CAPITULO X

 

Los ladridos de «Rock», en esta ocasión, no tenían nada de lúgubres. El can saltó alegremente alrededor del recién llegado. Percy le hizo unas cuantas caricias. Luego estrechó la mano que le tendía la muchacha.

—¿Cómo estás, Alice?

—Bien —respondió ella—. Hay novedades, Percy.

—¿Qué sucede?

—Edith Frisby ha muerto.

—¿La amante de...?

—Sí, la misma. Ha sido encontrada esta mañana en su cama. Tenía en el cuello marcas de unos dedos. Se supone que alguien entró y la estranguló.

—Un ladrón.

—Un ladrón o...

Los dos jóvenes se miraron recíprocamente durante un segundo. Ambos pensaban lo mismo.

Luego Percy asió el brazo de la muchacha y la empujó suavemente hacia el interior de la casa. «Rock» les siguió, meneando el rabo alegremente.

—Hablaremos mejor delante de una taza de té —propuso él.

—Ya lo tengo preparado, Percy.

Los rostros de ambos jóvenes estaban inusitadamente graves. Después de tomar una taza de té, Percy levantó su mirada hacia la muchacha.

—Entonces, «Rock» presiente, o percibe, el momento en que Lord Edgard sale de su tumba —dijo.

—Sí, en efecto.

—Tú escuchaste sus aullidos y decidiste ir al cementerio, para comprobar tus sospechas.

—Así lo hice, Percy.

—¿Tienes un papel? Me gustaría que hicieras un gráfico, explicando tu posición... Alice se levantó y volvió a poco con una cuartilla y un lápiz.

—No soy buena dibujante —se excusó, al terminar su trabajo.

—Es suficiente —dijo Percy—. El cementerio, si no me equivoco, queda a! norte de Shagmore Hall. Entre ambos, están las tierras que fueron de Lamargh.

—Exactamente. Pero el lindero norte de las tierras de Lamargh es un camino que conduce a distintas granjas. El cementerio limita al sur con ese camino.

—Bien, no es detalle de gran importancia... ¿De dónde venía Lord Edgard cuando tú lo aguardabas en las inmediaciones del panteón?

—De Shagmore Hall, Percy.

—¿Seguro?

—No puedo equivocarme —insistió Alice.

—Si Weston ha conseguido que Lord Edgard le obedezca, ¿cómo lo llama? Porque si fue a Shagmore Hall, es evidente que tuvo que llamarlo, ¿no te parece?

—Es lo más lógico —convino la muchacha. Percy golpeó el dibujo con la punta del lápiz.

—Edith Frisby ha aparecido estrangulada, lo mismo que Heoghill hace un año —dijo pensativamente—. ¿Crees que ha podido ser Weston?

—El cadáver apareció en su casa. Faltaban algunos objetos, de no demasiado valor, pero que podían suponer unas cuantas libras para un vagabundo. También se cree que el asesino se llevó algo de dinero.

—Si lo hizo Weston, no se le podrá probar nunca.

—¿Weston o Lord Edgard, Percy?

—¿Ha conseguido Weston que Lord Edgard le obedezca hasta esos extremos?

—A mi no me extrañaría en absoluto. Lord Edgard se movía enteramente como un autómata. Cada vez que pienso en ello, me siento más convencida de que es así. A mí no me hizo nada, ni siquiera reparó en mi presencia, ni en la luz de la linterna, porque supongo que actuaba bajo un mandato que le compelía a actuar en una sola dirección; esto es, volver a su sepulcro.

Percy alzó el índice.

—Puede que tengas razón —contestó. El lápiz cayó sobre la mesa—. En fin, esta noche saldremos de dudas.

Alice le miró fijamente.

—¿Has dado con el procedimiento para levantar la tapa del sarcófago? —preguntó. Percy sonrió.

—Es tan sencillo, que no sé cómo no se me ha ocurrido antes —contestó. De pronto, frunció el ceño—. Alice, si la señora Frisby ha sido asesinada por Lord Edgard, y éste ha actuado bajo el mandato de Weston, ¿qué motivos había para que se cometiera ese crimen?

