Capítulo XIII
MARTA MOLINA le puso a su librería “Rayuela”, por la famosa novela del escritor argentino Julio Cortázar publicada en 1963. En la obra, siguiendo el tablero de direcciones de la primera página, se podía leer en un orden distinto desde el primer al último capítulo, también posible, o incluso un modelo de lectura en el que el lector puede escoger el orden de los capítulos. Marta había tomado la decisión de vivir su vida de varias formas, pero en cualquiera de las direcciones tomadas siempre tenía un fin concreto con una idea única: enriquecer su vida. Al igual, Inés del Olmo, la chica del Cervantes o cualquier mujer llegada a Marruecos o de allí, tenían muchos impedimentos para instalarse de forma independiente. Marta ingresó en los Náufragos del Mundo para sentirse más protegida, no podía recurrir a ningún hombre para buscar protección, entro otras cosas, porque no le daba la gana y porque no podía acostarse con ninguno. Había contraído hacía unos años, tras tener sexo con más de un desconocido y conocido, un papiloma humano alojado en su vagina e indudablemente podía contagiar a quien se acostase con ella. No era algo mortal, pero le había hecho reflexionar sobre la importancia de las cosas e incluso sobre su sexualidad. Llevaba dos de los tres años en Marrakech sin mantener relaciones sexuales. La bacteria del hongo era más pequeña que las fibras de los preservativos y podían penetrarlo, haciéndole sentir mal si no decía nada… Estuvo con un par de insistentes marroquíes, al final optó por el celibato y el descanso del cuerpo. En realidad ya se había curado e incluso se había vacunado, podía degenerar en un cáncer de útero, ahora era algo común de lo que las jovencitas españolas y se vacunaban de forma habitual. De su vida anterior guardaba el recuerdo de las continuas salidas y venidas en el Madrid más cosmopolita de la historia de la capital, además del oficio de librera. Trabajó durante años en una famosa librería de la Gran Vía. Un lugar de la nueva era, o sea, una mega librería en la que podías encontrar de todo y en la que los libreros eran simples empleados que nunca llegaban a intimar como antaño con sus clientes. A pesar de todo, ella sí tuvo mucha amistad con algunos clientes. Había empezado en eso de los libros al empezar sus brillantes estudios en Biología, la librería madrileña fue una excusa para pagarse la carrera, y poder tener acceso a todos los libros que quisiese. Al principio creyó que podría leer en sus horas de aburrimiento en el trabajo, luego fue cuando se dio cuenta de que aquello era un negocio sin más. Su consuelo fue que podía llevarse a escondidas los libros que le gustaban y una semana después devolverlos sin que nadie se hubiese dado ni cuenta. La primera vez que manchó la página de un libro que había tomado prestado se sintió mal y lo compró al día siguiente. Luego pensó que si alguno se ensuciaba no tenía mucha importancia porque era como su paso por ella, aunque procuraba no hacerlo. Finalmente, de forma simbólica, terminó por echar varias gotas de colonia en las solapas del libro como si lo firmase, nadie parecía darse cuenta y ella disfrutaba pensando que los libros terminaban en distintos hogares perfumando con su presencia la casa. Luego, después de muchos años le pasó lo del papiloma, nada como para alarmarse, pero sí como para hacerla reflexionar. Un día, como tantos, ojeando libros, vio una guía de Marruecos y decidió que tenía que viajar allí y pasar unos años. Pidió una excedencia y se fue.
El teléfono sonó en mitad de la librería, Marta había cerrado hacía un rato y leía bajo un flexo un manuscrito de microbiología.
—Allô?
—¿Ha aceptado? —preguntó una voz ronca y conocida para ella—.
—No, creo que tiene miedo, pero la he tranquilizado, quizás se lo piense.
—Ya sabe usted que no nos interesa que haya nadie hablando mal de nosotros, si vuelve a encontrase con la nueva médica haga lo posible para que acepte entrar en nuestra organización. No queremos ningún escándalo y que todo siga como hasta ahora. Si lo consigue quizás podamos subirla un escalafón en la organización de nuevo.
—Eso sería estupendo.
—Ya sabe que estamos pensando en usted para que dirija un negocio en España, en Madrid. Aunque si no lo consigue seguiremos contando con usted para llevarlo, eso no cambiaría. Debemos seguir llevando nuestra idea cultural y económica más lejos que nunca, luego ya veríamos —con su silencio prolongado—.
—¿Le contó usted de dónde surge nuestro grupo?
—Sí, pero por supuesto no cómo volvió a surgir ni a partir de dónde.
—Bueno, usted sabe que esa información pertenece a niveles inferiores, quiero a la chica dentro, si fuera necesario revele dicha información a la chica, es importante que deje de hacer preguntas. El tema del bebé debe quedar zanjado ya. No queremos tomar otro tipo de medidas. Por cierto, sabe qué y quién le ha contado lo que sabe.
—Estuvo en el bar Cervantes.
—Ya lo sabemos.
—Seguramente Inés le habrá contado lo poco que sabe, ella no tiene ningún peligro. Aunque al ingeniero no será tan fácil controlarlo, ni tampoco al chico negro.
—Sí, la hemos seguido. Tenía una cita con él, pero Olivié los ha interrumpido para que no siguiesen hablando. Aunque no sabemos hasta dónde le han contado, no sabe nada y cree saber, lo malo es que está empezando a inventarse una historia totalmente irreal. Me parece que vamos a tener que intervenir. Le diremos a Olivié que suavice la situación y averigüe qué sabe en realidad.
—En realidad no le va a pasar nada, ¿verdad?
—Por quién nos toma, ya sabe que en este grupo somos pacíficos, ningún secreto merece ni la muerte ni el sufrimiento humano.
—Me quedo más tranquila.
Al colgar el teléfono, el hombre árabe vuelve a descolgarlo para hablar con una tercera persona.
—No ha conseguido que entre, era de esperar que al principio tenga miedo. Le he dicho que se emplee a fondo.
—Este tema está bajando hasta niveles muy bajos, deberíamos haberlo tratado de otra forma, al final se enterarán todos los náufragos.
—No lo creo, estoy siendo muy discreto y estoy contando hasta donde nos interesa.
—Ya sabes que nos estamos jugando mucho. Aquí no hay límites, esto tiene que seguir siendo un secreto.
—Tranquilo, en cualquiera de los casos, la madre del bebé sigue recluida en el psiquiátrico y la médica no sabe nada.
—¿Olivié está operativo?
—Claro que sí, podemos contar con él más que nunca. No quiere que nadie sepa nada sobre su amiga la enfermera.
—Eso a nosotros nos da igual, que le cierre la boca al negro, Robert Durant ¿no?
—Sí, así se llama. Pero ese jovencito no dará más problemas.