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Para su gran alegría, Selene fue autorizada a regresar al pabellón. No sólo autorizada, sino incluso alentada. Deseaba hacerlo porque tenía mucho que aprender allí.

Mientras Wulf se pasaba las horas estudiando los mapas y hablando con los cortesanos que conocían los caminos del norte que conducían al oeste, Selene dedicaba sus jornadas a visitar la chikisaka, el lugar donde se atendía a los enfermos. Allí averiguó que no se trataba de una institución exclusiva del palacio del placer sino que ésta se hallaba extendida por toda Persia y la India. La había establecido, según le dijeron, el misericordioso Buda, el cual pidió a sus seguidores que cuidaran de los débiles y de los enfermos.

Le explicaron que las camas estaban orientadas al este para que los pacientes pudieran rendir su homenaje a los espíritus celestes que habitaban en aquella parte del cielo, y que las espadas colocadas junto a las camas pretendían hacerles comprender a los malos espíritus que los enfermos estaban firmemente decididos a curarse. Las guirnaldas de flores eran un símbolo de la alegría del enfermo y de su voluntad de no sucumbir a la dolencia; finalmente, las risas y los cantos se proponían disuadir a los malos espíritus de su intento de arrebatar la vida a los enfermos.

Selene no estaba de acuerdo con muchas de las cosas que le decían; otras, en cambio, le llamaban poderosamente la atención: por ejemplo, el uso de camas en lugar de jergones en el suelo, el empleo de personas especialmente adiestradas para cuidar a los pacientes, o la colocación de los enfermos en un solo lugar para que los médicos pudieran atenderlos mejor. Nada de todo aquello se practicaba en el mundo occidental, ni siquiera en los templos curativos de Esculapio.

Selene aprendió también varios exóticos métodos de curación, algunos de ellos muy curiosos.

Una tarde observó que Chandra cerraba las heridas de la piel, utilizando grandes hormigas y escarabajos. El médico le permitió mirar e incluso le dirigió la palabra:

—Cuando la mandíbula del escarabajo muerda los bordes de la herida, retuerce rápidamente su cuerpo y verás que la cabeza y las mandíbulas quedan adheridas. Se retiran cuando la herida ha cicatrizado.

Chandra poseía una voz extraña y, cuando hablaba, nunca miraba a Selene directamente, sino de soslayo. Era difícil adivinar sus pensamientos. La enorme barba le ocultaba casi todo el rostro e incluso le cubría el pecho. Pero Selene le sorprendía a menudo observándola y, en tales ocasiones, antes de que él apartara rápidamente la vista trataba de descubrir sus sentimientos. ¿Desconfianza? ¿Curiosidad? ¿Envidia?

Chandra era el único amigo y el único visitante de la princesa Rani. Selene empezó a preguntarse qué harían juntos por las noches y por qué el médico jamás visitaba a su amiga cuando ella estaba allí. ¿Estaría molesto por la intromisión de Selene en su vida privada? ¿Habría advertido, al igual que Selene, que a Rani no le ocurría nada en las piernas?

¿Y si él fuera la causa de la incapacidad de andar de la princesa? Sea lo que fuere, Selene reconocía que era un médico extraordinario, y procuraba aprender de él todo lo que podía.