Capítulo 16

Salgo a recoger el correo —dijo Patrik, y metió los pies en un par de botas. Los últimos días, Erica y él apenas se habían visto. Los interrogatorios y el seguimiento del caso lo habían tenido ocupado, tanto a él como a sus colegas, de la mañana a la noche. Por fin, el viernes, se había tomado la mañana libre.

—¡Mierda, qué frío hace! —dijo cuando entró otra vez—. Esta noche habrá caído un metro de nieve por lo menos.

—Sí, parece que no va a acabarse en la vida. —Erica, que estaba sentada a la mesa de la cocina, le sonrió con gesto cansino.

Él se sentó enfrente y empezó a ojear los sobres. Erica tenía la cabeza apoyada en las manos y parecía absorta en sus pensamientos. Patrik dejó el montón de sobres en la mesa y la observó preocupado.

—Oye, ¿tú cómo estás?

—Pues no sé. Más que nada es que no estoy muy segura de cómo continuar con el libro. Si es que lo escribo. Ahora la historia tiene algo así como una continuación.

—Pero Laila sí quiere que lo escribas, ¿no?

—Sí, yo creo que el hecho de que el libro se publique es para ella una especie de medida de seguridad. Que Marta no será capaz de volver por aquí si la gente sabe quién es y qué ha hecho.

—¿Y no existe el riesgo de que surta el efecto contrario? —preguntó Patrik con tono discreto. No quería decirle a Erica lo que debía hacer, pero le desagradaba la idea de que escribiera un libro sobre unas personas tan llenas de maldad como Jonas y Marta. ¿Y si luego querían vengarse de ella?

—No, yo creo que Laila tiene razón. Y en el fondo, yo sé que tengo que terminar el libro. No tienes que preocuparte —dijo Erica, y lo miró resuelta—. Confía en mí.

—En quien no confío es en ellos. No tenemos ni idea de dónde se encuentran. —No podía ocultar la preocupación que le resonaba en la voz.

—Pero no creo que se atrevan a aparecer por aquí, y tampoco tienen nada a lo que volver.

—Aparte de una hija —dijo Patrik.

—Ya, pero Molly no les importa. Yo creo que a Marta nunca le ha importado, y el interés de Jonas desapareció en cuanto se enteró de que no era hija suya.

—La cuestión es dónde se habrán metido. Parece increíble que hayan logrado abandonar el país; enseguida dimos la orden de búsqueda a escala nacional.

—Ni idea —dijo Erica, y abrió uno de los muchos sobres con ventana—. Laila parece un tanto inquieta ante la idea de que hayan ido a España tras la pista de Peter.

Patrik asintió.

—Y la comprendo, aunque yo creo que siguen en Suecia y que, tarde o temprano, los atraparemos. Y entonces tendrán mucho de lo que responder. Ya hemos conseguido identificar a varias de las chicas de las grabaciones. Tanto aquellas a las que secuestró Einar como las víctimas de Jonas y Marta.

—No me explico cómo podéis sentaros a ver esas películas durante horas.

—Pues sí, es asqueroso.

Patrik recordó las imágenes. Estaba seguro de que se le quedarían grabadas para siempre, como un recuerdo del mal que es capaz de causar el ser humano.

—¿Por qué crees que secuestraron a Victoria? —preguntó Patrik—. Debió de entrañar un riesgo enorme.

Erica guardó silencio un instante. No había ninguna respuesta obvia. Jonas y Marta estaban desaparecidos, y las películas mostraban sus crímenes, pero no desvelaban nada del móvil.

—Yo creo que Marta se enamoró de Victoria, pero cuando Jonas descubrió su relación, quedó claro a quién le era leal. Puede que Victoria se convirtiera en una especie de víctima de Jonas, un modo de pedir perdón.

—Deberíamos haber comprendido mucho antes que Marta estaba implicada —dijo Patrik—. Debió de ser ella quien secuestró a Victoria.

—Pero ¿cómo ibais a sospecharlo? Las acciones y los motivos de estas personas son imposibles de entender. Yo traté de hablar de ello con Laila ayer, y ella tampoco supo darme una explicación sobre la conducta de Marta.