—Bien, esta mañana fui al pueblo a hacer unas compras... En la tienda oí algunos rumores. La señora Frisby había dicho, al día siguiente de la muerte de Lamargh, que no creía en un asesinato. Pero luego ya no volvió a mencionar el tema. En días sucesivos, dijo que iba a vender la casa y abandonar Wilkeshire...

Percy entornó los ojos.

—Tal vez quiso hacer un chantaje a Weston —apuntó.

—Es posible —convino Alice.

—En tal caso, el chantaje se debería a la muerte de Lamargh. No olvidemos que Weston quería los terrenos de éste y que ya son suyos. Ahora bien, ¿por qué tanto empeño en poseer unas tierras que tienen muy poco valor?

Alice hizo un gesto con la cabeza.

—Sólo hay una persona que podría aclararnos este enigma... y no creo que tenga intención de hacerlo —respondió.

 

* * *

 

Después de cenar, Percy y la muchacha, equipados con ropas cómodas, abandonaron la casa. «Rock» gimió lastimeramente, como si quisiese evitar la marcha de la pareja. Percy le hizo unas cuantas caricias y el perro acabó por tenderse tristemente en el suelo, junto a su caseta, a la cual quedaba atado por una cadena. Percy y Alice subieron al coche y ella guió al joven hasta las inmediaciones del cementerio.

Al detenerse, Percy se apeó y miró hacia el sur. Estaban en el camino y, en aquel lugar, empezaba la nueva propiedad de Weston. El suelo hacía un suave abombamiento, de tal modo que apenas si se veían los árboles que, al otro lado de la loma, marcaban los antiguos límites de Shagmore Hall. La mansión estaba entre aquellos árboles, a unos mil metros de distancia.

Tal vez aquella adquisición encerraba un secreto que su nuevo dueño no quería hacer público. Al cabo de unos instantes, fue hacia la parte trasera del coche y levantó la tapa del maletero.

El automóvil había quedado al otro lado de un espeso seto, de tal modo que no era posible fuese visto por un transeúnte ocasional, que, tanto a pie como en coche, circulase por el camino. Percy hizo una señal con la mano y Alice acudió. Él le entregó una bolsa de tela que contenía lo que parecían unos grandes tacos de madera.

—La distancia no es mucha —sonrió, aludiendo al relativo peso de la bolsa.

Percy cargó con una segunda bolsa, mucho más pesada. Alice percibió un leve tintineo de hierros. En la mano izquierda, llevaba una lámpara de buen tamaño, con la que se alumbraron, hasta llegar a la entrada del panteón.

Como la otra vez, Percy utilizó una ganzúa para abrir la verja. Acto seguido, cruzó el umbral y entregó la lámpara a la muchacha.

—Tú me alumbrarás —dijo.

El joven abrió la primera bolsa, de la que sacó cuatro grandes tacos de madera, de unos treinta centímetros de largo, por casi veinte de lado, colocándolos a unos veinticinco centímetros de cada esquina del sarcófago y sobre el pedestal. Luego abrió la segunda bolsa.

—He comprado cuatro gatos de levantamiento de automóviles —explicó él—. Pensé que la altura que pudiéramos conseguir sería insuficiente y por eso hice que me construyeran los cuatro tacos.

—A mí no se me hubiera ocurrido —contestó Alice, admirada—. Sencillo, pero genial, Percy.

—Lo sencillo parece casi siempre genial —rió él, a la vez que empezaba a trabajar con el primer gato en uno de los lados de la tapa del sarcófago de piedra—. Desde luego, vivo o muerto, Lord Edgard debe de tener una fuerza descomunal...

Mientras hablaba, daba vueltas a la manivela, a fin de hacer subir unos centímetros la esquina junto a la que se hallaba situado. De pronto, le resbaló el pie derecho en el borde del pedestal y cayó hacia adelante. El instinto le hizo apoyarse en la tapa del sarcófago, que salió disparada a un lado de un modo absolutamente inesperado.