Trafford remaba su barco erosionado una distancia corta de los Acantilados de Carmesí, regresando hacia la orilla. Cuando el barco se varó en la arena, el viejo quitó su gorro y corrió la mano por su delgado cabello gris. Echó una mirada feliz a la casita en la playa en el pueblo llamado Cliff Coast antes de bajarse del barco y arrastrarlo más en la tierra. Justo mientras jalaba la red de pescado del bote de remos, escuchó la puerta de la casita abrirse de golpe.
“¡Trafford! ¡Vente de prisa!” su esposa, Marna, gritó.
El viejo, acostumbrado a cumplir los órdenes de su esposa, subió la cuesta de arena de prisa y entró la casita.
“Vive,” la esposa dijo, haciendo señas salvajemente en el otro lado del cuarto.
Marna era, como Trafford a menudo la descubrió a sus amigos en la plaza del pueblo, “una mujer rolliza y bonita, con la determinación para controlar cualquier hombre.” Aún con su mandil cubierto con harina de la cocción de pay de la tarde, Trafford no encontró poder desobedecer el convocar y reunirse con ella en el lado de la pequeña sala, donde un catre había sido colocado. La cara de la mujer joven tumbada ahí era pálida y blanca, pero Marna le había vestido en un sencillo vestido azul de campesino y peinado su cabello café para que descansara lindamente en la almohada. Su respiración era dificultosa y sus brazos y piernas se movían irregularmente.
“Te dije que su sangre pulsaba más fuerte con cada día que pasaba,” Marna dijo. “Y ahora se mueve.”
“Sí, querida,” Trafford respondió.
“Todavía no puedes admitir que estabas equivocado. Increíble.”
“No dije que estaba muerta, sólo dije que se volvía más pálida. Lo cual hace,” Trafford explicó.
“Porque su piel delicada no ha visto el solo por un mes.”
La discusión leve terminó mientras los miembros de la chava revolcaban más vigorosamente. Sin que los vigilantes supieran, la chava se llamaba Alita, y revivía los acontecimientos antes que había hundido en su coma.
Las olas levantaban su cuerpo adolorida, balanceándola nauseabundamente de acá para allá, no dejando escape. Sentía un apretón en la porción superior de su brazo derecha antes que fue zancado hacia arriba. Su cabeza pegó contra una tabla mientras tosía, vomitando agua de la boca. Su cuerpo quedó desplomado en la mojada madera rugosa mientras sentía mociones más suaves, avanzando por el agua. Sintió que su cuerpo embarrado fue levantado y entonces sus pies fueron arrastrados. Después de un momento de gritos y golpes, sus pies fueron levantados también, y entonces se sintió estar colocado suavemente y no sabía más.
Trafford agarró las piernas de Alita mientras su señora tomó los brazos. La chava continuó a revolcarse hasta que sus ojos y boca abrieron y, con un tosido doloroso, agua roció.
“Te dije que todavía traía agua adentro,” la esposa dijo.
“Sí, querida,” Trafford dijo.
Marna soltó los brazos de Alita y gentilmente volvió a acostar la cabeza, volteándola al lado por sí acaso más agua salió. Los jadeos de Alita se tranquilizaron a una aspiración y exhalación estable mientras la esposa le atendió.
“Vive,” Marna dijo, sonriendo a su esposo.
“Sí, querida, vive,” Trafford respondió, sonriendo también.
* * *
Alita se quedó justo fuera de la puerta de la casita de Trafford y Marna en la cabeza del camino que corría entre las plantas hotentotas que crecían en la arena en los lados. Todavía llevaba el vestido sencillo en el cual le había vestido Marna, y siempre llevaba un sombrero. Trafford le había dicho que se veía “categóricamente agradable,” pero Marna en verde se lo había dado para proteger sus “rizos preciosos” de los vientos salados. Sus miedos permanecieron de la pesadilla que había revivido justo antes de salir de su coma, entonces nunca aventuró cerca de la orilla, disfrutando de la belleza de los acantilados rojizos que dominaban encima. Miró, impresionada, mientras Trafford jaló el barco del agua y se acercó con la red cargando la pesca del día.
“Hola, mi doncella milagrosa,” Trafford dijo. “¿Suerte en recordar hoy?”
Alita negó con la cabeza, pero no evitaba sonreírse a Trafford. Se sentía desilusionado que no tenía memorias de su nombre y mucho menos de cualquier otro evento de su vida antes de los pasados días, pero Trafford siempre era tan simpático que se alegró cada vez que lo vio.
“Aquí en Cliff Coast serás la doncella milagrosa entonces. Por lo menos hasta que tengamos otro para llamarte.” Trafford estaba por entrar la casita pero, viendo la mirada inquisitiva en la cara de Alita, vaciló.
“¿En verdad estaba en una coma por un mes?”
“Sí. Al principio pensábamos que ciertamente estaba muerta, pero Marna te sacó el agua y encontró tu pulso. Pero era un descanso muy tranquilo. No eras problema en absoluto.”
“¿Me rescataste en tu bote de remos?”
“Cierto que sí. Te vi caer, pero me tomó un buen rato remar hacia ti. Te pesqué justo a tiempo. Te regresé a la señora y le arregló directamente. ¿Lo recuerdas?”
“Justo antes de que me despertara, pienso que me vi rodeado por agua y me sentía estar rescatado. Tal vez lo invento, pero parece encajar con el camino del mar a la casita.”
“Es justamente lo que pasó. Te pesqué en el bote de remos, nos remé a la orilla, te cargué lo mejor que podía a la casita, y Marna me ayudó llevarte en la casa.”