—Ya, claro, pero no puedo por menos de culparme. Y, como quiera que sea, quiero tratar de comprender por qué las cosas son como son. Por ejemplo, ¿por qué quisieron Jonas y Marta seguir el ejemplo de Einar? ¿Por qué infligían a las víctimas las mismas mutilaciones macabras que él? —Patrik tragó saliva. Las náuseas aparecían en cuanto recordaba las grabaciones.

Erica seguía reflexionando.

—Me figuro que la locura de Jonas se fue fraguando durante su niñez, cuando Einar lo obligaba a filmar las agresiones. Y Marta, o Louise, también estaba afectada por lo que vivió de niña. Si lo que dijo Gerhard Struwer es verdad, se trataba de hacerse con el control. Einar parecía retener prisioneras a las chicas, salvo a Ingela Eriksson y quizá a alguna más de cuya existencia nada sepamos. Convirtiéndolas en muñecas sin voluntad, satisfacía algún tipo de necesidad morbosa, una necesidad que transmitió a Jonas, que, a su vez, inició a Marta. Puede que su relación se alimentara del poder que tenían sobre las chicas.

—Joder, qué idea más espantosa. —Patrik tragó saliva para contener las náuseas.

—¿Y qué dice Helga? —preguntó Erica—. ¿Lo sabía todo?

—Se niega a hablar. Dice que está dispuesta a asumir su castigo, que jamás encontraremos a Jonas. Pero yo creo que lo sabía y que prefirió cerrar los ojos. Ella también era una víctima, en cierto modo.

—Ya, la verdad es que tuvo que vivir un infierno todos esos años. Pero aunque lo sabía y veía cuál era su verdadera naturaleza, Jonas es su hijo, y lo quiere.

Patrik soltó un suspiro.

—Todos esos «si» y todos los «quizá»… Es frustrante que no tengamos aún todas las respuestas. Que tengamos que seguir especulando. Pero, de todos modos, ¿tú estás segura de que Marta es Louise Kowalska?

—Sí, sí, lo estoy. No puedo explicártelo de un modo lógico, pero lo vi claramente cuando comprendí que Marta y Jonas se llevaban a las chicas en las competiciones, y que tenían que ser ellos los que enviaban a Laila las postales y los recortes. ¿Quién, aparte de Louise, tenía motivos para odiar y amenazar a Laila? La edad de Marta coincide con la de Louise. Además, Laila confirmó mis suposiciones, porque ella llevaba tiempo sospechando que Louise estaba viva y que quería matarlos a ella y a Peter.

Patrik la miró muy serio.

—Me gustaría tener la misma intuición que tú, aunque te agradecería que dejaras de seguirla ciegamente. Gracias que esta vez, al menos, tuviste la presencia de ánimo de dejar un mensaje en el contestador diciendo adónde ibas. —Se estremeció ante la idea de lo que habría podido ocurrir si Erica se hubiera quedado sangrando en aquel sótano helado de la Casa de los Horrores.

—Bueno, pero al final todo ha salido bien. —Erica escogió otro sobre del montón, lo abrió con un dedo y sacó una factura—. Y figúrate que Helga estaba dispuesta a sacrificar a Marta y a Molly por salvar a su hijo.

—Sí, pero ya sabes cómo es el amor de madre —dijo Patrik.

—A propósito… —A Erica se le iluminó la cara—. Estuve hablando con Nettan otra vez y parece que ella y Minna están tratando de entenderse de nuevo.

Patrik sonrió.

—Menuda suerte que se te ocurriera lo del coche.

—Sí, me da rabia no haber caído en cuanto vi la foto en el álbum.

—Lo extraño es que Nettan no lo relacionara. Tanto Palle como yo le preguntamos por el coche blanco.

—Lo sé, y cuando la llamé, casi se enfadó. Me dijo que si conociera a alguien con un coche así lo habría dicho. Pero cuando mencioné que recordaba una foto de Johan, su ex, delante de un coche blanco, se quedó de piedra. Luego dijo que era imposible que Minna se hubiera metido en su coche voluntariamente, que lo odiaba más que a nadie en el mundo.

