Capítulo 5: Bertwin

 
 

Trafford y Alita daban un paseo por la cuadrada plaza adoquinada de Cliff Coast. Había bancos alrededor del borde exterior, y una estatua de piedra en el centro. Marna había ido al mercado para recoger el pan y provisiones semanales. Alita había estado ayudándola en la cocina durante las pasadas semanas pero, todavía sintiéndose claustrofóbica alrededor de demasiada gente, prefería acompañar a Trafford mientras platicaba con los otros ancianos del pueblo.

 

“Hola, doncella milagrosa,” los cuates de Trafford saludaban alegremente.

 

Alita les sonrió de vuelta antes de sentarse en un banco a una corta distancia. Trafford sacó su pipa y se unió al círculo de viejos, chismeando sobre sus esposas y los acontecimientos alrededor de la tierra.

 

Alita, todavía con amnesia, estaba contenta de sentarse y observar a la gente, especulando si su vida había sido similar a los que pasaban. Se preguntaba cada día como su memoria podría ser completamente vacía. ¿Había jugado como los niños que se perseguían en la plaza? ¿Tenía hermanos y hermanas? ¿Qué tipo de quehaceres le habían dado sus padres? Casi todos en la ciudad costal parecían felices con la vida, pero había una variedad grande de posibilidades. Disfrutaba mirar a Trafford remar su barco y pescar. Tal vez antes de su accidente había formado parte de una familia pescadora.

 

La frustración le entró cuando ningunas memorias de realidad llegaron a su mente, entonces Alita caminó al centro de la plaza. Nunca se había acercado a la estatua del alto hombre elegante. Había una placa de bronce en los pies que leía:

 

 
 

“Cada miembro del reino se nace solo,

 

Un solo mitad viviendo por uno mismo.

 

Y sólo cuando dos encuentran su alma gemela,

 

Pueden tener una vida completamente verdadera.”

 

 
 

Se rió cuando sentía familiaridad de la cara de la estatua. Sin base de lo que era su vida antes, se encontró cabiendo escenarios juntos sin basarlos en nada, intentando reconstruir lo que tal vez hubiera contenido su pasado.

 

“Veo que encontraste a Bertwin,” Trafford dijo, acercándose desde atrás.

 

“¿Hay posibilidad que le hubiera conocido antes?” Alita preguntó.

 

“Lo siento, mi doncella milagrosa. No estaba aún antes que me nací. Pero es el alcance de la fama de Cliff Coast. Escribió el Proverbio de Almas Gemelas. O así dice la leyenda.”

 

“¿Es sólo una leyenda?” Alita dijo, desilusionada. “Pensé que sonaba romántico.”

 

“Un momento,” Trafford dijo. “Muchas personas actualmente piensan que sólo es una leyenda. Dicen que los reyes desde hace mucho lo inventaron para mantenerse en poder. Ahora, quizás hubiera sido inclinado creerlos hace cincuenta años más o menos, pero entonces conocí a la señora. Y déjame decirte que ese proverbio ahí no es sólo una leyenda. Marna y yo, tenemos nuestras riñas, pero no pase ni un día que podría vivir sin ella.”

 

“Qué cariñoso,” Alita dijo.

 

“Traff, aquí viene el grillete con bola.”

 

Alita y Trafford voltearon al grupo de ancianos reidores mientras Marna cruzaba la plaza, un lote de provisiones en los brazos.

 

“Ven a ayudarme,” gritó tan pronto como Trafford estaba en rango auditivo.

 

Los amigos de Trafford se rieron más fuerte mientras seguía el mandato.

 

“No les prestes atención,” Trafford explicó a Alita mientras cruzaban el zócalo. “No saben lo que me lo sé.”

 

Alita sonrió. Miró mientras Trafford tomó el montón de su esposa mientras le dio un beso rápido en los labios.

 

“¿Cuánto compraste?” Trafford dijo. “Tendré suerte si llegamos a casa antes que mi espalda terminada.”

 

“Asegúrate que no falle antes porque tenemos que hacer una parada también,” Marna respondió. “Alita, me encontré con Clo en el mercado. Su esposo falleció hace algunos meses atrás y busca un poco ayuda en la granja. Le dije que pasaríamos para ver si te propones.”

 

Alita estaba sorprendida por las noticias, pero también agradecida. No había podido encontrar ideas de que hacer alrededor de Cliff Coast, pero tener algo productivo que hacer además de ayudar a Marna limpiar la casita estaría un cambio bienvenido.

 

“Me gustaría, pero no sé lo útil que seré en una granja,” Alita dijo.

 

“Serás una gran ayuda,” Marna le aseguró. “Clo te mostrará que hacer.”

 

Alita consintió y siguió a Trafford y Marna. En vez de encaminarse hacia la costa, siguieron calles adoquinadas en la dirección opuesta donde la tierra de labranza estaba ubicada.

 

“Los cuates decían que hay un Bárbaro en la tierra,” Trafford dijo mientras caminaban. “El rey tiene precio en su cabeza.”

 

“Ay, por favor,” Marna respondió. “Las viejas en el mercado hablaban de ello. ¿Te imaginas? Algún hombre corriendo con un garrote, derrotando al ejército real.”

 

“Me lo creo,” Trafford dijo, guiñando el ojo a Alita.

 

“Trafford, lo último que necesita Cliff Coast es más chisme.”

 

“¿De dónde salió el rumor?” Alita preguntó. No sabía nada de lo que ocurría, entonces siempre intentaba obtener tanta información que podía, esperando que despertara su memoria.

 

“El ejército real y los bandidos están peleando,” Marna explicó. “Es probable que el rey haga excusa para que los pueblos ajenos le sigan respetando. Pero ¿quién debe creer que un cavernícola con un garrote puede vencer los soldados reales por cuenta propia? Todos tienen espadas.”

 

La esposa caminó más rápido para mostrar su disgusto que Trafford había dado credo al rumor, y él y Alita fueron obligados alagar sus zancadas.

 

Clo les esperaba cuando llegaron. Estaba sentada en una silla mecedora de madera en pórtico de la granja roja. Usó el momento de su silla para propulsarse en posición levantada y bajó las escaleras para saludarlos. Era una vieja enjuta, obviamente en buena forma de trabajar en la granja. Alita pensó que la casita de Trafford y Marna era linda, pero también fue tomada con la granja pequeña. Inmediatamente pensó que sería un lugar agradable donde trabajar.

 

Clo vio la expresión animada de Alita, entonces les dirigió al lado de la granja donde se guardaba los animales. Pasaron el gallinero y entonces llegaron a una pequeña pocilga que contenía tres cerdos. Dos de los cerdos estaban tumbados en el rincón mientras el otro resoplaba, tirando heno encima de ellos.

 

De repente, Alita sintió su estómago torcer y su corazón palpitó irregularmente. “No, no,” ella dijo, retrocediendo de la pocilga mientras su aliento se volvía más y más dificultoso. “No, No.” Finalmente volteó para no ver los cerdos y, no encontrando alternativo, salió acelerando de la granja, encaminándose a la casita.