“¿No había más pistas de mí? ¿De quién tal vez hubiera sido?”
Trafford negó con la cabeza. “Llevabas el vestido sencillo que llevas ahora, y es básicamente todo.” Alita echó un vistazo hacia abajo a su pálido vestido amarillo con una mirada fatigada en la cara, entonces Trafford continuó. “Mejor llevar los pescados adentro. Sabes lo impaciente que se pone Marna. Apuesto que lo distinguías hasta cuando dormías.” Trafford guiñó el ojo y Alita sonrió mientras le seguía adentro.
“Ya es hora,” Marna dijo de la cocina.
“Mis huesos viejos no reman tan rápido como hacían,” Trafford dijo, dando los pescados a su esposa.
“No te quejes cuando la cena no esté en la mesa a tiempo.”
“Sí, querida.” Trafford se rió mientras volteó hacia Alita. “Tengo algo para ti.” Fue a un gabinete vieja con una puerta de vidrio cerca de la mesa de comedor. Sacó un objeto pero, antes que Alita pudiera verlo, Marna pisoteó de la cocina con un cuchillo en la mano.
“Es demasiado pronto,” ella dijo, poniéndose entre su esposo y Alita.
“No, recordaba algunas cosas afuera,” Trafford dijo. “Es hora que ve esto. Quizás refresque la memoria vieja.”
“Me gustaría probar cualquier cosa que tal vez ayude,” Alita dijo.
Marna se mantuvo firme por un minuto más, pero entonces se puso al lado. Trafford extendió el cerdo de madera. Alita no sabía por qué pero, tan pronto como lo vio, su corazón palpitaba. Se dio prisa y lo agarró de la mano de Trafford.
“Pensé que te gustaría,” Trafford dijo. “Lo agarraste todo el camino regresando a la casita cuando te pesqué. Marna tenía que sonsacarlo de tus manos.”
“¿Lo reconoces?” Marna preguntó.
“Distingo que me pertenece,” Alita respondió.
Trafford sonrió mientras Marna regresaba a la cocina para preparar el pescado. Alita se sentó en la pequeña mesa cuadrada con la pareja vieja cuando estaba lista la comida. Tenían la misma comida cada noche, pero Marna preparó un vegetal diferente para guarnecer el pescado. A Alita no le molestaba. Disfrutó de cada comida, a menudo preguntándose si había comido mucho pescado antes en su vida desconocida. A media cena, Trafford sacó otro tema controversial.
“Pienso que mañana tal vez lleve nuestra doncella milagrosa al pueblo,” dijo.
“Oh, no lo harás,” Marna dijo. “No dijimos a nadie sobre ella mientras estaba descansando, y no vamos a decir a nadie hasta que su memoria regrese. No tenemos idea que causó su caída de los acantilados. Alguien lo podría haber hecho a propósito.”
“Pero ¿cómo puede recuperar sus memorias si sólo se sienta alrededor de la casita todo el día? Caminar por el pueblo, respira el aire fresco, tal vez le hagan bien.”
Alita estaba aturdida mientras escuchaba a la discusión de la pareja vieja. Su mente todavía sentía algo adormilada y no había procesado exactamente lo que significaba que estaba en el pueblo de mar. Pero alguien no se caía de un acantilado no más. ¿Qué había estado haciendo? ¿Había estado con alguien? ¿Le vendrían a buscar? Tal vez se hubiera caído no más.
Volvió a su plato de pescado mientras Trafford y esposa continuaron a reñir. No se sentía completamente lista ir al pueblo, pero sí se preguntaba si le ayudaría a recordar algunas memorias del pasado. La pareja vieja terminó su comida, todavía discutiendo el mejor curso de acción para la salud de Alita. Marna coleccionó los platos de la mesa, chocándolos en el fregadero. Trafford, recogiendo su pipa, salió para fumar después de la cena.
Alita, aunque no hacía mucho durante el día, todavía se sentía agotada y se retiró a una silla mecedora en la sala de la casita. Mantuvo el cerdo de madera en las manos mientras balanceaba de acá para allá.
Trafford regresó adentro después de algunos minutos y fue a la cocina. Puso los brazos alrededor de su esposa mientras lavaba los trastes, abrazándola y besando el lado de la cabeza.
“Fue el pescado más sabroso que alguna vez he comido en la vida entera,” Trafford dijo.
Alita vio a Marna sonreírse, aunque seguía lavando los platos sin voltearse. “Es el mismo que siempre hago. Debías haber tenido mucha hambre.”
“Oh, no,” Trafford dijo. “Quizás sea delgado y viejo, pero todavía soy un pescador delgado y viejo. Y conozco a los pescados. Lo cocinas más y más delicioso todos y cada día.”
“Sólo porque me traes la mejor pescada todos y cada día,” Marna dijo. Mantuvo las manos, todavía mojados y enjabonadas, en el fregadero, pero se volteó ligeramente para que Trafford pudiera presionar su mejilla con la de ella.
Alita miró las sonrisas ampliar en cada uno de las caras mientras se abrazaban. Aunque Trafford parecía sacar temas agravantes a propósito, y Marna nunca remoloneaba de imponer sus opiniones en él, la pareja anciana siempre terminó el día con un gesto romántico como la escena que Alita acababa de presenciar. Y siempre se sentía feliz cuando lo hacían. Lo cual, se dio cuenta, era la mismísima manera que había sentido cuando Trafford le había dado el cerdo de madera que ahora mantenía gentilmente en su regazo.