—Uno no sabe nada de una hija adolescente —dijo Patrik.

—Es una gran verdad. Pero ¿quién iba a imaginar que Minna se enamoraría del antiguo novio de su madre, con el que siempre andaba a la gresca? ¿Y que, además, iba a quedarse embarazada y a huir con él porque temía que Nettan se enfadara?

—No, claro, no es lo primero que uno se imagina.

—Bueno, en todo caso, Nettan le ha prometido a Minna que le ayudará con el niño. Las dos están igual de enfadadas con el tal Johan, es un cerdo que, al parecer, se hartó de Minna en cuanto empezó a crecerle la barriga. Y yo creo que Nettan sintió tal alivio cuando encontró a Minna sana y salva en la cabaña de Johan que hará todo lo posible para que las cosas vayan bien.

—En fin, algo bueno que ha salido de este espanto —dijo Patrik.

—Sí, y Laila se reunirá pronto con su hijo. Después de más de veinte años… La última vez que hablamos me contó que Peter vendrá a visitarla al psiquiátrico y que, si quiero, podré conocerlo.

A Erica le brillaban los ojos de alegría, y Patrik se sintió feliz al ver el entusiasmo de su mujer. Se alegraba muchísimo de haber ayudado a Laila. Él, en cambio, lo único que quería era dejar aquel caso tras de sí cuanto antes. Estaba saturado de tanta maldad y tantas tinieblas.

—Qué bien que Dan y Anna vengan a cenar esta noche —dijo para cambiar de conversación.

—Sí, es fantástico que hayan encontrado el modo de volver a intentarlo. Además, Anna me dijo que tenía una buena noticia que contarnos. Me saca de quicio que me haga eso: una vez que has dicho A no me puedes dejar sin decirme B. Pero se mostró imperturbable y me recomendó que tuviera paciencia hasta esta noche…

Erica ojeó las cartas que quedaban por abrir. La mayoría eran facturas, pero debajo del montón había un sobre blanco más grueso, con un aspecto mucho más elegante que los de la compañía de teléfonos o la de seguros.

—¿Qué será esto? Casi parece una invitación de boda. —Se levantó y fue a buscar un cuchillo para abrirlo. Dentro había una tarjeta preciosa con dos anillos dorados en el anverso—. ¿Conocemos a alguien que vaya a casarse?

—No que yo sepa —dijo Patrik—. La mayoría de nuestros amigos están casados hace ya tiempo.

Erica abrió la tarjeta.

—¡Ayyyyyy! —dijo mirando a Patrik.

—¿Qué? —Le quitó la tarjeta y luego leyó en voz alta, con un tonillo incrédulo:

«Os damos la bienvenida al enlace entre Kristina Hedström y Gunnar Zetterlund».

Miró a Erica, y luego otra vez la invitación.

—¿Es una broma? —dijo, y le dio la vuelta a la tarjeta.

—No lo parece. —Erica soltó una risita—. ¡Es muy, muy tierno…!

—Pero si los dos son… viejos —dijo Patrik, y trató de olvidar la imagen de su madre vestida de blanco y con un velo.

—Venga, hombre, no seas así. —Erica se levantó y le dio un beso en la mejilla—. Será estupendo. Tendremos nuestro propio Bob el Chapuzas. No quedará nada por reparar en la casa, y seguramente querrá ampliarla y al final será el doble de grande.

—Qué horror —dijo Patrik, pero no pudo por menos de echarse a reír. Porque Erica tenía razón. En realidad, le deseaba a su madre toda la felicidad del mundo y era estupendo que hubiera encontrado el amor en el otoño de sus días. Solo necesitaba algo de tiempo para hacerse a la idea.

—Dios, a veces eres de un infantil… —dijo Erica, y le alborotó el pelo—. Menos mal que también eres un encanto.

—Gracias, igualmente —dijo Patrik con una sonrisa.

Decidió que haría por dejar a un lado todo lo relacionado con Victoria y las demás chicas. Ya no había nada que pudiera hacer por ellas. En casa, en cambio, estaban su mujer y sus hijos, que lo necesitaban y le daban todo el cariño. No había en su vida nada que quisiera cambiar. Ni un solo detalle.