XXVIII

Swanbeck, Holden, Delahaye e Higgins estaban agazapados sobre los libros de instrucción. A un lado, un capitán bilingüe, con una pistola en el cinto, iba vertiendo una catarata de información procedente de un Manual de gran tamaño.

A media milla de distancia, unos cuantos globos iridiscentes recorrían el valle, revoloteando lentamente de vez en cuando, cuando sus dueños se detenían para mirar en torno.

Swanbeck alzó el rostro y lanzó una maldición.

—¡Miradles! ¡Sobre la montaña a pleno día! ¡Una deserción imposible de castigar!

Holden indicó el Manual.

—Bien, menos charla y pensemos más.

Swanbeck accedió colérico, lanzó una última y fría mirada a los refugios privados y volvió a abismarse en las instrucciones.

Sólo era preciso imaginarse toscamente lo que había en el interior de la caja, y construir el objeto según el sistema de conocimiento acumulado antes de enloquecer y olvidar tal conocimiento.

Y, se dijo a sí mismo, no importa cuan grosero sea el camino. ¡Nunca cederé!