —repitió Carme.
Ari Kalu observó cómo la mirada de la inspectora pasaba de recorrer sin rumbo una esquina y otra del bar, como el que pelotea en una pista, para frenarse en seco y posarse con ahínco en una mesa de enfrente.
—Señora Torrents, ¿le pasa a usted algo? —preguntó el monje preocupado.
En la mesa de al lado, dos desconocidos intercambiaban unos billetes de tren, mientras hacían comentarios sobre los horarios de salida.
—Eso es —dijo Carme—, quizá de nuevo estamos dando todo por sentado y eso no nos deja ver otras posibilidades…
Ante la mirada atónita de Kalu, Carme se levantó y cogió su bolsa mientras le decía:
—Pronto tendrá nuevas noticias, Kalu.
«Puede que sí —pensó Kalu—, puede que la inspectora tenga razón. Quizás Adrián Ripoll contacte de nuevo conmigo, y ojalá sea entonces cuando le pueda ayudar».
Ari Kalu no se preocupó de saber por qué la conversación con la inspectora había tenido este efecto balsámico en él. Miró a través de los cristales del bar y observó cómo Carme se alejaba en su coche.